martes, 18 de junio de 2013

EXPULSADOS DE LA UNIVERSIDAD



 También lo puedes leer en El País Andalucía 

   No hay cifras totales. Vamos conociendo cifras parciales: 6.000 en Madrid, 4.500 entre Sevilla y Málaga, una cifra similar en Barcelona… Es posible que entre 50.000 y 70.000 estudiantes hayan sido expulsados de la Universidad este año porque su matrícula ha sido anulada. Un tajo brutal, una sangría de talentos, un golpe sin rostro a la igualdad de oportunidades en toda la cara
.
   Los servicios administrativos hicieron su trabajo. Un buen día, un estudiante de Medicina, de Derecho o de cualquier otra especialidad intentó entrar con su clave en la web del centro y ya no respondía. Su facultad ya no les pertenece e inician un peregrinaje por los departamentos y la secretaría del centro. Algunos profesores prestan el dinero de la matrícula. Otros prometen guardar exámenes, buscar fórmulas para que sigan en las aulas. Alguno escribe un alegato en el que las palabras sucias tienen justificación plena: “Esto es una puta mierda”.

   Las palabras “anulación de matrícula” tienen un nuevo contenido. Antes se debía a un cambio de planes del alumnado pero las nuevas anulaciones son solo cuestión de dinero, money, pasta o parné. La matrícula se anula porque se le ha denegado al estudiante la beca solicitada o porque fraccionó el pago y ahora no tiene efectivo para pagar el siguiente plazo. Hace unos meses una de mis alumnas brillantísimas, que cursaba con excelentes resultados su carrera, ha abandonado los estudios. Tenía una beca del Ministerio de Educación pero no le habían abonado ni un euro de la ayuda concedida y su familia no podía pagar el gasto de transporte, libros y material necesario. La hemos buscado sin éxito. El estigma económico es también muy difícil de llevar. Se sienten humillados y responsables.

   Esto no es el efecto de la crisis. No. Ningún país en su sano juicio sube las tasas universitarias, reduce las becas y malpaga sus ayudas en el momento más difícil para la ciudadanía. Esto es un efecto buscado, un cambio en el modelo universitario, un desmontaje a conciencia de cualquier atisbo de igualdad social junto a una equinoccial locura de reducir el número de estudiantes universitarios.

   El ministerio ha contestado con desprecio: “hay estudiantes que firman el examen en blanco y cobran la beca”. Una nueva y radical mentira de la factoría de ficción Wert, experta en desprestigiar lo público y justificar el clasismo más rotundo. Emplean la ironía para justificar la subida de notas necesaria para obtener ayudas: “Si sacaran matrículas de honor, no tendrían problemas para obtener becas”, argumentan desde un sentido común lleno de pasado, de involución y de sociedad añeja.

   Y es que aquí está el verdadero quid de la cuestión. Desde que existe la Universidad y la escuela, existen las becas. Los grandes señores, desde tiempo inmemorial becaban a aquellos hijos de las clases populares que fueran excepcionalmente inteligentes a cambio de que sus resultados fueran excelentes, sin tropiezo alguno. La diferencia entre una sociedad estamental, clasista y autoritaria y una sociedad democrática es la igualdad de oportunidades. Se supone que una sociedad democrática facilita el acceso a los estudios superiores y la cultura a los que menos tienen, cumpliendo unos requisitos razonables, pero no excepcionales.

   A Laura, una chica que está en tercero de grado, le han denegado la beca. Ha aprobado con buena nota 11 créditos de su curso, pero ha suspendido dos de ellos. Este simple tropiezo va a dar al traste con su vida. Por 1.000 euros se va a abrir un abismo entre ella y sus sueños.

