viernes, 12 de junio de 2009

Un ciego con una pistola


Dicen que a veces la vida imita al arte. Cuando esto ocurre es difícil relatarlo con las palabras precisas, el tono exacto.. No vale el relato ternurista de Dickens, ni la descripción pormenorizada de los naturalistas franceses. Es un horror que camina a nuestro lado, envuelto en la normalidad aparente de la vida cotidiana.

Compras el pan todos los días, pero no puedes sospechar que en la trastienda de esas instalaciones, donde te recibe un vendedor amable y sonriente, hay varias personas trabajando de sol a sol, pero en la sombra. Nadie te advierte que hace algunas horas esa máquina reluciente que mezcla la dosis precisa de harina, de sal, de levadura, se convirtió en una guillotina afilada. Has recorrido la calle sin sospechar que en el contenedor verde de basura, y envuelto en plástico negro, está el miembro amputado de la persona que fabricaba el pan todos los días.

Nadie te advierte que el vecino que te ha saludado en la puerta, acaba de avisar al inmigrante mutilado que, por su bien, no diga nada, que ya se encargará él de solucionarlo. No te has enterado de la historia hasta que has llegado a tu casa y has visto en el informativo la cara de luna, desorientada, de un inmigrante boliviano que no ha decidido todavía cuales son sus sentimientos y que mira a la cámara con franqueza, mostrando su brazo amputado.

Dicen que ganaba 23 euros al día, unos dos euros por hora trabajada. Pero como la vida imita al arte, sin apenas transición, el mismo informativo dedica los titulares a la gran noticia del día: el traspaso de Cristiano Ronaldo. Más de noventa millones de euros y algo más de una decena de millones anuales. Lo celebró con unos amigos, gastando más de cuarenta mil euros en unas cuantas bebidas en un club de moda.

No. No vale Dickens. No vale el tono ternurista, la comparación de dos vidas que deberían tener el mismo valor. Quizá Vázquez Montalbán hubiera dado con el tono preciso de esta narración. Solo la novela negra encontraría la forma de relatar un crimen y colocarlo en la sociedad que lo produce. Solo este género podría conectar los misteriosos circuitos que unen los salarios de 23 euros con el depilfarro enloquecido. Chester Himes hubiera podido relatar el nuevo horror de los marginados: contenedores con miembros amputados, trastiendas oscuras de negocios respetables, desesperanza de raza, de clase. Podría haber escrito una versión de “Empieza el calor” en los nuevos barrios residenciales en vez de Harlem, con la tristeza como telón de fondo y música latina en lugar de jazz. A fin de cuentas, la explotación extrema es “Un ciego con una pistola” que algún día nos estallará en la cara.

En voz baja


Hoy publico este artículo en El Correo de Andalucía:

No me ha gustado en absoluto el resultado de las elecciones europeas, ni en la Unión ni a escala estatal. Hago esta afirmación para sacudirme cualquier apariencia de imparcialidad desde el que se suelen escribir los artículos de opinión, no en balde se les llama tribunas y columnas, como si el que lo escribe estuviera situado en una privilegiada atalaya. No me gusta que el público –y lo digo con toda intención puesto que se ha pasado del concepto de pueblo soberano al de espectadores de una lamentable representación teatral- haya optado por acrecentar la representación de una derecha cada vez más histriónica y que tienen como santo y seña de la salida a la crisis la reducción de las rentas del trabajo, la criminalización de la inmigración o el recorte del espacio público.

No me esperaba esta caída al vacío de la socialdemocracia europea. Aunque no voy a derramar ninguna lágrima por los herederos de Tony Blair, los que destrozaron con sus ideas de la tercera vía cualquier intento de cambio de modelo económico europeo o se sentaron con Bush a fumarse el puro de la guerra de Irak rememorando los viejos sueños imperiales. También -siempre a posteriori- era previsible el decaimiento, ante los problemas acuciantes del pueblo, de esa izquierda pija, ajena a los problemas sociales, que se desentiende de los conflictos económicos, que es tibia a la hora de enunciar y defender sus valores y que ha renunciado a tener un discurso sobre el modelo de desarrollo porque lo suyo es, exclusivamente, distribuir una pequeña parte de los beneficios en épocas de bonanza económica.. Me parece, sin embargo, un ejercicio de tontura política protestar contra la falta de autenticidad de estos cachalotes inofensivos, alimentando a los tiburones de la derecha más reaccionaria.

He comprobado la falta de conexión social de un discurso postcomunista, re-comunista o pre-comunista, incapaz de analizar la complejidad de la explotación que se produce en la actualidad y de renovar su práctica política con nuevas ideas procedentes de los foros sociales, el ecologismo político o el feminismo comprometido, anclados todavía en el viejo símbolo del obrero, masculino e industrial, de los años veinte del siglo pasado y que tampoco acaba de entender el valor central, primordial, de la libertad y de la profundización democrática.

He sentido una única punzada de esperanza con la extensión del voto verde, con todas sus contradicciones, porque al menos unos cuantos millones de europeos han decidido, en medio de la peor crisis económica, que la salida no es reducir los costes laborales o aumentar el consumo sino cambiar el modelo de desarrollo desde las iniciales fases de la producción, apostar por otro modelo energético y otras formas de vida.

Los resultados electorales suponen una enorme interrogación sobre el futuro de ese espacio político y social que tradicionalmente se ha llamado izquierda: su utilidad, sus valores, su proyecto y su autenticidad están hoy en una crisis tan profunda como la del propio capitalismo al que quieren dar respuesta. Nadie lo reconoce. Hasta el momento los análisis electorales sustituyen a los análisis políticos, el electoralismo a la creación de ideas y de respuestas. Pero solo una revisión teórica profunda y una práctica social cercana a los ciudadanos podrá empezar a dar sus frutos. Mientras tanto la derecha anima a sus grupos think tank a tomar la iniciativa, con la inconmensurable ayuda de aquellos que hace mucho tiempo renunciaron a la idea de cambiar la injusticia en el mundo.