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Había en Jaén un personaje conocido como “la mano que aprieta” que poseía cientos de locales y viviendas. Por las mañanas se dedicaba personalmente a cobrar los recibos del alquiler que subía caprichosamente y, al parecer, no tenía miramientos en amenazar a los inquilinos o poner de patitas en la calle a los que no pagaban aunque se tratara de viudas con hijos.
Los niños le teníamos un terrible miedo, parecido al que profesábamos al hombre del saco, el sacamantecas y otras construcciones terroríficas de nuestra infancia. Era chaparro y coloradote. Siempre pensé que su color se debía al esfuerzo al estrangular a las víctimas. El personaje de Jaén, que había acumulado un inmenso capital aunque vivía casi en la pobreza, murió y sus herederos liquidaron en poco tiempo todo su patrimonio. Sin embargo, nunca pudimos imaginar que la figura de “la mano que aprieta” se multiplicaría por nuestras ciudades y que las escenas de las personas arrancadas de sus viviendas con los enseres en la calle podían ser una realidad del siglo XXI
Ya no está de moda escribir a la manera de Charles Dickens. Es una pena. Aunque sería imposible poner cara a los responsables de esta situación que en el siglo XIX tenían rostro y nombre pero que hoy se esconden tras siglas, entidades bancarias y empresas de gestión de riesgos. Una parte importante del esfuerzo civilizatorio de los últimos siglos ha sido la de revestir de asepsia los procedimientos más dolorosos. Los verdugos han conseguido no tener que mirar directamente los ojos de las víctimas e incluso permanecer ajenos al daño que producen.
En España, desde el año 2008, se han decretado trescientos cincuenta mil desahucios de viviendas, cuatro veces más que en los periodos anteriores. La mayor parte de los procedimientos se iniciaron por el impago de las hipotecas contratadas y fueron promovidas por las entidades bancarias. En vez de buscar nuevas soluciones a la actual situación se aplican inmisericordemente los reglamentos y las leyes previstas para los tiempos de bonanza económica y las cláusulas leoninas que aparecían en la letra menuda de los contratos hipotecarios. Ya conocen la historia: los bancos sobrevaloraron el valor de la vivienda como anzuelo para captar a los clientes, e incluso les seducían para que incluyeran otros gastos. Aunque ellos mismo hicieron la tasación del valor del inmueble, ahora recurren a la caída en su valor de mercado para que la diferencia la pague el pobre hipotecado. Así se explica que aunque el desahuciado entregue su vivienda, al ser tasada ahora de forma mucho menor, siga debiendo al banco una cantidad astronómica. Ni la mente malvada de “la mano que aprieta” jiennense pudo imaginar un sistema más cruel de extorsión económica. Legal, por supuesto. Completamente inmoral, sin duda.
Pero nada de esto importa cuando se pone en marcha el infernal mecanismo jurídico: el banco pasa el caso al departamento de impagados, los servicios jurídicos inician el procedimiento, se lleva el caso a los tribunales, se decreta el desahucio y se ejecuta aunque para ello sea necesario llevar más antidisturbios que para una final de la Champion. No suele haber un proceso de negociación, de acuerdo o de revisión de cláusulas. Ninguna institución de las que deberían velar por el derecho constitucional y estatutario a una vivienda digna se personan en el caso y tienden una mano a los ciudadanos afectados. Los derechos, al parecer, se paralizan a la puerta de las instituciones financieras, que argumentan por su parte que si se aprueba el proyecto de dación en pago - o sea suprimir las deudas con la entrega de la vivienda-, arruinarán sus (falsos) activos patrimoniales.
Y para finalizar, un toque absolutamente surrealista: todo esto ocurre en un país que tiene 700.000 viviendas nuevas en stock y varios millones de viviendas vacías. Sucede en un lugar que se proclama una democracia política y social y que escribe en sus textos fundacionales bellas palabras sobre el derecho a una vivienda digna y la protección social.
3 comentarios:
"Aunque sería imposible poner cara a los responsables de esta situación que en el siglo XIX tenían rostro y nombre..."
Concha ¿Crees, sinceramente, en esta afirmación?
El poder legislativo tiene la potestad de fabricar leyes para que no se produzcan los abusos que mencionas; pero lamentablemente es mejor volver la vista para otro lado.
En mi modesta opinión en lo que se refiere a necesidades primarias deberían desarrollarse leyes que evitaran la formación de burbujas que luego tienen el riesgo de explotarles en la cara a la parte de la ciudadanía más indefensa. Siempre a los mismos.
Por otro lado, no es normal que un joven de hoy para que le concedan una hipoteca para la adquisición de su primera vivienda tenga que ser avalado no sólo con su trabajo o con el bien adquirido, sino además con la vivienda de sus padres. Por cierto, para conseguir una hipoteca condenatoria de ¡40 años!, cuando no hace tanto tiempo lo normal eran las de 15 años.
El problema no está en el proceder de la banca, el problema está en el gobierno que jamás legisla nada que pueda lesionar sus intereses. No sé qué le sucede a la izquierda cuando gobierna y tiene oportunidad de cambiar estas injusticias y no lo hace. Prefiere, defraudar a su electorado e insistir en su cobardía... y Concha, como dice aquella antigua canción "Los amores cobardes no llegan a amores, ni a historias, se quedan allí. Ni el recuerdo los puede salvar, ni el mejor orador conjugar".
¡Hace falta valentía!
Ya sé que tienen cara, nombre y cuenta corriente. Me refiero a que están más lejos de los ciudadanos que los viejos usureros del siglo XIX. Por lo demás, estoy de acuerdo contigo.
Concha, entonces disculpa mi errónea interpretación. Me extrañó muchísimo.
Es posible que los usureros de ahora para sus sufridores sean verdaderas incógnitas, y algunos sean como esas que hay en algunas ecuaciones matemáticas irresolubles. No tienen arreglo ninguno.
Por eso creo que es necesario que la izquierda aproveche bien su tiempo de gobierno para solucionar estas injusticias, que sí tienen solución.
Concretamente, la que describes en "La mano que aprieta" ya aprieta desde tiempo ha.
¡Muchas gracias!
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