Lo confieso, soy de naturaleza novelera y cuando se anuncia una novedad en el horizonte me gusta verla con mis propios ojos. Esta semana he ido capeando las preguntas de algunos amigos: ¿vas a ver a Madonna? ¿a Madonna? ¿Por qué- me preguntan, cuando en realidad quieren decir: “No eres homosexual, ni treintañera, ni cani ni pija…¿por qué entonces?”. Me dan ganas de responder: por que va mucha gente. Aunque ese argumento será mal interpretado inmediatamente, a mi me parece el más importante para asistir. Ver la materia de que están hechos los mitos, intentar descifrar sus códigos y disfrutar si es posible con la fiesta.
Madonna es una construcción del mito femenino. No es guapa, ni alta, ni siquiera rubia. Pero se encarna en los mitos del cine clásico Marilyn, Bette Davis e incluso, a sus cincuenta años, se atreve a poner en escena a Lolita. Es una dominatrix y, a ratos, una mujer rota, tirada en el suelo. Se levanta cientos de veces y vuelve a ejercer de mujer dominadora. Hay una mezcla de ironía y de reverencia. Una distancia muy sugerente,casi muy brechtiana, entre el papel exigido y el simple juego.
Juega Madonna con la mística, con el mensaje panteísta, con la cábala y la trascendencia. Enlaza con una glorificación de lo étnico, también descabalado, triturado, gitano, hindú, flamenco…
Pasa de ahí al puro lenguaje político: bien y mal claramente separados por las figuras de Mcain y de Obama. Termina con un mundo tecnológico, en el que disponemos solo de 4 minutos para salvar el mundo. Discurso perfecto. No hay bises, no hay nuevas salidas a escena. Igual que un orador no puede repetir los mejores pasajes de un discurso, Madonna tampoco va repetir el suyo. Todo está dicho. Ordenadamente, fríamente enunciado.
En medio ha habido una apoteosis provocada por “Like a prayer”, una plegaría entonada por miles de voces que han visto volar como el viento sus sueños infantiles. Fascinante. Tic tac, tic tac.
Madonna es una construcción del mito femenino. No es guapa, ni alta, ni siquiera rubia. Pero se encarna en los mitos del cine clásico Marilyn, Bette Davis e incluso, a sus cincuenta años, se atreve a poner en escena a Lolita. Es una dominatrix y, a ratos, una mujer rota, tirada en el suelo. Se levanta cientos de veces y vuelve a ejercer de mujer dominadora. Hay una mezcla de ironía y de reverencia. Una distancia muy sugerente,casi muy brechtiana, entre el papel exigido y el simple juego.
Juega Madonna con la mística, con el mensaje panteísta, con la cábala y la trascendencia. Enlaza con una glorificación de lo étnico, también descabalado, triturado, gitano, hindú, flamenco…
Pasa de ahí al puro lenguaje político: bien y mal claramente separados por las figuras de Mcain y de Obama. Termina con un mundo tecnológico, en el que disponemos solo de 4 minutos para salvar el mundo. Discurso perfecto. No hay bises, no hay nuevas salidas a escena. Igual que un orador no puede repetir los mejores pasajes de un discurso, Madonna tampoco va repetir el suyo. Todo está dicho. Ordenadamente, fríamente enunciado.
En medio ha habido una apoteosis provocada por “Like a prayer”, una plegaría entonada por miles de voces que han visto volar como el viento sus sueños infantiles. Fascinante. Tic tac, tic tac.