domingo, 18 de marzo de 2012

PERDIDOS EN EL CALLEJÓN DEL GATO

Puedes leerlo completo en la edición de El País Andalucía

No solemos ser conscientes los andaluces de la fuerza de nuestra tierra. Estamos tan acostumbrados a que nuestra realidad, como el esperpento de Valle Inclán, se pasee por los espejos deformantes de los callejones oscuros de Madrid o Cataluña que apenas nos atrevemos a decir quiénes somos.


Durante siglos se ha trabajado en nuestro inconsciente un turbio complejo de inferioridad, una falta de estima por nuestros valores, nuestras formas de vida y éxitos cotidianos. Llevan decenios propagando ideas falsas sobre Andalucía y , aunque finjamos que estas gotas de lluvia han resbalado sobre nuestra piel, han acabado por afectar a nuestra conciencia donde flota la idea difusa de que lo nuestro es peor que el resto, nuestro trabajo de peor calidad, nuestros servicios inferiores e incluso nuestro acento –tan moderno y económico- han querido convertirlo en un rasgo de inferioridad cultural. Andalucía es algo así como la cultura de los de abajo, por eso el antiandalucismo se ha convertido en el leitmotiv de todos los que quieren ascender en la escala social, aunque sea a costa de pisotear a su propia gente.

Se han apropiado de la identidad andaluza y nos han hecho creer, después, que no la tenemos. Nos dicen que no somos nadie; nos ningunean hasta en los mapas del tiempo, porque no pueden entender que una identidad no se construye solo sobre fronteras, imposiciones, distancias; que una identidad puede estar compuesta de derechos sociales, de valores, de formas de vida mucho más abiertas e incluyentes que el resto.

Por eso, sin Andalucía, sin su peculiar composición social, sin su demanda pacífica de igualdad y de libertad, la historia reciente de España se hubiera escrito con tintes más sombríos y más insolidarios. Si la autonomía andaluza no hubiera irrumpido con fuerza en el escenario estatal, entre el Norte y el Sur, entre el centro y la periferia, se hubiera abierto un abismo social. Si Andalucía no hubiera puesto el acento en los servicios públicos y en los derechos ciudadanos nuestro país se parecería en desigualdad a la vecina Italia, cuyo Sur no tuvo nunca una Andalucía que reclamara mayor reparto de la riqueza. Sin Andalucía, el nacionalismo periférico catalán y vasco junto al centralismo de Madrid, hubieran creado un desierto por debajo de la M-30.

Ahora nuevamente Andalucía es la clave de bóveda de los tiempos futuros. No somos apenas conscientes de nuestra importancia. La sola convocatoria de elecciones autonómicas ha paralizado los presupuestos generales del Estado, ha reducido levemente los objetivos de déficit, ha suspendido en el aire la tijera de podar, ha retrasado la agenda legislativa del gobierno de copagos, repagos, tasas y privatizaciones. Si las elecciones andaluzas fuesen solo una cuestión de alternancia política, de simple traspaso de poder, no esperarían con el aliento contenido la resolución final de las urnas.

Esto no significa que el caudal reivindicativo y de cambio de nuestra tierra haya sido bien administrado por sus gobernantes. Ha sobrado clientelismo y paternalismo -el verdadero caldo de cultivo de esa maraña oscura de los ERES fraudulentos-, ha faltado sociedad civil crítica y potente. Ha sido un tremendo error la apuesta continuada por el ladrillo, la connivencia con la economía sumergida y la debilidad para afrontar los cambios económicos que se necesitaban.

lunes, 12 de marzo de 2012

RAE. MUCHO MÁS QUE UN INFORME

Editorial de la revista Paralelo36 en la que colaboro:

Si usted busca en el diccionario de la RAE palabras como alcalde y alcaldesa se encontrará con definiciones torpemente asimétricas: “presidente del ayuntamiento de un pueblo o término municipal” o “mujer que ejerce el cargo de alcalde”. Para la palabra “huérfano” la academia tiene una definición aún más chocante: “A quien se le han muerto el padre y la madre o uno de los dos, especialmente el padre”. Son algunas de las perlas que adornan esta institución tradicionalmente reacia a incorporar la igualdad de género en el lenguaje normativo y que se ha rebelado contra la inclusión del matrimonio homosexual en sus páginas.


