jueves, 22 de agosto de 2013

EL NAUFRAGIO DEL PP DE ANDALUCÍA





    Ni en sus peores pesadillas Javier Arenas pensó que acabaría de esta forma tan triste su vida política. Posiblemente sea éste el último mes de agosto en el que junto a su nombre luzca algún cargo institucional en el PP. A partir de septiembre, su estrella política dará un fundido en negro que lo sacará de escena sin aplausos del público y sin corte de seguidores. Si tiene suerte, su nombre se olvidará; si no es así se asociará para siempre al de Bárcenas, los sobresueldos de los dirigentes del PP y el caso de corrupción más vistoso de toda la democracia española.
 
   Javier Arenas se había construido un personaje político muy singular, una especie de navaja suiza con múltiples funciones.  En su tiempo fue el rostro amable de los populares pero fue ocupando cada vez más un mayor espacio de poder interno por su capacidad de negociación con los viejos barones y los viejos aparatos.

   Hubo un tiempo en el que estaban de moda los rayos UVA y lucir en pleno invierno un tono tostado como de vuelta de una playa del Caribe. Hubo un club de dirigentes del PP que consideraron que este moreno era un toque de distinción superior y cuando los deportes al aire libre no lo permitían, recurrían a la cabina de los rayos artificiales donde salían con el color de un salmonete bien frito. Eran el clan de los rayos UVA del PP y pertenecían a él  Bárcenas, Camps, Ana Mato o Zaplana e insignes segundones, hoy conocidos en los juzgados como Sepúlveda y Galeote, aunque su líder indiscutible era Javier Arenas.  El cemento que unía este club de intereses diversos eran los generosos sobresueldos que se distribuían directamente desde Génova, bajo la supuesta supervisión de Javier Arenas.

    La tragedia de Arenas es que no se dio cuenta a tiempo de que el tiempo del moreno atroz había terminado (aunque la catalana Alicia Sánchez Camacho está escribiendo los epígonos de esa estética) y que se avecinaban tiempos en los que el blanco mortecino de Crepúsculo o de True Blood se imponía en la estética de la derecha española.

   Andalucía era para Javier Arenas su patio de recreo. Un lugar hostil donde consiguió trabajosamente un lento ascenso electoral que creyó ya definitivo en las pasadas elecciones. Construyó una organización a su medida y todos conocían que no se movía ni un cuadro sin que Javier Arenas, o su Sancho Panza particular,  Antonio Sanz, lo autorizase. Pero la ciudadanía andaluza le negó a Javier Arenas la mayoría absoluta necesaria para gobernar y él mismo comprendió esa noche electoral que su estrella se había apagado.
A partir de entonces el PP andaluz es un zombi de la vieja escuela, de los que caminan lentamente, con un solo argumento a su favor: el vergonzoso caso de corrupción de los ERES. Pero más allá de este tema, el Partido Popular naufraga  lentamente, a vista de todo el mundo y de una tripulación paralizada de terror.
 
   Cada nueva portada, cada nueva revelación del caso Gurtel y Bárcenas, es una nueva vía de agua en el viejo casco que ya no soporta la tormenta. Por si fuese poco, el gobierno central les obliga a mantener vergonzosas posiciones sobre cualquier medida social que la Junta de Andalucía apruebe, ya sea desahucios, becas, avances científicos o subastas de medicamentos.
 
   Zoido nunca se ha colocado el traje de presidente del PP andaluz. Lo tiene en el armario nuevecito y sueña con volver a la política menuda de su ciudad. Los demás candidatos huyen despavoridos antes de asumir el mando de un barco en el que faltan botes salvavidas para todos los viajeros. Para mayor desconsuelo, Griñán les ha cambiado el guión y la próxima Presidenta de la Junta será una mujer joven, ajena por completo a los ERES frente a la cual no podrán enarbolar los viejos discursos.
 
   Los que acusan a Susana Díaz de ser producto de un “dedazo”, se han puesto en manos de Rajoy para que, con superior criterio, designe el candidato andaluz.  Mientras el agua está a punto de hundir definitivamente el barco y el público contempla indiferente el espectáculo.

EL SÍNDROME JUAN CUESTA

Publicado en El País Andalucía

   No sé si ustedes recordarán al personaje de Juan Cuesta de la serie televisiva Aquí no hay quién viva. Sí, aquel que era presidente de la Comunidad, daba discursos engolados y su mayor felicidad era dirigir las reuniones de los propietarios y tomar solemnes decisiones sobre nimiedades. Juan Cuesta no es ni bueno ni malo. Es capaz de practicar el vicio o la virtud no solo por interés monetario sino, sobre todo, por la satisfacción que le produce ser el centro de todas las cosas.

   Juan Cuesta se cree muy importante, opinión que nadie más comparte, y siempre busca la aprobación o el halago. Aunque aparenta un talante dialogante y razonable, odia todo lo que escape a su control, toda iniciativa, y si se le priva de su cargo es un alma en pena sin objetivo en la vida.

   He conocido a centenares de Juanes Cuesta. Suelen prosperar en las comunidades, las asociaciones, las
juntas directivas, la enseñanza, las empresas y los partidos políticos. Gente tan aferrada a su minúsculo cargo, más preocupada por el formalismo que por los resultados, guardianes de unas instituciones creadas a su imagen y semejanza, canes Cerberos que protegen la gruta del poder de cualquier cambio.

   Cuando me pregunto cuál es la razón de la podredumbre de todas las estructuras de poder en nuestro país, una de las posibles respuestas es la proliferación de Juanes Cuesta en cada uno de los escalones. O dicho de otra manera, es el propio concepto del poder que tenemos en nuestra mente y que no ha sido aireado ni democratizado a lo largo de nuestra historia. En nuestro inconsciente colectivo, ser jefe de algo significa no tener una responsabilidad distinta y una capacidad de coordinación de un colectivo, sino alcanzar un estatus superior. Da igual que la jefatura consista simplemente en vigilar las fotocopias de una máquina, porque si a nuestro cargo le acompaña la palabra jefe, presidente, director o secretario automáticamente le asignamos un peldaño por encima de nosotros en la escala social que él o ella convertirá en una distinción personal, hasta el punto que ya les será difícil presentarse en sociedad sin acompañarse de su título: “Juan Cuesta, presidente de la Comunidad”.

