lunes, 17 de marzo de 2014

¡DURO CON ELLOS!

 
Publicado en El País de Andalucía 

 Tiene la juez Alaya un club de fans numeroso que jalea todas sus actuaciones. Si leen sus comentarios y sus parabienes lo que les caracteriza es un profundo odio a la política y, de paso, una nefasta idea de la autonomía. Por ejemplo se expresan así sobre el Parlamento de Andalucía: ¡Duro con ellos! ¡Muy bien entrar en la guarida! ¡Todos a la cárcel! ¡Tanta autonomía y tanta tontería! ¡A por el Parlamento!

   Cuando se empezaron a conocer los primeros datos sobre las correrías de Guerrero, sus juergas, borracheras y toneladas de cocaína, convirtieron estas características en una especie de marca para toda la Administración andaluza. Teníamos los chorizos más vulgares de todo el Estado, nada que ver con el seny de los delincuentes públicos catalanes o con el glamour de los protagonistas de la Gürtel. Pero, cuando el público realmente se rindió a los pies de la juez Alaya, y la cubrió de alabanzas entusiásticas, fue cuando elevó el tiro y, según sus propias palabras decidió “dar un paso cualitativo” de la instrucción y apuntar al más alto nivel de la política andaluza.

   El delito, dejó en ese momento de ser individual, contable y objetivable, para convertirse en una simple cuestión de organigrama. El verdadero punto culminante de la juez Alaya no es la imposición de una fianza millonaria a Magdalena Álvarez, sino la imputación de 24 ex altos cargos de la Junta de Andalucía por el simple hecho de haber ejercido como directores generales, secretarios técnicos o puestos de responsabilidad en el Gobierno, sin que se detallen las actuaciones delictivas concretas y personalizas. El foco se desplazó de los Guerrero, Lanzas y Cía, a los más elevados puestos de la política. La tesis principal de la juez Alaya es que existió una conspiración de alto nivel para facilitar el robo de caudales públicos. Se supone que existió en Andalucía toda una banda organizada de altos cargos que se coordinaban para facilitar los delitos. ¿Qué ganaban con ello? ¿A quién encubrían? ¿Qué pruebas existen? No se conoce la respuesta a ninguna de estas preguntas.

   Todavía no se ha diagnosticado como patología, pero la misopolítica es una nueva enfermedad que recorre España. No se ha determinado el agente causante de la misma ni la forma de sanarla, pero presenta síntomas muy comunes: un tremendo malestar en la boca del estómago, una irritación profunda que no atiende a argumentos, un ansia desmesurada de descargar las tensiones en los representantes públicos, sin distinciones.

   Los políticos son culpables per se. Da igual si se han enriquecido o no con la comisión de los delitos; si su falta fue no vigilar de forma suficientemente eficaz o cobrar por el crimen.

   La instrucción de la juez Alaya es una mina para los estudios semánticos de desplazamiento de los contenidos. Así, el procedimiento de las subvenciones, considerado “inadecuado” por la Cámara de Cuentas, se convierte en “irregular” y, a renglón seguido, en “ilegal”.

   Debemos a la juez Alaya el uso del término “preimputado” que no existe pero que es una indeleble letra escarlata. Pero, quizá la elaboración más novedosa sea la de considerar que el Parlamento de Andalucía aprueba leyes “ilegales”. Que se sepa, las leyes —en una democracia, claro— no son ilegales más que si así lo declara un tribunal competente o el Tribunal de Justicia Europeo.

   Presuponer que las leyes aprobadas por el Parlamento de Andalucía son ilegales y que su finalidad era ayudar a una red de delincuentes a robar dinero público, convierte a todos los representantes públicos en cómplices del delito o en descerebrados personajes que no se enteraban del contenido de las leyes.
En esta trama sin fin, la juez ya ha solicitado la transcripción de los debates del Parlamento de Andalucía para determinar en qué medida conocía o participó en esta macroconspiración.

   La juez Alaya, en un acto inaudito, desvela que “con probabilidad cierta” sus imputados serán condenados. El populismo penal triunfa plenamente: todos culpables, todos chorizos, todos ladrones. Pero no es verdad. Hay quien robó dinero público y quien no lo hizo. Hay responsabilidades penales y responsabilidades políticas y no se puede meter todo en la misma coctelera porque afecta a nuestra democracia, a nuestra autonomía y, a la larga, al prestigio de la justicia.

lunes, 10 de marzo de 2014

MALLAS ANTITREPA, POR FAVOR


Publicado en El País Andalucía 

   La ceremonia de los Óscar fue muy injusta con el cine español. Nuestra producción de ficción se merece el reconocimiento internacional por su originalidad, atrevimiento y puesta en escena.

   Sin ir más lejos, la película sobre la ola de inmigrantes en Ceuta y Melilla merece, como mínimo, un Óscar al mejor montaje, mejor guión original y mejor diseño de producción. La parte de los actores, sin embargo, es la más débil. Aunque los inmigrantes están perfectos en sus papeles, hubiera sido preferible un actor principal algo más agraciado y menos hierático, aunque hay que reconocer que su personaje va ganando intensidad dramática hasta llegar a esa escena final en la que, completamente solo, se enfrenta a la inmensidad del mar y graba con su teléfono móvil la línea de vallas fronteriza con Marruecos.

