Si alguno de tus amigos está como ausente, ajeno a la realidad y obnubilado, no te preocupes. Hay más de treinta mil personas en Sevilla y alrededores que presentan síntomas parecidos. Apenas si hablan, andan por las calles flotando y no suelen contestar a las preguntas.
Si se les escapa, a veces, una furtiva sonrisa que no tiene objeto real, sino dedicada al cielo; si han dejado de quejarse del calor; si tienen el aspecto de haberse recién despertado de un sueño placentero, entonces no hay duda: estuvieron en el concierto de Bruce Springsteen. O lo que es lo mismo, hicieron un largo viaje al universo de la música, al planeta del rock y todavía no han encontrado el camino del regreso. La convalecencia será larga y, como portadores de un virus misterioso, se empeñarán en transmitirlo a todo su entorno. Se comportarán como nuevos conversos, y nos contarán una historia que básicamente, se repite: no eran fans de Bruce Springsteen, tenían cierto reparo a su estética de camionero, no les interesaba una música tan radicalmente americana –aunque lo esencialmente americano, en este caso, es la mezcla irlandesa, negra, country, roquera…-, pero tras los primeros acordes se derribó el muro y resultó imposible resistirse a esa oleada de energía.
No volverán a creer en una música sin músicos. No volverán a gustarles los conciertos pulcramente preparados. No volverán a creer en dioses musicales que establecen su sede en el Olimpo y que no saben siquiera la tierra que pisan. No querrán tener un “boss” que no sea, a la vez, un igual, un currante, un animador del grupo. Volveremos a escuchar palabras casi olvidadas: honestidad, profesionalidad, autenticidad, alegría en el trabajo. Sentirán que formar parte de un grupo no es disolverse. Que el conjunto existe porque cada uno de los músicos es único en su oficio. Olvidarán el precio de la entrada, el viaje, el calor, la mala acústica inicial y solamente sufrirán, como un foso de incomprensión, la de aquellos que no han compartido la emoción del viaje.
Se disolverá su interés por los efectos especiales y los montajes comerciales Se destrozará el mito sexual de la juventud de carnet de identidad. Se volverán forofos del esfuerzo, del working, de la conquista perseverante y alegre de los territorios sentimentales. Van a creer en la energía latente, en el poder liberador de la música. Sentirán, no el orgasmo de los que cantan ante un auditorio sumiso, sino de los que participan en una explosión universal de la energía contenida que llevamos dentro. Una energía que surge del dolor, de la superación, de los paisajes diversos y de la vida que nos ha golpeado a todos.
Tanta investigación científica, tanto esfuerzo por conocer las fuentes de la vida y quizá –solo quizá- el rock sea la fuente de la eterna juventud. No era un concierto, entonces, era la vida auténtica, vertiginosa y cruel, auténtica y mítica, dramática y cómica, que te arrasa si no haces el esfuerzo de “working on a dream”.
Concha Caballero