domingo, 29 de julio de 2012

REINVENTARSE

Publicado en El País de Andalucía


          El verano es una metáfora perfecta de la vida. Desde lejos parece largo y cargado de promesas. En esta estación el tiempo se expande, sus tardes tienen la textura de un reloj daliniano, de forma que en las tardes de verano, si prestas atención, puedes ver caer las gotas de los minutos infinitos y gozar la sensación de comprender la extraña naturaleza del tiempo. Pero un día especial, que no está en el calendario, la atmósfera cambia repentinamente. Entonces sabemos que el verano ha terminado y aunque vuelvan los días despejados, ya no será lo mismo.

         La vida es parecida, larga y corta a la vez. Tomados los días de uno en uno, parece que somos propietarios de un lugar ancho, sin límites ni fronteras. Los días pasan lentos, pero los años lo hacen con rapidez vertiginosa. La gente del Sur tenemos una aguda percepción del tiempo. Antes de que el dinero se impusiera como centro de nuestras vidas, el tiempo era nuestra materia imaginaria y la hicimos moldeable, receptiva, moneda de cambio de nuestras relaciones sociales. Sabemos hacer magia con él: lo detenemos, recreamos, estiramos, compartimos. Los antiguos señoritos, para hacer ostentación de su enorme riqueza, incluso lo mataban con gesto de fastidio.

            El escritor turco-griego Petros Márkaris ha descrito la diferencia del Norte y el Sur con esta frase: “Usan la misma moneda que nosotros, pero para ellos el tiempo corre de otra manera”. Es la pura verdad. A pesar de las imposiciones, los calendarios, los avisos, persiste ese correr distinto de nuestra existencia; una especie de sublevación contra la fiera mecanización de nuestras vidas. Los que lo han sentido, saben de qué hablo. Los demás, lo resolverán con la caricatura desdeñosa hacia las gentes del Sur, aunque para que se enteren les diré que trabajamos intensamente solo que nos quejamos menos.

           Ahora se ha puesto de moda la palabra reinvención. Me encantaba hasta que se la han apropiado para vendernos coaching o conformarnos con los tejemanejes que han dejado sin empleo o esperanzas a millones de personas. Todos deberíamos tener a nuestra disposición varias vidas, ser capaces de reinventar nuestra existencia. He encontrado, trabajosamente, varios secretos para hacerlo: el amor, la dedicación social y la literatura. Pero los pueblos también se pueden reinventar y, en medio de esta crisis más que económica, más que social, más que política, más que ecológica, urge proponer formas de reinvención. La cuestión es que nadie se reinventa si en su vida no hay algún asidero, alguna cuerda que quedó en suspenso, alguna habilidad o alguna base cultural que la sostenga. Como decía Kavafis, en tu camino no encontrarás los monstruos si antes no los has creado en tu imaginación, pero tampoco, permitid la licencia, encontrarás los genios bondadosos si nunca nadie te habló de su existencia.

           Por eso el Sur (ya sé que hay gente que odia esta palabra, pero a mi entender es una abstracción útil, afortunada) posee algunos valores que en su momento fueron desdeñados o estuvieron a punto de fallecer por el consumismo o el individualismo atroz del patrón monetario. Somos gente capaz de ponernos en el lugar de los otros, quizá porque hemos sido pobres y, como decía Steinbeck en Las uvas de la ira, “si tienes problemas o estás necesitado... acude a la gente pobre. Son los únicos que te van a ayudar”. Tenemos un caudal de sociabilidad, de respeto al bien común que puede contener la riada de zombis supervivientes con la que los tiempos nos amenazan. Tenemos fortaleza en el sufrimiento y sabemos compensar la austeridad de los bienes de consumo con la exuberancia de los afectos.

           No es casualidad que en Andalucía no se haya extendido el desprestigio de los de abajo y que exista una corriente popular de simpatía por los que sufren. Los valores no son una abstracción, sino un entramado que explica nuestras vidas y por eso, tras la derrota del desarrollismo feroz, quizá nuestra cultura tenga mucho que decir, sobre todo si se une a la ciencia y a la tecnología que los nuevos tiempos ponen a nuestra disposición. O, a lo mejor, es todo literatura. Pero es mejor la literatura que la desesperación.

lunes, 23 de julio de 2012

¿SON TAN MALOS LOS POLÍTICOS?

