sábado, 25 de junio de 2011

El pintor y sus modelos

Cuando la nuera de  Pablo Picasso denunció el uso político de una exposición que tiene como eje la colección de grabados que el pintor realizó bajo el título “Sueño y mentira de Franco”, pensé que se había alterado el pensamiento de la obra del artista, que se había edulcorado su denuncia de la dictadura u ocultado el contexto de esta serie de dibujos destinados a ayudar a la república española en su defensa de la democracia.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Christine Ruiz-Picasso (nombre incógnito para una de las nueras del genial pintor), no se refería a este tipo de ocultación sino al uso político de esta exposición en un momento de “polémico periodo electoral”, con lo cual da por sentado que la exhibición de estas obras de arte, influye en la conciencia electoral y perjudica a uno de los contendientes.

Christine, imitando a la reina de corazones de Alicia en el País de las Maravillas, ha sentenciado un “que le corten la cabeza” rotundo, dirigido al director artístico del Museo Picasso de Málaga, José Lebrero. Si los modos de actuar de esta remota parentela de Pablo Picasso son absolutamente inapropiados, aún lo es más la reinterpretación que realizan de su obra y de su vida.

Se supone que cuando se acepta una herencia cultural, tan rica y maravillosa como la del pintor malagueño, el patrimonio no sólo incluye el cuidado de sus obras sino también del legado inmaterial de su pensamiento y su figura. Sin embargo, algunos parientes de los artistas se consideran reinterpretadores de sus obras y dueños de su contenido. Para la Presidenta de honor de la Fundación Picasso, sus críticas a la gestión del museo vienen  "por respeto a la memoria pacifista de mi suegro, que pintó la paloma de la paz y Premio Nobel de la Paz" (¿?). El autor del Guernica, el creador del cubismo, el transformador más importante de la pintura moderna queda reducido a una visión infantilista y descontextualizada. Si Picasso es el pintor de la paz lo es, no porque pintase maravillosas palomas –muchas de ellas donadas, por cierto, para la financiación del partido comunista-, sino porque denunció los horrores de la guerra, la muerte de los inocentes y el papel criminal de las dictaduras.

Una cosa es no utilizar partidariamente la figura de Pablo Picasso y otra muy distinta intentar convertirlo en un personaje apolítico, ajeno a su tiempo y a los avatares históricos.  Picasso fue un fiel defensor de la república, un ciudadano comprometido políticamente con el Partido Comunista y un enemigo declarado de la dictadura. Estaba tan preocupado por la utilización de su obra que ordenó que, en especial, el Guernica no regresase a España hasta que no se hubiese producido un restablecimiento completo de la democracia. Despolitizar en este sentido a Picasso es como pedir que el fuego no queme o que el hielo arda.

La Presidenta de Honor del MPM no aclara cuál es su posición respecto a esta exposición donde Picasso está genialmente acompañado por los desastres de Goya, los dibujos Toño Salazar, los fotomontajes de John Heartfield, las composiciones gráficas de Josep Renau y Mauricio Amster, así como las caricaturas de Luis Bagaria y George Grosz. ¿Prefiere programar la exposición para otros  momentos en los que no se perfilen elecciones o, simplemente, propone clausurarla? Sin embargo, si que nos aclara, muy en la línea de las corrientes contrarias a la memoria histórica y artística, que exhibir obras que guarden relación con la historia real de nuestro país, es un ejercicio de regresión ¿Deberían ocultarse, entonces, las obras de Picasso, de Miró, de Renau o simplemente ser presentadas como elucubraciones artísticas sin conexión con la realidad?
Andalucía ha agradecido a Christine Picasso, incluso con el reconocimiento de hija predilecta, su generosidad para la creación del Museo Picasso de Málaga, pero esta cesión no debería convertirse en una patente de corso para decidir el futuro, la dirección y la orientación de este museo público, ni mucho menos para imponer una lectura sesgada de sus obras.

