sábado, 31 de diciembre de 2011

Feminismo o barbarie

Publicado en el País de Andalucía

¿Qué tienen en común un judío ultraortodoxo, un talibán afgano, un musulmán radical, un cristiano integrista, un budista o un hindú recalcitrante? No es su creencia en Dios ni en la vida eterna; no es la oración ni la congregación; no es el sentido de la culpa y de la redención sino su profundo odio a la libertad de las mujeres. A todos les da por lo mismo.


No importa el origen mítico de la creación que cada religión recrea, si el ser humano nació del barro, de las nubes o del humo. No importan los ritos que se les consagren ni el nombre con el que los invocan: Yahvé, Alá, Dios, Ngai o Popol... Todas las religiones, especialmente las monoteístas, comparten un intenso rechazo a la igualdad de las mujeres y, en sus lecturas más extremistas, una brutalidad sin límites para castigar a las que se atreven a poner en cuestión la supremacía masculina.

Por supuesto que hay grados, escalas, matices que no se pueden pasar por alto. De todas ellas, el cristianismo es la religión que ha convivido más tiempo con sociedades que han separado el poder de la Iglesia y del Estado y, aún a regañadientes, ha ido aceptando los pasos de las mujeres hacia la igualdad. No obstante, su teoría sigue inmune a los cambios sociales como nos recuerdan con frecuencia las declaraciones de obispos y de representantes religiosos sobre violaciones, pederastia, aborto o igualdad de las mujeres.

Esta semana hemos conocido que los judíos ultraortodoxos de Israel escupen a las niñas por su vestimenta, determinan en qué acera de la calle debe caminar cada sexo, segregan en los autobuses a las mujeres, las casan sin su consentimiento y las privan de toda capacidad de decisión. Todo esto en una sociedad avanzada y ante el silencio cómplice, hasta ahora, de las autoridades. El judío ultraortodoxo es intercambiable con el talibán, con el extremista islámico, con el jefe de las tribus africanas más feroces y con algún obispo español.

Frente a estas manifestaciones ultrarreligiosas, están triunfando en el mundo árabe versiones algo más edulcoradas y laxas del poder religioso. En Egipto, las mujeres que salieron a la calle en demanda de democracia, fueron detenidas y humilladas. Unas autoridades que no se consideran a sí mismas integristas, sino moderadas, las sometieron a pruebas de virginidad. Pero el mundo todavía no ha comprendido que no se puede llamar democracia a ningún sistema político que no contemple, sin restricciones, la total igualdad de hombres y mujeres. Y todavía más, que no hay prácticamente ningún sistema político confesional al que pueda llamarse auténtica democracia.

Sin embargo, nuestros gobernantes se sientan y departen alegremente con regímenes que condenan y lapidan a las mujeres, que las torturan y las esclavizan, que las privan de sus derechos más elementales como personas, desde Arabia Saudí a los nuevos gobiernos afganos. Llaman democracias a gobiernos discriminatorios y saludan avances de regímenes que tienen como costumbre segregar a las mujeres.

Hay una internacional genocida que nadie denuncia. Diariamente en el mundo son asesinadas miles de mujeres por el simple hecho de pertenecer a este género; por haber infringido las normas públicas o privadas de la supremacía masculina. Lapidadas en la plaza por haber sido infieles o apuñaladas en el hogar por el mismo motivo. Víctimas de una misma religión: la que consagra al hombre en un lugar superior al de las mujeres. Por eso, queridos lectores, no se puede reducir la violencia contra las mujeres a casos particulares, a un conflicto familiar, a fallos en la aplicación de una ley, ni cambiar el nombre del delito. Se trata de un crimen cargado de ideología, de supremacía masculina, de venganza contra la libertad de las mujeres. Las palabras importan tanto que nos definen y, en este caso, trazan una línea divisoria. De un lado, la mayoría de la sociedad, incluidos la mayor parte de los hombres, que han comprendido el horror de la barbarie; del otro lado los bárbaros y los nostálgicos de los viejos tiempos.