   Solemos pensar que lo importante es la igualdad, pero para los Juanes Cuesta del mundo, lo importante es la desigualdad, la diferencia, aunque tan solo consista en sentarse en el centro de la reunión o disponer de un sillón o un despacho un poco más confortable. Todos sabemos que los debates más feroces y los enconamientos más profundos de muchos centros de trabajo tienen más que ver con estas minucias que con diferencias sobre el proyecto de trabajo.

   Los Juanes Cuesta del mundo no discuten ni ponen en cuestión las decisiones de los de arriba porque se sienten parte de esa jerarquía, sin embargo, son quisquillosos y exigentes con los que ellos consideran los de abajo, sus propios compañeros de trabajo. Son capaces de mantener reuniones interminables sobre procedimientos y formalidades, pero les aburre solemnemente discutir los proyectos y los objetivos comunes. Son los que sustentan la pirámide de poder en nuestro país, en cualquier institución y en cualquier empresa, y son también los que impiden que se renueve, que entre aire fresco e ideas.

  
Mientras nuestro concepto del poder se siga asociando a la exhibición, a la apariencia o a la simple jerarquía, nuestro país no podrá progresar porque sus castas dominantes seguirán siendo decimonónicas y endogámicas. Seguirán multiplicando las tareas burocráticas tan queridas por los Juanes Cuesta del mundo y se desdeñará el trabajo en equipo y la valoración de los resultados. Hasta que no comprendamos que “el poder” es solo la capacidad de poder hacer cosas, de conjuntar esfuerzos de un colectivo, aprovechar y poner en marcha nuevas ideas, nuestras empresas serán anticuadas y nuestras instituciones, inservibles.
Hasta que lleguen esos nuevos tiempos, esa nueva organización de nuestro trabajo, disfrutemos de las vacaciones porque lo mejor que tienen no es la falta de obligaciones, sino librarnos por unos días de tantos jefes, jefecillos y abusones que envenenan nuestros sueños.
@conchacaballer

HERMOSOS VENCIDOS

Publicado en El País Andalucía 

   Pensaba en el tema de mi artículo de esta semana. Me apetecía hablar de literatura, salir de los asfixiantes temas políticos, tomar un poco de oxígeno de seres imaginarios e historias ajenas. Pero a veces la realidad se atraviesa en el camino, se pone en jarras en medio de la carretera y dice que está ahí, que no piensa moverse hasta que la mires de frente.

   Se llama Inmaculada Michinina, tiene 37 años y es aspirante a una licencia del baratillo de Cádiz. Si todavía no han visto su intervención en el último pleno de su ciudad, se la recomiendo. Llegó con varios folios manuscritos para expresar en pocos minutos sus demandas, pero a los pocos segundos dejó de leer y expresó un bello discurso, lleno de faltas de ortografía, de cariñosos tacos, de diminutivos hirientes como cuchillos afilados.

   Los perdedores apenas tienen oportunidad de contar su historia pero ella lo hizo con ráfagas de metralla. “Os hemos dado un puesto de trabajo que no valoráis. No lo aprovecháis para trabajar para nosotros, para el pueblo”, le espetó a la presidencia. A esas alturas la cara de Teófila Martínez y de toda la mesa presidencial era un poema. Ya no estaba hablando de su demanda, de la licencia de su puesto en el baratillo, sino del foso terrible entre el poder político y los problemas de los ciudadanos. “Para ustedes somos solo un punto, el punto 19”, les dijo. Un molesto punto que se olvidaría pronto. La tragedia de gente insignificante, con su paro a cuestas. Las víctimas de la crisis que nadie quiere individualizar. Los parados y paradas que se cuentan por miles o por millones pero carecen de rostro y de historia, y cuyo único papel en esta crisis es cruzarse de brazos a esperar que los poderosos recuperen sus ganancias.

   Al menos, les disparó Inmaculada, “déjennos tener dignidad”, “déjenme decirle a mis hijas: chocho, que puedes comer lo que hay en la nevera, que lo ha conseguido tu madre”. No es una ayuda, un subsidio, un favor lo que se pide, sino el simple permiso de ganarse el puchero con sus propias manos.
Los andaluces hacemos un uso especial del lenguaje. Sabemos retorcer los adjetivos hasta que destilan significados inesperados. Inmaculada finalizó su intervención con un uso literario del diminutivo como solo una andaluza podría hacerlo. Lorca condensó en la palabra “cuchillito” toda la carga trágica de Bodas de sangre. En boca de esta gaditana cada palabra diminuta, sencilla, se convertía en un artefacto trágico que nos golpeaba directamente el corazón. “Déjenme que este dominguito, a ver si hay suerte, me llevo 20 euritos para mi casa y puedo ir a la placita de abastos”.

   La mayoría absoluta del pleno votó en contra del punto 19. Solo era un punto insignificante en el orden del día. Nada indicaba que en solo unas horas más de 400.000 personas iban a ver la intervención de la vendedora de un baratillo en el que rara vez han puesto siquiera los pies.
Al advertir la conmoción que las palabras de Inmaculada habían producido se apresuraron a aclarar cosas del procedimiento administrativo, de la concesión de licencias y a decir que no podían convertir la ciudad en un gran zoco marroquí. “Pues bien bonitos que son”, les respondió la afectada. Pero lo realmente preocupante es que no habían entendido nada.