En la historia de la academia todavía resuena su negativa a hacer académica a la lexicógrafa más importante, de nuestra historia, María Moliner, por el simple hecho de haber nacido mujer. Y no se trata de historias de tiempos pasados. En la actualidad sólo cinco mujeres forman parte de esta institución que acoge en su seno a hombres de los más variados oficios, incluidos los religiosos.

Pero vayamos con el informe que el académico Ignacio del Bosque ha realizado bajo el título “Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”, avalado por 26 académicos de la institución. En este informe se pretende analizar una serie de guías sobre el lenguaje sexista de diferentes instituciones. Sus conclusiones pretenden ser demoledoras y, hasta cierto punto, presentan estas iniciativas bajo una luz ridícula y artificiosa. Concluyen: si hiciésemos caso de estas guías no podríamos hablar. Es verdad que algunas de estas publicaciones insisten en hacer un desdoblamiento continuo del lenguaje que va contra la economía y el interés de la comunicación pero ¿se puede deducir de ahí que sea ridículo e innecesario cualquier intento de visibilizar a las mujeres en el lenguaje?

Para empezar, gran parte de estas guías no se refieren al lenguaje oral, sino que son recomendaciones para el lenguaje escrito de las instituciones, comenzando por los formularios y las leyes. Intentan evitar que las leyes, por ejemplo, hablen solo de Presidentes, diputados, profesores, médicos o jueces o que la ciudadana de a pie tenga que estampar su firma bajo la autoridad de un masculino genérico profesional o social que ha dejado de tener sentido. ¿Es este desdoblamiento del lenguaje innecesario y risible? Una cosa es no cargar el uso de la lengua con desdoblamientos continuados y otra muy distinta suprimirlos del lenguaje, como al parecer es la opción que indirectamente se propone. Incluso en el lenguaje hablado, ¿hay que invisibilizar a las alumnas, a las juezas, a las mujeres en general como regla más adecuada?

El informe destila una clara intencionalidad social y política, en el momento justo y con la estrategia apropiada. De hecho, unos días después anuncian la candidatura de dos nuevas mujeres para evitar los reproches respecto al patente sexismo en la composición de esta institución, aunque la tesis oficial es que “no se pueden cambiar de la noche a la mañana trescientos años de historia” (sin duda historia de segregación) ni se puede “llenar la academia de golpe de mujeres de cualquier manera”, como si no sobraran en España escritoras y filólogas de iguales o superiores méritos a las últimas veinte incorporaciones masculinas. Reprocha la academia que las guías se hayan hecho sin su concurso, como si el uso del lenguaje estuviera sometido a un tribunal normativo, pero ellos no tienen empacho alguno en referirse incluso al malestar con el sistema de cuotas de participación política o social de las mujeres. Por otra parte, ¿cuál es la explicación de que justo en este momento se produzca este informe y se analicen unas guías que, en algunos de los casos tienen más de quince años de existencia. Lo importante de estas guías, con sus errores y vacilaciones, es que contribuyeron a llamar la atención sobre las asimetrías sociales que se construyen también con el lenguaje y que han abierto camino hacia un uso más normalizado del femenino. Es un debate, el de las guías, superado y en busca de nuevas propuestas. Sin embargo, parece que la academia no es capaz de reconocer ni un solo síntoma de invisibilidad de las mujeres en el lenguaje y ha decretado el fin de cualquier avance en este terreno. Uno de los más conspicuos académico, Arturo Pérez Reverte, lo afirma con toda claridad en su twitter: “Estaba siendo intolerable el matonismo casi indiscutido de las ultrarradicales feminazis. Cada vez más crecidas con la impunidad.” (las faltas de ortografía en la puntuación pertenecen al ensoberbecido autor). Sin embargo ninguno de los académicos se ha pronunciado sobre estas declaraciones o se ha distanciado de estas manifestaciones ofensivas y el uso de este informe se ha convertido en todo un manifiesto contra el feminismo en una etapa política caracterizada por la involución.



¿CÓMO ES LA DERECHA ANDALUZA?