Dios en el gobierno

Publicado en el País Andalucía

Cuando era pequeña creía que el color celestial era el azul y que en el cielo se hablaba latín. Con lo que se burlaron de mi no podía pensar que, al final, va a ser verdad y que la marea azul de la que se habla no es sino una oleada que restablece a Dios en la cumbre de todo poder. Al parecer, Dios ha ganado también las elecciones generales y ha vuelto a ocupar el espacio público que le corresponde.


Cuando esto ocurre en los países árabes nos recorre un escalofrío de desconfianza y recordamos que la laicidad y la democracia son conceptos prácticamente inseparables. Aquí, sin embargo, se coloca el cruficijo en las tomas de posesión como supremo testigo, una tradición franquista que ningún gobierno socialista ha tenido el sentido común de derogar. En esta ocasión, la toma de posesión del nuevo gobierno más bien parecía un acto religioso en los que la mayor parte de sus componentes, comenzando por el propio presidente, preferían jurar sobre la Biblia antes que sobre el texto constitucional.

Ya puestos, deberíamos conocer sobre qué páginas de la Biblia han efectuado su juramento. Puede ser que lo hicieran sobre los magníficos versos del Cantar de los Cantares, pero también pudieron hacerlo sobre páginas más crueles como cuando Javé mandó una lluvia de azufre sobre Sodoma y Gomorra, o el momento en que castigó a la mujer de Lot (o a cualquier otra mujer, porque son centenares de referencias parecidas) por desobecer el mandato de su esposo. Sea como sea, la cuestión es que Dios ha llegado al gobierno y lo primero que ha hecho es escribir algunas líneas con letra pequeña pero más que significativas. Desde ayer no existe Secretaría de Estado para la Igualdad. También han desaparecido las secretarías de Cooperación Internacional, Inmigración y Cambio Climático, claro que esta última tenía un carácter completamente ateo al determinar que es la acción del hombre, y no la voluntad divina, la que puede poner fin al planeta. Para cambios climáticos –deben pensar- los que sufrieron Noé y sus hijos sin que se hubiera inventado el motor de explosión. La explicación oficial de estas supresiones es el ahorro de gasto público y la simplificación de la estructura administrativa, pero basta con echar una ojeada al catálogo de secretarías de estado para comprender que detrás de estas desapariciones hay una opción política evidente.

La ascensión de Dios en el mundo político es directamente proporcional a la desaparición de las mujeres de la esfera pública. No sé si está científicamente comprobado pero dicen que si se jura tres veces ante la Biblia, desaparecen los organismos dedicados a la igualdad de las mujeres. Al menos aquí ha funcionado el ensalmo aunque queda todavía por despejar si va a ser sustituido por un organismo dedicado a la familia, mucho más acorde con la religión, dónde va a parar.

No me consuela en absoluto el hecho de que una mujer ocupe la vicepresidencia, y no porque dude de su valía sino por los términos en que se presenta el nombramiento: una mujer discreta y eficaz. En la Biblia, con algunas excepciones, no se pone en cuestión la inteligencia de las mujeres. Incluso gran parte de la literatura más misógina se funda en la exaltación del ingenio de las mujeres para enredar y practicar la maldad. Lo verdaderamente discriminatorio de estos textos es el papel subalterno que se nos impone y las alabanzas a la mujer obediente y discreta.

Pero, sobre todo, en la elección del nuevo gobierno había una voluntad decidida de acabar con la paridad como principio político. Ya sé que las lágrimas de la crisis ocultan el resto de los problemas sociales. Pero cuando se reduce la presencia de mujeres en los máximos niveles, su efecto no tarda en llegar hasta la base misma del sistema social. En las empresas, en los medios de comunicación, en cualquier centro de trabajo y de actividad, se comenzará a no ver tan necesaria la presencia de mujeres. Los que antes disimulaban su monolitismo masculino, lo exhibirán y nuestra igualdad se hará algo más complicada y lenta. Pero, aún así, llegará. Quiera Dios o no quiera.