Publicado en El País de Andalucía


La pasada semana se recogieron en la red 70.000 firmas para eliminar 375.000 políticos que sobran en España y reducirlos a la cifra de 100.000, como Alemania. Según esta iniciativa, con la supresión de políticos se solventaría una buena parte de la crisis económica. El problema es que se trata de una mentira descomunal, urdida a conciencia con la exclusiva finalidad de enardecer los ánimos de la ciudadanía ante los recortes. La realidad es que en España hay 78.000 políticos (por lo visto, muchos menos que en su ejemplar Alemania) de los cuales 74.000 son concejales de sus respectivos pueblos. El 90% de ellos no cobra retribución alguna por su dedicación.
No hay día en el que no reciba cinco o seis correos electrónicos plagados de mentiras sin cuento, escritos con grandes letras mayúsculas y rogándome que lo difunda por todos los medios a mi alcance. El denominador común de estos manifiestos anónimos es presentar a todos los políticos como un cáncer social que habría que extirpar con urgencia. Se trata de una curiosa campaña en la que participan tanto sectores de la ultraizquierda política como de la derecha más rancia.
Si hay algo que compite con el odio a los políticos es la caza y captura de las personas que se dedican al sindicalismo. Los medios de comunicación de la derecha no cesan ni por un momento de desprestigiar sus actividades y, si es necesario, pueden convertir —como en el cuento de La Cenicienta— un vulgar reloj de Cándido Méndez en un Rolex exclusivo de alta gama. Al mismo tiempo, personas que nunca se han movilizado por ninguna causa social vociferan por la inactividad sindical, los acusan de venderse al mejor postor cuando toda la sociedad, en realidad, estaba vendida a los placeres del consumo. En todo caso, el pecado de los sindicatos habrá sido el de representar perfectamente el estado de autosatisfacción y desmovilización de la mayoría social y no estar lo suficientemente alerta a los miles de jóvenes que entraban por la puerta trasera en el mercado laboral.
Llevo semanas dando vueltas a la idea de defender la política y el sindicalismo y, al mismo tiempo, exigir una profunda reforma de estas dos actividades. No consigo, sin embargo, redondear las ideas porque tras cada afirmación me surge un pero que las matiza e incluso las contradice. Por eso me siento inerme ante la avalancha de mentiras y de campañas de desprestigio, porque frente a ese rotundo NO a los políticos y a la política, mi afirmación de la necesidad de la política y los políticos está cargada de matices, de críticas; en suma: mi mensaje es poco eficaz. Aún así sacudo la cabeza y repito: No es eso, no es eso.
Comparto el núcleo central de la crítica que el movimiento 15-M ha hecho de la política: su sumisión a los mercados, su falta de conexión con la sociedad que los sustenta. No es que la democracia representativa no sea útil y haya que sustituirla por la participación popular directa y asamblearia; es que la democracia actual no es representativa, es decir, no está interpretando los intereses de la ciudadanía, ni siquiera de los votantes que han aupado al poder a tal o cual Gobierno. Cuando Rajoy dice “no tenemos libertad para elegir”, está describiendo la impotencia y cobardía de la política ante los mercados. No es una cuestión de sueldos, ni de coches oficiales. Ojalá fuese ese el problema, porque sería muy fácil de resolver. Es el último capítulo del desplazamiento del poder del pueblo hacia los intereses de los más poderosos y la tumba de la política democrática.
Tenemos la sociedad más politizada desde los tiempos de la transición y, sin embargo, la más antipolítica de nuestra historia. De las nuevas energías sociales tienen que salir proyectos, alternativas, reformas radicales que fortalezcan la democracia y devuelvan a la política su sentido de servicio público y de afán colectivo. Es el momento de abrir nuevos espacios que canalicen las demandas y las propuestas ciudadanas. Queremos una democracia más participativa, pero también que represente más fielmente los intereses de la ciudadanía. Pero cuidado con el populismo desbocado que proclama verdades irrefutables, que borra las pluralidades y que nos conduce al reino del autoritarismo. Por muy enfadados que estemos.

domingo, 15 de julio de 2012

CRÓNICA EN NEGRO

Artículo publicado en El País de Andalucía

Mayo de 2010. Han recortado el sueldo de los funcionarios una media del 5%, aunque su aplicación llega al 7%. Nos dicen que este sacrificio será provisional y que los brotes verdes florecerán en el otoño. Hay cuatro millones de parados.

