domingo, 8 de junio de 2008

ÁRBOLES OBLICUOS





Hay varios árboles en el jardín que están torcidos, combados, inclinados. Tengo incluso un bonsái que puse en el suelo y que, desmintiendo su condición, ahora alcanza más de dos metros. Hay plantas perfectas que brotan en el momento preciso. Hay otras que se desconciertan, intentan florecer en pleno invierno y se pierden la primavera. Los rosales sin embargo, equivocados o no, han tomado la costumbre de dar sus mejores rosas en invierno. Será que leyeron a Rubén Darío: “Aunque es invierno, he hallado rosas en Sevilla…”
Los jazmines, por su parte, son infatigables, ya han empezado a florecer y no van a dejar de hacerlo hasta que, allá por enero, las tijeras de podar les recuerden que deben descansar.
Decía Bertold Brecht que, de todos los objetos, los que más amaba eran los usados: las vasijas abolladas, las losas pulidas por el desgaste, le parecían objetos felices. De la misma manera yo amo, entre todas las plantas, mis árboles oblicuos, porque tienen su historia. Los plantamos, seguramente, fuera de temporada. Los observábamos con la ilusión de verlos crecer, pero se secaron, agarrotaron sus ramas hasta que se hicieron quebradizas al tacto.
- ¡Qué pena, habrá que arrancarlo!
Tiramos de ellos, pero sus raíces se resistían. Finalmente, tomamos un hacha y los cortamos. Quedó un triste muñón que, nos decíamos, habría que arrancar un día de estos. Pero, aprovecharon el descuido de nuestro torpe oficio de jardineros para florecer de nuevo: primero un pequeño brote, después una ramita en el tronco seco…ahora torcidos pero triunfantes. Los miro con respeto, han regresado de una guerra y, aunque cansados y cabizbajos, dan cada vez más sombra en el jardín. A sus pies todavía asoma el muñón que fue talado. No quiero quitarlo. Acaricio el tocón satinado donde el hacha los cercenó. Y tiene un tacto suave, como comprensivo con todo lo humano.

Para mi amigo Juan Morillo, esperanza de los humanos.