sábado, 30 de junio de 2012

LA ALDEA GALA

Publicado en el País Andalucía

“Estamos en el año 50 antes de Jesucristo. Toda la Galia está ocupada por los romanos… ¿Toda? ¡No! Una aldea poblada por irreductibles galos resiste todavía y siempre al invasor..." Así empezaba cada una de las aventuras de Astérix que fueron evocadas en un vídeo del PSOE en la reciente campaña electoral. Los ejércitos de Julio César Rajoy no podrían cruzar la frontera de Despeñaperros porque el voto de los valientes galos impediría su avance el 25 de marzo. Y así fue: el voto popular impidió el ascenso al poder de la derecha, las huestes del ejército romano se vieron obligadas a emprender la retirada tras su fracaso en las tierras del sur, e incluso su comandante Caius Bonus Arenas fue retirado del mando y reclamado al corazón del imperio donde, al parecer, tendrá que librar una dura batalla con Lucrecia Cospedal, aunque eso es otra historia.

Estábamos en que Andalucía se había convertido en la aldea gala, dispuesta a hacer frente al ejército de tijeras de los romanos y a dejarse la piel en el intento. Hasta las diferentes tribus, enemistadas desde tiempo inmemorial, firmaron un acuerdo para formar un gobierno conjunto y marcar las diferencias de políticas entre derecha e izquierda. Resultó, eso si, un tanto sospechoso, que los más fervientes defensores de la insurrección y la rebeldía, reclamaran, en vez de prefecturas fundamentales que marcaran la diferencia y las novedades (como empleo, educación, cultura o medio ambiente), otras casi desprovistas de contenido o de presupuesto. Aun así, la ciudadanía gala saludó mayoritariamente este acuerdo.

Los romanos, a pesar de su derrota, no iban a cejar en su empeño de dominar Andalucía. Lo que no consiguieron las armas de los votos, podría ser obtenido por el cerco económico. Los incautos galos no habían caído en la cuenta de que el poder corresponde a los que se sientan sobre el cofre del dinero. El senador Calígula Minus Montoro, con un equipo selecto de escribanos y contables, arrodilló a los ejércitos galos en las primeras incursiones. El total del ajuste fue calculado en su integridad por técnicos romanos y adobado con la vendetta por el desaire recibido. Al tiempo que en las dependencias de Fórum Financiero se imponían estos ajustes, el ejército romano de reserva en Andalucía votaría en contra y alentaría a la sublevación contra las medidas que ellos mismos decretaban. ¡Están locos estos romanos!

Astérix, Obélix y Panorámix volvieron consternados a la aldea gala. En vez de informar con pelos y señales a sus vecinos de los planes que les habían impuesto, se pusieron a hacer alambicados cálculos para evitar los efectos más perniciosos del ajuste, pero el margen era realmente muy escaso. Le dijeron al pueblo galo que confiara en ellos, que comprendían su malestar, pero que se marcharan a su casa. Perdieron la batalla sin empezar siquiera a darla y entonaron una jaculatoria irritante: “Lo hacemos por imperativo legal”.

No quisieron informar de las ciento y una triquiñuelas con las que se había impuesto una cantidad brutal a la aldea gala; cómo se rieron de la reclamación andaluza para hacer cumplir las leyes y los estatutos; cómo calcularon cada partida con especial rigor mientras que a otros territorios de la Hispania se le aceptaban cuentas del Gran Capitán. Muchos galos piensan que sus jefes deberían haber dado la batalla, incluso aunque al final fuesen derrotados y que es un tremendo error congelar el espíritu de ese 25-M.

