lunes, 25 de noviembre de 2013

DOS IZQUIERDAS, UN SOLO GOBIERNO


Publicado en El País Andalucía

   Al parecer hay una disputa soterrada dentro del Gobierno andaluz por ocupar el territorio de la izquierda. Susana Díaz, nada más llegar a la presidencia de la Junta de Andalucía, clavó su bandera sobre estos montículos y proclamó que no está dispuesta a dejárselos arrebatar. En realidad no se trata de ningún cambio de estrategia sino de táctica electoral. Cualquier estudio desapasionado sobre comunicación política indica que los recortes y decisiones duras de la gestión han recaído hasta el momento en el campo del PSOE mientras que las medidas más gráciles y sociales se atribuían a la acción de Izquierda Unida. Aunque es evidente que los despidos de funcionarios y los recortes sanitarios o educativos han sido motivados por el ajuste duro del Gobierno central, en su gestión diaria los costes han recaído sobre el PSOE mientras que los tímidos avances en materia de desahucios de viviendas o en protección social, se los ha anotado IU.

   La parte pesoística del Gobierno ha sido más bien torpe en no anotarse algunos contrapuntos interesantes a las políticas del PP como son la subasta de medicamentos, el mantenimiento de becas, la contención de las tasas universitarias que son las menores del Estado o la renuncia a medidas tan crueles como la retirada de la tarjeta sanitaria a los inmigrantes. Sin embargo IU vendía sin esfuerzo los titulares de expropiación a los bancos de un centenar de viviendas por tiempo limitado o se anotaba la distribución de alimentos en las escuelas andaluzas.

   Lo que hasta ahora había sido una disimulada competencia, amenaza con convertirse en un malestar cierto ante la proximidad de las elecciones europeas, cuyo resultado en Andalucía se leerá con mucha atención. Por primera vez, tras esta durísima crisis, sabremos la respuesta del electorado andaluz a las políticas del PP y sabremos el grado exacto de apoyo que el pueblo otorga a cada una de las fuerzas que componen el Gobierno de coalición.

   La cercanía de estas elecciones va a provocar, sin duda, una mayor confrontación —o apariencia de ella— entre los socios de Gobierno del PSOE e IU. Ambos miran de reojo, cada vez con mayor insistencia, el marcador del partido. El problema, sin embargo, es que hay otros jugadores en la partida a los que no prestan la necesaria atención. O dicho de otro modo, que el PP en Andalucía esté descabezado y en un marasmo shakesperiano por la sucesión no supone, automáticamente, su descenso o su desaparición política.

   El PP andaluz, malversando a Cernuda, es un sueño que algunos necesitaron para seguir existiendo, pero la esencia del PP no es andaluza; no necesita líderes andaluces reconocidos para seguir existiendo; es un voto de la derecha política que no requiere de una existencia cierta en Andalucía para seguir vivo electoralmente.

   Como tampoco esa fuerza emergente del centralismo derechista posmoderno que es UPyD, necesita de líderes reconocidos en Andalucía para seguir creciendo en intención de voto.

   Otro elemento que los componentes del Gobierno andaluz no valoran convenientemente es el impacto que está causando la atractiva idea de salir de la crisis. De acuerdo que los datos sociales son demoledores pero este eslogan, repetido por el Gobierno, conecta con la esperanza ciudadana de poner fin a la pesadilla. La izquierda no puede eludir este debate de la salida de la crisis con la simple denuncia de la situación ni mucho menos con el dibujo espeluznante de mayores desastres futuros. La izquierda agorera que proclama que “lo peor de la crisis está por llegar” no puede ganar ninguna batalla. Solo la bandera de la esperanza podrá sacarnos de este presente aciago.