lunes, 20 de junio de 2011

Dios en los ayuntamientos

El artículo de esta semana en El País Andalucía 



Al parecer, Dios ha ganado estas elecciones. Lo deduzco por la presencia de crucifijos en las tomas de posesión, las alusiones a la Biblia o las sentidas invocaciones marianas que se han deslizado en los primeros discursos de los flamantes alcaldes.
La entrada de Dios en los organismos oficiales cumple unas normas similares a las del principio de Arquímedes: su ascenso es directamente proporcional al desalojo de las políticas públicas, la supresión de los organismos de igualdad de las mujeres y la privatización de la enseñanza. No me pregunten por qué, ya que mis conocimientos de teología son muy escasos, pero a este Dios no le gustan ni mijita los servicios públicos, las políticas de igualdad y las escuelas públicas. Muestra, sin embargo, una enorme complacencia con los empresarios privados, con los papeles tradicionales de las mujeres y con las escuelas de élite, especialmente si las administra el Opus Dei.
En Sevilla, sin ir más lejos, ha desaparecido misteriosamente la delegación de la mujer. No se persigue el ahorro o la simplificación administrativa. Su contenido ha pasado a una nueva delegación dedicada a la familia, mucho más acorde con los planteamientos marianos de los nuevos tiempos. Citando las palabras textuales del Foro de la Familia "es hora de acabar con la ideología de género y con el homosexualismo de las instituciones".
Pero a Dios, sobre todo, le preocupa la enseñanza, el alfa y omega de la organización social. Precisamente por eso, ha abierto las puertas del consistorio sevillano a los representantes más conspicuos de la enseñanza privada. Son las organizaciones que vienen dando la batalla contra la educación por la ciudadanía, contra la ley de igualdad de trato y por la segregación en las aulas. Gestionan los colegios de élite de la comunidad y, aunque abominan de la ideología, practican el ideario del Opus Dei que, como todos ustedes saben, es absolutamente libre y plural. Ante ellos, el flamante alcalde de Sevilla ha afirmado que se compromete a "facilitar las condiciones para la instalación de colegios de iniciativa privada". Aunque se lamenta de las escasas competencias municipales para fomentar este tipo de enseñanza hará un ímprobo esfuerzo para apoyar las inversiones privadas en esta área.
El objetivo de esta patronal de la enseñanza, compartido por los nuevos gobiernos populares, es conseguir que el 50% del sistema educativo en Andalucía sea privado y, a ser posible, religioso. Eso sí, convenientemente subvencionado por el dinero público. Una redistribución a la inversa según la cual el albañil paga parte de la factura educativa de sus élites. Su ideal es la comunidad de Madrid donde se han dejado de construir centros públicos y la concertación con la privada llega al 70% en la enseñanza primaria. La escuela pública ocuparía un papel residual, destinada a los que nada tienen, a los problemáticos del sistema social mientras que en la enseñanza privada se cultivarán los nuevos talentos de nuestro país, convenientemente adoctrinados.
El problema es que ante esta ofensiva la sociedad está inerme y mal informada. Se ha popularizado el mensaje de que la enseñanza pública es un desastre, las aulas problemáticas y el fracaso escolar una amenaza. De esta forma, incluso padres que no comparten estos idearios religiosos, sueñan con alejar a sus hijos de esas "amenazas". Por eso ha llegado el momento de prestigiar la escuela pública y destacar sus infinitos logros, conseguidos más sobre las espaldas de los docentes que sobre la atención institucional. Un sistema educativo que debe ser mejorado y revisado, pero que ha amortiguado muchas fracturas sociales y sacado adelante miles de talentos.
Los nuevos gobernantes de la marea azul no tienen competencias sobre la educación. Todavía. Pero su proyecto educativo asoma la patita tras los crucifijos de las tomas de posesión y las encomiendas a la Biblia.