   Sus creadores confiesan que la muerte de 15 inmigrantes en las playas del Tarajal fue su fuente de inspiración: “Teníamos un material de baja calidad, en el que agentes españoles disparaban balas de goma y botes de humo contra un grupo de personas que pretendían alcanzar la costa. De repente alguien dijo: ¿por qué no evitar el drama humanitario y convertirlo en una invasión casi alienígena? Nuestro público no son cuatro puristas preocupados por los derechos humanos, sino una gran masa deseosa de encontrar enemigos exteriores”. “Además —argumentaron los más atrevidos— la moda xenófoba triunfa ya en media Europa y en España es todavía un filón a medio explotar”.

   Dicho y hecho, el guión cambió la historia real. El episodio piloto obtuvo un gran éxito. Los asaltos a las vallas reunían todos los requisitos cinematográficos: acción, violencia, amenaza. Toda una horda de negras figuras se disponía a entrar en un país inerme y desesperado por la crisis. Es cierto que hubo que alterar algunos datos esenciales. El 99% de la inmigración ilegal no entra por las alambradas de Ceuta y Melilla, sino por aeropuertos y carreteras pero, reconózcanlo, no son lugares tan cinematográficos como las vallas. Apenas unos miles de personas entran cada año por este procedimiento, pero el guionista difundió muy pronto el bulo de que 40.000 subsaharianos estaban junto a la frontera preparados para el asalto. Una cifra que, con los últimos retoques del guion, subió a 60.000 y hasta 80.000 en la postproducción final.

   También había que ocultar otros datos reales. La cifra de inmigrantes en nuestro país ha descendido en más de un millón de personas en los últimos dos años. Pero la verdad no debe estropearte una buena historia. Lo importante es crear emoción en el espectador, hacerles vivir la experiencia de una amenaza en las puertas de su país, suscitar los sentimientos más primarios de miedo al extraño y a la negritud.

   Si algo tiene el cine, es la virtud de hacernos olvidar por unas horas nuestros problemas. Y esta película lo consigue plenamente. Los distribuidores fueron conscientes del éxito de su producción cuando escucharon en la barra de un bar que las conversaciones ya no giraban en torno al paro, los recortes sociales o la corrupción sino sobre la amenaza de la inmigración, las enfermedades que traen, los puestos de trabajo que quitan.

   Se trataba, también, de reconstruir la historia de buenos y malos que la muerte de 15 inmigrantes había desdibujado. La frase del protagonista principal pasará a la historia: “Si se la conoce por benemérita es por algo”. No busquéis más. Ahí están todas las respuestas. Los que se apiadan de los inmigrantes y piden investigar la verdad se convierten en cómplices de los asaltos. Se les conmina a resolver uno de los mayores problemas de la humanidad en cinco minutos: ¿Qué queréis? ¿Abrir las puertas de par en par? ¡Contesta! ¡Venga!

   La película tiene un final abierto, pero feliz. El ministro, entre abrazo y abrazo a las autoridades que tanto han sufrido con estos sucesos, proclama que van a instalar “unas mallas antitrepa” que evitarán los asaltos futuros. ¡Qué lastima que no se instalen “mallas antitrepa” en todas las dependencias oficiales para que no perpetren estos asaltos a nuestra conciencia!

NO ME LLAMES FEMINISTA


Publicado en AndalucesDiario 

    “Si algo bueno he sacado de ese fracaso amoroso, es la posibilidad de volver a estudiar”, me dice Laura, una alumna de 24 años, con lágrimas en los ojos: “Me casé muy joven. Estaba muy enamorada. Era un chico algo mayor que yo, buena persona, alegre y sin miedo a la vida… pero no quería que estudiara. No lo expresaba directamente. Me ponía inconvenientes, excusas… decía que más adelante podría hacerlo, que no era el mejor momento, que me necesita a su lado”. “Después rompió conmigo –me relata–. Me pidió perdón cientos de veces. Ya te digo que era una buena persona y lo único bueno que saqué es que por fin pude cumplir mi sueño de estudiar”.

    Doy clases en un instituto nocturno. La mayoría de los estudiantes tienen 22 o 23 años y han vuelto a los estudios después de mucho tiempo. Abandonaron la educación por distintos motivos. En el caso de los chicos porque consiguieron trabajo y lo han perdido con la crisis; en el caso de las chicas, también hay algún fracaso laboral pero, en general, abandonaron los estudios porque su familia las necesitó para cuidar a alguien enfermo, tuvieron un embarazo adolescente o un amor que les hizo borrar las fronteras de la realidad.
No son historias de hace cincuenta años, sino vidas actuales, trastiendas secretas de la historia que se escribe con letras minúsculas. Espacios de la vida donde no ha entrado el sol de la simetría, de la igualdad, y que aparecen como conflictos inevitables, particulares, vividos como un fracaso particular. Mientras esto ocurre, es de “buen gusto” proclamar el fin del feminismo, banalizar las palabras, salir del conflicto por la tangente. Alguna famosa proclama que no es feminista porque “le gusta pintarse las uñas y que le abran la puerta”. Otras, más atrevidas, se niegan a calificarse como feministas porque “no están resentidas contra los hombres”,  “no son extremistas” o “porque adoran a su familia”. Finalmente están las que declaran no ser partidarias “ni del feminismo ni del machismo” como si entre la igualdad y la opresión hubiese un territorio neutral.