   Por eso, si el Gobierno andaluz quiere competir en el terreno de la izquierda sería mejor que lo hiciera de verdad: poniendo sobre la mesa no ocurrencias sino nuevos proyectos de empleo, de medioambiente y de gestión renovada de los servicios públicos. Si de verdad desea conquistar terreno social debería dejar de lado la resignación o la caridad y recuperar la ambición del cambio.
 @conchacaballer

JUSTICIA Y GOBIERNO CHAPAPOTEAN


Publicado en El País Andalucía

   Ya es definitivo: ni somos ciudadanos, ni las leyes nos protegen ni el Gobierno defiende el interés general. Que no cunda la desesperanza, pero no es posible seguir mucho tiempo en una situación que nos arrebata la dignidad, que nos hace comulgar con ruedas de molino y sacrifica nuestros principios más elementales al dios de la recuperación económica.

   La sentencia del Prestige y todo el entorno político y cultural que lo rodea, nos coloca de rodillas, despojados de toda dignidad como sociedad o como país. El Congreso norteamericano obligó a la petrolera British Petroleum a reconocer y hacerse cargo del coste del vertido en el Golfo de México. El mismo día de la sentencia del Prestige, Ecuador condenó a la petrolera norteamericana Chevron a pagar 6.400 millones de euros por los vertidos en la cuenca del Amazonas. Ninguna de estas decisiones ha estado exenta de contradicciones pero la opinión pública estadounidense y la presión de las plataformas de campesinos de la Amazonía, en el segundo caso, han conseguido que sus respectivos Gobiernos levanten la cabeza frente al abuso de las multinacionales.

   Ahora, pasen y vean lo ocurrido en nuestro país. El ministro de Agricultura y Medio Ambiente, Miguel Arias Cañete, se ha “felicitado por la sentencia del Prestige” a la vez que ha afirmado que “las autoridades actuaron razonablemente bien”. Lo peor de todo es que estamos tan acostumbrados a los despropósitos políticos que ya apenas los percibimos.

   Imaginen a Obama felicitándose por una sentencia que exculpara a BP de los vertidos de su plataforma petrolífera y eximiera a la compañía del pago de indemnizaciones; imaginen a un mandatario de cualquier país del mundo celebrando que las tropelías medioambientales contra su nación no se castiguen penalmente ni se exija ninguna indemnización por los daños sufridos.

   Pues eso está ocurriendo en nuestro país. Ni siquiera nos preguntamos por qué el Gobierno no recurre, no exige, no demanda a los armadores y compañías… Hemos aceptado que lo propio de un gobierno es mantenerse en el poder, no asumir responsabilidad alguna por los errores cometidos, no cesar jamás a un miembro de su gabinete, mantener un honor ficticio a puerta cerrada, aunque medio mundo se ría esta semana de “la marca España”, un país que deja impune el mayor delito medioambiental de los últimos 50 años.

   Perdieron los de siempre: los pescadores que no pudieron faenar, los comercios que no pudieron vender, los voluntarios que limpiaron el chapapote con sus propias manos, los pájaros y las especies naturales envenenadas. 4.200 millones de euros arrojados al mar de la desesperación. Pero el Gobierno se felicita de la derrota del Nunca Mais, de esa marea humana de ciudadanía, de participación, de limpieza que desbordó las calles de Galicia y que levantó la conciencia medioambiental en todo nuestro país. A fin de cuentas Nunca Mais se convirtió en el símbolo de la limpieza y la dignidad, en una amenaza contra el estado permanente de ocultación y de mentira en el que chapapotea todo nuestro país.

   Por eso esta semana me he acordado de Larra, de la generación del 98, de todos los escritores que han entonado el lamento por España, donde escribir es llorar, donde la injusticia campa a sus anchas. Un país donde se pena más la desobediencia a la autoridad que el delito contra las personas; donde los Gobiernos se preocupan de mantener sus cargos y de silenciar los problemas; donde la Justicia nos ofrece una impagable lección para las generaciones venideras: que si se inclinan a robar, esquilmar o destruir, lo hagan a lo grande.