Junio de 2010. Se anuncia una reforma laboral que facilita el despido y rebaja la indemnización a los trabajadores. Nos dicen que es imprescindible para crear empleo; que la rigidez del mercado laboral es un grave obstáculo para la recuperación.

Julio de 2010. Se aumenta el IVA del 16% al 18%. El objetivo es incrementar la recaudación pública para reducir el déficit. Aún así el Gobierno anima al consumo, que se ha venido abajo.

Enero de 2011. El Gobierno eleva la edad de jubilación de 65 a 67 años. Se modifica también el cálculo de las pensiones. La mayoría perderá un 10% en el cómputo final. Los sueldos están congelados y persisten los recortes del pasado año. La inflación ha sido del 3%. Hay 4.548.000 personas paradas y la reforma laboral ha sido inútil. La recaudación tributaria se hunde.

Diciembre de 2011. Cambio de gobierno. Han subido el IRPF. Haciendo cuentas, viene a suponer unos mil euros al año. Dicen que será provisional y que ayudará a la recuperación. Nueva congelación salarial para los funcionarios.

Enero de 2012. Han subido el IBI. En muchas ciudades el alza de este impuesto ha sido del 100%. Más impuestos municipales y menos servicios. El IPC del pasado año ha subido un 2,4%. El paro ya afecta a 5.273.000 personas.

Febrero de 2012. Han aprobado una nueva reforma laboral que abarata de forma drástica la indemnización por despido y pone en manos del empresario casi la totalidad de la relación laboral, incluida la jornada y las condiciones laborales. Es para crear empleo, dicen, aunque se extiende la idea de que la crisis es la excusa para recortar derechos.

Marzo y abril de 2012. El Gobierno presenta unos presupuestos de pánico, corregidos por un re-recorte. El hachazo fundamental será en sanidad y educación. Se establece el copago en las medicinas, se despide a la mayoría de los interinos y se aumenta la jornada a los funcionarios. Habrá menos médicos por paciente y más alumnos por aula. Los servicios públicos empiezan a resentirse de forma grave. Se decreta una amnistía fiscal para el dinero negro.

Junio de 2012. El Gobierno andaluz recortará a los funcionarios en torno al 6% del salario, a razón de unos 200 euros por mes, más la casi totalidad de la paga extraordinaria.

Julio de 2012. Apoteosis de recortes. El IVA sube del 18% al 21%. El Gobierno elimina la paga de Navidad: han inventado un impuesto especial, completamente inconstitucional, que afecta solo a los funcionarios públicos. Los parados serán castigados por no encontrar empleo. La ley de Dependencia queda, prácticamente, paralizada. Tres millones de personas consumen, en plena crisis, artículos de lujo pero el Gobierno no ha aprobado ni un solo impuesto para las rentas más altas. Funcionarios y parados cubrirán las pérdidas de la banca especulativa.

Si se suman todos los recortes salariales, las ganancias de los empleados públicos han descendido el 21%. No hay datos del sector privado. Si se añade la inflación —seis puntos acumulados— el descenso de ingresos sube al 27% y si contabilizamos la subida de otros impuestos, alcanzará el 30%. Los sacrificios no han servido para nada. Las clases medias están desapareciendo. Hay un millón y medio de personas paradas más que cuando empezaron los ajustes. Los ingresos tributarios han descendido un 35%. Hasta un niño podría ver que este camino no conduce a ninguna parte; que la espiral de recortes-bajada de consumo-recesión es incuestionable; que detrás de este dolor no hay salidas, sino más y más dolor. Pero el Gobierno no. Sus diputados aplauden y alguno se permite gritar: ¡A trabajar!

