sábado, 22 de octubre de 2011

APUNTEN LA FECHA


Publicado en el País Andalucía 

Les he dicho a mis jóvenes alumnos que apunten esta fecha en sus cuadernos, que recuerden que fueron testigos del último comunicado de ETA, de los últimos encapuchados, de la última aparición del siniestro símbolo de la serpiente y el hacha. Han crecido en un país en el que, junto al nombre de las fuerzas políticas democráticas, aprendieron el acrónimo de la banda terrorista. Los que vengan después tendrán más suerte: no verán en su tierra más bombas, ni víctimas, ni sangre en las calles. Tampoco tendrá que germinar en sus mentes el rencor ni la mancha del odio que envenena incluso el sueño de los justos.
Han aplaudido con alegría este final y han preguntado si será para siempre. "Esperemos que sí", les he contestado porque el temor camina más deprisa que la alegría y no quiero que ninguna cautela nos prive de la felicidad de este día. Tiene que ser para siempre por todo lo que decenas de expertos han argumentado en estas últimas cuarenta y ocho horas pero también porque su discurso está muerto, acabado y obsoleto. Resultaría cómico, si no fuese siniestro, esa aparición fantasmal, esas capuchas blanquecinas, esos gestos contundentes con que acompañan un relato fracasado. Su aparición resulta anacrónica como una vieja película en blanco y negro. No hay quien pueda mantener, hoy en día, que Euskadi es una tierra oprimida por un Estado represor. No hay quien pueda decir que la comunidad con mejor financiación autonómica, con menor paro, con mayor industrialización sea la víctima de un Estado centralista. Y sobre todo, nada justifica defender las ideas independentistas con la pistola en el cinto y la cara cubierta.
Por eso sentimos una desbordante alegría que nada ni nadie podrá empañar: ni ETA con su brutal olvido de las víctimas, ni los agoreros que anuncian nuevas catástrofes y que marchan hoy a contracorriente de una sociedad que sonríe ante las perspectivas de un futuro sin violencia. No es que seamos ingenuos, ni que hayamos bajado la guardia ante las artimañas de la banda armada, es que nos negamos a quedar presos del pasado, o a utilizar el dolor de las víctimas para inmovilizar a la sociedad. A fin de cuentas, el mejor homenaje que se puede tributar a los que perdieron su vida o su integridad física es haber vencido a la banda terrorista y haberlo hecho por métodos impecablemente democráticos.
En toda la historia de su existencia no hay nada que haya fortalecido más a la organización terrorista que el turbio episodio en que el Estado se enfangó en la guerra sucia y adoptó sus mismos métodos. Como a los fantasmas, la luz de la democracia los volatiliza, los disuelve -aunque el tiempo y el dolor hayan sido excesivos- mientras que las tinieblas son el elixir del que se alimentan.
El final de ETA es una liberación para el conjunto de la sociedad española, y no digamos de la sociedad vasca, que ya puede respirar en libertad sin el corsé que la violencia impone. Algún día se estudiará el tremendo papel que jugó en la transición a la democracia dificultando el tránsito a la libertad sembrando de muertos el camino y siendo la excusa perfecta para una involución política que, afortunadamente, fracasó en el golpe de Estado del 23-F. Durante décadas ETA ha ocupado el foco de la acción política, ha distraído de los debates sociales más importantes, ha impuesto su presencia obsesiva y ha dificultado todo tipo de procesos. En todos los casos ha sido el mejor aliado para las tesis más involucionistas y reaccionarias. Por eso a algunos les va a costar asumir el panorama político "postetarra". Se trata de los que utilizaron el terrorismo como tema de confrontación política, los que dividen a las víctimas y los que cimentaron sus carreras políticas o sus negocios editoriales con la siembra desoladora de la sospecha. Pero la inmensa mayoría de la sociedad española siente una gran alegría ante el final de la banda y no son bobos, simplemente saben reconocer las buenas noticias cuando se producen. Y es que, algunas veces, cuando todos nos empeñamos y aportamos nuestra colaboración, los sueños se cumplen.

