Hace pocos días un profesor al que admiro me dijo que la batalla entre religión y Estado no era nuestro problema, que eso debía haberlo solucionado la burguesía hace más de cien años, pero… ¿quién nos iba a decir que el siglo XXI, el de los grandes avances técnicos, iba a conocer un auge sin precedentes de los integrismos religiosos en el mundo entero?
Tengo una gran incultura religiosa. No me sé los mandamientos, ni las oraciones, ni los apóstoles. Confundo los pecados capitales con los diez mandamientos. Me pierdo en las conversaciones en las que se citan parábolas o comparaciones con temas bíblicos. De la religión solo recuerdo vagas frases que me resultan enigmáticas como “renuncio a Satanás, a sus pompas y a sus obras” y los bisbiseos del rosario solo me traen el recuerdo del miedo a las tormentas en el campo, en el que algunas beatas suplicaban el “ora pro nobis” entre invocaciones latinas con ritmo de rap suave. No me motivan las obras de cine, teatro o literarias que versan sobre materia religiosa, aunque sea para ensalzar el laicismo y me resulta francamente ridículo que hombres vestidos con sotanas, que no saben lo que es el sexo, ni la familia, ni la paternidad (aunque se hayan curiosamente apropiado de la palabra) intenten dictar normas sobre estas materias.
Cuando apenas tenía ocho años me obligaron a asistir a una especie de ejercicios espirituales que me espantaron. El cura alzaba los brazos y la voz para inculcarnos el miedo a la muerte y la necesidad del arrepentimiento. Tanto me impresionó que decidí hacer penitencia poniendo un puñado de garbanzos en los zapatos que estrenaba el domingo de ramos. El dolor que me causaban no me dejaba caminar, pero yo creía estar salvando mi alma…hasta que mi madre, que no comprendía mi dolor, me descalzó y se quedó atónita por el sacrificio. Cuando le confesé mi miedo a la muerte y a las cosas horribles que podían pasarme por mis pecados, mi madre dijo: “Ni caso, tonta. Ni caso”. Y así acabó mi aventura religiosa.
PD.- Aquí está el enlace a una página llamada LAS LINCES y que aborda el tema en profundidad
Tengo una gran incultura religiosa. No me sé los mandamientos, ni las oraciones, ni los apóstoles. Confundo los pecados capitales con los diez mandamientos. Me pierdo en las conversaciones en las que se citan parábolas o comparaciones con temas bíblicos. De la religión solo recuerdo vagas frases que me resultan enigmáticas como “renuncio a Satanás, a sus pompas y a sus obras” y los bisbiseos del rosario solo me traen el recuerdo del miedo a las tormentas en el campo, en el que algunas beatas suplicaban el “ora pro nobis” entre invocaciones latinas con ritmo de rap suave. No me motivan las obras de cine, teatro o literarias que versan sobre materia religiosa, aunque sea para ensalzar el laicismo y me resulta francamente ridículo que hombres vestidos con sotanas, que no saben lo que es el sexo, ni la familia, ni la paternidad (aunque se hayan curiosamente apropiado de la palabra) intenten dictar normas sobre estas materias.
Cuando apenas tenía ocho años me obligaron a asistir a una especie de ejercicios espirituales que me espantaron. El cura alzaba los brazos y la voz para inculcarnos el miedo a la muerte y la necesidad del arrepentimiento. Tanto me impresionó que decidí hacer penitencia poniendo un puñado de garbanzos en los zapatos que estrenaba el domingo de ramos. El dolor que me causaban no me dejaba caminar, pero yo creía estar salvando mi alma…hasta que mi madre, que no comprendía mi dolor, me descalzó y se quedó atónita por el sacrificio. Cuando le confesé mi miedo a la muerte y a las cosas horribles que podían pasarme por mis pecados, mi madre dijo: “Ni caso, tonta. Ni caso”. Y así acabó mi aventura religiosa.
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