    Hannah Arendt ya nos advirtió de los peligros de banalizar el mal, pero nadie nos ha advertido de las consecuencias nefastas de banalizar el bien. El feminismo es un movimiento que tiene como objetivo conseguir la igualdad de derechos de hombres y mujeres. Es de las escasas corrientes de pensamiento igualitario que ha impregnado todo el planeta y que ha conseguido impulsar uno de los mayores cambios sociales en la historia de la humanidad. El feminismo es el curso primero de democracia y, allí donde escasea (que se lo pregunten a Malala o las feministas de los países árabes), la democracia brilla por su ausencia. Por eso, proclamar que este beneficioso movimiento es algo prescindible, “demodé”, incómodo o radical, no sólo denota una gran incultura sino que niega la mayor parte de los avances sociales.
Banalizar o desprestigiar el movimiento feminista tiene el coste suplementario de dar cuerda al reloj de la historia con rumbo al pasado. Si suprimimos el feminismo, como instrumento para conseguir la igualdad, dejamos sin relato, sin instrumento de cambio a millones de mujeres que siguen soportando opresiones feroces, pero también pequeñas opresiones que rompen sus vidas.

    Es verdad que detrás de esa afirmación de “yo no soy feminista”, se expresa muchas veces la negativa a ser etiquetado, el horror a los “–ismos”, el afán individualizador en el que se mueve la sociedad actual. Pero no hay una forma tan estúpida y borreguil  de defender la individualidad que aceptar acríticamente las anti-etiquetas que el mercado fabrica.

    El desprestigio del feminismo es una actitud torpe, insolidaria e  injusta. Torpe porque denigrando el feminismo estás destruyendo el frágil suelo sobre el que te levantas;  injusto y desagradecido porque no reconoces el mérito de los miles y miles de mujeres que han dado su vida para allanar tu camino en esta sociedad e insolidaria porque sin el relato del feminismo, la historia de millones de mujeres dejaría de tener sentido. Sus vidas interrumpidas, sus sueños rotos, serán una suma de fracasos individuales de los que solamente ellas son responsables. Antes de decir “yo no soy feminista”, piensa que ésta es tu revolución, la que ha cambiado la faz de las ciudades y los pueblos, la más eficaz e incruenta de la historia de la humanidad y que si sigue molestando será porque todavía tiene todo su sentido.

lunes, 3 de marzo de 2014

MEZQUITA, A SU PESAR

Publicado en El País de Andalucía 


   La primera vez que visité la Mezquita de Córdoba no entendí nada. Tendría unos 11 años y, sin saberlo, estaba acostumbrada a buscar un centro, una jerarquía de imágenes, un orden del escenario y del espacio. Contemplaba con curiosidad a los mayores que caminaban entre las columnas como si flotasen, con los ojos muy abiertos y una forma de mirar que pretendía abarcar todo el espacio.

   Muchos años después lo entendí todo. O no lo entendí, pero sentí la misma sensación de flotar en un enigma matemático, en un bosque que modificaba sus perspectivas con mis pasos como ocurre si paseas por un mar de olivos que siempre conserva simetrías y líneas imaginarias. La Mezquita se me apareció entonces como una ensoñación, una ciudad de la mente, un enigma basado en el juego de contrarios, de luces y de sombras, de imposibles simetrías. Parecía igual en su trazado, pero si detenías tu mirada, encontrabas que la uniformidad también era un juego engañoso. Cada capitel, cada columna era distinta; hablaba el lenguaje de lo diverso con el verbo de lo único.

   Se suele olvidar que, de todos los cultos, el más universal es la belleza. No sé qué sentimiento de admiración y de arrobo nos produce la contemplación de una obra de arte, ni por qué nos provoca esa suspensión del tiempo tan parecido al creyente ante su altar. Sólo digo que la Mezquita de Córdoba era ya Patrimonio Mundial mucho antes de que la Unesco lo proclamara. Millones de personas que hemos tenido la suerte de visitarla caímos rendidos ante esta belleza abstracta, conceptual y extraña.

   En pleno siglo XXI, cuando deberían haberse dado por superadas las guerras religiosas, el monumento cordobés está sufriendo una doble acometida: por una parte, el miedo al islamismo redivivo, por otra, la determinación de la Iglesia católica de afirmar sus posesiones y poner su bandera como única vencedora de las viejas contiendas. Gracias al trabajo de una plataforma cordobesa y a los esfuerzos de personas como el profesor Antonio Manuel Rodríguez, hemos conocido que por el módico precio de 30 euros, y en aplicación de una ley inconstitucional que concede a las autoridades religiosas católicas la capacidad de ser fedatarios públicos, se ha “inmatriculado” La Mezquita. De esta forma, si la ciudadanía y las instituciones no lo remedian, a partir de 2016 la Iglesia católica será propietaria única de todo este recinto, mayor que la Basílica de San Pedro.

   Aunque la “inmatriculación” no concede inmediatamente la propiedad, la Iglesia nos ha dado ya muestras suficientes de cómo será su gestión. Para empezar, ha borrado el nombre de mezquita de todos los folletos y páginas informativas y lo ha sustituido por el de Catedral de Córdoba. La maniobra es torpe y completamente impopular. Ya lo dijo Carlos V hace cinco siglos: “Habéis destruido lo que era único en el mundo, y habéis puesto en su lugar lo que se puede ver en todas partes". En todas las ciudades importantes hay bellas catedrales, pero solo Córdoba tiene una Mezquita tan singular.