Puedes consultar el artículo completo en El País Andalucía

Aunque está a punto de conseguir el poder y tan solo un giro inesperado del destino pueda ponerlo fuera de su alcance, apenas sabemos nada de la derecha andaluza, de su verdadero carácter, de sus intenciones, de su modo de afrontar el gobierno de Andalucía.


Los liderazgos, hiperbolizados en los últimos años, ocultan más que muestran y escenifican más que representan. Si, en general, en este siglo de escasa ideología y excesivo marketing, los líderes han ocupado gran parte de la representación simbólica de sus partidos, en el caso de la derecha esta representación es casi totalizadora. Pero ¿qué hay tras la sonrisa de Javier Arenas y sus llamamientos continuos a una humildad tan contradictoria con su propio carácter? ¿Qué equipo le acompañará al frente de la Junta de Andalucía? ¿Con qué talante iniciará su andadura, si finalmente los andaluces deciden darle el sí final en la ceremonia del 25M?

La trayectoria de la derecha política en Andalucía ha sido muy azarosa, hasta el punto que ha tenido que ser reinventada después de la Transición. Ni UCD ni Alianza Popular soportaban las demandas de una sociedad andaluza que reclamaba la autonomía política con unos tintes reivindicativos y sociales muy cercanos a la izquierda. No formaron parte del movimiento histórico del 28 de febrero y tardaron años en aprender la letra del himno de Andalucía o en lucir la bandera blanquiverde.

No es extraño que Javier Arenas volviera a sentir el vértigo de verse fuera en la redacción de nuevo estatuto de autonomía, donde ejerció el juego –poco analizado por la apatía social que acompañó al proceso- de una doble partida de cartas, en la que pidió el SI con la boca chica - tras incluir la palabra España en todas sus acepciones en el articulado-, y el NO o la abstención en su "argumentario" de fondo dirigido al conjunto de la sociedad.

A partir de aquí, sabemos muy poco del PP, a pesar de que ostentan el gobierno de la mayoría de los grandes municipios andaluces. Sus alcaldes y alcaldesas, con la excepción frustrada de Teófila Martínez, no han desempeñado papel político alguno a escala andaluza y su presencia en el Parlamento solo ha representado un localismo provinciano en el que el PP se ha movido con comodidad.

En la esfera interna, lo único que hemos conocido es que las personas con un carácter más centrista o reformista han sido excluidas o se han distanciado del PP de forma clara. Incluso las plataformas en la que Arenas puso todo su empeño en los pasados años, han dejado de serle útiles. De esta forma, el núcleo dirigente del PP andaluz es una amalgama de nombres casi desconocidos, extremadamente obedientes a las indicaciones de Javier Arenas, que tienden a ahorrarle al jefe los papeles de "policía malo" en la política andaluza y que compiten entre sí por superarse en descalificaciones y mandobles.

La oposición que han ejercido en el Parlamento de Andalucía se ha basado más en la política estatal (terrorismo, estatuto catalán y, en la última legislatura, en los innumerables errores de José Luis Rodríguez Zapatero) que en presentar propuestas alternativas a la situación socioeconómica de Andalucía. Su oposición, en algunas ocasiones, ha rozado la vendetta personal y la confrontación gratuita, y hasta ayer anunciaban que cuando llegaran al gobierno iban a "hacer tabla rasa" de decenas de leyes y de instituciones. Por eso, para muestra un botón, no aceptaron esta semana que el debate entre los candidatos -si es que llega a producirse-, se celebrara en dependencias de Canal Sur ni fuese moderado por ninguno de sus periodistas. No parece ser este talante, el del cuchillo en la boca, el más adecuado para una alternancia democrática.

Y todavía, a dos semanas justas de las elecciones, siguen sin aclarar –aunque lo sabemos- qué harán con la educación, con la salud pública andaluza ni con los servicios sociales. Tampoco aclaran si son partidarios de la autonomía andaluza. Anuncian recortes y aumento de gastos; subidas y bajadas de impuestos; andalucismo y recentralización, todo en la misma frase. Intentan, lógicamente, canalizar todo el voto del descontento social que es mucho. Pero como decía Ortega "no es eso. No es eso".

