sábado, 19 de febrero de 2011

Sólo tres palabras

Este es el artículo de esta semana. Por error no lo han colgado (al menos todavía) en la edición digital de El País Andalucía 



Lo había sido todo en la esfera política e intelectual: profesor universitario, alcalde de Barcelona, Presidente de la Generalitat de Cataluña, sin embargo nunca había parecido tan humano, cercano y digno como cuando se acercó a recoger el premio al mejor documental en la ceremonia de los premios Goya, con idéntico aire de despiste que en sus mejores tiempos pero más atento a los pitidos del móvil que anunciaban los mensajes de felicitación de los amigos que al saludo que tenía que pronunciar ante la sala.
A veces las mejores aportaciones civilizatorias se presentan de forma modesta, casi inapreciable. Quedan en la memoria durante algunos minutos pero desaparecen en el transcurso de los días porque nuestra mente no dispone de un lugar preciso para guardarlas. Sin embargo, su valor simbólico es enorme y, en algún momento, su semilla florecerá en nuestra mente y nos hará abordar de forma distinta la vida.
Los viejos modelos y la nueva sociedad son un complot perfecto para la muerte civil de las personas enfermas, especialmente si se trata de enfermedades que afectan al cerebro o a la conducta. Los prejuicios milenarios, acrecentados por la culpabilidad que toda religión cultiva como una flor negra de interior, nos hicieron considerar la enfermedad como un estigma, como la expresión de un pecado, de una tara que había que ocultar cuidadosamente. Estos prejuicios se han prolongado hasta nuestros días y se han abonado con los modelos de éxito, de culto a la belleza juvenil que nos hace sufrir en vano persiguiendo en vano el nuevo mito de la perfección formal. Nuestro miedo a la enfermedad ha trazado mapas con fronteras rígidas sobre la normalidad en el que la más leve alteración te sitúa en un fuera de juego permanente.
El amor y la cultura han empezado a romper estos viejos mitos. Los primeros que abrieron la puerta a esta nueva fase fueron esos padres que mostraron en público a sus hijos con síndrome Down, sin asomo de vergüenza, sino orgullosos de su existencia y de sus progresos, como si en lugar de lidiar con una enfermedad, hubieran realizado un viaje de descubrimiento de un nuevo territorio para la felicidad.
 Ahora las viejas fronteras de la normalidad se desmoronan cuando personajes importantes nos muestran que el ser humano no desaparece porque tenga menos habilidades lingüísticas o motoras. La sonrisa de Maragall cuando no recuerda las tres palabras que su terapeuta le había enunciado (bicicleta, cuchara, manzana), vale más que cien discursos sobre la dignidad y la esperanza de los enfermos de Alzheimer.
Para que esto suceda, han tenido que surgir también nuevos modelos familiares: mujeres de un coraje inestimable, hijos que han construido sus lazos familiares con el mimbre de la libertad y del respeto mutuo que ahora reflejan todo el patrimonio cultural recibido en estas bellas declaraciones de amor. No ha sido la primera vez. También los hijos del político catalán Jordi Sole Tura, nos relataron en su película  “Bucarest: la memoria perdida” la odisea de un ser humano contra el olvido.
Todos necesitamos modelos sociales a los que acercarnos. Lo sabemos muy bien las mujeres que hemos tenido que construir todo un imaginario para nuevas dedicaciones y funciones que nos habían vedado. Lo comprenden, también,  aquellos hombres que construyen nuevos modelos de masculinidad despojados de dominación. Es importante construir un nuevo relato de nuestras vidas que supere los viejos estigmas y nos proporcione un lugar digno en el mundo en cualquier circunstancia.
La primera de las batallas contra la muerte civil de las personas enfermas es la visibilidad y la presentación de modelos que contengan una inteligente esperanza. Por eso, estamos en deuda con los que abren caminos; con los que hacen del dolor no un espectáculo sino un reto de superación; con los que saben bajar las escaleras de la vida con dignidad. Como ese nuevo Pasqual Maragall, que no recuerda tres simples palabras, "bicicleta, cullera, poma", pero sabe susurrarnos al oído el idioma de los nuevos tiempos