  
En el Pleno del Ayuntamiento de Cádiz no se hablaba en realidad de licencias, ni de trámites, ni de procedimientos. Se hablaba de la democracia, de cómo las instituciones políticas tienen piel de elefante para los problemas sociales y lo poco que les importan los dramas de los de abajo.
Hay algo en la vendedora ambulante de Cádiz que la convierte en un símbolo de nuestro país; en reflejo de miles de personas que todos los días practican el duro ejercicio de mantener la dignidad en medio del paro y de la escasez. Son gente corriente que lucha por la vida en cada pueblo, en cada barrio. Hermosos perdedores que merecen un final distinto.
@conchacaballer

QUIERO UNA DERECHA NORMAL

 Publicado en ANDALUCES DIARIO

   ¡Qué bien se vive sin el gobierno! Llevan cinco días de vacaciones y ya se escucha el canto de los pájaros. Los informativos se han tranquilizado. Y aunque han dejado de guardia a ciertos voceros del FMI y a Olli Rehn para que nos amenacen con reducir aún más nuestros salarios, la verdad es que nos despertamos de mejor humor e incluso tenemos la sensación de recuperar algo de control sobre nuestras vidas, como el hormigueo en una pierna tullida por tanto decreto, tanta amenaza y tanta mala noticia. Hasta tal punto que la música militar que nos han puesto a propósito de Gibraltar no enciende nuestro ánimo guerrero, ni nuestro odio al inglés. ¡Para Peñones estamos nosotros, con la que nos está cayendo a este lado de la verja!

   Ya sé que los Reyes Magos no son hasta enero pero voy a ir escribiendo mis deseos porque después, con las prisas y las tensiones de las fiesta familiares, se me olvidan cosas importantes y acabo pidiendo solo paz y felicidad, como si esos deseos fuesen panes redondos, hechos de una materia uniforme, que te pudieran llevar a casa el día menos pensado. Pero no. A estas alturas ya sabemos que la felicidad y la paz se componen de miles de pequeños detalles, de ausencia de dolor, de un alto al fuego en las incomodidades cotidianas.

   Por primera vez en mi vida el gobierno forma parte de mi agenda personal. Todas las semanas toquetea mi vida y la de las personas a las que quiero, o a las que no conozco pero que me hacen sentir su dolor. Cuando no es un recorte es una amenaza, cuando no un insulto, un descrédito, un alarde de superioridad. Como me respondió una amiga en twitter nos roban hasta el lenguaje. Por ejemplo, ya ni siquiera puedo decir que una persona es “excelente” porque ahora este adjetivo es un sinónimo de desigualdad, un apelativo excluyente y amenazador.

   Me gustaría una derecha aburrida, educada, que practique la política desigualitaria propia de su condición en pequeñas dosis, sin destrozar los servicios ni llamarnos además descerebrados y culpables.  Me gustaría un gobierno que, aunque de derechas, considere que la ciudadanía no es boba, que sabe encontrar puntos de referencia, que no se traga toneladas de mentiras sin sentirse intoxicada y harta. Me agradaría un gobierno que acuda puntualmente al Parlamento, que presente leyes por trámite normal, que no apruebe decretos cada viernes de dolores, que no insulte a la función pública ni humille a las personas paradas.

   Me gustaría un Ministro de Educación al que hubieran educado  y querido sus padres en la infancia y no se viera obligado a insultar a profesores, artistas, becarios y estudiantes. Me gustaría un Presidente de gobierno que no pronuncie estúpidas tautologías ni hable en clave y que comprenda que comparecer ante el Parlamento es lo normal y contestar a la prensa una obligación.

   Me agradaría un gobierno que no tuviera en su hoja de ruta entrometerse en los derechos y en la vida de las mujeres y que solo utilice el feminismo para proteger a sus ministras en casos de corrupción. Una derecha que no odie las energías renovables, ni pretenda acabar con las autonomías para volver a un estado centralista, ni se enfrente descaradamente a aquellos territorios donde no gobierna.

   Me gustaría una derecha que no riera las gracias a la ultraderecha mediática y política. Desearía una derecha equiparable a la  europea que condenase el fascismo y que expulsara fulminantemente a los militantes que cuelguen banderas fascistas o declaren  que “los condenados a muerte por el franquismo se lo merecían”. Desearía que la derecha no entroncara con el franquismo ni hubiera esperado hasta 2002 para hacer una condena formal de este régimen. Desearía una derecha democrática con la que confrontar proyectos, ideas y no prejuicios. Quizá sea pedir demasiado o cambiar la historia de España pero hasta que no lo consigamos, arrastraremos el pasado con nosotros y estaremos hambrientos de democracia.

LAS MUJERES NO DEBEN ESTAR SOLAS


Publicado en Andaluces Diario

   Un señor se acerca en un bar a una mesa en la que cuatro mujeres charlan animadamente.
- ¿Qué hacéis aquí solas?

   Daría igual que fuesen cuarenta o cien. A ojos de la ideología tradicional la ausencia de varones las convierte en seres incompletos, vulnerables, tramposos o peligrosos, según los casos.
Nos lo advertían las madres: “No vayáis solas por la noche” y nos obligaban a jurar que nos acompañaría un hombre, aunque fuera un enclenque adolescente granujiento, hasta la puerta de nuestra casa.

   La ministra Mato también opina que las mujeres sin hombres no somos nadie. Y lo hace sin rencor, sin ideología, reprochándonos que no lleguemos a entender sus decisiones. Cuando los prejuicios son tan arraigados, aparecen como una forma natural de ver el mundo. Cosas del sentido común de la ideología más machista y discriminatoria.

   ¿Cómo se va a comparar el deseo de una pareja, convenientemente heterosexual, de tener descendencia, con el deseo de lesbianas o “mujeres solas” de hacer lo mismo? El deseo de los primeros es natural, razonable y debe ser atendido por los servicios: el segundo, un simple capricho que no debe pagarse con fondos públicos.

   Tan burda ha sido su determinación, tan atentatoria contra la igualdad de derechos de todas las ciudadanas, que se ha visto obligada a matizar que no atenderán los casos que no presenten problemas médicos. Dicho con otras palabras, que busquen un hombre que les resuelva la concepción, o un espíritu santo como María, y se fertilicen “como Dios manda”.

   No es una cuestión de ahorro, a fin de cuentas estos últimos tratamientos son los más baratos y sencillos. Su verdadero objetivo es defender la familia tradicional compuesta por padre y madre (en ese orden) y poner coto a la libertad de las mujeres.