   Además de este cambio de nombre, la Iglesia ha convertido la visita al recinto en un recorrido religioso y cuentan los que han hecho el circuito nocturno, al módico precio de 18 euros, que más que un recorrido cultural es una profesión de fe.

   Es aceptable que la Iglesia gestione la catedral así como los oficios religiosos que se desarrollen en ella, pero supone una privatización inaceptable que se adueñe de todo el monumento e imponga una visión cultural e histórica de este patrimonio común.

   La Mezquita de Córdoba fue declarada Patrimonio Mundial por su belleza, su valor cultural y por transmitir valores de convivencia. Es también el principal atractivo cultural de Córdoba y en nada le favorece una gestión sectaria y confesional de su proyección. La mejor forma de garantizar su futuro es declararla patrimonio público bajo cualquier forma de gestión que garantice la representación de todas las Administraciones. Y el reloj ya ha iniciado la cuenta atrás, antes de que la apropiación de un bien común se consume.

CATALUÑA: DUDAS DESDE EL SUR Y LA IZQUIERDA

Publicado en el diario Público en la sección Espacio Público y en torno a la ponencia de Vicent Navarro

La primera en la frente: ¿realmente la pregunta importante es la afirmación o no del derecho a decidir? Si es así adelanto la respuesta para facilitar el debate. Rotundamente si. Líbrenme mis principios de negar el derecho que asiste a la ciudadanía de decidir, pero a estas alturas del debate todos sabemos que no estamos discutiendo sólo sobre este principio democrático sino sobre los contenidos que lo acompañan.

Demasiadas veces hemos caído en la trampa de la metáfora del tren: acompáñenos en este tramo del trayecto que después podrá bajarse en la próxima estación. En demasiadas ocasiones hemos comprobado que después nuestra parada no existía y que para desplazarse no era sólo necesario revisar el tren sino haber participado en el diseño de las vías y hasta en los horarios y las paradas.

La segunda duda se refiere al procedimiento, o sea, el planteamiento del referéndum. Mi reserva no es jurídica. Hay fórmulas políticas y legales para hacerlo posible. Contemplo, atónita, la idealización de los referéndums como forma excelsa de consulta popular y como palanca de los cambios sociales. Perdonen que no me levante. Puedo citarles diez o veinte referéndums posibles en los que las posiciones progresistas, e incluso democráticas, serían derrotadas (cadena perpetua, supresión de sueldos a diputados, supresión instituciones autonómicas…) Y es que en democracia, lo sustancial no es el triunfo de la mayoría sino la pluralidad, el respeto a las minorías y su posibilidad de dejar de serlo. En cualquier caso el proceso catalán debe ser consultado a la ciudadanía pero de forma que pueda optar entre todas las alternativas posibles. Un sí o un no no es suficiente, ni tampoco un doble sí o un doble no. En especial la posición federalista queda en una desventaja evidente. Por muchas interpretaciones benignas que se quieran hacer, la alternativa federalista es invotable porque no tiene hueco real (sólo subsidiario e interpretativo) en el enunciado de la pregunta que se ha acordado.

Tercera duda: el verdadero debate no se está produciendo. La situación actual me recuerda aquellas viejas asambleas de la universidad donde consumíamos el tiempo discutiendo y votando si se debería votar. Se crean así bloques ficticios que apenas comparten objetivos entre sí excepto la discusión de la norma o del fuero. Conocemos muy bien las posiciones del PP respecto al modelo de Estado y hemos sido testigos de su desprecio a Cataluña (y también a Andalucía, añado) pero estamos ayunos de las propuestas concretas del resto de las fuerzas políticas y sociales más allá de la insatisfacción y el hastío de la política actual. Si se autorizase la consulta (algo que debería de hacerse sin reparos) quedaría al desnudo la ambigüedad de una gran parte de las fuerzas políticas catalanas.

En cuarto y último lugar (de momento), “Cataluña” (gran simplificación, perdonen) no quiere aliados en este proceso. El relato épico de su confrontación con el Estado se ha vuelto local y aislacionista. Ha borrado de la historia el hecho evidente de que la misma mano que oprimía a Cataluña y que la privaba de sus derechos, oprimía las libertades y cercenaba las posibilidades de desarrollo de otros lugares, singularmente Andalucía y, en general, de las clases populares. Incluso los recortes, la desigualdad y el desmantelamiento de derechos y servicios sociales actuales se anotan como agravios territoriales y no cómo resultado de las políticas neoliberales contra todos. Tampoco las cúpulas políticas catalanas muestran simpatía ni sinergia alguna con las demandas de autogobierno de otros lugares como es el caso de Andalucía. Que se pisoteen leyes andaluzas, se cercene su autonomía o se estrangulen sus iniciativas no obtienen ningún eco en ese territorio. E incluso el debate sobre las balanzas fiscales no se ha dirigido contra la opacidad del Estado o el centralismo redivivo sino contra la periferia que “vive de las rentas”, en una gozosa coincidencia con el discurso de la Comunidad de Madrid.

Desde la periferia territorial y desde la izquierda, somos muchos los que deseamos un Estado Federal, un nuevo pacto en el que las comunidades que lo deseen asuman nuevos espacios de autonomía política y de capacidad de decisión, pero el debate catalán, tal como está planteado, no tiende la mano a abrir un nuevo marco político, ensimismado en su propio laberinto. Cataluña, en su derecho a decidir, podría tener fuertes aliados si el debate se planteara en estos términos y la derecha española quedaría aislada en su viejo sueño imperial. Desgraciadamente no es así y el tren pita anunciando su inminente puesta en marcha.

