domingo, 18 de diciembre de 2011

La incultura del conde

Publicado en el País Andalucía

Circula en Internet una petición para declarar a Cayetano Martínez de Irujo persona non grata en Andalucía. Creo que, sin embargo, su mejor castigo sería cursar estudios en un centro, preferentemente público, que le proporcione algunos conocimientos y combata la aguda incultura que, como siempre, se disfraza de desprecio y arrogancia. Ni el dinero ni la estirpe pueden comprar los conocimientos y la conexión con el mundo. Ni siquiera una impresionante colección de arte, producida por artistas a los que no han comprendido en absoluto, puede tapar las miserias de una educación lamentable.


En la entrevista que el genial Évole le hizo a Martínez de Irujo hubo un momento de ruptura en el que el deseo de agradar y de presentar una imagen popular de la nobleza se quebró bruscamente. Y no me refiero al fragmento en que se despacha contra los jóvenes andaluces ni contra nuestra tierra, sino cuando confiesa, con la mirada vuelta hacia otro ángulo de la cámara, que no, que él no ha visto ni leído el libro Los santos inocentes. La simple mención de este título literario provocó un movimiento interior en el conde y nos desveló las trampas para negar el pasado; la paciente labor del olvido y la justificación de sus orígenes con infantiles falsificaciones históricas.

A los niños nos tapaban los ojos cuando salían en la televisión escenas de violencia o de sexo; al pobre conde le cerraban los ojos cuando aparecía en escena un señorito, un jornalero o una injusticia. Las personas como él no han podido leer a Delibes, ni a Machado, ni a García Lorca. Es más, yo creo que desde los cantares de gesta y el teatro de Calderón de la Barca no han podido disfrutar con tranquilidad de ninguna obra literaria, porque hasta el convenenciero Lope de Vega hizo estallar al pueblo contra las tropelías del noble comendador. Por supuesto, el conde no habrá leído a Victor Hugo, ni disfrutado de Los Miserables, ni acompañado a Anna Karenina en sus desventuras contra su desalmado y noble marido, ni siquiera disfrutar del teatro de Shakespeare y el naufragio de las casas nobiliarias.

Inconscientemente, pronuncié un ¡viva! encendido por Delibes y por todo el poder desvelador de la literatura. Los pobres nobles no hallan siquiera consuelo en las nuevas aventuras de la novela histórica donde la nobleza tampoco escapa a la perfidia. Su último refugio cultural son los programas y las revistas del corazón. Los únicos subproductos culturales que echan de menos al subproducto de una casta nobiliaria a la que venerar.

Pero, su incultura no queda reducida al ámbito literario. En esta misma entrevista, nos demostró que sus conocimientos históricos eran cercanos al cero patatero. ¿De dónde viene el poder sobre la tierra? Se encoge de hombros... No lo sabe. Es posible que fuese repartida en batallas o por dádivas reales. Tampoco le interesa. Hasta que al final estalla con una auténtica revelación freudiana: "Me hubiera encantado vivir en el medievo", dirimir los conflictos con la espada, definir la sociedad con estamentos cerrados.

Por mucho que se esfuercen, no es posible ocultar la oscura historia de la nobleza en España: su origen bélico y a veces genocida, su defensa a ultranza de los privilegios, su aversión al trabajo y a la industria, su oposición a toda idea de progreso, su apoyo reciente a la dictadura franquista... Y así hasta los tiempos actuales. Una clase que hundió a España durante siglos bajo la bandera de la tradición y contra el progreso, enarbolando el lema "que inventen ellos". El pliego de acusación contra sus desmanes, sus abusos y su papel en la historia ocuparía -de hecho ocupa- bibliotecas completas. Según Cayetano, lo que ocurre en Andalucía no pasa en ninguna otra parte. Es verdad: lo que ocurre en España y en Andalucía no sucede en ningún otro lugar de Europa. Allí los bajaron del poder a través de revoluciones populares; aquí, tres siglos más tarde, todavía les siguen ofreciendo premios, distinciones y pagándoles el diezmo de sus cosechas, como buenos vasallos.