domingo, 18 de diciembre de 2011

La incultura del conde

Publicado en el País Andalucía

Circula en Internet una petición para declarar a Cayetano Martínez de Irujo persona non grata en Andalucía. Creo que, sin embargo, su mejor castigo sería cursar estudios en un centro, preferentemente público, que le proporcione algunos conocimientos y combata la aguda incultura que, como siempre, se disfraza de desprecio y arrogancia. Ni el dinero ni la estirpe pueden comprar los conocimientos y la conexión con el mundo. Ni siquiera una impresionante colección de arte, producida por artistas a los que no han comprendido en absoluto, puede tapar las miserias de una educación lamentable.


En la entrevista que el genial Évole le hizo a Martínez de Irujo hubo un momento de ruptura en el que el deseo de agradar y de presentar una imagen popular de la nobleza se quebró bruscamente. Y no me refiero al fragmento en que se despacha contra los jóvenes andaluces ni contra nuestra tierra, sino cuando confiesa, con la mirada vuelta hacia otro ángulo de la cámara, que no, que él no ha visto ni leído el libro Los santos inocentes. La simple mención de este título literario provocó un movimiento interior en el conde y nos desveló las trampas para negar el pasado; la paciente labor del olvido y la justificación de sus orígenes con infantiles falsificaciones históricas.

A los niños nos tapaban los ojos cuando salían en la televisión escenas de violencia o de sexo; al pobre conde le cerraban los ojos cuando aparecía en escena un señorito, un jornalero o una injusticia. Las personas como él no han podido leer a Delibes, ni a Machado, ni a García Lorca. Es más, yo creo que desde los cantares de gesta y el teatro de Calderón de la Barca no han podido disfrutar con tranquilidad de ninguna obra literaria, porque hasta el convenenciero Lope de Vega hizo estallar al pueblo contra las tropelías del noble comendador. Por supuesto, el conde no habrá leído a Victor Hugo, ni disfrutado de Los Miserables, ni acompañado a Anna Karenina en sus desventuras contra su desalmado y noble marido, ni siquiera disfrutar del teatro de Shakespeare y el naufragio de las casas nobiliarias.

Inconscientemente, pronuncié un ¡viva! encendido por Delibes y por todo el poder desvelador de la literatura. Los pobres nobles no hallan siquiera consuelo en las nuevas aventuras de la novela histórica donde la nobleza tampoco escapa a la perfidia. Su último refugio cultural son los programas y las revistas del corazón. Los únicos subproductos culturales que echan de menos al subproducto de una casta nobiliaria a la que venerar.

Pero, su incultura no queda reducida al ámbito literario. En esta misma entrevista, nos demostró que sus conocimientos históricos eran cercanos al cero patatero. ¿De dónde viene el poder sobre la tierra? Se encoge de hombros... No lo sabe. Es posible que fuese repartida en batallas o por dádivas reales. Tampoco le interesa. Hasta que al final estalla con una auténtica revelación freudiana: "Me hubiera encantado vivir en el medievo", dirimir los conflictos con la espada, definir la sociedad con estamentos cerrados.

Por mucho que se esfuercen, no es posible ocultar la oscura historia de la nobleza en España: su origen bélico y a veces genocida, su defensa a ultranza de los privilegios, su aversión al trabajo y a la industria, su oposición a toda idea de progreso, su apoyo reciente a la dictadura franquista... Y así hasta los tiempos actuales. Una clase que hundió a España durante siglos bajo la bandera de la tradición y contra el progreso, enarbolando el lema "que inventen ellos". El pliego de acusación contra sus desmanes, sus abusos y su papel en la historia ocuparía -de hecho ocupa- bibliotecas completas. Según Cayetano, lo que ocurre en Andalucía no pasa en ninguna otra parte. Es verdad: lo que ocurre en España y en Andalucía no sucede en ningún otro lugar de Europa. Allí los bajaron del poder a través de revoluciones populares; aquí, tres siglos más tarde, todavía les siguen ofreciendo premios, distinciones y pagándoles el diezmo de sus cosechas, como buenos vasallos.

