domingo, 25 de abril de 2010

Un velo y una toca

Este es el artículo de esta semana en El País

En términos de laicismo vivimos en el país del quiero y no puedo; de medias verdades y medias tintas; de aparente progresismo y de conservadurismo recalcitrante.

La prohibición de asistir a un centro público de una niña con el pañuelo islámico ha encendido una polémica que debería abordarse con tranquilidad pero sin tapujos.
No sé ustedes, pero yo necesito pensar en voz alta algunos términos de este debate que responde a una realidad social radicalmente diferente a la de hace escasamente 10 años. Es más, temo que si no se produce un debate serio y sensato sobre el tema en el conjunto de la izquierda social, los prejuicios raciales y religiosos se extiendan por la ciudadanía como el fuego en un campo regado de gasolina.
Estoy absolutamente en contra de velos, tocas, embozados o vestimentas cuya significación no es otra que hacer a las mujeres invisibles y humildes. Mi indignación sube conforme al grado de ocultamiento de la prenda en cuestión pero hay en todos ellos una distinción sexual claramente discriminatoria. No me convencen argumentos paternalistas sobre la identidad, ni estoy dispuesta a llamar cultura a la más mínima muestra de discriminación. Me dicen, también, que algunas mujeres marroquíes usan el hiyab para reivindicar su existencia de mujeres libres pero -si esto es cierto- junto a ellas hay millones de mujeres en los países islámicos obligadas a vestir prendas que las cubran y, en caso de desobediencia, perseguidas por llevar el cabello al viento y las ideas sueltas.
A pesar de eso, estoy completamente en contra de que en España se prohíba a una niña la asistencia a un centro educativo por vestir el velo islámico. Se ha vulnerado su derecho a la educación, se la ha humillado y se han pisoteado sus derechos como menor de edad. En el mismo centro de Pozuelo de Alarcón donde la niña marroquí Najwa Malha no puede asistir a clase por su pañuelo, se imparte la religión católica como asignatura evaluable y estoy segura de que se ostentarán símbolos públicos o privados de carácter religioso. A su alrededor, en las escuelas concertadas pagadas con fondos públicos, curas y monjas católicas con su toca modernizada (pariente rico del hiyad, de igual significación y segregación sexual) vigilarán el cumplimiento de idearios inspirados en el más puro espíritu del catolicismo. Quienes denuncian el velo en la cabeza ajena pero defienden la toca y el crucifijo en la propia no están defendiendo los reglamentos o las leyes de nuestro país, sino haciendo la más burda islamofobia y sembrando la discordia en las aulas.
La libertad religiosa en España consiste, hasta ahora, en proteger y financiar a la religión católica, tolerar mal que bien al resto de las confesiones y ningunear a los no creyentes. Si fuésemos capaces de derogar el Concordato con la Santa Sede, asentar el principio de aconfesionalidad de las escuelas, eliminar los símbolos religiosos de la Administración y devolver la religión al ámbito de las creencias y la conciencia -de donde nunca debió salir- tendríamos la autoridad para exigir el fin de cualquier expresión de sumisión, de diferencia o de simbolismo religioso. Pero entonces seríamos Francia -ese país que asienta sus pies en los derechos ciudadanos y el laicismo- y no España, donde la religión católica está todavía ligada al Estado.
El ministro de Justicia ha situado al Gobierno en el limbo político e ideológico. No cabe mayor declaración de impotencia. Si traducimos sus palabras a los contenidos reales vendrían a decir lo siguiente: "Ya que no podemos cambiar la relación con la Santa Sede, ya que no nos atrevemos a afrontar el problema de la religión en las escuelas concertadas, pactemos una solución negociada, sin alterar nada de esto". Y al parecer todo es cuestión de tamaño: se tolerarán crucifijos chiquititos y velos pequeñitos, que combinan muy bien con el pseudolaicismo en el que vivimos.

sábado, 17 de abril de 2010

Toros y literatura

Este es el artículo de esta semana en El País:

Los defensores de la fiesta de los toros se han agarrado a la literatura y el arte como a un clavo ardiendo. Citan a Goya y Picasso, a Lorca y a Miguel Hernández, a Hemingway y a Alberti para demostrar el carácter artístico de la muerte y tortura del toro en la plaza.