   Espero, y más que esperar exijo, que en Andalucía, donde se cuestiona esta política educativa, el Gobierno y los rectores universitarios acuerden urgentemente una solución y estos miles de estudiantes expulsados por motivos económicos puedan volver a sus aulas. Porque esto no es excelencia, ni calidad, ni cultura del esfuerzo. Es simplemente un clasismo redivivo, una limpieza elitista de las aulas, un cambio de modelo social insoportable. Una puta mierda, con perdón. O mejor dicho, sin perdón.
@conchacaballer

INDIGNACIÓN TELEDIRIGIDA

También lo puedes leer en El País Andalucía 

   La indignación está tan promocionada que empieza a resultarme sospechosa. Y no me refiero a la que se expresa con las mareas reivindicativas, a las personas que expresan alternativas concretas bajo el esperanzador lema de “Sí, se puede”. Me refiero a esa indignación de salón, urbi et orbe que lanza dardos a diestro y siniestro, cultiva la desconfianza y destroza cualquier brizna de esperanza.
En un clima de corrupción económica y política realmente calamitoso, las noticias con más audiencia no son los capitales acumulados, ni la supresión de derechos. Son las menudencias escandalosas las que obtienen un éxito espectacular de audiencia. Cuanto más miserable y ruin es el hecho que se denuncia, más atrae nuestra atención: el precio de unos cubalibres, el gasto de un teléfono, el uso de un coche oficial o un correo privado del empalmado consorte.

   Tengo la sensación de que quieren dirigir mi indignación como se amaestra un caballo desbocado, colocando anteojeras que cierren su campo de visión y obligando a dar vueltas sobre un imaginario círculo.
Que sí. Que qué quieren que les diga. Que me parecen muy mal los cubatas del Congreso a tres euros. Que las fuerzas políticas han quedado como cagancho subiéndose a escondidas unas dietas por asistencia. Que ya he visto tropecientas mil veces el mismo reportaje sobre el aeropuerto de Castellón… Que es más que evidente que a la política en nuestro país le hace falta un terremoto de transparencia, de honradez y de sobriedad. Pero no van a convencerme de que los sueldos de los políticos y el gasto público hayan sido los responsables de la actual crisis, sencillamente porque no es verdad.

   Mi correo se inunda de datos falsos sobre el número de políticos en nuestro país. La campaña antipolítica no tiene fronteras, abarca desde la extrema derecha a la extrema izquierda con similares argumentos. No me cuentan, por ejemplo, que frente a 10.000 políticos que cobran salario público existen 13.000 profesores de religión pagados a nuestra costa. Tampoco me dicen que 30.000 profesores interinos han sido despedidos pero ni uno solo de religión aunque sus aulas están cada vez más despobladas ¿Es esto demagogia? Sin duda, pero es solo un ejemplo para jugar en la misma liga argumental. Tampoco me informan dónde han ido a parar los 40.000 millones que hemos dado a la banca arrancados directamente de nuestros recortes sociales. Claro. Como no se lo han gastado en cubatas a tres euros pues no tienen el mismo interés periodístico. Y es que en el mundo de la propaganda “menos es más”. Para que una noticia “venda” es preciso que sea familiar, reconocible y personalizada. Las grandes cifras, los grandes mangantes, carecen de historia, de rostro, de esa cotidianidad menuda con la que se alimenta nuestra domesticada indignación.

   El verdadero poder es anónimo y oculto. Realmente no estamos indignados contra él porque no podemos ver sus rostros. Nos han vendido un relato mucho más maniqueo y entretenido. Viendo el riesgo de incendio de la calle, han decidido echar a los leones a los representantes políticos. Muchos lo merecen, no digo que no, pero deben ir acompañados de sus promotores. Si la democracia se chamusca un poco, no les preocupa. Nunca les ha importado.

   Por eso la indignación contra el poder político es hoy un valor seguro. Hay quien se indigna incluso contra las causas justas y despotrican con ardor contra el minúsculo gasto en las escuelas de los programas de igualdad de género, los libros de texto gratuitos o contra la cooperación internacional. Da lo mismo.
No faltan motivos justos para la indignación pero, con excepción de los jóvenes que se han dado de bruces con la crisis, me sorprende la intensidad de este sentimiento. Muchos han pasado del conformismo más sumiso a la indignación más virulenta con la rapidez del rayo. No creo que sin un proceso reflexivo, de propuesta y de alternativa pueda construirse nada a lomos de este caballo. Porque con la misma fuerza que surge, se esfumará ante el primer brote verde del mismo podrido árbol.