   ¿Cómo educar, tras estas sentencias, a los jóvenes en el respeto a la ley? ¿Cómo hablarle de derechos medioambientales, de responsabilidad en el uso de los recursos naturales, de estado de derecho, si el triste paisaje del chapapote en Galicia, de la negra marea de las minas de Aznalcóllar no ha recibido siquiera el más mínimo reproche penal en los tribunales de justicia? “El Gobierno se felicita por la sentencia del Prestige”, es el cínico epitafio de esta historia.

domingo, 10 de noviembre de 2013

ES COSA DE HOMBRES


Publicado en El País de Andalucía

   Nos creemos a salvo. Tendemos a pensar que nuestra formación, nuestra cultura, nuestra forma de vida nos mantienen a salvo de la violencia canalla que asesina a varias mujeres cada semana. Estamos convencidos de que no formaremos parte de ese racimo de víctimas que se asoman débilmente a los informativos. Tenemos la seguridad de que esa escalera, ese bloque de pisos, esos vecinos no serán nunca los nuestros.

   Aunque repetimos que no hay un perfil de víctima de la violencia de género, en el fondo creemos que es un mal que acecha a los otros, a los que no supieron defenderse, ni educar, ni rebelarse contra la discriminación. Esta semana hemos tenido pruebas evidentes de lo contrario: una mujer fuerte, feminista, que aconsejaba denunciar a la primera agresión y que participaba en los actos de violencia contra las mujeres, ha sido asesinada por su exmarido. Las flores de la igualdad no pueden crecer en un campo minado de malas hierbas, cruzado de amenazas, costumbres y viejas complicidades que nos obligan a ser “buenas” más allá de nuestros propios intereses.

   Creemos haber puesto a salvo a nuestras hijas de la violencia machista. Las hemos educado en el ejercicio de la igualdad y estamos seguros de que ellas, tan libres y decididas, nunca consentirán que limiten sus vidas. Pero no hemos cuidado con igual esmero el terreno en el que crecen. No hemos eliminado complicidades, trampas sentimentales, discursos míticos en torno al amor y a las relaciones. Hemos levantado un ideal igualitario para las mujeres jóvenes pero no se ha construido un ideal masculino de nuevos valores que atraiga a los varones, que los haga parte indispensable de estas formas de vida igualitarias.

   Hablamos a los jóvenes de igualdad, pero lo que detectan a diario en su vida cotidiana es la tremenda incomodidad masculina frente a la libertad de las mujeres. El inconsciente colectivo no se ha desprendido aún de la materia pegajosa y sucia de los viejos tiempos. Se renuevan viejos mitos contra la nueva libertad de las mujeres: son egoístas, astutas, golfas, interesadas o manipuladoras. Lo dicen escritores que lamentan la pérdida de la feminidad, jueces que intencionadamente lanzan el infundio de que la mayor parte de las denuncias de malos tratos son falsas, programas de televisión que ritualizan una lucha de sexos con los viejos esquemas o informativos que presentan un execrable crimen machista como una historia de amor.

   Las nuevas redes sociales sirven de refugio al más viejo machismo. Las descalificaciones, los insultos contra las mujeres proliferan como setas venenosas. La crisis económica y la irritabilidad so cial son, además, un buen campo de cultivo del nuevo antifeminismo, de una revuelta anónima y clandestina contra la igualdad de las mujeres. Los amargos frutos de esta situación no se han hecho esperar. En varias comunidades el número de mujeres menores de 25 años atendidas por maltrato supone ya más del 25% del total. Los datos nos indican que no hay tampoco un perfil determinado de víctima. Que no hay vacuna que inmunice a nuestras chicas frente a las miles de caras y de estrategias de culpabilización con las que el machismo se disfraza, empezando por un concepto de amor romántico que es pura posesión. Pero donde realmente tenemos que poner los esfuerzos es en cambiarlos a ellos, a los agresores.

   Para eso, nada mejor que presentar referentes masculinos igualitarios, defensores de este nuevo territorio recién conquistado. Hombres que pongan voz y acciones, que sean los primeros en denunciar los crímenes machistas, indignarse por la muerte de cada mujer y avergonzarse de cada acción que atente contra la igualdad de las mujeres.

