Hoy publico este artículo en el Correo de Andalucía :
Un ciudadano valenciano llamado Antoni Ruiz ha sido la primera persona que ha recibido una indemnización del Estado por haber sido encarcelado durante la dictadura por su condición de homosexual. La parca indemnización de cuatro mil euros no le hará olvidar la tremenda pesadilla que supuso su paso por la prisión ni los abusos a los que fue sometido. Según sus propias declaraciones, una vez en presidio, los guardianes animaron al resto de los presos comunes a que lo violaran y vejaran. “Es un maricón –dijeron- así que ya sabéis lo que tenéis que hacer con él”.
La noticia ha sido presentada como un éxito por la Asociación de Ex presos Sociales que ve así reconocidos, por primera vez, unos derechos por los que he reclamado durante décadas. Sin embargo, el hecho de que hayan transcurrido treinta años entre la despenalización de la homosexualidad y la concesión de esta indemnización, me llena de vergüenza y me hace preguntarme por los flecos, poco ejemplares, de nuestra transición democrática.
Cada historia tiene sus olvidados. Así, el relato construido sobre el nazismo y su abominable exterminio de los judíos, ha hecho olvidar que también fueron víctimas de sus terribles cámaras de gas y campos de exterminio, los comunistas, los gitanos, los homosexuales y otras minorías que el régimen nazi señaló con la cruz gamada del horror. De igual modo, en nuestro país se han silenciado las persecuciones religiosas, sexuales o sociales del régimen anterior, y con ello, se ha dibujado un retrato incompleto de lo que supuso realmente la dictadura.
El caso de los homosexuales y su vida durante el franquismo es, si cabe, aún peor que la de aquellos que sufrieron persecución política. Mientras que los comunistas, socialistas y anarquistas encarcelados podían contar con algún consuelo social, alguna solidaridad externa, un aliento a sus sueños de libertad, los homosexuales se encontraron con el rechazo y la persecución enconada de la sociedad. La dictadura construyó, en torno a la homosexualidad, toda una serie de sombras chinescas en las que mezclaban pesadillas sexuales, temores, rencores y sucias leyendas que convertían la vida de estas personas en una eterna culpa y disimulo.
Una tarde de primavera, mi madre llegó a la casa muy alterada. Había ido a colocar unas flores en el cementerio y allí, al pie de la tumba había un niño amigo de nuestra familia que sollozaba frente a la tumba de su padre, rogándole que se lo llevara con él. Según contó mi madre, una pandilla de jóvenes le había propinado una terrible paliza para que escarmentara de “la pluma” y de sus gestos amanerados. Años más tarde él mismo nos relataría que durante toda su juventud sufrió periódicamente palizas de chicos que afirmaban su virilidad con el maltrato a los homosexuales.
La pesadilla de los perseguidos políticos era la cárcel, las torturas, la privación de libertad. Pero en el caso de la personas homosexuales, a todo esto se sumaba el miedo –cuando no la certeza-, de que en cualquier momento podían ser objeto de burla, de maltrato o de vejaciones por cualquier vecino cuya única superioridad consistía en no ser homosexual, o más bien en el tremendo miedo a serlo.
Y es que se nos olvida el enorme poder corruptor de la dictadura, que no fue solo la ausencia de libertad política, sino toda una cultura represiva que se practicaba en la calle y en muchos hogares. Por eso al hablar de la dictadura, no solo habría que referirse a la falta de libertades políticas, sino también a una sociedad malvada, que apartaba a todos aquellos que no se adaptaban a sus normas, marcándoles incluso desde la infancia.. Al igual que la sociedad alemana que presenció inmutable los crímenes de Hitler, aquí nadie sabe nada y todos niegan haber participado en esa represión. El tránsito ha sido milagroso, pero el camino ha sido muy duro para los miles de Antoni Ruiz de nuestro país.
Un ciudadano valenciano llamado Antoni Ruiz ha sido la primera persona que ha recibido una indemnización del Estado por haber sido encarcelado durante la dictadura por su condición de homosexual. La parca indemnización de cuatro mil euros no le hará olvidar la tremenda pesadilla que supuso su paso por la prisión ni los abusos a los que fue sometido. Según sus propias declaraciones, una vez en presidio, los guardianes animaron al resto de los presos comunes a que lo violaran y vejaran. “Es un maricón –dijeron- así que ya sabéis lo que tenéis que hacer con él”.
La noticia ha sido presentada como un éxito por la Asociación de Ex presos Sociales que ve así reconocidos, por primera vez, unos derechos por los que he reclamado durante décadas. Sin embargo, el hecho de que hayan transcurrido treinta años entre la despenalización de la homosexualidad y la concesión de esta indemnización, me llena de vergüenza y me hace preguntarme por los flecos, poco ejemplares, de nuestra transición democrática.
Cada historia tiene sus olvidados. Así, el relato construido sobre el nazismo y su abominable exterminio de los judíos, ha hecho olvidar que también fueron víctimas de sus terribles cámaras de gas y campos de exterminio, los comunistas, los gitanos, los homosexuales y otras minorías que el régimen nazi señaló con la cruz gamada del horror. De igual modo, en nuestro país se han silenciado las persecuciones religiosas, sexuales o sociales del régimen anterior, y con ello, se ha dibujado un retrato incompleto de lo que supuso realmente la dictadura.
El caso de los homosexuales y su vida durante el franquismo es, si cabe, aún peor que la de aquellos que sufrieron persecución política. Mientras que los comunistas, socialistas y anarquistas encarcelados podían contar con algún consuelo social, alguna solidaridad externa, un aliento a sus sueños de libertad, los homosexuales se encontraron con el rechazo y la persecución enconada de la sociedad. La dictadura construyó, en torno a la homosexualidad, toda una serie de sombras chinescas en las que mezclaban pesadillas sexuales, temores, rencores y sucias leyendas que convertían la vida de estas personas en una eterna culpa y disimulo.
Una tarde de primavera, mi madre llegó a la casa muy alterada. Había ido a colocar unas flores en el cementerio y allí, al pie de la tumba había un niño amigo de nuestra familia que sollozaba frente a la tumba de su padre, rogándole que se lo llevara con él. Según contó mi madre, una pandilla de jóvenes le había propinado una terrible paliza para que escarmentara de “la pluma” y de sus gestos amanerados. Años más tarde él mismo nos relataría que durante toda su juventud sufrió periódicamente palizas de chicos que afirmaban su virilidad con el maltrato a los homosexuales.
La pesadilla de los perseguidos políticos era la cárcel, las torturas, la privación de libertad. Pero en el caso de la personas homosexuales, a todo esto se sumaba el miedo –cuando no la certeza-, de que en cualquier momento podían ser objeto de burla, de maltrato o de vejaciones por cualquier vecino cuya única superioridad consistía en no ser homosexual, o más bien en el tremendo miedo a serlo.
Y es que se nos olvida el enorme poder corruptor de la dictadura, que no fue solo la ausencia de libertad política, sino toda una cultura represiva que se practicaba en la calle y en muchos hogares. Por eso al hablar de la dictadura, no solo habría que referirse a la falta de libertades políticas, sino también a una sociedad malvada, que apartaba a todos aquellos que no se adaptaban a sus normas, marcándoles incluso desde la infancia.. Al igual que la sociedad alemana que presenció inmutable los crímenes de Hitler, aquí nadie sabe nada y todos niegan haber participado en esa represión. El tránsito ha sido milagroso, pero el camino ha sido muy duro para los miles de Antoni Ruiz de nuestro país.