CONTRA LA DESESPERANZA

Publicado en El País de Andalucía

   Hace algún tiempo cumplió 50 años mi amigo más querido y le pregunté cómo se sentía. Me respondió que tenía la impresión de haber subido un monte empinado pero que había llegado por fin a la cima. Me dijo que le faltaba algo de aliento y que su cuerpo acusaba un cierto cansancio pero, en compensación, podía disfrutar de un amplio paisaje ante sus ojos.

   Cada año que pasa recuerdo esta conversación. La vida es una cuestión de perspectiva. El problema es que el conocimiento que atesoras, el más íntimo y personal, no se puede transmitir. Las palabras con las que pretendes expresarlo se desvanecen antes de ser pronunciadas. Es un secreto intangible que solo a ti te pertenece. Algunas, muy pocas veces, tienes la sensación de descubrirlo en una mirada ajena y entonces se enciende una chispa de complicidad de los que comparten un dulce secreto.

   Quisieras descubrir un territorio libre de nostalgia. Un espacio en el que poder volar sin ataduras ni pesados equipajes, habiendo aprendido del pasado pero sin su peso. Y vuelves los ojos a la música, al arte, a la creación donde la atmósfera es menos pesada y se aceptan con facilidad los balbuceos y las contradicciones.

   Pienso en todo ello a propósito de la distinción de Miguel Ríos como hijo predilecto de Andalucía. Decía Baudelaire que aceptar un premio concedido por el poder es también una forma de reconocer su derecho a castigarte (¡ay, esos poetas malditos que no nos dejan disfrutar las mieles del triunfo!) pero en el caso de Miguel Ríos, es el reconocimiento a un artista que se sacudió el pasado a manotazos y creó un territorio de libertad; a toda una generación de artistas andaluces que hicieron de su música un territorio libre de nostalgia y con hambre de futuro.

   Miguel nos recuerda que los sueños que tuvimos fueron buenos sueños, que nuestro único error fue abandonarlos, convertirlos en un rito, emprender el camino del conformismo y liquidar todo rastro de autenticidad. Quisimos educar a los hijos con palabras, que no con hechos; con celebraciones, que no con compromisos y ahora se han quedado inermes ante el vendaval de la crisis. No saben qué hacer con sus manos, no tienen costumbre de pelear, ni armas mentales, ni técnicas de defensa.

   Por lo demás, son los restos de estos sueños los que todavía nos permiten sobrevivir y no acabar cuerpo a tierra. Sobre todo en el sur, expertos en subvertir las derrotas, conquistadores de verdugos, donde la alegría y la sociabilidad ponen sordina a nuestros males.

   Va a hacernos falta un nuevo sueño andaluz porque no podemos vivir entre la añoranza del pasado y el desaliento del futuro. Tuvimos nuestros poetas, nuestros cantantes, nuestro 28-F. El pasado nos da una base pero hacen falta nuevos materiales para este edificio. Mientras tanto nuestro futuro está en la calle, haciendo cine con crowdfunding, subiendo su música a Internet, huyendo de la quema al extranjero, consumiendo su saber y su talento en las colas del paro. Nunca en la historia hemos tenido un sentimiento tan acusado de estar tirando al mar nuestros mayores tesoros. La impotencia es un manojo de ortigas que nos irrita sin cesar. Pero no puede ser tan difícil utilizar los nuevos talentos, aprovechar las nuevas energías sociales para dar un salto adelante.

   Lo hicimos cuando el 30% de nuestra tierra era analfabeta, cuando apenas teníamos jóvenes con estudios universitarios, cuando un millón de andaluces estaba en el exterior, cuando la mitad femenina de la población empezaba a pelear por su presencia en la esfera pública… ¿Cómo no conseguirlo ahora? Sólo hace falta una chispa de esperanza, un manotazo a la resignación y un empujón de rebeldía. O como dice una canción de Miguel Ríos: “Ponte un escudo de acero contra el desaliento porque no habrá un tiempo mejor que el que inventemos”.

   Precisamente ahora, cuando las libertades que no sean las del dinero están en cuestión y se practica de forma masiva el deporte de la desesperanza, quizá no esté de más revisitar nuestros sueños, recuperar las esencias de la rebeldía: sentir el dolor de estar vivos, el placer de estar vivos, dar cuerda a la máquina interior que nos pone en marcha y como en el viejo rock Born to run exclamar: “Agárrate fuerte porque, pase lo que pase, nunca volveremos atrás”.
 @conchacaballer

SUSANA, PERO EN NEOLIBERAL

Publicado en El País de Andalucía

   Hay coches que aceleran de cero a cien kilómetros en tan solo unos segundos. Hay partidos que recogen 10.000 avales en unas horas. Hay cambios de tiempo que oscurecen el cielo en unos minutos. Hay formaciones políticas que cambian de opinión con la velocidad de un rayo. Hay religiones y sectas integristas que solo obedecen al mandato divino. Hay partidos que solo actúan bajo mandato divino pero tienen el deber de negar su existencia.

   Ser del PP en Andalucía consiste en sentarse a esperar lo que decida Madrid y aplaudir con entusiasmo la resolución. Ser del PP en Andalucía obliga, también, a ocultar las heridas, negar lo evidente y aprender a poner cara de póquer ante cualquier acontecimiento.