Convertir la literatura y el arte en fuente de autoridad es más que discutible. Si convertimos las inclinaciones literarias en justificaciones éticas podríamos llevarnos más de un susto. Hemingway no era sólo amante de la fiesta de los toros, sino también de las cacerías de leones, elefantes y animales salvajes hoy protegidos. El inefable Faulkner -es doloroso pero cierto- destilaba un pensamiento segregacionista típicamente sureño; los románticos defendieron el suicidio como la libertad suprema de la existencia y los simbolistas consideraron el alcohol y las drogas como la mano que aparta las veladuras hacia el inconsciente creador. Gran parte de las mejores novelas de aventuras defienden los imperios coloniales; la generación perdida ensalzó el alcohol y la aventura sin límites; los escritores beat nos condujeron por las carreteras de los paraísos artificiales... ¿Hay que convertir toda esa magnífica literatura en argumento de autoridad para el racismo, la defensa del imperialismo, la matanza de animales o el consumo de drogas? Evidentemente no.


Además, los defensores artísticos de la Fiesta ocultan sibilinamente la nómina de escritores que no contemplaban con agrado este espectáculo o que se manifestaron rotundamente en contra, como es el caso de Lope de Vega, Quevedo, Larra, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Benavente, Miguel Delibes y toda la nómina de pensadores de la Ilustración española. Los textos de estos autores que hablan de barbarie, tortura, suplicio, crueldad o inhumanidad, han sido convenientemente silenciados. Pero es que, además, se produce una curiosa metonimia en las citas de algunos de los autores protaurinos. Cada referencia al toro bravo como animal se transmuta, por arte de birlibirloque, en una defensa de la fiesta de los toros, cuando realmente su significado era muy diferente. Muerte, sexo, tragedia están más cerca del simbolismo taurino que de la defensa de los toros como fiesta. Incluso en la mayor parte de los dibujos de Goya es difícil no reparar en las jaurías de perros, carrozas con personajes grotescos y garrochas afiladas, más cercanos a sus pinturas negras que a la exaltación taurina. Especialmente la generación del 27 convirtió la figura del toro en metáfora de España y de su destino dramático. El toro de lidia, sin libertad, acosado, humillado y torturado es el símbolo de la tragedia española y también la imagen de la guerra.

Interpretar las alusiones taurinas de Miguel Hernández sólo en clave de defensa de los toros es una seria manipulación literaria. "Como el toro he nacido para el luto y el dolor" dirá el poeta o llamará a levantarse al toro de España frente a las cadenas de la opresión. Incluso la cita de García Lorca sobre la "cultísima fiesta de los toros" ha sido mutilada porque sigue con esta frase: "forma el triunfo de la muerte española". Picasso, por su parte, concentró gran parte de la fuerza dramática de su Guernica en esa cabeza de toro que él definió como "brutalidad y oscuridad" y otros como el símbolo de la guerra española.

En mi opinión, la fiesta de los toros se muere porque esa vieja metáfora ha desaparecido, porque España ya no es un toro bravo herido, ni el público sublima la violencia social en las plazas de toros. Porque ni siquiera es el camino para el ascenso social de los que huían de las cornás del hambre, sino un apartado más del papel cuché del corazón. García Lorca decía que "España es el único país donde la muerte es el espectáculo nacional", pero afortunadamente ya no es así. Al caer el simbolismo oculto de esa fiesta, se desprende el velo que nos hacía percibir como rito, escuela o arte, lo que solo era tortura y dolor, carne desgarrada de un bello animal que nos mira en la distancia con la superioridad del inocente. En pleno siglo XXI.

sábado, 10 de abril de 2010

Dulce tolerancia cero

Hoy publico en el País este artículo sobre la justificación a los corruptos que hay tras afirmar que hay que ser implacables contra estos fenómenos:

Si lo que ha ocurrido después de la publicación del sumario Gürtel es tolerancia cero contra la corrupción, no quiero ni pensar qué será la comprensión o la tolerancia de grado uno.