   La maternidad es la palabra clave de la ideología discriminatoria, la que según sus principios da razón de ser y sustancia a la feminidad. Por su boca hablan siglos de discriminación “natural” contra las mujeres. Cuando el ministro Gallardón afirma que “la maternidad hace a las mujeres auténticamente mujeres”, hablan milenios de opresión, la reducción de las mujeres a su papel reproductivo. El viejo lenguaje popular es rico en metáforas y mitos que alimentan la desconfianza contra las mujeres que deciden no ser madres: egoístas, vividoras y peligrosas. La ideología popular tiene mil fórmulas de presionar a las mujeres hacia el camino de la maternidad: “las mujeres secas”, las yermas torturadas que mezclan su insatisfacción sexual con la maternidad, a la ofensiva y moderna frase de “se te va a pasar el arroz” -como si de una paellera se tratara-, son algunas de las miles de fórmulas para denigrar a las mujeres que se toman la libertad de saltarse la norma obligada de la maternidad.

   Pero su doctrina sobre la maternidad no acaba ahí. Desde que las mujeres deciden libremente su maternidad como un camino propio, que no impuesto por la distribución de papeles sociales, las ideologías discriminatorias han echado mano al cientifismo, a la manipulación de las ciencias sociales y a la tecnocracia. Todo con tal de poner límites a la libertad de las mujeres y a su capacidad de decisión. En su anticuada opinión, tener hijos no es un derecho o una opción de las mujeres, sino un contrato social en el que la jerarquía masculina juega un papel fundamental. Tanto para ser madre como para abortar, la mujer necesita el consenso masculino o la autorización de personajes revestidos de autoridad institucional, llámense maridos, jueces o médicos.

   Las mujeres solas, las mujeres lesbianas (doblemente solas) son, en opinión de este gobierno, seres un tanto incompletos, piezas defectuosas sin problemas médicos pero incómodas para el viejo orden que quieren restaurar a golpe de decreto, de leyes anunciadas, de declaraciones aplaudidas por la derecha nostálgica y las hordas de seres incómodos en el nuevo territorio de la igualdad.

LA ESTAFA DEL 30 POR CIENTO Y UNA FOTO

Publicado en El País de Andalucía

   Los hombres de negro, de marrón, de azul de nuestro país le han hecho una especie de homenaje póstumo a Mariano Rajoy. Bajo ningún concepto quieren que se interrumpa la agenda reformista del actual presidente que no ha cesado un solo día de pensar en ellos, en esos grandes empresarios a los que tanto debe.
El tono épico del acontecimiento ha sido glosado por algunos medios de comunicación con titulares tales como “los que trabajan por España” o “los que trabajan por la recuperación” respaldan en bloque a Rajoy frente a los malvados Rubalcaba y Cía. Han sido, sin embargo, muy injustos con Bárcenas. Una cosa es que no pronuncien su nombre y otra que no le reconozcan su trabajo. A fin de cuentas es posible que sin su contabilidad B e incluso C, el PP no hubiese ganado por una mayoría tan absoluta. Los que salen en la foto están contentos con “la senda reformista”. No es de extrañar. El pasado año se rompió una balanza histórica y las rentas empresariales superaron, por primera vez, a las del trabajo. Una heroicidad de las grandes empresas, sin empleo ni nada.

   Para el resto de los ciudadanos, las pérdidas desde el principio de la crisis alcanzan ya el 30%. En el ranking de honor de esta clasificación podemos situar las pérdidas salariales. Desde el año 2008, solo con la subida del IPC, los trabajadores han perdido más del 13% acumulado. La subida del IRPF y la supresión de pagas extraordinarias supusieron otro bocado importante. En muchas empresas la pérdida de salarios alcanza el 50%. En demasiados casos se ha sustituido la mano de obra mejor pagada por contratos basura de ínfimos salarios. No hay más que comprobar el cambio semántico que la palabra “mileurista” ha experimentado en tan corto espacio. Su origen fue denunciar una abusiva explotación laboral pero hoy proclamamos con alegría: “Le han hecho un contrato ¡de mil euros!”.


    Si la estafa salarial ha sido rotunda, no se queda atrás la pérdida de derechos sociales, lo que antes se llamaba “salario diferido” y que forma parte esencial de nuestra calidad de vida. En este periodo han despedido 370 mil trabajadores públicos, la mayoría procedentes de sanidad, educación o servicios sociales.

   En la sanidad pública el copago, las privatizaciones y la falta de personal están empezando a deteriorar sensiblemente uno de los mejores sistemas del mundo civilizado. Hay que anotar en el haber de este reformismo altivo el haber expulsado del sistema sanitario público, no a 170 mil como dijo el Gobierno, sino a 873 mil inmigrantes a los que se les ha expropiado el derecho a la salud, según datos de Amnistía Internacional.

   En educación, la reducción del 30% está en marcha. Tras una exitosa fase en la que se ha despedido a los interinos y no se cubren bajas ni jubilaciones, hemos entrado en una segunda en la que estorban los estudiantes sin recursos económicos a los que se priva, en 40 mil casos, de las necesarias becas. El Gobierno se ha superado con la Ley de Dependencia, hoy reducida en un 50%. Los derechos de nueva generación que contemplaban se encaminan a la extinción total. Y todavía falta el brochazo final de su obra: la reducción drástica de las pensiones.

   Con esta agenda reformista cómo no iba a contar Rajoy con el beneplácito de los que “trabajan por la recuperación de España”. Es más, gran parte de este club selecto había realizado generosas donaciones al PP para que ganase las elecciones. Por eso posan en la foto con esa mirada épica: en solo año y medio han ganado batallas de treinta años y un margen de beneficio del 30%. Ni ellos pronunciarán el nombre de Bárcenas, ni Bárcenas se atreverá a pronunciar el suyo. Si usted no lo comprende es porque forma parte de los perdedores y de los que torpedean la marca España.
@conchacaballer

DESALMADOS SIN FRONTERAS

Publicado en el País Andalucía 

   Tenemos tan cansada la indignación que debemos inventar otros conceptos antes de que lleguemos a la conclusión de que todo es inútil, nefasto, ingobernable, irresoluble.