Los nuevos vampiros

Este artículo fue publicado en el País de Andalucía

Los vampiros han cosechado un gran éxito esta temporada. Son seres que se alimentan de la sustancia vital de los seres humanos para mantenerse activos. Antiguamente chupaban la sangre de sus víctimas, hoy en día se alimentan de su tiempo.


Se les puede ver en cada ciudad, en cada empresa, en cada institución. Si les preguntas por su afán depredador te largan un discurso sobre las dificultades para mantener su actividad o te argumentan que, a fin de cuentas, el tiempo que roban tiene escaso valor en la sociedad actual. El gran Nosferatu de nuestro tiempo perpetra sus crímenes con una facilidad pasmosa: se anuncia en internet y en las páginas de ofertas de trabajo; tiene una marcada preferencia por los jóvenes y, lo que es más curioso, posee el don de la invisibilidad para las inspecciones laborales y de hacienda.

Hace unos días una periodista difundió en la red una oferta de trabajo que remuneraba con 75 céntimos de euro la redacción de cada información. La denuncia ha circulado por todas las redes sociales y algunos han puesto el grito en el cielo por esa práctica empresarial que aprovecha las penurias de la profesión periodística. Pero el gratis o el semigratis se extiende como una hidra por todo el mercado laboral. Los jóvenes que tienen la suerte de ser seleccionados para algún empleo comprueban con estupor cómo la empresa les exige un periodo laboral de formación de tres meses sin remuneración alguna. El presunto periodo de prácticas no es más que el desempeño normal de funciones solo que gratis total.

Los horarios laborales son, en muchos casos, puramente teóricos y no valen siquiera el papel en el que están escritos. Es bastante común regalar al empresario algunas horas de trabajo semanales para cuadrar turnos, hacer cuentas o recoger el material. En cuanto a las cotizaciones en la seguridad social, si tienen menos de treinta años, olvídense. Hace unos días pregunté a un corrillo de jóvenes trabajadores que cursan por la noche estudios en mi instituto y casi ninguno de ellos “disfrutaba” de un alta en la seguridad social. Un doble robo que se perpetra con una enorme complacencia social: robo a los jóvenes que lo lamentarán cuando lleguen a la madurez y robo a la seguridad social que se va hundiendo en el déficit por este ocultamiento masivo de contrataciones.

Los medios empleados para ejercer este nuevo vampirismo son muy variados. Incluso el Estado y las universidades han creado su sección vampírica para estar a la moda de los nuevos tiempos: contratos para becarios hasta hace unos meses exentos de cualquier derecho y hoy reconocidos míseramente; acuerdos de colaboración en los que una parte pone todo su tiempo y la parte contratante unos euros administrados con avaricia o, el contrasentido más enrevesado, como es la obligación de hacerse forzadamente autónomo para ahorrarles las cotizaciones sociales. Las jóvenes víctimas no saben cómo reaccionar. Nunca imaginaron que la entrada al mercado laboral fuese un descenso a los infiernos en los que tendrían que abandonar toda esperanza.

Sin embargo, estos vampiros del tiempo y del trabajo han obtenido un gran éxito y ninguna penalización. El Estado es sordo y mudo ante el fraude masivo en las cuentas de la seguridad social, el incumplimiento de los contratos o los abusos laborales que no tienen patria ni clase ya que afecta desde las pequeñas empresas hasta las grandes corporaciones del IBEX. El trabajo pagado en negro, el fraude encubierto a la seguridad social es una forma de delito que queda impune y que nos empobrece a todos. La pregunta es cuál es la razón por la que estas prácticas no se detecten ni se castiguen. Si cualquier ciudadano conoce veinte o treinta casos de esta naturaleza ¿cómo es posible que los poderes públicos apenas las persigan?

Mientras tanto, el vampirismo se extiende a todo el mercado laboral: trabaje más horas, cobre menos. La nueva reforma laboral se hará a la medida de sus apetitos. De esta forma no correremos el riesgo de perder el primer puesto en el ranking del paro, la inestabilidad laboral y la desesperanza juvenil.