   Mariano Rajoy, antes de tomar el avión rumbo a Turquía, autorizó a comunicar que Juan Manuel Moreno era su hombre de confianza en Andalucía. A partir de aquí, en una perfecta cadena de mando, estallaron los aplausos y los perdedores se enjugaron a escondidas las lágrimas de la derrota. En apenas una hora se construyó un relato hagiográfico del candidato. Lo más curioso es que te aseguran, sin el menor sonrojo, que el futuro líder del PP tiene “un perfil muy parecido a Susana Díaz”.

   Un poeta inglés dijo hace siglos que “la imitación es la forma más sincera de adulación” y desde luego esta imitación lo es porque se hace sin pudor alguno, sin caer en la cuenta de que durante meses han vapuleado el perfil político y profesional de la presidenta de la Junta de Andalucía hasta decir basta.

   Ya sé que recordar es un ejercicio molesto en la política pero, en este caso, los hechos son tan recientes que produce admiración tan intencionado olvido. La juventud de la presidenta de la Junta era un rasgo negativo e incluso se lamentaban de que el destino de Andalucía fuese a caer en manos de niñatos sin experiencia alguna. Son los mismos que ensalzan la juventud de su nuevo líder y el empuje que representa.

   La trayectoria profesional de Susana Díaz los indignaba. El hecho de que desde su juventud se hubiese dedicado a tareas políticas, les parecía un insulto a la inteligencia. ¿Dónde ha trabajado? —se preguntaban—, ¿qué currículo profesional la avala?, ¿cómo podemos confiar —dijeron literalmente— en alguien que “no ha trabajado en su vida en la empresa privada ni ha hecho oposiciones en la Administración pública”? Pues bien, Juan Manuel Moreno , graduado en Protocolo y Eventos y varios años mayor que Susana, jamás ha ejercido ninguna actividad fuera del PP. Sin embargo, esto no le acarrea ninguna crítica, sino que simboliza la lealtad y constancia de su vocación política.

   Todo ese ramillete de insultos —y muchos más sobre sus orígenes o carácter—, se vuelven flores ante la figura del presidenciable popular; los calificativos más groseros se tornan alabanzas por la renovación y sencillez; su forma de elección, un simple accidente que carece de importancia. Lo sustancial es que el modelo Susana o, mejor dicho, lo que el PP interpreta como modelo Susana, ha triunfado en la comunicación política y ellos están dispuestos a seguir esta moda.

   Pero, no hay forma sin contenido. En primer lugar, Susana Díaz manda realmente en su fuerza política. Su mentor se retiró generosamente de las esferas de poder de Andalucía. Sin embargo, en el caso de Juan Manuel Moreno, es muy visible la mano de Javier Arenas en el proceso y, con bastante probabilidad, en el equipo de dirección. En segundo lugar, el PP ha resucitado la vieja herida entre Málaga y Sevilla y que es la forma más segura de no tener proyecto andaluz. En tercer lugar, el PP andaluz ha dejado de existir y la prueba más evidente de ello es que ni siquiera ha sido capaz de elegir por sí mismo su candidato, mientras que el PSOE existe en Andalucía más que en ningún otro lugar e incluso es decisorio en todo el Estado.

   Finalmente, lo más importante es la política que el nuevo candidato defiende. Hasta ahora, lo más sobresaliente de su gestión política ha sido un recorte brutal a la ley de Dependencia, a la que no se ha privado de tachar de clientelista en multitud de ocasiones. Recortes y sumisión al Gobierno de Rajoy no son el mejor aval en esta tierra.

MISTERIOSA DESAPARICIÓN DEL PP ANDALUZ

Publicado en el País Andalucía

   La situación que vive el PP en Andalucía es demencial. No es que carezca de un candidato sino de una mínima dirección política, una orientación común o unos portavoces que concierten sus intervenciones. Así han calificado algunos comentaristas afines al PP la situación actual de la organización andaluza: “pollo sin cabeza”, “farsa”, “estúpido espectáculo”, “chapuza” y “caos”.

   Cualquier fuerza política puede atravesar un periodo delicado, pero lo que destaca en el caso del PP de Andalucía es que parece haber sido borrado del mapa de un plumazo y entregado a una sociedad administradora con sede en Madrid. Con el trabajo que le costó al PP aprender a cantar el himno de Andalucía, real y metafóricamente hablando, su forma de abordar esta crisis está dilapidando el escaso bagaje andaluz conseguido a duras penas.

   Ya no hay partido andaluz, hay una clara franquicia que se administra desde el exterior. Los andaluces han sido ninguneados en todo este proceso y la iniciativa, la resolución del problema depende sólo y exclusivamente de su dirección central.

   Tampoco existe el concepto de organización como un colectivo que ejerce su soberanía. El derecho a decidir, en este caso, no sólo está residenciado en Madrid sino que se encuentra personalizado en la figura de Rajoy, que ni siquiera comparece en plasma ante sus militantes andaluces. Dicen que en las últimas semanas se le ha escuchado exclamar: “A mí nadie me marca ni los plazos, ni los tiempos, ni las personas”. No es dedazo, no; es algo más cercano a la voluntad divina.

