Andan lamentándose de los resultados y señalan a la crisis, a la prima de riesgo y al poder de los mercados como causa de su descenso. Acusan a los bancos de enjugar sus pérdidas con el sudor ajeno, de ser avariciosos y carecer de valores morales. Vaya. Ni que los poderes financieros hubiesen sido hasta hace unos años unas hermanitas de la caridad. Acaban de descubrir la naturaleza depredadora del capitalismo internacional, las presiones que ejercen sobre los Estados y su sociopatía congénita. Preocupante que hayan tardado tanto en percatarse.
La ceguera de este último respecto a la crisis no es un defecto particular, sino la demostración de una miopía política que había basado su éxito en el reparto de beneficios sociales y al aumento del Estado del bienestar pero que ha fracasado en el control de los mercados financieros y de los movimientos especulativos.
Nadie niega la influencia de la crisis en el resultado electoral, ni el poder de los mercados, ni la avaricia de los poderosos, ni las trampas de la derecha política, solo que es un lamento tan inútil como quejarse de que la lluvia moja o el fuego quema.
Por otra parte, es difícil mantener la tesis de la ingenuidad de los votantes, de una sociedad engañada por el silencio-trampa de Rajoy o de Artur Mas que despertará bruscamente en pocos meses. Hasta el ciudadano más tonto ha podido detectar que van a atacar sin piedad el Estado del bienestar. También en este caso la pregunta más interesante sería por qué, a pesar de saberlo, los han votado; cómo se ha producido esta mezcla de desesperanza, de sálvese quien pueda y dónde estaba la izquierda mientras se desmontaban los valores más básicos de la igualdad, de la solidaridad y el prestigio de los servicios públicos.
Mientras lloran, están a punto de no comprender tampoco la amenaza más importante que se cierne sobre la humanidad: el agotamiento de los recursos naturales, el uso del planeta para fines comerciales, el desplazamiento del mercado especulativo hacia el aire, el suelo, la ciencia y la energía.
Se preguntan qué ha fallado pero si señalan solo causas ajenas y no inician una sincera renovación de su proyecto, pueden volver a equivocarse gravemente. Como se equivocarían también si no revisan las prácticas políticas que, al abrigo de los puestos oficiales y de los despachos amurallados, los han hecho insensibles al dolor ajeno.
Me gustaría destacar una herida social sangrante y es la falta de futuro de una juventud que ha cumplido todos los mandatos sociales: Ha estudiado, se ha preparado y se agosta en los largos días sin trabajo o toma sus maletas para abandonar nuestra tierra. Por ellos es necesario recuperar la esperanza y el aliento. Merecen algo distinto de esta guerra sorda de intereses ajenos y a una izquierda plañidera sin horizontes
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