sábado, 5 de marzo de 2011

Jóvenes en dos mundos






Hoy publico este artículo en El País sobre la situación de los jóvenes a ambos lados del Estrecho:







Ellos tienen hambre de libertad; los nuestros creen que, como el aire o el agua, es el medio natural para desenvolver sus vidas. Ellos tienen sed de información y manipulan las redes para esquivar la terrible censura de sus gobernantes; los nuestros acechan los atajos para bajarse las películas o la música gratis. Ellos hablan del futuro de sus países; los nuestros solo hablan el idioma del presente. Ellos respiran confianza en su futuro, entre los botes de humo o el ruido de los disparos; los nuestros reflejan una desesperanza sin límites. Ellos saben autoorganizarse, identificar objetivos comunes y actuar en grupo; los nuestros practican un individualismo feroz en el éxito o en el fracaso. Para aquellos, la política es un instrumento útil para transformar la realidad; para los nuestros, un conjunto de anquilosadas instituciones que cada vez deciden menos sobre los asuntos realmente importantes.

Las aguas del Estrecho parecen contener un mar de mercurio. En los puertos de la vieja Europa, la política ha sido sustituida por instituciones monetarias que nadie ha elegido pero que nos dictan las directrices de unos mercados cuyo rostro no conocemos. La libertad individual se ha afirmado hasta el punto que nadie podría vivir sin ella, pero el sentido real de la democracia como poder del pueblo naufraga en la tormenta de los mercados. Mientras, al otro lado del Estrecho, voces estremecedoramente jóvenes vuelven a lustrar la deslucida moneda de la libertad y la democracia, en países que solo pensábamos que sabían entonar el idioma del fanatismo religioso.
No hay paralelismo perfecto entre la situación de los jóvenes en las dictaduras del Magreb u Oriente Próximo y los de nuestros países europeos. Pero a ambos lados del Estrecho hay una fuerza juvenil con mejor preparación que sus padres, que chocan con un mercado laboral y con una sociedad ajena. Aquellos necesitan revoluciones porque tienen que sacudirse dictaduras y mordazas. Pero nuestros jóvenes occidentales necesitan cambios económicos y sociales con urgencia.
Habla elocuentemente del envejecimiento de nuestra cultura política el hecho de que, en medio de la mayor crisis económica y ecológica, los debates más apasionados sean sobre si tenemos o no derecho a conducir a gran velocidad o fumar en los establecimientos públicos. Discusiones decadentes de personas anquilosadas en sus viejos vicios de velocidad o de posesiones. Urge un rejuvenecimiento inmediato de la política, de sus contenidos y de sus formas, pero es imposible cuando hemos expulsado a los jóvenes del debate público y los hemos convertido en un producto de consumo, o en el escalón más bajo de nuestra cadena laboral.
"Sobretitulación" llaman algunos al despilfarro de que ingenieros industriales estén sirviendo copas en los bares nocturnos. "Contratación temporal" llaman a trabajos de una hora en la que los gastos superan a los ingresos obtenidos. "Contrato en prácticas" a recibir la mitad del sueldo o no estar de alta en la Seguridad Social y "experiencia en el extranjero" a lo que siempre se ha denominado emigración forzosa.
No ha habido nunca una época que denigre tanto a los jóvenes al tiempo que ensalza la juventud como única estética oficial. Los problemas de los jóvenes se presentan en términos conflictivos (delincuencia, drogas, falta de esfuerzo) mientras se utiliza su cuerpo como objeto de consumo y reducimos su tiempo vital a un carpe diem eterno. No ha habido una sociedad que desconozca más a sus jóvenes, su preparación y conocimientos, su esfuerzo ante una sociedad tan altamente competitiva o sus valores, mucho más ecológicos y solidarios que los nuestros. Es una pena que permanezcan ajenos a la política en vez de inventar su propia forma de hacerla. Es un error que hayan renunciado a gobernar su realidad. Pero un día de estos, nuestros jóvenes apáticos recogerán su desesperanza y la transformarán en algún sueño. Al menos eso espero.