   Es el momento de que los hombres que han hecho suyos los ideales de igualdad se hagan visibles en las redes, en la educación, en los medios de comunicación. Si queremos que crezca la flor de la igualdad, es indispensable que hagamos visible, deseable y feliz una nueva masculinidad. La nueva etapa de la lucha contra la violencia de género, es ahora cosa de hombres.
@conchacaballer

CONSEJOS PARA ESCRIBIR

Publicado en El País de Andalucía


   Había escrito un artículo titulado El chollo de la religión en el Bachillerato en el que desmenuzaba las negociaciones del PP con la Conferencia Episcopal en el último tramo de la Lomce. Según todas las informaciones, habían decidido incluir una enmienda por la que todos los centros tendrían que ofertar la Religión entre sus dos o tres asignaturas optativas del Bachillerato. Sin embargo, oh milagro, a última hora han dado marcha atrás y aunque no queda claro el tratamiento final, tuve que retirar precipitadamente el artículo hasta disponer de más información. Una buena noticia que a mí me dejaba con la columna vacía justo en el momento en que iba a emprender un pequeño viaje.

   Tenía que encontrar rápidamente otro tema sobre el que escribir y para colmo no paraba de sonar el teléfono. Les expliqué a mis hermanos y amigos con los que había quedado que llegaría algo más tarde porque no había decidido todavía el motivo del artículo.
 —Escribe de algo que no sea de política, que estamos muy cansados —dice mi hermano.
—No escribas otra vez de tu instituto hasta que pasen unos meses, que últimamente estás muy pesada con tus alumnos.

   Uno de mis cuñados me pide que sea positiva: —La gente quiere algo a lo que agarrarse y no encuentra más que desesperación. Tú deberías escribir textos que den esperanza.
—Pues a mí, con sinceridad, lo que me gusta es la literatura. Deja la política y la actualidad. Pasa a hablar de literatura que es tu territorio —me aconseja un amigo.

   Alguno me propone escribir de Halloween, de cómo hemos importado la fiesta americana con todos sus avíos, truco o trato incluido. Le digo que no estoy de acuerdo, que me gustan las fiestas que hacen suya la calle y que hace muchísimos años en los pueblos se celebraba esta noche con calabazas o melones perforados, con velas y túnicas blancas, con bromas macabras y cuentos de miedo. Me contesta que me lo estoy inventando, que esa fiesta es made in USA hasta los tuétanos, que nos colonizan culturalmente y nos explotan económicamente. Le aclaro que en todo caso se enriquecen los chinos que son los que han vendido todos los disfraces que se pasean por las calles.

   El amante de la literatura propone que le dé un giro poético al tema, que hable del paso del tiempo, de la muerte, de la casa vacía y del olvido. Le contesto que el Halloween de verdad está en las portadas de los periódicos del día: los bancos han ganado un 80% más sin prestar dinero a la economía sino al Gobierno, las cuchillas de Melilla cortarán las manos a los inmigrantes, el velo islámico regresa al Parlamento turco…
—¡Uff! Nos vas a dar el fin de semana… Habla de las bodas notariales. ¿No te has dado cuenta de lo que le gusta al PP una notaría? ¡Ya quisiéramos profesores, personal sanitario, autónomos, tenderos o metalúrgicos gozar de una cuarta parte del amor que el Gobierno le profesa a nuestros notarios! ¡Con qué mimo los cuidan! ¡Cómo valoran su trabajo! ¡Cómo están dispuestos a quitarse de sus propias carnes expedientes y competencias para cederlas graciosamente a las notarías! —me propone una amiga.

   El tema es tentador, lo confieso, pero la siguiente llamada me destroza el tratamiento.
—¿Qué quieres que te diga? A mí me parece bien casarse por lo notarial —mi amigo siempre ha sido muy antimatrimonio y solo el matrimonio homosexual lo ha reconciliado levemente con la institución—. Por fin el Gobierno reconoce que el matrimonio es un contrato o un negocio como otro cualquiera.
—Pero costará 95 euros y es una privatización descarada —le replico.
—Los Ayuntamientos también cobran —me responde.
—Solo algunos. Y les prestan suntuosos salones, una ceremonia bonita y con glamour.
—Al final, el sentimentalismo nos puede —concluye.

