martes, 29 de julio de 2008

Estrategias para sobrevivir




Cuando Soledad Becerril era alcaldesa de Sevilla hizo un viaje a los países nórdicos para promocionar el turismo en esta ciudad. Un amigo mío, profesor de Comunicación, opinó que la campaña (Giralda, Reales Alcázares y el rio Guadalquivir) estaba equivocada. Él tenía el mejor lema para promocionar la ciudad entre los ateridos noruegos y suecos y era el siguiente: “Sevilla: calefacción en las calles”. Desde luego no había que decirles a los posibles turistas que en verano se nos olvida quitar la calefacción y que cuando nos atrevemos a salir a la calle nos pegamos a las paredes, tomamos aliento en las esquinas con sombra y buscamos refugio en tiendas y comercio como quien ha llegado a un oasis. Creo que en esta ciudad la crisis no se nota tanto porque los sevillanos abarrotamos las grandes superficies comerciales como una forma de sacudirnos el calor en las horas perdidas. Al llegar la noche, sentados al aire libre, buscamos un indicio de que hemos derrotado al implacable cielo. Nos transmitimos previsiones meteorológicas, como si se tratara de saberes ocultos:
- La semana que viene, me han dicho, bajarán las temperaturas.
- Si, pero hasta el sábado, van a seguir subiendo.
- Pero hoy corre algo de fresquito –decimos ante el menor soplo de aire.
Es mala sombra decir esa frase porque, justo en ese momento, deja de hacerlo y la noche se queda quieta, como sin horas. Regateamos el irnos a la cama y nos asomamos al balcón, a la terraza, al patio, con la cabeza levantada, la vista al cielo, la boca entreabierta como en una plegaria. Es el momento de elegir entre dormir con las sábanas calientes, y alguna caricia esporádica de una brisa perdida, o encender el aire acondicionado y dormir en ese país extraño sin sueños.
La única tregua se produce a esa primera hora de la mañana, en la que el sol es joven y piadoso cada día. Pero, cualquier andaluz sabe que necesitamos la paciencia de Job, la imperturbabilidad de Buda y el control mental de un fakir para no sucumbir a la desesperación a lo largo del día.