lunes, 13 de junio de 2011

Asesinato por contagio

Algunos responsables políticos se han apresurado a dictaminar que los últimos asesinatos de mujeres han tenido como desencadenante la difusión, a través de los medios de comunicación, de otros crímenes. Están tan deseosos de encontrar una causa cierta, un clavo en que colgar la percha, que se aferran al más mínimo indicio que ofrezca una sencilla explicación. Algunos han formulado ya la propuesta de una especie de autocensura para limitar la información de estos hechos.
Se basan, al parecer, en un estudio muy discutible y discutido según el cual los asesinatos de mujeres suelen agruparse, en cuanto a su frecuencia, en racimos de tres o cuatro. De ahí deducen que en los asesinos se produce un efecto imitación, un aliento común que les induce a matar por contagio.
Ya han advertido algunos especialistas en estudios sociales que, dada la escasez de casos, resulta muy difícil establecer explicaciones para una frecuencia determinada. La simple división matemática daría como resultado un crimen cada 4,6 días, y el hecho de introducir cualquier otra variable (agrupación por fines de semana o meses) nos daría también asociaciones dignas de estudio.
Tampoco los profesionales de la psicología, que prestan ayuda terapéutica a los hombres que han cometido estos crímenes, han detectado como una causa determinante ni siquiera coadyuvante el efecto imitación. En muchos de esos feminicidios "en serie", los actores no habían tenido siquiera conocimiento de los casos que habían sucedido en los días anteriores.
No obstante, no hay por qué descartar un estudio más detallado y completo sobre esta hipótesis. Es posible que, en algún caso, la violencia retransmitida haya servido de malvada inspiración pero solo para una mente transtornada y ya decidida a cometer un crimen. Como ven, el tema es discutible y no sería lógico que, sin más pruebas ni análisis de las consecuencias, se tomaran medidas amparadas en tan débil formulación.
Algunos han hablado, incluso, de contagio en las formas criminales: el ensañamiento con la víctima, el uso preferente de un arma blanca que busca un definitivo cuerpo a cuerpo con la víctima o la conocida secuencia final del suicidio con la que el homicida remata su fatal hazaña, se desculpabiliza y acusa.
Efectivamente, en el homicidio de mujeres hay pautas similares a los asesinatos en serie, con un patrón general, señales precisas y advertencias comunes. Pero esta homogeneidad del crimen no se ha creado por la contemplación de noticias en los medios de comunicación sino por un turbio inconsciente de posesión y de desigualdad forjado durante años, alimentado por el resentimiento y enraizado en su incapacidad de aceptar la libertad de las mujeres. Ahí reside el auténtico copycat, el germen común de un delito que, aunque a ojos del agresor sea un asunto completamente personal, comparte con cientos de asesinatos el trasfondo feroz de una revuelta contra la igualdad de las mujeres.
No sabemos si la publicación de los asesinatos de mujeres en los medios de comunicación ha podido anticipar alguna acción ya premeditada. Es verdad. Pero lo que sí conocemos, es el tremendo coste social de silenciar estos crímenes. Conseguir que la violencia de género entrara en la llamada agenda de los medios de comunicación y de la política, ha sido todo un logro. Hasta entonces, la violencia contra las mujeres se vivía como un delito privado, sin especial trascendencia. La conciencia social no se rebelaba contra los verdugos y las víctimas eran olvidadas. Publicar sus nombres, explicar su historia ha dado visibilidad a un fenómeno oculto y ha cambiado el pensamiento de gran parte de la sociedad. No sería bueno dar un paso atrás y ocultar la imagen del espejo, edulcorarla o suavizarla. No. Es mejor combatir las causas que los efectos. Si no nos gusta la realidad, cambiémosla. Para eso vivimos.

sábado, 4 de junio de 2011

Extremadura y lo ya vivido







A propósito de la encrucijada en la formación de gobierno en Extremadura, he escrito este artículo en El País Andalucía