   No han comprendido nada. No han aprendido nada. Creen que hay dos tipos de leyes y dos tipos de artículos constitucionales. Los que afectan a los derechos de los más poderosos y los que hablan del interés de los de abajo. La Constitución habla del derecho a la propiedad, pero un poco más adelante establece que “toda la riqueza del país en sus distintas formas, sea cual fuese su titularidad, está subordinada al interés general” y, por supuesto, esto último les parece deleznable.

   Aunque el PP se había abstenido en el Parlamento de Andalucía, aunque había declarado que era una ley propagandística y sin incidencia, Mariano Rajoy ha sacado tiempo para interponer un recurso de inconstitucionalidad contra el decreto antidesahucios de la Junta y exigir su paralización inmediata. No van a consentir la expropiación temporal de viviendas a los bancos ni el gravamen a las entidades que tengan viviendas sin sacarlas al mercado.

   Estas últimas semanas nos han ofrecido una verdadera sinfonía de insensibilidad social. La Comisión Europea y el Banco Central han afirmado que el decreto andaluz reduce “el apetito de los inversores por los activos inmobiliarios españoles”. Reconocen que los dichosos mercados son seres monstruosos y pantagruélicos cuya ansia devoradora hay que alimentar cuidadosamente por los Estados. Nos enteramos de que no basta con haberles ofrecido a los bancos más de 40.000 millones detraídos de nuestro sudor y recortes, sino que además, hay que garantizarles que puedan seguir devorando las entrañas de la Unión Europea, colocando títulos en el mercado y protegiendo sus ganancias. Si esa es la Europa que nos ofrecen, mejor no pertenecer a ese club de adoradores del euro y de los inversores alemanes.

   El PP no pierde ocasión de bloquear al Gobierno andaluz. La mayoría absoluta que no ganaron en las urnas pretenden alcanzarla a través del Tribunal Constitucional. Dentro de algunos años se preguntarán por qué no han conseguido todavía gobernar en Andalucía, pues vayan anotando las razones. Ni siquiera han tenido reparo en dejar en ridículo a su líder andaluz, el señor Juan Ignacio Zoido, quien afirmó que no tenían intención de recurrir al Tribunal Constitucional. El hecho de confrontarse con medidas como la subasta de medicamentos o el decreto antidesahucios, acogidos con esperanza por la mayoría de los andaluces, los coloca fuera del tablero político andaluz. Tan solo el vergonzoso escándalo de los ERE los mantiene con respiración asistida.

   Cada votación perdida en Andalucía, cada medida que no es de su agrado, es torpedeada con artillería pesada desde Madrid. A este paso, el Gobierno de Rajoy va a convertir al Tribunal Constitucional en la segunda cámara de Andalucía. Según el recurso del Gobierno, las autonomías no pueden regular absolutamente nada sin que el Estado previamente lo haya autorizado, lo que equivale a anular su existencia. Han retornado al ideal político de la más rancia derecha española: el centralismo más feroz que hoy cuenta con nuevos aliados como esa UPyD que pinta de rosa el regreso al pasado.

   Han olvidado que el telón de fondo es una población empobrecida, con graves problemas sociales; personas que sin el decreto se encuentran más solos y desasistidos, expulsados de su vivienda sin un techo que los cobije. Han olvidado que la función de todo gobierno y de toda institución democrática es velar por el interés general que, en este caso, está identificado con la finalidad del decreto antidesahucios.

   Cuando se posicionan tan claramente contra el interés general, las instituciones se convierten en entes desalmados hostiles a la ciudadanía. Si lo que quieren demostrar es que no se pueden hacer cambios a favor de los más desfavorecidos; si lo que quieren escenificar es que los privilegios de bancos, farmacéuticas y poderosos, son intocables, lo están haciendo perfecto. Pero si tuvieran el sentido común más elemental deberían pensar si cegando cualquier esperanza, no están regando con gasolina las calles.
@conchacaballer

SALUDOS AL MÓDULO TRES


Publicado en El País Andalucía

   Tengo la impresión de vivir en un plató gigantesco. En el backstageunos guionistas locos dibujan en sus pizarras un entramado cada vez más intrincado de personajes, entradas y salidas, tramas y desenlaces.
Durante la crisis norteamericana de los años 30 el refugio de los pobres era el cine. Por unos centavos se obtenía un pasaporte de salida de la triste realidad. Las plumas y los decorados les hacían olvidar su miserable situación y las historias de amor les confirmaban que los pobres eran buenos y que el amor salvaría sus vidas.

   Ahora ni falta que nos hace ir al cine. Nos sirven directamente el espectáculo a domicilio, sin IVA cultural ni nada. Y nuestras vidas se pueblan de nombres que hasta ayer no conocíamos, de paseíllos judiciales, de fraudes millonarios, de fugaces entradas a la cárcel.

   La vida real, los personajes sufrientes de la crisis no tienen importancia. Las personas paradas, los que ya no tienen ninguna ayuda social, los expulsados de la ley de dependencia, el caudal de emigración soterrado, no son historias que llamen la atención de los directores de escena. Las leyes no escritas de la información los condenan: son demasiados rostros, demasiadas historias, demasiado comunes, demasiado vulgares. En suma, lo peor que informativamente se puede ser: multitud.

   ¿Qué es el sufrimiento de un parado frente al martirio con el que la Casa Real vive el caso Nóos? ¿Qué dependiente tiene la prestancia de una tonadillera, un miembro de la Casa Real, un político de alto rango o un empresario defraudador? No hay color. Por eso, aunque la verdad histórica se trastoque, el espectáculo continúa y el público bufa con la aparición de cada nuevo personaje, de cada nueva imputación o sentencia.

   Las resoluciones, sentencias y actuaciones judiciales van marcando hitos en este espectáculo. Su falta de uniformidad las hace tremendamente entretenidas. El empresario “modelo”, Amancio Ortega ha sido condenado a pagar 33 millones a Hacienda pero los jueces aprecian que no ha habido “fraude, ocultamiento o simulación” solo, imagino, capacidad de ahorro fiscal. En otros casos es el propio juez el que resulta expedientado, como Elpidio José Silva por “absoluta y falta manifiesta de motivación” en las resoluciones judiciales que llevaron fugazmente al banquero Miguel Blesa a la cárcel. Con este expediente se pone fin a la aventura islandesa de encarcelar a un banquero español. El primero que pisaba una cárcel tras la aventura equinoccial de Mario Conde, que hoy nos castiga con su canal Intereconomía.