Esa es la explicación por la que en mi instituto, como en todos los centros de enseñanza, sanitarios o de la administración, con el aumento de las horas lectivas y unas ratios descabelladas en la enseñanza semipresencial vayan a salir a la calle 10 o 12 profesores. Estoy segura de que si los planes de Julio César Rajoy se hubiesen cumplido por completo las personas despedidas hubiesen sido el doble, pero eso no consuela: nadie se felicita por los males evitados, sino que se sufre por el dolor presente. Por eso los generales galos, más que lamentarse por la presión de los romanos, deberían tomar la poción mágica y dar con más contundencia las batallas

PASE DE PERMANENCIA

Publicado en El País Andalucía
He recibido una carta de un amigo al que hace tiempo no veía. No sé exactamente su edad pero debe rondar los 35. Acaba de tener una hija y está loco de contento. Entre todas las fotos de ese día de la que se muestra más orgulloso es de aquella en la que su hija mayor, fruto de un matrimonio anterior y ya adolescente, toma en sus brazos al bebé con una singular expresión de amor. Pienso en cuánto ha cambiado la sociedad, cómo se han borrado las fronteras familiares, cómo han desaparecido palabras como hermanastro, con ese feo sufijo que dividía los afectos por el porcentaje de la sangre y cómo, en la actualidad, hay segundos hijos tan deseados por los padres como por los hermanos ya mayores. Los que procedemos de familias numerosas, en las que día sí y otro también, queríamos asesinar a alguno de nuestros hermanos, no podemos comprender esa ansia de tener un compañero de infancia, ni sabemos nada de soledades infantiles, ni de esa nueva tristeza de carecer de recuerdos infantiles compartidos.


Mi amigo está feliz ante esa nueva oportunidad que le da la vida. Asistió al parto, cortó con mano temblorosa el cordón umbilical que inauguraba esta nueva vida, gastó la batería de la cámara haciendo fotos en la habitación del hospital y besó interminablemente a su mujer. Se deshizo en elogios ante los cuidados y la calidad de la asistencia sanitaria. Tanto que escribió: “Un millón de gracias a la sanidad pública andaluza. A pesar de los recortes y las dificultades, es un privilegio tener a nuestro servicio este nivel de atención y de dedicación plena. No lo valoramos lo suficiente. Hay que pelear por conservarlo”.

Al terminar el parto y una vez que su mujer estaba ya en planta, se dirigió al mostrador para devolver la bata verde y recoger sus pertenencias. En ese momento no pudo evitar romper a llorar. El personal sanitario le daba palmadas en la espalda, intentaban calmarlo. “Es normal. Es una experiencia muy emocionante”. Él movía su cabeza negativamente. No es eso, les dijo. Y salió precipitadamente del hospital.

Fuera la prima de riesgo bailaba al son siniestro de los mercados. En Grecia habían ganado los de siempre, con la ayuda inestimable de toda una presión internacional organizada para evitar a la peligrosa izquierda radical. La democracia seguía tambaleándose ante el poder del dinero y los políticos daban nuevas lecciones de impotencia y de desconocimiento de la realidad.

Cerca del hospital, enfermeras, médicos, funcionarios de la administración, interinos y amenazados por nuevos ERE se manifestaban contra las amenazas y los recortes. No es cierto que no estén dispuestos a sacrificarse, es que nadie conoce la hoja de ruta de estas políticas. Si de verdad alguien garantizase que la pérdida de un 10%, de un 20% de su salario sirviera para crear empleo, para salir definitivamente de esta espiral de la crisis económica, la mayoría no dudaría en hacerlo. El problema es que los sacrificios se hacen ante un Dios desconocido e insaciable, sin que siquiera corresponda bajando nuestra prima de riesgo o creando unos millares de empleos en nuestra tierra.

Mi amigo lleva más de un año en paro. No es tan joven como para quitarle importancia a estos años oscuros y esperar mejores tiempos, pero tampoco es tan mayor como para tener a la vista las pequeñas ventajas de la jubilación. De los buenos tiempos solo le quedan algunas cotizaciones de contratos inestables a tiempo parcial, un enorme televisor de plasma y unos cuantos meses de paro que ya ha consumido. Si la crisis se prolonga cuatro o cinco años más, cumplirá 40 años y empezará a ser muy mayor para un mercado laboral cada vez más exigente. Tiene la impresión de estar a mitad de camino, en tierra de nadie o, peor, navegando en un velero sin la menor señal de que exista una tierra cercana.

Al salir del hospital no lloraba por la emoción de contemplar a su hija recién nacida. Las cosas buenas no te hacen llorar de esa manera. Fue al observar sus pertenencias que todavía llevaba en la mano: su cartilla de desempleo y cinco euros cuidadosamente doblados, metidos en el plástico de su pase de permanencia.