UNA VERDADERA CONSPIRACIÓN




Publicado en El País Andalucía

Se ha puesto de moda escribirle a Durán i Lleida para darle explicaciones y pedirle que rectifique sus declaraciones. No sé por qué este atildado representante de la derecha nacionalista más rancia tiene el honor de recibir argumentos a la sarta de exabruptos con las que nos obsequia a los andaluces de forma regular. No sé si recordarán que es el mismo que nos criticó haber creado becas para que “los ni-nis se dieran la vida padre” o que “estaba muy cansado de pagar con su dinero” nuestros despilfarros. A este decadente político catalán,  le encanta criticar a los de abajo, sea geográficamente o socialmente, por eso –aunque a él no le gusta recordarlo- es el autor de una de las declaraciones más xenófobas de la historia de Cataluña en las que acusaba a los inmigrantes de bajar el precio de la viviendas de la gente de bien. Por eso, creo que ha llegado el momento de confesarle la auténtica conspiración que la gente del sur hemos fraguado contra ellos.
Es verdad, Don Joseph, que hay toda una confabulación de Andalucía contra Cataluña. ¿Para qué vamos a seguir negándola? Comenzó con la transición democrática, cuando el pueblo andaluz no aceptó que sólo las llamadas comunidades históricas – Galicia, Euskadi y Cataluña- tuvieran acceso a la autonomía plena y reclamó formar parte de este club de primera división. Curiosamente mientras las fuerzas nacionalistas gallegas o vascas aceptaron con naturalidad este proceso, los nacionalistas catalanes lo llevan clavado en el alma y se niegan a asimilarlo. Reconózcalo: el acceso de los andaluces a los mismos derechos que las nacionalidades históricas les ha puesto siempre de los nervios. A fin de cuentas, un privilegio que se extiende, deja de ser un privilegio. Si todo el mundo pudiese alojarse en el Plaza, se perdería el glamour de sus mañanas madrileñas.
Pero la confabulación andaluza, vamos a confesárselo, no finalizó con este capítulo sino que prosiguió con un ataque a la parte más sensible que  todo nacionalista tiene, que no es su lengua ni su cultura – a la que amamos y respetamos-, sino su bolsillo. Cuando intentaron negociar una situación financiera especial para Cataluña nuevamente Andalucía les aguó la fiesta y encabezó una respuesta para que no se rompiesen los principios de igualdad y de solidaridad. Dos palabras que usted detesta de forma especial. A fin de cuentas, la política y, fundamentalmente, el Congreso de los diputados, es para ustedes un mercadillo donde se cambian votos por billetes y los días de suerte, se vuelven con las alforjas llenas si su voto es decisorio.
La deriva mecantilista del nacionalismo catalán es completamente desoladora y cada día se asemeja más a los partidos clasistas y reaccionarios de la Liga del Norte italiana.  De la defensa más o menos romántica de una tierra o de una cultura han pasado a batallar por privilegios económicos del norte frente al sur, de los fuertes frente a los débiles, de los intereses privados frente a los públicos. Por eso su caso es digno de estudio ya que se trata del primer nacionalismo que lejos de confrontarse con Madrid, con el poder central del Estado, ha colocado todas sus baterías contra la periferia, los cañones apuntando contra Andalucía.
Ahora su caballo de batalla es la impresentable ficción de “las balanzas fiscales”, una teoría según la cual el Estado se “adueña” de los impuestos obtenidos en Cataluña para “dilapidarlos” por toda la geografía española, especialmente en Andalucía. Esta teoría  es tan endeble que, para justificarla,  deben inventar un relato mítico contra Andalucía: una tierra en la que nadie trabaja, en la que “ni Dios” paga sus impuestos y que se emborracha en los bares hablando un lenguaje incomprensible. Aunque tal paraíso pueda resulta atractivo, saben perfectamente que es mentira. Por eso, señores diputados, no les den explicaciones. Simplemente no pacten con ellos en los callejones perdidos del Congreso y explíquenles a los andaluces que viven en Cataluña que, si todavía conservan un poco de amor por su tierra, no quemen su voto en ese altar de la insolidaridad.