Sé que este artículo va a ser malinterpretado, escrutado, sometido a juicio de intenciones por personas que miran el mundo desde etiquetas inamovibles. No necesito ninguna justificación. Solo les digo, a esos malintencionados, que si hubiera deseado saltar a un cargo en otra organización lo hubiese hecho hace mucho tiempo y de forma muy ventajosa. Desgraciadamente, para mi interés particular, pertenezco a ese tipo de personas que no pueden superar su simpatía por los vencidos y su recelo por los vencedores. Alguien que además tiene un anticuado sentido de la lealtad, fundado más en el cariño de las personas, que en las posiciones políticas de una organización de la que me he desvinculado.
Me inculcaron desde pequeña -en el seno de una familia muy conservadora- que había que ser altivo con los poderosos y sencillo con los desposeídos. No me he agachado cuando el PSOE ostentaba un poder omnímodo en las instituciones. He denunciado la prepotencia, el clientelismo, el afán de acabar con la conciencia crítica de nuestro país cuando el PSOE gozaba de un poder social y mediático indiscutible. Por esas mismas razones -y muchas otras que afectan al modelo social, cultural y económico- no voy a congraciarme, directa o indirectamente, con el poder omnímodo que el PP acaricia en nuestro país, ni acompañar de forma alguna al TéDeTé party.
De Extremadura sé muy poco. Conozco el talante de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, su vena patriotera y antifederal, su soberbia ante cualquiera que le plantara cara a su enorme poder meticulosamente fundado en una infiltración clientelista que llegaba hasta el último rincón de Extremadura. Sé de su alegría cuando IU de Extremadura salió del Parlamento, merced a una barrera electoral incomprensible. Sobre su sucesor, conozco el empecinamiento en proyectos medioambientales insostenibles y la exclusión de sectores internos que ponían en cuestión su autoridad. En cuanto a IU de Extremadura, conozco la honradez de su coordinador, Pedro Escobar, y las dificultades que ha encontrado para trabar un marco de alianzas sociales que le permitiesen volver a la Asamblea de Extremadura.
A pesar de esto, no comprendería que el cambio en Extremadura pase por dejar que el PP acceda al gobierno de la comunidad. No sé si a los extremeños les puede servir la experiencia andaluza. Como dicen las madres, nadie escarmienta en cabeza ajena. Pero en Andalucía se llevó a cabo una de las experiencias de mayor ingenuidad política de la historia de la izquierda.
En 1994, IU-LV-CA obtuvo 20 diputados en el Parlamento de Andalucía y el PSOE perdió la mayoría absoluta. En contra de lo que se ha afirmado, IU no aupó a la derecha al poder, ni gobernó en modo alguno con el PP. Se abstuvo en la votación y se limitó a poner en manos de la oposición la presidencia del Parlamento de Andalucía y a aprobar algunas leyes que tenían como objetivo la regeneración de algunas instituciones andaluzas. El entusiasmo de los primeros meses y la alegría de la propia militancia por estos atisbos de cambio, nos impidieron ver que la sociedad no había entendido en absoluto el mensaje y junto, a una hábil campaña socialista, el periodo fue bautizado como el de la pinza y entendido como una alianza contra natura que fracasó rotundamente en las urnas.
Casi ninguno de los participantes en aquel periodo volveríamos a repetir la experiencia. No se trata de dar un cheque en blanco al PSOE, ni de gobernar prematuramente con quienes se han mantenido numerosos conflictos políticos, pero Izquierda Unida de Extremadura tiene hoy en sus manos la posibilidad de forzar cambios importantes en su comunidad desde dentro o desde fuera del Gobierno. Lo puede hacer preservando su autonomía y con mecanismos de evaluación que no la conviertan en un bastoncito dorado en los momentos de decadencia del PSOE. Pero considerar que la única opción de cambio para Extremadura es dejar que el PP la gobierne, solo alimentará el bipartidismo futuro y la desesperanza en los electores de izquierda.