sábado, 22 de enero de 2011

Un pinganillo para el andaluz

Este es el artículo de esta semana en El País de Andalucía

Ahora que el Senado ha repartido pinganillos para que los representantes puedan seguir las intervenciones en las diferentes lenguas del Estado, no estaría de más inventar un adminículo para que se dejara de despreciar la forma de hablar de los andaluces y, de paso, a nuestra tierra. Claro que el cacharrito habría que distribuirlo entre millones de españoles que consideran su forma de hablar el castellano más culta y correcta que la de los andaluces.


De momento me conformaría con que el mencionado pinganillo se repartiera entre los medios de comunicación -especialmente sus directores, guionistas y presentadores-, así como entre aquellos políticos que consideran una superioridad moral la pronunciación de las "eses" finales de las palabras.
Mi propuesta tiene base legal, no se crean. En la Constitución, en el mismo artículo 3 que establece el castellano como lengua oficial y la cooficialidad del resto de las lenguas aparece este apartado que naufraga en el mar del olvido: 3.3. La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección.
Los que piensan que el andaluz es una forma incorrecta de hablar castellano, no hacen sino mostrar su propia incultura y desconocimiento histórico. El andaluz es una evolución histórica del castellano que ha tenido una fuerte influencia en la mitad sur de la península y en el español de América. Fue, además, la lengua que generó la primera gramática y que a punto estuvo, si no hubiera sido por los azares históricos, de ser la norma oficial del castellano. El segundo argumento contra el andaluz suele ser su falta de uniformidad y su diversidad de hablas. A los que esgrimen estos argumentos les recomiendo una lectura atenta de los manuales iniciales de lingüística, preferentemente Saussure, para comprender que tan importantes son los rasgos presentes de la lengua como los ausentes. Es decir, no importa si la s final se aspira o se abren las vocales, lo importante es que ningún andaluz tiene la "ese" final castellana. Por eso, aunque unos aspiremos y otros no, aunque unos seseemos, otros ceceemos y otros distingan c y s, cuando salimos de nuestra tierra somos reconocidos inmediatamente como andaluces.
Pero, el argumento más miserable contra el andaluz, es confundirlo el uso vulgar de la lengua. Un andaluz inculto introduce los mismos vulgarismos que un vallisoletano de su nivel y muchos menos que un madrileño inculto porque rara vez comete errores sintácticos. Sin embargo, un andaluz culto hablará sin asomo alguno de vulgarismos en su lenguaje. Pero, los prejuicios consiguen que se perciban como más correctas las barbaridades gramaticales y sintácticas de Belén Esteban o el acento gutural e impreciso de los catalanes cuando hablan castellano, que la forma de hablar de los andaluces. En este caso, es la historia reciente de Andalucía la que nos condena porque se asocia el uso del andaluz al subdesarrollo.
Algunos andaluces han interiorizado la idea de este desprestigio y apenas ascienden en la escala social se apresuran a pronunciar unas "eses" esperpénticas, verdadero testimonio de su complejo de inferioridad. Los que se atreven a exhibir la cuidada y hermosa forma de hablar andaluza muestran a todos la riqueza de nuestro patrimonio lingüístico y su capacidad de comunicación.
Y es que tiene el andaluz una riqueza singular, una gran vitalidad expresiva y creativa , un vocabulario rico y, sobre todo, una eficaz modernidad. Como se sabe, el idioma tiende a la economía, y a largo plazo triunfan las opciones más ligeras. Por eso, rasgos típicos del andaluz como la relajación de las consonantes finales e intervocálicas o el yeísmo se van imponiendo soterradamente en los últimos años. Los que ahora se ríen, a largo plazo hablarán un castellano fuertemente influido por el andaluz. Mientras tanto, que les coloquen de una vez el pinganillo del respeto a Andalucía y a nuestra hermosa forma de hablar.

domingo, 16 de enero de 2011

Golondrinas del poder

Este es el artículo de esta semana en el País de Andalucía


Estoy empezando a creer que el PP ganará las próximas elecciones en Andalucía. No es por las encuestas, no. Aunque marcan una tendencia clara de descenso del PSOE, su margen de error es alto y el número de ciudadanos que no se pronuncian es excesivo. Si creo que va a ganar el PP es por el cambio gradual de chaqueta que empieza a operarse en los aledaños del poder, comenzando por Torretriana y siguiendo por algunos gestores de servicios públicos.