   En el caso Gürtel y Bárcenas se desestima, hasta el momento, tomar declaración a la cúpula del Partido Popular para que aclare contratos y sobresueldos. En Andalucía, sin embargo, la juez Alaya imputa de una tacada a veinte ex altos cargos, tirando del organigrama de varias consejerías. Esta variedad de actuaciones da color a nuestra vida mediática, a una realidad virtual que intenta explicar en clave personal el origen de una crisis económica en vez del fracaso completo de un modelo de desarrollo y de una estructura institucional que le rendía pleitesía.

   Según su relato, saldremos de la crisis perdiendo nuestro capital de derechos, atentos a la vuelta de las golondrinas del pasado y con unas cuantas imputaciones que, en su mayor parte, no llegarán a nada. Al igual que Isabel Pantoja llena hoy las salas mucho más que antes de su condena, los viejos poderes esperan una gran cosecha de aplausos cuando el vendaval amaine. A fin de cuentas no se están cambiando las leyes ni el modelo económico del que surgió esta podredumbre.

   Mientras tanto, algunos personajes secundarios nos ofrecen los mejores momentos: dos reclusos de la prisión de Soto del Real que han compartido el patio con Bárcenas afirman que es “es el puto amo”, “tiene ropa, tiene dinero, tiene de todo… muy buena gente”. Guerrero, por su parte, tampoco olvida a sus compañeros de prisión: “Saludos para el módulo tres. Hay muy buena gente allí”. Habilidades sociales carcelarias. Sonrisa del público. Se nos pone cara de idiotas.
@conchacaballer

MIÉNTEME MUCHO


Publicado en ANDALUCES DIARIO 



    España es el país en el que se lleva la mentira con la cabeza más alta. Será nuestra historia. Será que desde pequeños nos predisponen a ser condescendientes con la mentira y obtenemos sobresueldos de seres mitológicos e inexistentes.
 
   La adolescencia nos hace amar la sinceridad y rechazar airadamente la falta de autenticidad de nuestras relaciones. Es el único momento en el que cultivamos, como flor extraña, un pequeño brote de amor a la verdad. Pero nuestro alrededor ve esta flor como una amenaza, una rebeldía sin futuro y nos reclama abandonar tan peligrosa ingenuidad. El resultado es que esa extraña flor se agosta antes incluso de haber florecido.
 
   A los veinte años, en general, ya han conseguido un ser humano cínico, convenenciero que, si bien no tiene por qué ser en sentido estricto malo, sí posee la dosis suficiente de sentido común para cerrar los ojos ante las injusticias y aceptar una red doméstica de pequeñas o grandes mentiras.
 
 
   El que no miente o el que no transige con el engaño, es una amenaza. Aunque guarde silencio, aunque su integridad sea sólo un vicio solitario, su presencia es molesta, su falta de asentimiento, un reproche mudo. El castigo más común es una parada brusca en sus posibilidades de promoción. Nadie le explicará nunca las razones, pero encontrará un muro infranqueable que solo deja paso a los que están en el secreto de esa madurez sutilmente corrupta.
 
   No es “cultura del esfuerzo” lo que ha faltado en nuestra sociedad. No. El chaval que abandonaba la escuela, se mataba a trabajar en la construcción. El banquero, político, constructor que obtuvo sus ganancias de forma ilícita, trabajaba duro para comprar amistades, ganar influencias, diseñar arquitecturas de contrabando. Lo que ha faltado no es “cultura del esfuerzo” sino “cultura de respeto a la verdad” y al bien común.
 
   Lo peor de las viejas tradiciones se las arregla para sobrevivir a todos los cambios históricos. Y en España, la falta de respeto a la verdad, el desprecio al bien común, el culto a la apariencia y la veneración a los poderosos se superpuso a la frágil democracia y a los nuevos valores que deberían haberla sustentado. Digamos que el fascismo no murió a manos de los valores democráticos, sino por el brillo del turismo internacional, la nueva capacidad de compra de las clases populares y el aumento del nivel de vida.
 
   Y así hemos llegado hasta aquí, a este rompeolas de todos los vicios, donde quedan al descubierto infinitas patrañas, añagazas, líos, comisiones, cuentas opacas y sobresueldos. El caso Bárcenas es hoy el mejor exponente del triunfo de la mentira, el disimulo y las apariencias. Los dirigentes del PP que exhortan al sacrificio, a “la cultura del esfuerzo”, a la reducción del gasto público, recibían en pago por estos desvelos, cajas de puros rellenas de billetes de amigables constructores, cenas por el precio de un salario mileurista, o regalos de esa marca de la ignominia que es llevar colgado en la muñeca un reloj, unas joyas o una indumentaria que valen lo que la vivienda de un pobre.
 
   Desde Mariano Rajoy hasta Zoido, todos han recibido escandalosos sobresueldos que provenían de estas donaciones ilegales que se agradecían presuntamente con una lluvia fina de contratos públicos, de sobreprecio de servicios públicos, de información y trato privilegiado. Y no digamos el inefable Arenas, en el centro del terremoto barceniano.
 
   Esta semana, dicen, que ha sido la más amarga para el PP, la más turbulenta para Mariano Rajoy.  Pero él ha comprendido la entraña convenenciera de este país, su carácter novelero e inconstante. Calculan que las noticias, por muy escandalosas que sean, se agotarán en unas semanas; el dinero, sin embargo, es más perdurable.  Bastará con agitar convenientemente el cóctel de la corrupción porque cuando todo el mundo es culpable, nadie lo es.
 
   La prensa internacional se lleva las manos a la cabeza. ¿Qué clase de país es ese –se preguntan-  que no castiga la mentira ni exige explicaciones a sus dirigentes? Pues simplemente un país con miedo, con escasa cultura democrática y poder de la ciudadanía. Hasta el momento.