Y así es imposible. Imposible escribir sin sentimientos, alejada de la política, con esperanza, divertida, sin mención alguna a mi instituto y con todas las contradicciones a cuestas. Ustedes me perdonarán.
@conchacaballer

OTRA VEZ, NO



Publicado en EL País de Andalucía 

   Según Montoro, ministro de Hacienda, “los salarios no están bajando en España sino que moderan su crecimiento”. El Congreso de los Diputados está cada día más entretenido. El ministerio de la verdad es cada semana más surrealista: brotes verdes, salarios en crecimiento moderado, selección de estadísticas elaboradas por chamanes enloquecidos, reinado del oxímoron, paraíso del lenguaje encubridor, lugar donde el topless está prohibido mientras se desnuda “preventivamente” a las invitadas…

   Aunque los salarios —claro que no—, no bajan, por cuarto año consecutivo los Presupuestos Generales del Estado decretan la congelación salarial de todos los empleados públicos. No importa que el ministro prevea mayores ingresos y recuperación económica. A la función pública, ni agua, debe ser la consigna. Si tienen todavía alguna duda sumen estos descuentos: el IPC (según datos oficiales del INE) desde 2010 hasta el día de hoy ha subido un 9,1%. Se espera que el año próximo lo haga un 1,5% lo que significa que solo por efecto de la congelación salarial la función pública perderá 10,6 puntos de poder adquisitivo. A esto hay que sumarle la supresión de la paga extraordinaria efectuada por el Gobierno central que supuso una rebaja de 7 puntos sobre las retribuciones totales. Y, todavía no satisfechos con esto, sumen los 10 puntos que se derivan de la supresión de los complementos de la paga extraordinaria en la Comunidad Autónoma de Andalucía. Todo esto sin contar (no quiero llevarles a la desesperación) el aumento del 5% del IRPF o los gravámenes de todo tipo de impuestos. La pérdida total de poder adquisitivo de los funcionarios oscila entre el 20% y el 30% de sus ingresos.

   Con este panorama el ministro Montoro nos explicó, con expresión de quien merece ser calurosamente felicitado, que el próximo año se mantendrían las pagas extraordinarias.
Ese conflictivo recorte, se le olvidó decir, lo dejaba al arbitrio de las Comunidades Autónomas.Lo peor del caso es que la comunidad que inmediatamente tomó el guante fue Andalucía. El Gobierno andaluz, tras rechazar los Presupuestos Generales del Estado y afirmar que “estaban diseñados para asfixiar a las Comunidades Autónomas” y que le “restaban a Andalucía 1.200 millones de euros”, ha decidido suprimir la mitad de las pagas extras de los funcionarios andaluces. Es decir, que en vez de reclamar ante el Gobierno central la financiación que le corresponde o buscar nuevas formas de ingresos, vuelve a golpear a los trabajadores públicos.

   Se trata de una medida socialmente injusta, políticamente suicida y económicamente contraproducente. El Gobierno andaluz argumenta que lo hace para conservar el empleo público pero, aún si así fuera, no se puede combatir una injusticia con otra de idéntico calado, máxime cuando se hace de forma reiterada. Prácticamente todas las comunidades tienen idénticos complementos y forman parte del salario reglado de sus trabajadores. No se trata de una paga potestativa ni arbitraria que se pueda suprimir sin consecuencias.
En el plano político la medida es suicida porque los mismos dirigentes políticos del PP que aprietan las cuentas públicas de Andalucía serán los primeros en ponerse a la cabeza de la protesta por el recorte de las pagas públicas. El Gobierno regional acaba de regalarle su discurso político al desangelado PP andaluz que andaba a la deriva. El Ejecutivo de Andalucía perderá toda credibilidad en la oposición a las políticas de recorte de los servicios públicos, porque no puede haber calidad alguna cuando el colectivo que los sustenta es vapuleado continuamente. Para la ciudadanía, se fomenta la idea de que todos son iguales, sin paliativos.
Finalmente, la medida es equivocada en términos económicos. Los 322 millones que se detraen a los funcionarios no solo se restan de sus bolsillos, sino de la calle, de las tiendas, de los servicios, de la actividad económica y del empleo. Empobrecer a un cuarto de millón de ciudadanos andaluces nos hace más pobres a todos.
@conchacaballer

LA SUPERIORIDAD MORAL DE LA IZQUIERDA



Publicado en El País de Andalucía 

   No se acaban de poner de acuerdo en su tesis central. Unos días se empeñan en argumentar que “la vieja división izquierda y derecha ya no existe” y, a la semana siguiente, elaboran un cuadro completo para demostrar que ha terminado la superioridad moral de la izquierda.