Vergüenza ajena

El artículo del País que olvidé colgar:


Dicen que el concepto de vergüenza ajena sólo existe en nuestro país y que en el resto del mundo no pueden comprender que alguien sienta una enorme incomodidad interior por las acciones de otro. Pues bien, estos últimos días hemos sentido un intenso bochorno ante el asalto de unos desalmados a los fondos públicos destinados a prejubilaciones de trabajadores de empresas en crisis.
Al parecer, alguien detectó el agujero burocrático por el que se podían colar como beneficiarios de las pólizas a personas que no habían trabajado en su vida en estas empresas. Ni cortos, ni perezosos, compusieron su particular lista de Schindler, sólo que en este caso no era para salvar vidas ajenas sino para hacerles la vida más fácil y lujosa a los beneficiarios. Pero, no nos engañemos; no se ha tratado de una conducta individual ni aislada, sino más bien de una práctica que necesitaba una cierta organización y complicidad como demuestra el hecho de que afecta a casi la mitad de los expedientes investigados.
Cualquier delito es abominable pero en este caso concurre una mezquindad y ratería dignas de la más rancia novela picaresca. Incluso en los delitos existe una cierta escala ética. Esconderse detrás de trabajadores que han sufrido verdaderas odiseas para defender sus puestos de trabajo, como es el caso de Intelhorce o Cydeplas, es realmente abominable. Si quien lo hace ostenta el cargo de representante sindical, no ha podido llegar más bajo en la escala de la indignidad.
De un plumazo, los rateros desalmados, sus cómplices y consentidores, han metido a Andalucía en el túnel del tiempo y han revitalizado los peores tópicos sobre nuestra tierra. Por ello, urge establecer responsabilidades, encontrar a los culpables, ponerlos frente a la justicia e incautar los bienes obtenidos ilegalmente.
Es el momento de que los responsables políticos que tienen a su cargo la administración actúen con contundencia y no se aferren a los tópicos y las palabras vacías. Desde que estalló el caso Mercasevilla, con los preocupantes indicios de irregularidades, deberían haberse encendido todas las luces de alarma que implicaban, de una u otra forma, a la Consejería de Empleo. Ha hecho bien el Gobierno andaluz en investigar las ayudas en los expedientes de regulación de empleo y en denunciar ante la justicia las irregularidades observadas, pero la investigación debe profundizar más y abarcar -en vista de las denuncias- un periodo de tiempo mayor. Los anteriores consejeros de Empleo deben dar cuenta de su labor no sólo ante la autoridad judicial sino también ante el Parlamento de Andalucía. Hasta el momento, sus declaraciones siembran aún más confusión y desconcierto. Hablar de "deslealtad" o de "traición" no contribuye precisamente a tranquilizar a la opinión pública. Pedir a la sociedad que "sea comprensiva con los fallos humanos que todos cometemos", produce verdadera irritación, mucho más cuando se acompaña de frases como que "es muy fácil opinar cuando se tiene garantizada la nómina a final de mes".
Tampoco vale recurrir al consabido "y tú más" con que finalizan las intervenciones algunos insignes cargos políticos. El hecho de que el PP tenga un número importante de cargos públicos implicados en la operación Gürtel no justifica ningún otro caso de corrupción y enfrascarse en una pelea por el grado de implicación de cada cual no es más que un torpe reconocimiento de culpabilidad.
Finalmente, tampoco parecen lógicos los argumentos contra las comisiones de investigación con la excusa de que es preferible evitar un juicio paralelo del caso. En un sistema democrático no sólo existen responsabilidades penales sino también políticas y el lugar para exigirlas es sin duda el Parlamento. Sólo más luz, más control público y más transparencia nos borrará el rubor de la vergüenza ajena que hemos sentido al conocer cómo algunos sinvergüenzas se quedaban con los fondos destinados a trabajadores de empresas en crisis.