   También ha quedado muy clara la prioridad que tiene Andalucía en la agenda del omnímodo presidente del PP: absolutamente ninguna. Es un molesto asunto que se puede postergar sin coste alguno, aunque ello suponga someter a la agonía a una organización completa y a un calvario a los posibles candidatos. El más citado, José Luis Sanz, es un novio compuesto y continuamente desairado por la dirección estatal (y única) del PP. “Paciencia, José Luis”, le recomienda un desubicado Zoido que no sabe ya muy bien desde qué cargo habla.

   El provincianismo y provincialismo de la derecha andaluza, que había sido uno de sus mayores problemas para ser una fuerza andaluza, han vuelto a expresarse con enorme virulencia. Los proyectos localistas, el afán de competencia y la suicida confrontación de Málaga con Sevilla, vuelven a ocupar el lugar de honor en la agenda del PP y en las demandas de sus direcciones. Al mismo tiempo, empieza a desvanecerse la fuerza municipalista que le hizo arrasar en las últimas elecciones locales, donde consiguió gobernar la práctica totalidad de los grandes Ayuntamientos andaluces.

   Además Andalucía, sin sustancia propia, sin líderes ni discurso, es hoy el terreno de juego de las baronías del PP y del juego de ajedrez de Cospedal, Soraya, Arenas o el propio Mariano Rajoy, al que le encanta neutralizar cada reino de taifa con dos visires que agoten sus esfuerzos en sus pugnas particulares y lleguen exhaustos a las arenas del poder. Cospedal se la juega si finalmente no consigue que José Luis Sanz sea elegido, pero Arenas se juega el ser o la nada en el equipo de dirección.

   La excentricidad de que Javier Arenas permanezca en el Parlamento de Andalucía sin función alguna se revela ahora como una jugada intencionada. El líder de la derecha andaluza no se resigna a perder su territorio y está viviendo este periodo como una retirada estratégica temporal. Sus seguidores consideran que el PP Andaluz es creación de Javier Arenas y que sin él carece de sentido. Su pretensión no es tanto decidir el cabeza de cartel del PP en Andalucía, sino el equipo que controlará el partido en los próximos tiempos. Sobre todo, porque el escenario que se dibuja no es el del éxito, sino el de una derrota que da por descontada. Con este panorama, lo importante es controlar el día después del fracaso electoral y colocarse nuevamente en el centro del escenario. ¿Soportará José Luis Sanz estas exigencias? Rajoy mira con indiferencia. Nunca han cantado bien el himno de Andalucía, pero ahora desafinan en todas las notas.

YO QUIERO SER INVISIBLE

Publicado en El País Andalucía

   Nunca entendí ese deseo. Cuando, de pequeños, nos preguntaban qué cualidad de superhéroe quisiéramos tener, algunos niños decían que la de ser invisibles.No comprendía qué clase de sueño era ese ni qué ventajas tenía esa condición. ¿Espiar a todos sin ser descubierto? ¿Comerte los pasteles y las chucherías a escondidas? ¿Acaso robar sin miedo a ser sorprendido?

   A mí me parecía mucho más interesante volar por el cielo y llegar en un instante a cualquier ciudad del mundo, leer los pensamientos de la gente o aprender cualquier habilidad simplemente leyendo un libro a velocidad de vértigo. ¡Qué equivocada estaba! El verdadero signo de poder ha resultado ser completamente invisible.

    Es más, los poderosos, los que de verdad dominan el mundo, son en realidad invisibles a nuestros ojos. Alguien me podrá decir que hay millones de personas pobres, desposeídas, que son también invisibles pero no es cierto. Los vemos en las calles y en los informativos. Los conocemos cuando un huracán arrasa una costa, cuando una hambruna ruge en el corazón de África, cuando una guerra estalla en cualquier lugar del mundo. A veces están en la puerta de nuestra casa, con la mirada perdida y un rostro que saben que no recordaremos. No. Los pobres no son invisibles, sino silenciados. Sus rostros existen. Nos miran y no los miramos para eludir cualquier responsabilidad hacia ellos. Nos negamos a concederle una singularidad, una individualidad que les otorgue un estatuto de igualdad como seres humanos. No son invisibles, sino anónimos.

    Desde que Andy Warhol proclamara que “cada ser humano debería tener derecho a 15 minutos de gloria” la mitad del mundo corre tras las cámaras de televisión, o se planta ante su propio móvil para conseguir esa pizca de paraíso artificial que, aunque efímero, dará sentido a su vida.

    Pero los realmente poderosos rehuyen los focos. El verdadero toque de distinción es no salir en los medios de comunicación, no comparecer, no someterse a escrutinio público, no responder de sus acciones. Si acaso ser citados, nombrados, pero nunca convertirse en objetivo público.

    Los ricos del siglo XXI han aprendido una única lección desde la revolución francesa y de todas las revueltas populares: que sus palacios y ostentaciones no pueden estar en el mismo barrio donde viven sus víctimas. Los poderosos, ahora, no se exhiben ante los pobres, sino ante ellos mismos; no enseñan sus bienes a los desheredados, sino a los de su misma especie; se han vuelto invisibles a la sociedad y han mandado una horda de lacayos para que, en caso de necesidad, contengan la ira de los de abajo.