      Hace 20 años el Gobierno andaluz emprendió un proceso de externalización de servicios públicos, constituyó empresas públicas a troche y moche, que en realidad funcionaban como entidades privadas en la contratación de personal y de servicios. Estas empresas creaban, a su vez, sociedades aún más opacas de forma que se hacía complicado seguir la red administrativa de algunas consejerías. Las voces críticas con esta situación eran sumamente escasas y se silenciaban con argumentos de eficacia, modernidad y agilidad. Pues bien, 20 años después, algunos de los que han participado en este diseño administrativo, ponen el grito en el cielo, y exclaman con fingida irritación: "¡Aquí, se privatizan servicios!" con el mismo descaro que el cínico prefecto de policía en la película Casablanca exclamaba: "¡Qué escándalo, qué escándalo, aquí se juega!"

      Un ex alto cargo de la RTVA, de los que brillaban con luz propia por su programación chapucera y su servilismo ante el poder -hasta el punto que se adelantaba a los deseos de los propios gobernantes- , me refiere que hace falta un cambio político, "para airear el sistema" y que le abochorna la programación de la cadena pública, precisamente ahora que él no está.
      Altísimos cargos de instituciones que no quiero nombrar, y que han sido elevados a sus puestos directamente desde la sede del PSOE andaluz, pronostican con cierto agrado la victoria del PP en Andalucía y afirman que el Gobierno (que les mantiene en el cargo) carece de proyecto político, de liderazgo y de unidad, como si ellos no tuviesen nada que ver con este proceso.
      Finalmente, algunos de los tradicionales chicos del coro que desde sus tribunas o sus micrófonos justificaban cualquier actuación del Gobierno andaluz, engrandecían sus actos o proclamaban sus bondades, afirman hoy que "el cambio político en Andalucía es ya una necesidad" y se consideran a ellos mismos como un factor de saludable alternancia en vez de reconocer el cambio evidente de su ideología y su afán de permanecer.
      Le pregunté a un amigo, recién elegido por el Gobierno, si había visto excesiva politización en los altos cargos y su respuesta más sincera fue: "Todo lo contrario. Están completamente despolitizados, en el sentido de defender proyectos o ideas, y preocupados solamente por la permanencia en el poder. Ten en cuenta", me explicó, "que no hablamos de políticos que dan la cara en las elecciones, que pagan errores o se exponen ante el público, sino de miles de altos cargos que han sobrevivido a crisis de gobierno, a consejeros y a las disputas internas del PSOE".
      Y es que, efectivamente, el partidismo y la política son dos cosas absolutamente diferentes. Un alto cargo debe tener un proyecto político para el sector que dirige; sin embargo, el partidismo es solo una forma de reparto, de clientelismo social, que ha ahogado a la administración y que ha esterilizado la cosecha, hasta el punto de que ya no crece la flor de las ideas.
      En este clima, imagino que el teléfono de Javier Arenas no cesa de sonar y que los saludos que recibe son más cálidos y entregados que nunca. "Ya sabes que puedes contar conmigo", deben susurrarle en todos los tonos y construcciones gramaticales posibles. Aunque, el olfato de estos nuevos chaqueteros, les hace todavía encomendar una vela a Dios y otra al diablo. A Rubalcaba y a Arenas, concretamente. No vaya a ser que los vientos les engañen y les ocurra como a algunas golondrinas despistadas que confunden un día caluroso con la llegada del verano y se queden a la intemperie entre la nieve.