lunes, 5 de marzo de 2012

LA DANZA DE LOS OBISPOS

También lo puedes leer en El País Andalucía


Una pequeña anécdota me salvó de ser católica. Cuando contaba apenas nueve años asistí a una ceremonia religiosa previa a unos ejercicios espirituales. En la oscuridad de la iglesia, un sacerdote elevaba sus brazos de forma fantasmal y nos pintaba con toda crudeza la descomposición del cuerpo una vez fallecido; cómo los gusanos y las crisálidas surgían de la carne; el hedor que esparcía el cuerpo en su lenta descomposición. Alzó la voz y dijo: “Aún estáis a tiempo. Arrepentíos, sacrificad vuestro cuerpo para ganar la vida eterna”. Salí aterrorizada de la iglesia. La palabra “arrepentíos” sonaba en mis oídos como un siniestro tambor. Eran las vísperas de Semana Santa y no discurrí ningún medio mejor de mortificarme que introducir garbanzos crudos en el interior de mis zapatos blancos, redondeados, con una trabilla unida por un botón de perla. El Domingo de Ramos salí con mis padres y mis hermanos con mis pies mortificados por los duros garbanzos. Apenas podía caminar, aunque intentaba disimularlo con una forzada sonrisa. El cura nos había advertido que el sacrificio para ser válido tenía que ser secreto, visible solo ante los ojos divinos. Pero los ojos de mi madre fueron directos a los zapatos, me descalzó y se quedó asombrada ante el puñado de garbanzos crudos que contenían. “No seas tonta —me dijo— todo eso que cuentan no son más que patrañas para asustarnos”. Me sentí tan segura y aliviada que, tras consolarme con un helado de chocolate, puse fin para siempre a cualquier aventura religiosa. Esta experiencia mística tan temprana me puso a salvo de la liturgia y de las lecciones de culpa; también del dolor de la ruptura con la tradición y del sabor amargo, levemente anticlerical, que tienen los que prolongaron su permanencia en la Iglesia hasta bien entrada la adolescencia. Acabo de ver una foto que recuerda los tiempos pasados. Trece obispos andaluces —por supuesto varones—, de riguroso luto, con la cruz colgada al cuello y similares gafas, posan ante la cámara con la expresión de quienes tienen el poder y la gloria de su parte. Algunos entrelazan sus manos con ese gesto tan característico del sacerdocio. En estos tiempos de crisis no han salido de sus diócesis para difundir un mensaje evangélico de solidaridad y de apoyo a los más necesitados. Ni una sola palabra han dedicado a los parados, a los que están siendo azotados por las desigualdades económicas. Ni una sola frase han dedicado a denunciar las injusticias, ni la acumulación de riqueza, ni a la codicia de los más poderosos. Han salido, unidos y sonrientes, para pedir que se vote a la derecha andaluza, la auténtica, la genuina, la que impedirá el aborto, abolirá el matrimonio entre personas del mismo sexo y, por supuesto, aumentará los conciertos educativos con la iglesia. Han salido a hablar de lo suyo: del poder, de los negocios, de su patrimonio y de su estatus social. Les ha bastado una reflexión sobre la corrupción política que les parece altamente preocupante en Andalucía, pero no en Valencia. Desde las atalayas de sus obispados se atreven a proponer a los de abajo más trabajo y sacrificios para salir de la crisis y denuncian “la mentalidad tan extendida del derecho a la dádiva y de la subvención”. ¿Quién dijo que la Iglesia no renueva su mensaje? Se han apuntado a la fila del discurso antiandaluz que predica el conde de Salvatierra, la CEOE, los nacionalistas catalanes y las gallinitas de Esperanza Aguirre; se han hecho de la FAES y de las corrientes más neoliberales que piden el fin de las ayudas públicas. Esto lo dice una institución que vive del Estado, que no paga impuestos por ninguna de sus actividades ni bienes y a la que sufragamos todos, tanto católicos como no creyentes. Una organización que solo se acuerda de sus organizaciones sociales de base cuando se les demanda que contribuyan al IBI o que se autofinancien. Qué pena que no se acuerden de ellos cuando hacen sus comunicados electorales. Qué pena que no tengan procesos democráticos para que realmente sepamos a cuántos cristianos representa esa jerarquía obsesionada con el sexo, ajena al dolor humano y tajantemente desigualitaria.