   Es verdad que la denominación izquierda y derecha solo designaba el lugar en el que se sentaban los delegados que defendían los privilegios reales de los que se oponían y que un lugar geográfico no determina tu forma de pensar ni la coherencia de tus actuaciones. También es cierto que nadie está construido de una pieza, sin contradicciones. Hay personas de la izquierda incoherentes o egoístas y personas de la derecha política que practican valores de solidaridad.

   Pero hagamos un ejercicio sencillito de utilidad. Desde la llegada de nuestro país a la democracia, intenten recordar una o varias leyes que afecten a derechos sociales, a la igualdad de oportunidades, a la creación o la ampliación del estado del bienestar, a la justicia social, que haya sido elaborada o impulsada por partidos u organizaciones de la derecha. Repasen detenidamente: la universalización de la seguridad social, la universalización y ampliación de la enseñanza, la igualdad entre hombres y mujeres, el reconocimiento de derechos de las personas homosexuales, la ley de dependencia, los sistemas de protección social… Ni uno solo de ellos ha sido impulsado por gobiernos de la derecha en nuestro país o por sus organizaciones sociales.

   Por el contrario, a la chita callando, aprovechando la crisis económica, mientras usted y yo comentamos el último episodio de corrupción o de descrédito de los políticos, se está reformando todo el edificio institucional propio de un estado de bienestar en función de unos valores que se asientan en el poder del dinero, la división social y el quebranto de la igualdad de oportunidades. No hay una sola ley importante que no esté siendo convenientemente talada, disminuida o simplemente aniquilada. La justicia gratuita ha dejado ser tal y ahora si, por ejemplo, quiere pleitear contra las cláusulas abusivas de los bancos, prepare 300 euros para la primera demanda. La seguridad social ha dejado de ser universal y se ha expulsado a más de 700.000 inmigrantes. El aumento de las pensiones deja de estar ligado a su indicador real que es el coste de la vida. Los derechos de las personas con dependencia han dejado de ser vinculantes y se han convertido en potestativos. En la educación se impone el criterio de excelencia al de igualdad y se aumenta el poder religioso en las aulas… Hasta 30 leyes centrales para nuestra vida están siendo modificadas en una operación que ya no se puede llamar reforma, sino demolición.

   Para el triunfo de esta operación se requiere la liquidación del patrimonio moral y ético de la izquierda. Necesitan como el agua el sindicalista corrupto, el político de izquierdas trincón. Anoten como la lupa inquisidora no encuentra, o mejor no busca, conductas delictivas en las organizaciones sociales de la derecha. Fíjense en la benevolencia que se aplica a las conductas delictivas de los empresarios y cómo empieza a ser ya una preocupante toma de partido ideológica.

   Pero lo anterior no pretende disminuir la responsabilidad o la condena moral de políticos o sindicalistas de izquierda que realmente se hayan enriquecido o malversado caudales públicos. Todo lo contrario. El daño que han producido va mucho más allá de su penalización legal. Sea cual sea su condena, no pagarán el daño que le producen a la izquierda y al movimiento obrero en este país. Han rasgado ese delicado tejido construido con el sacrificio de miles de hombres y mujeres que han dedicado sus vidas a la defensa de causas justas, al progreso de la gente más sencilla, a la conquista de derechos que nos han hecho más libres. Hombres y mujeres, ideas y valores que son ahora más necesarios que nunca. En cuanto a los otros, si se demuestra su culpabilidad y su enriquecimiento personal, ni una lágrima por ellos. Malditos sean.
@conchacaballer

NO NOS PODEMOS QUEJAR

    Se ha convertido en el principio y final de muchas conversaciones. Es el resumen perfecto, el punto y aparte de la comunicación de nuestras desdichas. La pronunciamos encogiendo los hombros, entornando los ojos y con una mueca de impotencia en los labios.