    Han creado la ficción de que no existen. Han conseguido convencernos de que son sus intermediarios o voceros quienes los representan. Se han hecho invisibles a nuestros ojos y han cumplido el viejo sueño de robar a escondidas con la impunidad garantizada que otorga el saber que no vas a ser descubierto.
Hay en España 40.000 millones de euros circulando en billetes de 500 y la mayoría de la población no los ha visto nunca. En Andalucía proliferan como las setas tras la lluvia. Las miles y miles de personas que trabajan sin alta en seguridad social o con contratos ficticios no han visto nunca ese papel aunque sus salarios, pagado en billetes más pequeños, salgan de ese mercado negro. Los billetes son morados como el color del sufrimiento que producen. Pero nadie conecta una realidad y otra. El billete morado con la falta de derechos, el billete morado con la radical injusticia social, el billete morado como fracaso del Estado, de la política y del bien común. El billete morado como el color negro de una economía sin sentido.

   El sueño de la invisibilidad se ha hecho realidad. Los verdaderamente ricos, los realmente poderosos son invisibles. Sólo de vez en cuando una estadística nos recuerda su existencia: “Veinte personas en España tienen tanta riqueza como nueve millones”, “el mercado de lujo ha crecido en 2013 un 15%”, “las rentas del capital subieron el pasado año casi un 4%”... Durante unos segundos la noticia nos enerva pero, como no podemos ponerle rostro, nombre ni dirección, la indignación se consume como un fuego fatuo o se estrella contra objetivos equivocados. ¡Ay, esos canallas invisibles!

¿LA ULTRADERECHA EN EL GOBIERNO?

 Publicado en El País de Andalucía
  
          Pensé que nunca más en la vida iba a escuchar afirmaciones como las que hizo el ministro Gallardón en el Congreso de los Diputados. Fueron tan extremas que ningún medio de comunicación, ni los más afines, las ha reproducido en su literalidad, pero venía a decir que quienes defienden el derecho de las mujeres a interrumpir el embarazo de un embrión con malformaciones, también podrían aprobar una ley para exterminar a estas personas en su vida adulta. Ni la ultraderecha europea más recalcitrante se hubiera atrevido a hacer estas insinuaciones tan delirantes; sin embargo no era la primera vez que el ministro tomaba esta vergonzosa línea argumental.
      
        Dicen algunos especialistas que no existe ultraderecha como tal dentro del Partido Popular; que básicamente hay dos líneas de pensamiento: una corriente conservadora-liberal, defensora de sectores privados, aristocrática en su visión del ascenso social y racionalista en su forma de pensar y otra corriente tradicionalista, fuertemente apegada al pasado y aferrada a sus creencias religiosas. Claro que los especialistas consideran como principal marca de la ultraderecha europea su fuerte xenofobia, un rasgo que efectivamente no es el más definitorio de sus homólogos españoles, pero olvidan que en España el tradicionalismo no es la defensa de la vida tradicional sino del régimen anterior, es decir, el franquismo, y que su mentor ideológico es la jerarquía católica más integrista. Es decir, que la ultraderecha española es más anticatalanista que xenófoba, más clerical que religiosa, más discriminatoria con respecto a las mujeres que el resto de sus homólogos europeos.

         El color de las leyes de esta última hornada tiene una peligrosa identificación con el mundo de las creencias, los prejuicios y las prohibiciones ultraderechistas, hasta el punto de que si los sectores del PP más laicos no lo solucionan, la marca España de su Gobierno será el papel preponderante de la Iglesia en la educación, la imposición a las mujeres de una maternidad forzosa y la prohibición de la protesta ciudadana. No sé si son conquistas de la ultraderecha política, pero se le asemejan mucho.

        Hay un tremendo error de cálculo en estas actuaciones: la sociedad española actual no se parece a la visión tradicionalista y discriminatoria que destilan estas leyes. No se han equivocado en su redacción, se han equivocado de tiempos, de país y de sociedad. En los años ochenta la sociedad española tanteaba los límites y las posibilidades de las libertades; las mujeres todavía no habían desarrollado su potencial transformador y el miedo acumulado llamaba a la puerta. Sin embargo, la sociedad actual ha interiorizado como parte de su identidad la libertad individual; las mujeres ya no toleramos injerencias sobre nuestras decisiones y el miedo (excepto el económico) no atenaza nuestros sueños. Todo esto ha supuesto cambios incluso a la hora de concebir el hecho religioso, que se percibe ahora no como una liturgia y menos una imposición, sino como unas creencias privadas.

        Es verdad que a este cambio social ha contribuido de forma decisiva la izquierda de nuestro país pero la transformación social ha afectado a la inmensa mayoría de la población. La ciudadanía de izquierdas o de derechas no opina igual sobre el aborto, el matrimonio homosexual o el papel de las mujeres que hace 25 años. Y quien piensa igual no intenta imponerlo a los demás. Solo sectores absolutamente marginales han quedado presos del pasado.

         Por eso los intentos del Gobierno por convertir este debate en una confrontación izquierda-derecha están condenados al fracaso. La mejor demostración es la división interna que la ley Gallardón ha provocado dentro de las filas del PP y que reflejan el malestar de su espacio sociológico. Hay miles de militantes del PP que no encuentran motivo para esta vuelta de tuerca. Un sector considerable de sus votantes no están de acuerdo con que el catolicismo más integrista dicte las leyes ni con la catarata de prohibiciones que intentan imponer. El debate que han planteado es viejo y antiguo, huele a sacristía y a cerrado, pero va a ser el termómetro que nos indique la capacidad de influencia y el número de asientos que tiene la ultraderecha (muy española, eso sí) en el Consejo de Ministros.

@conchacaballer