@conchacaballer

domingo, 2 de junio de 2013

TIJERITAS, MOTOSIERRAS Y PAGA EXTRA

 
Puedes leerlo completo en EL PAÍS ANDALUCÍA 

   Pertenezco a una familia de antiguos propietarios de tierras arruinados, que desconocían el valor del dinero. Mi padre empezó a trabajar pasados los 40 años, forzado ya por las deudas. Nunca hubiese consentido vender un solo olivo de su pequeña hacienda familiar, pero el dinero le provocaba una fastidiosa mezcla de desdén y necesidad. Cuando cobraba la paga extraordinaria, nos congregaba en el salón y tiraba los billetes al techo. Los niños recogíamos los billetes y lo guardábamos junto con las muñecas, el fuerte de los vaqueros o el dinero falso del Monopoly. Horas después los devolvíamos a cambio de promesas falsas o porque el juego, simplemente, había terminado.

   El nombre de la paga extraordinaria delata nuestro origen de país sin derechos. Para los mayores era la paga del 18 de julio y de la cristianísima Navidad. Un pequeño obsequio con el que el poder mostraba su lado más amable. Solo la democracia dignificó este pago como parte del salario, lo aumentó y reguló. O al menos así lo creímos hasta que la crisis nos devolvió a los años 60.
Lo que creíamos parte de nuestros derechos laborales vuelve a ser una potestad graciosa y arbitraria del poder. Con un simple decreto —el más bajo rango normativo— se esfuma una parte importante del salario de los funcionarios, sin explicaciones ni transparencia alguna.
 
   Los empleados públicos han sido el juguete favorito de esta crisis. Tanto que ha habido competencia desleal para esquilmar sus retribuciones. La Administración andaluza decidió suprimir la mitad de la paga extra pero el Gobierno central se adelantó y la quitó por completo. La Junta de Andalucía se quedó con las tijeras al aire, sin material recortable. No hay sueldo para tanto Freddy Krueger.

   Nuevamente las palabras pueden ser muy engañosas. Al hablar de suprimir la “paga extraordinaria” ocultamos que se trata de un brutal descenso de salarios que alcanza más del 14% de las retribuciones anuales, sin contar el efecto de la congelación salarial, la subida del coste de la vida o de los impuestos que han vuelto a caer solo y exclusivamente sobre las rentas del trabajo. Las consecuencias de este sacrificio han sido contraer el consumo hasta límites catastróficos.

   Cuando Aznar reclama la bajada de los impuestos no es un estrafalario expresidente, es un dardo que ha dado de lleno en el malestar de las clases medias, empobrecidas, desorientadas, que se sienten indefensas ante la acción de los Gobiernos. Es sumamente hipócrita que el mayor defensor del austericidio venga ahora a proclamarse salvador de sus propias políticas, pero los procesos políticos no son justos ni bellos. Son simplemente un juego de fuerzas, de relatos y de transmisión de ideas.

   Por eso choca tanto que el Gobierno andaluz reduzca esta batalla a un grado permisivo de recortes. Tijeritas andaluzas contra la motosierra del Gobierno central. “Ellos te quitan una paga entera y nosotros la mitad”, “ellos despiden el 70% de los interinos, nosotros el 50%”. El hartazgo social avanza de forma exponencial y cualquier nuevo recorte viene a colmar la medida de un vaso rebosante de desdichas. En la sanidad es evidente el descenso de salarios, la acumulación de enfermos, el colapso de las urgencias. En las cárceles, en la dependencia, en la enseñanza el personal está al límite de sus fuerzas. En todos los servicios, las bajas no se cubren, se contratan con cuentagotas interinos y se les paga lo menos posible.

   Ningún ciudadano tiene en su cabeza una tabla Excel para anotar cuántos de estos recortes proceden del Gobierno central y cuáles del andaluz. Y aunque sea verdad que en el contador gana por goleada el equipo azul de la motosierra, hay decisiones como esta nueva supresión de la paga extraordinaria que son responsabilidad plena del Gobierno andaluz. Que necesitan este dinero, es evidente. Que vayan a acudir nuevamente a los bolsillos de los trabajadores públicos, realmente incomprensible.