      domingo, 9 de enero de 2011

      Risas en China

      Tras las vacaciones de navidad este es el artículo publicado en El País Andalucía

      Por pura casualidad, he estado tres veces en China en los últimos 25 años, lo cual no me convierte en especialista en ese país pero sí en una curiosa observadora de sus cambios. La primera vez acababa de ponerse en marcha la reforma económica, que comenzó liberalizando una parte de la venta de los productos agrarios. Las avenidas de Pekín rebosaban de tenderetes con toda clase de verduras de enorme tamaño y restallante colorido. Vimos las primeras zonas abiertas de turismo y una sociedad que empezaba a recontar su riqueza por el número de patas de los muebles de su hogar y los enchufes de los aparatos eléctricos. Nunca supe cuántas patas eran necesarias para considerarse rico. Todavía las avenidas de Pekín eran un río de bicicletas negras y las autoridades habían decidido que los retratos de Mao fuesen un poco más pequeños que en la etapa anterior. Algo típicamente chino como pude comprobar en la casa de Shanghai donde se fundó el Partido Comunista. Allí las fotos de los fundadores que después habían traicionado al PCCh no habían desaparecido pero sufrían el justo castigo de tener unas minúsculas dimensiones frente a las imágenes más grandes de los que permanecieron leales. En un poblado cercano a Shanghai, las autoridades chinas nos informaron de sus planes para hacerse con el mercado internacional de productos de baja gama: adornos navideños y utensilios de todo tipo que después nos han inundado.
      La segunda vez estaban aún cercanos los sucesos de Tiananmen y el fracaso de la reforma política. A cambio de esto, el Régimen proclamó que el objetivo vital de los chinos era hacerse ricos. Los almacenes, los rascacielos innumerables que se elevaban, daban cuenta de que el objetivo estaba teniendo éxito. Era el tiempo de la transferencia tecnológica, de los acuerdos con las multinacionales europeas y americanas para la fabricación a bajo costo de sus productos. Las bicicletas compartían las avenidas con los coches alemanes cada vez más numerosos. Shanghai se había convertido en una ciudad con un paisaje urbano de ciencia ficción.
      La última vez, en el año 2002, formé parte de una delegación andaluza para la presentación de la oficina comercial Extenda en Pekín. Cuando el delegado comercial de España, nos informó de que China planeaba convertirse, en el plazo de unos diez años, en la segunda o tercera economía mundial, se escucharon las risas del auditorio. Yo ya había aprendido a tomarme en serio las estimaciones económicas de ese país. Las ciudades habían cambiado radicalmente, los nuevos ricos exhibían su nuevo estatus y la desigualdad patente se justificaba como paso previo del ascenso social. Las bicicletas perdieron definitivamente frente al empuje de los automóviles y las fotos de Mao escaseaban.
      Para el acto de presentación oficial, la delegación andaluza había transportado una abundante reserva de jamón ibérico, uno de los productos estrella de la promoción. En el momento en que Magdalena Álvarez tomó la palabra para dirigir un saludo, las luces se apagaron. Fueron solo unos minutos, pero cuando volvieron a encenderse no quedaba ni rastro de jamón en las numerosas bandejas dispuestas en el bufé. La colonia española había liquidado, en la oscuridad, el manjar de la degustación.
      De aquella delegación andaluza, compuesta por políticos y empresarios, solo tres sociedades tomaron en serio, en aquel momento, la comercialización en China de productos andaluces. El resto sonreía con la superioridad que al parecer confiere el simple hecho de ser europeo. Algunos medios de comunicación criticaron el despilfarro de la apertura de una oficina comercial en Pekín.
      Esta semana, cuando las empresas españolas se daban tortas por estar en la recepción de Li Keqiang y escuchaba que el turismo, las energías renovables, el aceite y el jamón pueden ser objetivos preferentes del comercio con China, me acordaba de todo esto: de las risitas en la presentación oficial; y del desprecio a todo lo ajeno, especialmente si no es blanco y occidental.