lunes, 23 de julio de 2012

¿SON TAN MALOS LOS POLÍTICOS?

Publicado en El País de Andalucía


La pasada semana se recogieron en la red 70.000 firmas para eliminar 375.000 políticos que sobran en España y reducirlos a la cifra de 100.000, como Alemania. Según esta iniciativa, con la supresión de políticos se solventaría una buena parte de la crisis económica. El problema es que se trata de una mentira descomunal, urdida a conciencia con la exclusiva finalidad de enardecer los ánimos de la ciudadanía ante los recortes. La realidad es que en España hay 78.000 políticos (por lo visto, muchos menos que en su ejemplar Alemania) de los cuales 74.000 son concejales de sus respectivos pueblos. El 90% de ellos no cobra retribución alguna por su dedicación.
No hay día en el que no reciba cinco o seis correos electrónicos plagados de mentiras sin cuento, escritos con grandes letras mayúsculas y rogándome que lo difunda por todos los medios a mi alcance. El denominador común de estos manifiestos anónimos es presentar a todos los políticos como un cáncer social que habría que extirpar con urgencia. Se trata de una curiosa campaña en la que participan tanto sectores de la ultraizquierda política como de la derecha más rancia.
Si hay algo que compite con el odio a los políticos es la caza y captura de las personas que se dedican al sindicalismo. Los medios de comunicación de la derecha no cesan ni por un momento de desprestigiar sus actividades y, si es necesario, pueden convertir —como en el cuento de La Cenicienta— un vulgar reloj de Cándido Méndez en un Rolex exclusivo de alta gama. Al mismo tiempo, personas que nunca se han movilizado por ninguna causa social vociferan por la inactividad sindical, los acusan de venderse al mejor postor cuando toda la sociedad, en realidad, estaba vendida a los placeres del consumo. En todo caso, el pecado de los sindicatos habrá sido el de representar perfectamente el estado de autosatisfacción y desmovilización de la mayoría social y no estar lo suficientemente alerta a los miles de jóvenes que entraban por la puerta trasera en el mercado laboral.
Llevo semanas dando vueltas a la idea de defender la política y el sindicalismo y, al mismo tiempo, exigir una profunda reforma de estas dos actividades. No consigo, sin embargo, redondear las ideas porque tras cada afirmación me surge un pero que las matiza e incluso las contradice. Por eso me siento inerme ante la avalancha de mentiras y de campañas de desprestigio, porque frente a ese rotundo NO a los políticos y a la política, mi afirmación de la necesidad de la política y los políticos está cargada de matices, de críticas; en suma: mi mensaje es poco eficaz. Aún así sacudo la cabeza y repito: No es eso, no es eso.
Comparto el núcleo central de la crítica que el movimiento 15-M ha hecho de la política: su sumisión a los mercados, su falta de conexión con la sociedad que los sustenta. No es que la democracia representativa no sea útil y haya que sustituirla por la participación popular directa y asamblearia; es que la democracia actual no es representativa, es decir, no está interpretando los intereses de la ciudadanía, ni siquiera de los votantes que han aupado al poder a tal o cual Gobierno. Cuando Rajoy dice “no tenemos libertad para elegir”, está describiendo la impotencia y cobardía de la política ante los mercados. No es una cuestión de sueldos, ni de coches oficiales. Ojalá fuese ese el problema, porque sería muy fácil de resolver. Es el último capítulo del desplazamiento del poder del pueblo hacia los intereses de los más poderosos y la tumba de la política democrática.
Tenemos la sociedad más politizada desde los tiempos de la transición y, sin embargo, la más antipolítica de nuestra historia. De las nuevas energías sociales tienen que salir proyectos, alternativas, reformas radicales que fortalezcan la democracia y devuelvan a la política su sentido de servicio público y de afán colectivo. Es el momento de abrir nuevos espacios que canalicen las demandas y las propuestas ciudadanas. Queremos una democracia más participativa, pero también que represente más fielmente los intereses de la ciudadanía. Pero cuidado con el populismo desbocado que proclama verdades irrefutables, que borra las pluralidades y que nos conduce al reino del autoritarismo. Por muy enfadados que estemos.