    Con esta expresión socializamos nuestras desgracias, sentimos formar parte de un colectivo al que todavía le han ido las cosas peor que a nosotros mismos. No importa cuantas injusticias nos asolen porque siempre habrá alguien más desprotegido, más pobre o más solo.

    Lo malo es que una frase de uso privado que pretendía animarnos, formar parte de una cadena humana y socializar nuestras desgracias, se ha convertido en un discurso oficial impuesto que pone fin a cualquier reclamación y a cualquier asomo de sublevación social. No es que no nos podamos quejar por solidaridad con los que más sufren, es que no nos podemos quejar porque pueden arrojarnos al escalón inmediatamente inferior y eso nos causa pavor.

    El funcionario al que le esquilman por enésima vez sus haberes no se puede quejar porque es fijo. Al que han reducido su sueldo de forma brutal, no puede protestar porque al menos no ha sido despedido. El joven contratado por un raquítico puñado de euros, al menos no ha tenido que salir de nuestro país. Incluso el que está en la cola del paro puede considerarse afortunado porque todavía no recoge a la puerta del supermercado los productos caducados. La cadena de no queja, no reclamación, no protesta, se extiende al infinito. A fin de cuentas, todos tenemos algo propio, que no nos pueden arrebatar, una mano amiga o un hueco por el que escapar de las desdichas.

     Nuestra cotización ha caído porque nos consolamos con las desgracias ajenas
La ofrenda de agradecimiento por “nuestros privilegios” se deposita a los pies de los poderosos. Con cada “no me puedo quejar” cedemos territorios que pertenecían a nuestros derechos, a nuestro trabajo e incluso a nuestra dignidad. Trabajamos más horas por menos salario; consideramos potestativa una paga extraordinaria que forma parte de nuestros derechos; nos aprestamos a trabajar fuera de convenio o a hacer horas fuera de contrato; a regalar nuestro trabajo y nuestro esfuerzo sin conflicto social alguno.

    El hecho de que haya otras personas en peores situaciones que nosotros se ha convertido en la coartada perfecta para reformular el marco laboral. Y no me refiero a las injustas leyes promulgadas sino al derecho que se escribe en la calle, en las empresas, con prácticas crueles que las estadísticas apenas detectan, con salarios de miseria y condiciones leoninas nunca antes descritas. Algunas mujeres adelantan su incorporación laboral tras el parto por miedo a ser despedidas; muchas personas acuden enfermas al trabajo por miedo al despido. Por supuesto, también sin quejarse.

    El valor del trabajo ha caído drásticamente en el mercado. Nuestro esfuerzo, nuestro saber, nuestra inteligencia apenas valen nada. No importa que el sector para el que trabajemos sufra la crisis o apenas la haya sentido. Nuestra cotización ha caído vertiginosamente porque tenemos miedo, porque nos consolamos con las desgracias ajenas, porque asumimos acríticamente todos los discursos manipuladores y engañosos que nos lanzan a diario, porque nos hemos resignado a ser hojas al viento.

    El miedo insuperable a caer más bajo en la escala social nos paraliza. Y de todas las estrategias defensivas inútiles esta es la más contraproducente. Si en vez de no quejarnos pasáramos a hacerlo; si en vez de callar, alzásemos la voz; si en vez de estar aterrorizados, actuásemos; si en vez de resignarnos a todas las injusticias grandes y pequeñas, pronunciásemos un rotundo y terco no, entonces esta crisis se escribiría con otro final.