¡Viva España, coño!

Publicado en El País 
La conmemoración del 30 aniversario del 23-F ha dejado sin aclarar el aglutinante ideológico que llevó a los conocidos cuatreros a desembarcar en el Congreso de los Diputados. Si hubiera que reducir a una única frase su estrechísimo ideario, podríamos decir que les impulsaba el odio al Estado de las Autonomías.
El pensamiento político de la ultraderecha española se ha nutrido siempre de la fobia a la pluralidad de España. “!Viva España, coño!” es la divisa que los golpistas utilizaban para darse ánimos tras las primeras horas del golpe de estado. Un grito que pronunciado en tono exaltado, significaba la muerte de las autonomías y de la pluralidad de nuestro país. Un grito que no es concebible si se sustituye la palabra España por Andalucía porque esta última nunca se ha pronunciado contra nadie.
La autonomía andaluza estuvo a punto de morir antes incluso de nacer. Andalucía no sólo tuvo que conquistar, palmo a palmo, su autonomía y ganar un referéndum amañado en el histórico 28-F, sino que la tramitación de su estatuto de autonomía se hizo bajo el ruido de sables y los bufidos de los generales, que veían en el proceso andaluz una peligrosa mezcla de populismo social y de autogobierno. El hecho de que Andalucía abriera la puerta a la autonomía plena para todas las comunidades producía en las cúpulas militares una irritación especial, una confirmación de sus delirios de una España rota y roja. No es casual que el 23F coincidiera con la tramitación final del primer Estatuto de Autonomía de Andalucía, que los diputados ratificaron en Córdoba dos días después de la entrada de Tejero en el Congreso.
Ahora, los nuevos voceros contra las autonomías afirman que no tienen razones ideológicas similares a las de la ultraderecha y que su propuesta es ideológicamente aséptica. Sin embargo las similitudes siguen siendo abrumadoras. La FAES ha lanzado una campaña antiautonómica que fue presentada por Jose María Aznar con el argumento de que es necesario limitar la capacidad de decisión de las autonomías y modificar la Constitución a fin de  “preservar el derecho de la nación española a decidir su propio destino libremente, a trabajar por su prosperidad y a permanecer unida”. La visión de un estado español amenazado, arruinado y casi roto por las autonomías es compartida absolutamente  por Falange Española, quien ha lanzado también una campaña política bajo el título “Contra las autonomías”. Por su parte, los medios de comunicación de la llamada “caverna mediática”, han convertido a las autonomías en la diana preferida de sus venenosos dardos en una campaña de desprestigio político sin precedentes.
En política, como es bien sabido, no existen las casualidades. Todos los actores son conscientes de sus entradas y salidas de escena, de sus parlamentos y de sus silencios. La vieja derecha ha encontrado el momento ideal para recuperar su rancio ultranacionalismo español. Para abrazar por completo estas tesis, el problema del PP sigue siendo Andalucía. La Comunidad de Madrid, aplaude el discurso españolista enraizado y constitutivo de su propia existencia, una vez que fracasó las refundación cultural y laica de Tierno Galván. En el País Vasco y en Cataluña, el PP no aspira a ser fuerza mayoritaria y se ha instalado en posturas españolistas que representan un diez o quince por ciento del electorado. Pero en Andalucía, cualquier partido político que no abrace con fuerza la defensa de la autonomía está condenado al fracaso. Se demostró en la tramitación del nuevo estatuto de autonomía, cuando el PP sintió vértigo a una negativa que le hiciera repetir con Andalucía los errores del pasado; se constata en la escenografia de los mítines andaluces del PP donde han impuesto que sea más visible la bandera andaluza que la roja y gualda (¿no me digan que no se han fijado?).  

Lo anterior demuestra dos cosas: la primera y más importante, que el estado de las autonomías sigue vivo, en gran medida, porque existe Andalucía y, segundo, que el PP debería explicar –parafraseando a Machín-  cómo se pueden tener dos discursos a la vez… y no estar loco.