Los nuevos vampiros

Este artículo fue publicado en el País de Andalucía

Los vampiros han cosechado un gran éxito esta temporada. Son seres que se alimentan de la sustancia vital de los seres humanos para mantenerse activos. Antiguamente chupaban la sangre de sus víctimas, hoy en día se alimentan de su tiempo.


Se les puede ver en cada ciudad, en cada empresa, en cada institución. Si les preguntas por su afán depredador te largan un discurso sobre las dificultades para mantener su actividad o te argumentan que, a fin de cuentas, el tiempo que roban tiene escaso valor en la sociedad actual. El gran Nosferatu de nuestro tiempo perpetra sus crímenes con una facilidad pasmosa: se anuncia en internet y en las páginas de ofertas de trabajo; tiene una marcada preferencia por los jóvenes y, lo que es más curioso, posee el don de la invisibilidad para las inspecciones laborales y de hacienda.

Hace unos días una periodista difundió en la red una oferta de trabajo que remuneraba con 75 céntimos de euro la redacción de cada información. La denuncia ha circulado por todas las redes sociales y algunos han puesto el grito en el cielo por esa práctica empresarial que aprovecha las penurias de la profesión periodística. Pero el gratis o el semigratis se extiende como una hidra por todo el mercado laboral. Los jóvenes que tienen la suerte de ser seleccionados para algún empleo comprueban con estupor cómo la empresa les exige un periodo laboral de formación de tres meses sin remuneración alguna. El presunto periodo de prácticas no es más que el desempeño normal de funciones solo que gratis total.

Los horarios laborales son, en muchos casos, puramente teóricos y no valen siquiera el papel en el que están escritos. Es bastante común regalar al empresario algunas horas de trabajo semanales para cuadrar turnos, hacer cuentas o recoger el material. En cuanto a las cotizaciones en la seguridad social, si tienen menos de treinta años, olvídense. Hace unos días pregunté a un corrillo de jóvenes trabajadores que cursan por la noche estudios en mi instituto y casi ninguno de ellos “disfrutaba” de un alta en la seguridad social. Un doble robo que se perpetra con una enorme complacencia social: robo a los jóvenes que lo lamentarán cuando lleguen a la madurez y robo a la seguridad social que se va hundiendo en el déficit por este ocultamiento masivo de contrataciones.

Los medios empleados para ejercer este nuevo vampirismo son muy variados. Incluso el Estado y las universidades han creado su sección vampírica para estar a la moda de los nuevos tiempos: contratos para becarios hasta hace unos meses exentos de cualquier derecho y hoy reconocidos míseramente; acuerdos de colaboración en los que una parte pone todo su tiempo y la parte contratante unos euros administrados con avaricia o, el contrasentido más enrevesado, como es la obligación de hacerse forzadamente autónomo para ahorrarles las cotizaciones sociales. Las jóvenes víctimas no saben cómo reaccionar. Nunca imaginaron que la entrada al mercado laboral fuese un descenso a los infiernos en los que tendrían que abandonar toda esperanza.

Sin embargo, estos vampiros del tiempo y del trabajo han obtenido un gran éxito y ninguna penalización. El Estado es sordo y mudo ante el fraude masivo en las cuentas de la seguridad social, el incumplimiento de los contratos o los abusos laborales que no tienen patria ni clase ya que afecta desde las pequeñas empresas hasta las grandes corporaciones del IBEX. El trabajo pagado en negro, el fraude encubierto a la seguridad social es una forma de delito que queda impune y que nos empobrece a todos. La pregunta es cuál es la razón por la que estas prácticas no se detecten ni se castiguen. Si cualquier ciudadano conoce veinte o treinta casos de esta naturaleza ¿cómo es posible que los poderes públicos apenas las persigan?