   Trabajar no es un privilegio, sino un derecho. Léanse la Constitución. No hay privilegio alguno en cobrar lo justo, en trabajar lo estipulado, en no ser explotado, en tener vacaciones o baja laboral cuando estamos enfermos. No llamemos paciencia al miedo, ni espíritu positivo a lo que es simplemente una rendición.
@conchacaballer

sábado, 9 de noviembre de 2013

MANO DURA Y PASO ATRÁS

Publicado en El País Andalucía

          Tardamos mucho en comprenderlo, pero los seres humanos no somos flores de una sola generación. Acumulamos experiencias, miedos, recelos o esperanzas de generaciones anteriores. Yo no viví la Guerra Civil, claro está, pero mi familia sufrió de una forma terrible la violencia de aquel tiempo. Conservo una foto, fechada alrededor de 1927, de mis familiares en una celebración. Lucen sonrientes, atractivos y seguros. Nadie hubiera imaginado que pocos de ellos seguirían con vida 10 años después. Y la historia que no vivimos, dejó sus huellas en varias generaciones posteriores. Si alguien piensa que voy a contarles una historia más de la Guerra Civil, se equivoca. Lo que quiero expresar es que somos parte de una cadena. Que hablan por nosotros voces distintas, aunque no ajenas.

        Se han escrito muchos libros sobre la dictadura, pero lo que apenas se ha contado es el tono moral de esa época. La maldad, la crueldad, el clasismo que no solo se expresaba en los calabozos sino en la vida cotidiana. No toda la sociedad era siniestra, pero el pensamiento dominante era miserable e inmisericorde. A la vuelta de una jornada infructuosa, el cazador podía disparar un tiro en la cabeza del perro que lo acompañaba. La correa de los pantalones servía para propinar terribles palizas a los niños. Las personas con discapacidad eran ocultadas como un estigma. De las mujeres… para qué hablar. Lean a Delibes o vean esa película reveladora de Carlos Saura llamada La caza.

            Los sistemas autoritarios necesitan pensar mal del ser humano, ponerse en lo peor, alentar la venganza, desprestigiar el perdón, castigar, proclamar que no hay redención posible. La democracia no sólo nos hizo más libres, sino también más buenos. Alentó nuestros mejores deseos, nos ofreció ciertos ideales colectivos.

           Ahora que todo se resquebraja, vuelven las ideologías del mal a apoderarse de nuestra mente. Debe haber explicaciones sociológicas para ello. Las soluciones drásticas nos tranquilizan. El racismo nos concede una superioridad rápida ante los demás seres humanos. El castigo severo nos convierte en dueños de no se sabe qué futuro.

           Dicen que el 70% de la sociedad española es partidaria de la cadena perpetua. Y lo creo. Seguramente si le preguntasen —y no lo hacen porque no es correcto— por la pena de muerte también obtendría un considerable respaldo. La gente pronuncia frases que han sido implantadas en su cerebro a fuerza de sensacionalismo barato y de espectáculo mercantil: “matar sale muy barato” o “en España hay muchos asesinatos”. No importa que los datos demuestren que nuestro país es uno de los más seguros y pacíficos del mundo. Tampoco que las condenas en España sean de las más duras de nuestro entorno.
     
           Cuando un prejuicio se asienta en nuestra cabeza es inmune a la verdad.Para estas reformas legales se invoca el dolor de los familiares de las víctimas, sin ser conscientes de que el peor daño que la sociedad les puede hacer es no ayudarles a superar su pérdida. Por el contrario, hay verdaderos especialistas en alimentar su furia, su insatisfacción. Una senda delicada que no los dejará vivir en paz.

           Uno de los pilares ideológicos del autoritarismo es la desconfianza en el ser humano, su incapacidad de gobernarse y la creencia de que solo “el palo y la mano dura” solucionarán los problemas, excepto con los delitos económicos donde la permisividad llega al extremo. Por eso, cada vez que suenan las trompetas del autoritarismo, se remueve el caldo de cultivo de la inseguridad ciudadana. Si la finalidad fuese luchar más eficazmente contra el delito, se aumentarían los recursos para la investigación policial y se pondrían en marcha sistemas efectivos de reinserción de las personas presas. Pero, no nos engañemos, no es ese el objetivo, sino apaciguar una demanda populista que ellos mismos han creado y que no tiene fin. Lo único que nos falta es que, además de salir de la crisis más pobres, salgamos más malos, sin rastro alguno de confianza en el ser humano. Mano dura y paso atrás.