Tras meses de negociaciones, de presiones y de acuerdos, el PP ha expresado su decidida tolerancia cero -ni frío ni calor- a través de un comunicado en el que, literalmente, hace "un reconocimiento público a la magnífica gestión" que Barcenas ha desarrollado en estos años al tiempo que hace patente su "agradecimiento a la lealtad que ha demostrado al partido y a sus dirigentes". Durante sus años de "magnífica gestión", el tesorero del PP -a juzgar por las imputaciones- se ha enriquecido de forma espectacular y su colaboración ha sido imprescindible para el robo de millones de euros de los contribuyentes. Pero el PP afirma que están convencidos de que "demostrará su inocencia frente a las falsas imputaciones de las que ha venido siendo objeto". O lo que es lo mismo, que hay una maquinaria judicial que ha inventado un puñado de delitos con el solo objeto de dañar al Partido Popular.

Días antes el presidente del PP andaluz se había pronunciado en similares términos, calificando el trabajo de Barcenas de "extraordinario" y suministrando al ex tesorero una red de comprensión para su inminente caída. En política es bastante fácil distinguir las declaraciones apresuradas o las simples meteduras de pata, de aquellas otras meditadas y absolutamente intencionadas. Arenas no es -como se esfuerza en aparentar-, sólo el candidato a la presidencia de la Junta de Andalucía, sino un personajes clave del Partido Popular, nexo de unión entre la actual dirección y la etapa de Aznar. Por tanto, cuando realiza estas declaraciones, a sabiendas de que serán socialmente incomprensibles, está fijando el terreno de juego y enviando un mensaje tranquilizador a la parte más poderosa de los imputados en la trama Gürtel: "You?ll never walk alone".
Mientras, este fin de semana, un Rajoy zombi pasea su triste figura por el Guadalquivir de los olvidos. Como propuesta estrella ha venido a presentar una modificación del Código Penal -y de la propia Constitución- para introducir una cadena perpetua a la carta. Dice contar con el apoyo de un millón seiscientas mil firmas. ¡Qué pena que los delincuentes de postín, los de las cuentas secretas en las Islas Caimán -sobre todo si son afines-, sólo le produzcan un gesto de fastidiosa melancolía!
Pero, puestos a pedir el apoyo ciudadano, millones de personas firmarían por el endurecimiento del castigo a los que en vez de administrar los bienes públicos con honradez, roban a manos llenas el dinero público y multiplican su patrimonio; a los que se compran yates, vacaciones exóticas y cuadros de firmas con el dinero de los hospitales y las escuelas. Millones de firmas avalarían el fin de la impunidad del robo político, de una inmunidad parlamentaria que nació para proteger a los parlamentarios de los poderes militares o económicos y hoy se ha convertido en coartada de los ladrones y extorsionadores de las cuentas públicas. Pero nada se habló de esto, ni de responsabilidades políticas, ni de devolución del botín.

Aznar esperaba frente a la Torre del Oro para hacerse la foto de la reconquista. Quedó algo descolorida, como las imágenes antiguas, por una simple cuestión de calendario. El presidente de la FAES ha pedido a Rajoy que sea implacable contra los corruptos que él encumbró y el interpelado ha anunciado que "el nivel de exigencia del PP será muy elevado y que si alguien incurre en prácticas corruptas actuará como hasta la fecha". Así que tiemblen los imputados: recibirán una amonestación tardía y cariñosa, buenos deseos, y una retirada negociada del carnet del partido. Y, todos juntos, se fotografiaron en la ribera del Guadalquivir, viendo los barcos venir.