Mientras tanto, el vampirismo se extiende a todo el mercado laboral: trabaje más horas, cobre menos. La nueva reforma laboral se hará a la medida de sus apetitos. De esta forma no correremos el riesgo de perder el primer puesto en el ranking del paro, la inestabilidad laboral y la desesperanza juvenil.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Usted y Lehman Brothers


No sé si se ha dado cuenta pero usted y Lehman Brothers son los verdaderos responsables de la crisis. Los hermanos Lehman dieron el pistoletazo de salida de la actual crisis económica pero lo suyo... Lo suyo es aún más grave. Su responsabilidad es mayor que la de estos magnates y a estas alturas debería reconocerlo: usted ha vivido por encima de sus posibilidades.


Como en la novela El proceso, de Kafka, el acta de acusación aún no está finalizada pero su culpabilidad es más que manifiesta. No puede ocultar a nuestros ojos sus delitos. Hemos aprendido de la Iglesia católica el inmenso valor de la culpa, esa sustancia pegajosa que se extiende por el cuerpo social y que paraliza a las víctimas. Y la prueba fehaciente de su delito es que usted muestra síntomas de culpabilidad. Y si no, revise sus acciones detenidamente. Seguramente ha sido usted una de las personas que compraron su vivienda en los últimos diez años. No se escude ahora en que se trata de un bien de primera necesidad. Nadie le obligaba a recurrir a créditos bancarios ni le garantizaba su valor. ¿Lo ve? Incluso aunque pague religiosamente sus recibos: usted ha sido instigador de la burbuja inmobiliaria y de la consiguiente pompa financiera.

Además, si es usted una de las personas que tiene un trabajo estable, debe considerarse un privilegiado. Si es usted funcionario, realmente su caso es muy grave, una especie de bomba de destrucción masiva de las finanzas públicas. ¿No le avergüenza tener un salario fijo en estos tiempos? No me cuente que trabaja duramente ni que ganó su puesto con mucho esfuerzo y sacrificio. Tampoco me argumente que durante los años de bonanza su sueldo apenas ha crecido y que con la crisis se ha reducido de forma importante. Usted demuestra mucha insolidaridad cobrando todos los meses y teniendo un lugar al que ir a trabajar. Por eso su caso debe ser tratado con una dureza extraordinaria: la mayor parte de los recortes y de los sacrificios irán a su cuenta. Pero si usted es un trabajador del sector privado o un eventual, tampoco está fuera de esta acta de acusación. Seguro que exigió cobrar según el convenio, se empeñó en demandar una indemnización en caso de despido y es posible que acariciara la idea de jubilarse antes de que los huesos le crujieran en el andamio o en la cadena de producción. ¿No vio con claridad que sus derechos estaban claramente por encima de sus posibilidades?

Los excesos y pecados son verdaderamente imperdonables: los enfermos abarrotaban las salas de espera de los centros de salud y de los hospitales para en una clara muestra de abuso del servicio; los mayores y discapacitados cobraban una ayuda de la ley de Dependencia cuando solo se trataba del lógico deterioro producido por la edad o por los genes; los inmigrantes podían acudir a la sanidad pública y sus hijos a los colegios y, en el colmo de los dislates, se enviaban recursos a algunos países del Tercer Mundo sin entender que, la caridad bien entendida, empieza por uno mismo.

Pero todo esto va a cambiar. ¿Lo entiende, no? ¿Comprende ahora el alcance de su culpabilidad? Usted merece mayor condena que Lehman Brothers. Ellos disfrutaban de aviones privados, de una flota de vehículos y de yates, pero no vivían por encima de sus posibilidades. Es más, las posibilidades se ajustaban a sus necesidades y los Gobiernos eran como plastilina en sus manos. Ellos eran hijos y nietos de banqueros mientras que usted, que no es nadie, ha hundido con sus pequeños derechos el sistema financiero. Sin embargo, si pensaba que sus crímenes habían pasado desapercibidos ya habrá comprobado su error. Algo me dice que usted comprende perfectamente la situación y, por eso, ahora va a empezar a pagar.