Hay toda una generación que conocimos las ciudades por la literatura, antes de viajar a ellas. Nuestro interés por los viajes era romántico. Antes de emprender cualquier viaje sentíamos (y lo sigo haciendo), un vacío anhelante en el pecho. Viajar nos producía una sensación similar al amor. E incluso las mismas frustraciones: al final el objeto amado, no se parecía a lo construido en nuestra imaginación o respondía escasamente a nuestras expectativas. Así, por muy bello que sea el lugar visitado, si antes lo hemos frecuentado en la literatura, nos quedará un íntimo sentimiento inconfesado de decepción.
Mi primer viaje fue a Granada a la edad de diez años. Mi abuelo tomó un día la decisión de llevarnos, a un escogido séquito, de viaje a esta ciudad. Yo había leído los cuentos de la Alhambra y pasé todo el viaje nerviosa imaginando las torres, los arcos, las callejas, blancos caballos y pequeñas tiendas repletas de productos. Al llegar a Granada comenzaron a aparecer los edificios feos, los bloques de viviendas. No podía dar crédito. ¡Granada no podía ser como cualquier otra ciudad!
Renqueando el autobús subió la cuesta de la Alhambra y aparecieron ante mi algunas puertas míticas. Mi corazón saltaba cuando vi el relieve de la mano y la llave y recordé su leyenda. Mi abuelo mandó parar en un restaurante llamado, creo recordar, la Mimbre. Allí comimos y nos refrescamos. Cuando estábamos preparados para entrar en la Alhambra surgió una pequeña discusión que no recuerdo y mi abuelo dijo:
- ¿Sabes lo que te digo, Marina…? …Que en Granada hace mucho calor…¡Vámonos de vuelta!
Así fue como no conocí la Alhambra y cómo sus cuentos y leyendas permanecieron algunos años más en mí. Cuento esto porque de nuevo voy a Paris, la única ciudad que es tal como la leí en Balzac, en Flaubert, en Zola, en Hemingway . Quizá sea un museo literario o una hermosa pinacoteca.Quizá no exista. ¡Pero es tan hermosa!
Mi primer viaje fue a Granada a la edad de diez años. Mi abuelo tomó un día la decisión de llevarnos, a un escogido séquito, de viaje a esta ciudad. Yo había leído los cuentos de la Alhambra y pasé todo el viaje nerviosa imaginando las torres, los arcos, las callejas, blancos caballos y pequeñas tiendas repletas de productos. Al llegar a Granada comenzaron a aparecer los edificios feos, los bloques de viviendas. No podía dar crédito. ¡Granada no podía ser como cualquier otra ciudad!
Renqueando el autobús subió la cuesta de la Alhambra y aparecieron ante mi algunas puertas míticas. Mi corazón saltaba cuando vi el relieve de la mano y la llave y recordé su leyenda. Mi abuelo mandó parar en un restaurante llamado, creo recordar, la Mimbre. Allí comimos y nos refrescamos. Cuando estábamos preparados para entrar en la Alhambra surgió una pequeña discusión que no recuerdo y mi abuelo dijo:
- ¿Sabes lo que te digo, Marina…? …Que en Granada hace mucho calor…¡Vámonos de vuelta!
Así fue como no conocí la Alhambra y cómo sus cuentos y leyendas permanecieron algunos años más en mí. Cuento esto porque de nuevo voy a Paris, la única ciudad que es tal como la leí en Balzac, en Flaubert, en Zola, en Hemingway . Quizá sea un museo literario o una hermosa pinacoteca.Quizá no exista. ¡Pero es tan hermosa!