Por medio ha habido tres procesos electorales: generales, municipales y autonómicas. Ninguno de los candidatos ni sus partidos llevaban en su programa ni una sola de estas medidas. La democracia llora en un rincón. Indignación es poco para definir el clima que se respira en la calle.

miércoles, 11 de julio de 2012

EL DESPRESTIGIO COMO ESTRATEGIA

Publicado en El País Andalucía
Siempre me habían impresionado las fotos de la crisis del 29 en Norteamérica. Esa mujer que mira con infinita preocupación, rodeada de niños que esconden las cabezas tras sus hombros; personas sin casa que recorren las polvorientas carreteras; una cena de navidad en la que cuatro niños apiñados esperan que su padre reparta algo de pan y embutido; una cola de parados con sus trajes deslucidos; personas, sin rostros visibles, sólo sombreros que avanzan hacia la ventanilla donde obtendrán un no por respuesta…Pensaba que eran fotos casuales de magníficos profesionales de la prensa hasta que la semana pasada escuché a algunos expertos explicar que la mayoría de estas fotos formaban parte de la campaña de Roosevelt para lanzar el New Deal.


Los fotógrafos de Roosevelt no manipularon la realidad para darle mayor dramatismo ni crudeza a la crisis. Por el contrario descartaron aquellas imágenes que retratasen obscenamente la miseria. El hilo conductor de estas fotografías consistía en contar una historia de dificultades, pero también de dignidad. Para conseguirlo destacaron la figura humana y la familiaridad de los objetos de forma que cualquier espectador pudiese pensar que el próximo en esa lista del paro, en esa carretera, en esa casa desprovista de enseres, podía ser él. Las fotos no pretendían transmitir desesperación ni histeria, sino solidaridad y reflexión.

Mientras que la crisis en Europa condujo en muchos países a la emergencia del fascismo, en Norteamerica el New Deal de Roosevelt forjó la idea de un país, prestigió la democracia, puso las bases del todavía precario sistema de protección social y afirmó el principio de que los que más tenían debían contribuir con mayores recursos a la recuperación económica. No aportar al bien común, no contratar a alguien si se tenían recursos o despedir trabajadores innecesariamente, ocultar capitales o aprovecharse de la crisis empezaron a ser vistos como gestos inadmisibles de antipatriotismo.

El relato europeo, salvo excepciones, es mucho más triste. Se buscaron chivos expiatorios, como los judíos, los gitanos o los extranjeros; se confrontaron unos sectores sociales contra otros; se proclamó el sálvese quien pueda ; se desprestigió la política y se exasperaron a las clases medias hasta que los autómatas del brazo en alto llegaron al poder.

En España no hay patriotas. Desde que empezó la crisis, los de abajo han sufrido paro, saqueo salarial, restricciones sin cuento de servicios. Sin embargo, no se han aprobado medidas que obliguen a los de arriba, a los que se envuelven en la bandera rojigüalda, a poner un solo euro sobre el tapete. Todo lo contrario: se han reducido sus aportaciones fiscales, se les ha abaratado el coste del despido y se les ha premiado con una amnistía fiscal que es un cruel sarcasmo para el contribuyente. Por eso, cerca de tres millones de españoles -según el último estudio del Observatorio del Consumo- compran habitualmente artículos de lujo. Las ventas de estas prendas que “te hacen sentir único y poseedor de la exclusividad” aumentaron el pasado año un 25 por ciento. Viven en una burbuja protegidos por la cobardía de nuestros políticos.

Para la gente corriente, el gobierno ha preparado una batería de nuevos recortes sociales. Sus escasas explicaciones, suelen denigrar a los que trabajan o usan los servicios públicos : “consumen muchas medicinas”, “se aprovechan de la ley de dependencia”, “trabajan pocas horas”, “usan fraudulentamente las cartillas”. Nos hacen discutir sobre los cuatrocientos euros para el cuidado de un dependiente o sobre los presuntos privilegios de los funcionarios, mientras olvidamos que los poderosos tributan menos de la mitad que sus trabajadores. A diferencia del New Deal de Roosevelt, aquí no se fotografían con respeto las colas del paro, los desahucios de viviendas o la dignidad de los que viven de su trabajo. Todo lo contrario: se desprestigia a los de abajo, se alienta la insolidaridad social y la confrontación entre los que nada tienen con los que tienen poco. Los frutos de todo esto pueden ser muy amargos.