LA DECISIÓN DE GRIÑÁN

Publicado en ANDALUCES DIARIO

   Me da cierto pudor escribir sobre personas a las que aprecio. Ante todo está la verdad y el cariño es una tela a veces sutil que puede desdibujar la realidad.  Hice amistad con Pepe Griñán cuando estábamos en plena redacción del nuevo Estatuto de Autonomía.  Las discusiones eran frecuentes y los desacuerdos numerosos. Pero él tenía verdadera pasión por el debate de las ideas e irrumpía en mi despacho cargado de papeles, con nuevos argumentos y redacciones que intentaban conciliar propuestas.
Acostumbrada a un ejercicio del poder propio y ajeno que apenas resistía la divergencia, y que acostumbraba a entonar la frase de la reina de Alicia en el País de las Maravillas, “que le corten la cabeza” a cualquier asomo de discrepancia, me pareció fascinante la integridad democrática de este personaje, amante del debate, enamorado de la controversia documentada, que compartía la honradez intelectual por los hechos.

   Me sorprendió su ascenso a Presidente de la Junta de Andalucía. Pepe nunca había formado parte del núcleo de dirección;  no conocía las entrañas del poder de su propia organización y era de una inocencia sorprendente en materia de aparatos internos. Durante un tiempo lo vi perdido, sorprendido por las luchas de poder de su propia organización, hasta que consiguió una cuota de poder real, arrancada a duras penas de una organización dividida.

   Le ha tocado la etapa más difícil de la historia reciente de Andalucía, con una crisis galopante, las arcas vacías, el modelo económico ruinoso y el crédito político casi agotado por la corrupción y la desconfianza ciudadana. Griñán emprendió una revisión seria de su pensamiento. No es que se haya radicalizado, ni abandonado sus viejas convicciones socialdemócratas, sino que es muy consciente de que en una fase en la que los poderes económicos aniquilan el sueño del estado del bienestar, es necesario afirmar la supremacía de la política, construir un discurso fuerte y potente del socialismo democrático alejado de las terceras vías que han dejado fuera de juego a gran parte de los partidos socialistas europeos.
Con este equipaje, se embarcó con ilusión en unas elecciones autonómicas separadas que casi todos sus compañeros daban por perdidas. Asumió  el costo político del caso de los ERES, esa mancha infame de corrupción que se gestó cuando él ni siquiera estaba en Andalucía. No consiguió que el PSOE fuese la lista más votada, pero sí los escaños suficientes para gobernar en una alianza con IU que le resulta cómoda, no por falta de exigencias, sino por una amplia coincidencia ideológica.

   Sin que entrara en sus cálculos, se ha convertido en la voz más poderosa del PSOE en la actualidad. En un escenario de derrota, en un desierto político, lo que haga y piense Andalucía es absolutamente determinante en el PSOE. Pero en el PSOE no ocurre nada. Rubalcaba administra el tiempo como si fuese eterno. Sabe perfectamente que la renovación es ya una necesidad acuciante, pero no está dispuesto a abrir el debate sucesorio bajo la hegemonía andaluza. Mientras encuesta tras encuesta, se derrumba la intención de voto al PSOE, su cúpula dirigente no despierta de su sueño eterno y su nostalgia de pasado.

   Ahora Pepe Griñán anuncia que no se presentará a la reelección. Y lo hace con una prisa inusitada, con un calendario apretado, con una determinación sin asomo de duda. ¿Qué ha pasado, o qué no ha pasado para que haga este anuncio en una situación política relativamente tranquila en Andalucía, con un PP descabezado  y ausente? Seguramente no vamos a saberlo. Es posible que intente forzar el proceso de renovación del PSOE;   es probable que esté cansado de las viejas artimañas que apenas se disimulan.

   Ha afirmado que los nuevos tiempos necesitan nuevas políticas y que las recetas del pasado, aunque fuesen en su momento exitosas, ya no servirán para el futuro. Y creo que da en el clavo. Hacen falta nuevas voces y proyectos. Los tiempos del desarrollismo y de la política jerárquica se han acabado. Ha hablado un lenguaje de renovación que el PSOE nunca quiso aceptar: limitación de mandatos, control ciudadano de las acciones públicas, un discurso sereno y racional dirigido a la ciudadanía, que no a la vieja guardia. Y me asalta la duda de si la renuncia es el impuesto que tienen que pagar los justos para abrir espacio a sus ideas.

ESPAÑOLIZAR EL GUADALQUIVIR

Publicado en AndalucesDiario 

   !Qué mala suerte tenemos los andaluces! Más tarde o más pronto lo que es nuestro, acaba siendo suyo porque España es una ficción que no existe sin Andalucía. Cuando tuvieron que construir una identidad cultural, tomaron cuatro tópicos andaluces y los envolvieron en la bandera española. Voilá,  Spain is different!

   Lo de ser universales -¡ay querido Juan Ramón!-, tiene estos inconvenientes. Que entran a saco en nuestra despensa y se apropian de nuestros bienes más queridos. Para legalizar esta apropiación cultural nos ningunean, nos presentan como una tierra desprovista de identidad, sin perfiles claros, sin aportaciones interesantes.

   Si la mayor parte de los escritores de la generación del 27 hubiesen nacido en Cataluña, en vez de en Andalucía, se llamarían la renaixença catalana, pero como lo hicieron aquí llevan una cifra, un año de matriculación, ni una sola pista de su impronta andaluza. Aquí lo sobrellevamos como podemos. Con cierta alegría cuando subliman nuestros logros, con fastidio cuando nos ningunean, con enfado creciente cuando nos menosprecian.

   Ahora, con la marca España bajo mínimos, han decidido españolizar el Guadalquivir. En Cataluña quieren españolizar infantes, aquí nuestro río. La cosa es españolizar y dar pábulo a esa patraña de que las autonomías son una fuente de problemas, de gasto innecesario y de mala gestión.

