sábado, 27 de junio de 2009

Soledad en la izquierda

Este es un comentario de Ferrán Gallego al post anterior:

Con el análisis (es un decir) de las críticas al capitalismo (son ellos los que lo llaman así, no es que yo sea un antiguo) se da un desbarajuste caraduresco similar. Cuando las cosas van bien es porque el sistema funciona, claro está...¿no se lo habíamos dicho siempre? Cuando las cosas van mal, es que el sistema no funciona si no es con correctivos, de la misma forma que a un esquiador con mala fortuna se le pone yeso en la pierna rota. La culpa puede ser del paisaje o del esquiador. Nunca del deporte en sí.
Los mil millones de personas que sufren hambre no son demostración más que de una dolorosa fatalidad (y, en voz bajita, políticamente incorrecta, de su incapacidad para gobernar sus recursos). Los cinco millones de parados que tendremos no es más que un capricho de ciclo(ese pedazo de hielo en la nieve...)

El problema, Concha, EL PROBLEMA es que no somos capaces de utilizar la prueba del 9: ¿Te imaginas que los cinco millones de desempleados se dieran en una economía socialista? El Tribunal de la Historia sólo enjuicia a la izquierda, a los de abajo. Los fiscales sólo presentan sus pliegos de acusación cuando la izquierda llega al poder e incluso cuando se mantiene en la oposición. Nos personamos ante ese alto tribunal como acusación particular, pero la historia no encausa a los vencedores, que no sólo han triunfado en las urnas, sino en los corazones y en las neuronas de la gente. Para ellos, no hay apelación posible que exija la disolución de esa asociación ilícita que se llama capitalismo, sino sólo la posibilidad de que el sistema reciba una amonestación.

¿Por qué no crece nada precisamente cuando todo indica que ELLOS han fracasado? Seguramente, porque lo han hecho muy bien, especialmente en España, desde hace treinta años, precisamente. Desde que crearon un sistema en el que quienes nos movíamos no salíamos en la foto de la Historia ni en el escenario de la política. Y, en los espacios del fracaso electoral y del ninguneo político, la amargura comunista condujo al canibalismo que ya conocemos. Ahora que nos hemos ido cargando, una tras otra, todas las posibilidades, a ver a quién le vendes una moto. Nosotros lo hemos hecho fatal, pero somos muy dados a la autocrítica. Es que ellos lo hicieron, en su momento, muy bien. Para que, cuando llegaran circunstancias como las de ahora, sólo hubiera soledad en la izquierda. Sin líneas de resistencia social que se traduzcan en respuestas institucionales; sin confundir la protesta necesaria con la ausencia de propuesta indispensable; sin entretenerse con magnas manifestaciones que nos llenan de orgullo de casta para, al día siguiente, encontrarnos con la sociedad intacta.

La derecha dice que quiere acabar con el Estado para construir una revolución de la sociedad (Berlusconi dixit). Pero es una mentira asquerosa. Lo primero que hizo el capitalismo globalizado, ya en los ochenta, fue destruir la sociedad. Y la sociedad no es una suma de experiencias individuales que se encuentran de vez en cuando para ser representadas electoralmente. La sociedad es un espacio de reconocimiento colectivo, de vinculaciones permanentes, un ámbito que otorga significado. Ellos han sustituido a la sociedad por un magma de absentismos, temores, comodidad, egoísmo, escepticismo individuales que se viven a pequeña escala, sin reconocer ningún espacio de grupo que se vea como propio, socialmente significativo, con un perfil que permite convertir la experiencia en cultura.

Eso se lo decía Pasolini a los comunistas italianos en los años 60: os quitan la identidad, vuestra razón de ser antagonista, vuestra diferencia radical, vuestra extrañeza con respecto al sistema. Cuando lleguen las vacas flacas, no os quedará nada que levantar como PROPIO ante ellos. Ni siquiera vuestra pobreza.