   Los argumentos racionales no importan en este caso. De nada vale decir que el Guadalquivir transcurre casi íntegramente por Andalucía, que las escasas colas fuera de la comunidad son en el ciclo alto del río y que por lo tanto no pueden ser afectadas por las actuaciones que hagamos en el sur. Tampoco han tenido en consideración que nadie, ni el Estatuto de Andalucía, ha negado una gestión general del ciclo del agua, ni de la cuenca hidrográfica del Guadalquivir. Que Andalucía no solo respeta estos principios, sino que los defiende y colabora con ellos. El Tribunal Constitucional, por una cuestión de simetría, tachó la declaración nacional de Cataluña de su Estatuto y anuló el traspaso del Guadalquivir, sin miramientos.
El último capítulo de este sainete se ha producido en el Congreso de los diputados donde una proposición aprobada por unanimidad en el Parlamento de Andalucía reclamaba, no ya la titularidad del río ni las competencias plenas, sino la pura gestión o cogestión de nuestro río. La respuesta ha sido un rotundo NO que cierra la última puerta posible y sometería  a un ridículo espectacular al PP Andaluz, en el caso de que existiera.

   O dicho con otras palabras, que podemos gestionar la educación o el sistema sanitario, podemos tomar decisiones sobre la formación y la vida de los andaluces, pero no podemos autorizar un pozo, aprovechar un salto hidraúlico o regular el aprovechamiento de unas riberas. El Guadalquivir es español, de la Confederación, de los federales con la chapa en la solapa, de Aznar que tanto se queja de la desmembración de España, de Esperanza Aguirre que sueña con devolver las competencias autonómicas, de Rosa Diez que combina tan bien el rosa y el tricornio de los viejos tiempos. Todo menos andaluz, esa anomalía histórica donde la derecha no desemboca, como diría el poeta.

   Lorca estaba equivocado. Es posible que el Guadalquivir vaya entre naranjos y olivos, pero sus papeles legales, sus procedimientos de autorización y sancionadores, van por la estepa castellana.  Es un gran río, un motor económico, una fuente de riqueza que no puede quedar en manos andaluzas. Toda una metáfora del nuevo centralismo que nos acecha.

HAY QUE ECHAR A LOS ODIOSOS INVITADOS




   Desde que comenzó la crisis, nuestras casas se han empobrecido pero a nuestra mesa acuden diariamente la Comisión Europea, los hombres de negro de la troika y un representante del Gobierno.  Nos miran con desdén. Cuchichean entre ellos. Se entrecruzan miradas de complicidad.
Mientras comemos o comentamos las últimas notas del niño en el colegio, manifiestan su total desaprobación con nuestras vidas. “Demasiado gasto”, susurran. “Excesivos salarios”, argumentan. “Muchos subsidios”, concluyen.  Toman apresuradas notas y a la semana siguiente se habrá volatilizado algún servicio y alguno de nuestros derechos.

   Nos tienen realmente hartos de sus exigencias, de sus malos modales, de la superioridad con que contemplan nuestras vidas.  Su ritmo de recortes es tan bestial que no nos da tiempo siquiera a comentarlos con detenimiento. Tasas, recortes de salarios, supresión de derechos, pagos y repagos, cierres de servicios se amontonan sobre nuestras espaldas.

   Hace mal tiempo y mal gobierno. Porque está ahí, como un nubarrón estático en el cielo, amenazante ante cualquier rayo de esperanza. Nunca habíamos estado tan cansados.  Nunca un año y medio de gobierno se nos había hecho tan largo. Tras la pesadilla de los viernes, en los que escriben en el BOE nuestras futuras desdichas, los odiosos invitados acuden nuevamente a nuestra mesa, repiten sus gestos de reprobación e idean nuevas formas de exprimir nuestras vidas.

   La pesadilla se ha hecho tan recurrente que todo el mundo busca un pequeño asidero al que agarrarse. Y ahora se llama Andalucía. Una tierra plagada de problemas, con un paro estremecedor, con graves problemas en su estructura económica, es ahora sin embargo una pequeña esperanza política. La desconfianza secular de gran parte de los andaluces en la derecha política, le negó al PP la mayoría absoluta que hubiera culminado su poder omnímodo en las instituciones. Esta tierra conocía los recortes antes de que se produjeran,  barruntó las privatizaciones de servicios que todavía estaban celosamente escondidas en los cajones y receló de las reformas agazapadas en los papeles de la FAES, sobre el regazo de Aznar.  Andalucía buscó un contrapunto, una defensa ante los tiempos hostiles que se avecinaban.
Está a la espera. Tras un año especialmente duro, en el que el Gobierno andaluz ha empleado más energía en la defensa que en la propuesta, empiezan a aparecer algunos decretos sobre pobreza, desahucios o paro juvenil.  Son medidas modestas que no van a solucionar los graves problemas de nuestra tierra. Han resultado tan llamativas porque son las únicas normativas que, en mucho tiempo, dan algo a los de abajo, ofrecen derechos en vez de suprimirlos, o buscan empleo en vez del desprestigio del parado.
La crisis tiene su letra pequeña,  su código de señales, sus centros de experimentación. Valencia ha sido la avanzadilla de la privatización sanitaria, Madrid del desprestigio de los servicios públicos, Baleares del trato desigual a los emigrantes. Las cosas que ocurren allí no son concebibles en nuestra tierra. Ningún sanitario retiraría una prótesis a un enfermo por falta de pago; ningún médico se negaría a hacer pruebas médicas a un inmigrante, causándole la muerte; ningún sector aprobaría la privatización de los hospitales públicos y que la enseñanza privada fuese mayoritaria. No es el gobierno, es el pueblo quien no comparte esas claves. O dicho de otra manera, en Andalucía hay un gobierno diferente porque el pueblo, contra todo pronóstico, pidió una política distinta.

   Por eso Andalucía puede ser un banco de pruebas de una política de rostro humano, de carácter ciudadano, de vinculación democrática. Nada de estridencias ni de sonsonetes falsos. Sacar lo mejor de la sociedad, alimentar nuevos proyectos, aprovechar experiencias y fomentar la cultura de la cooperación. Para este camino, sobran los miedos y los viejos vicios del poder. Falta apertura, confianza y decisión. Y mandar a paseo a los hombres de negro, de gris y de azul que se han adueñado de nuestro salón.