jueves, 22 de septiembre de 2011

Esperando el apocalipsis



Artículo publicado en El País Andalucía

Una amiga me dice que, tal como están las cosas, ha decidido "darse al vicio y a la bebida". No está dispuesta a seguir por este vía crucis de miedo, por este camino empedrado de malos anuncios y peores augurios. Desde hace varios años las noticias se fabrican con un reducido y terrorífico vocabulario: crisis, recorte, riesgo, bancarrota, rescate, paro, Merkel, Sarkozy, Grecia, Zapatero y Rajoy... Por cierto, observen la sinestesia de sierra mecánica que ofrece la repetición de tantas erres en los titulares. No es que estemos en el Apocalipsis -al menos cuando se llega al punto de destino uno sabe a qué enfrentarse-, es que nos encontramos en la sala de espera desde la que se escuchan las herramientas de tortura y la imaginación se descontrola.
Siempre se ha dicho que los buenos acontecimientos no son noticia y como quiera que solo lo excepcional tiene interés informativo, es posible que dentro de poco, veamos como titulares de portada de los periódicos algo parecido a esto: "Ayer no se rebajó la nota crediticia de ningún país", "Hay un Ayuntamiento que afirma no estar en quiebra", "Esta semana no ha subido la prima de riesgo" o "Se rumorea que una empresa ha contratado a diez trabajadores fijos". Los informativos podrían hacer todo un reportaje con el hallazgo de un solo ciudadano que no estuviese desconcertado y asustado ante el futuro, siempre que demostrase estar en sus cabales.
Contra tanta desesperación he salido a la búsqueda de alguna buena noticia que llevarnos al alma y he encontrado, una humilde aportación a la galería de los nuevos tiempos. En Andalucía, desde hace varios meses, las bolsas de plástico que inundaban nuestras vidas y nuestras cocinas han sido sustituidas por otras de uso permanente. Este simple gesto va a ahorrar, a lo largo de nuestra vida, 18.000 bolsas que contaminaban nuestra civilización en contenedores, cunetas de carreteras y residuos con una permanencia de cuatro siglos.
Cuando la Junta de Andalucía anunció un impuesto de cinco céntimos por bolsa, las voces apocalípticas anunciaron que se "asfixiaría la economía", "se rebelaría la sociedad" y "se encarecería el comercio". Nada de esto ha sucedido. Espero en la cola del supermercado y todo el mundo lleva sus propias bolsas permanentes. Casi nadie compra nuevas bolsas. No he visto a nadie protestar. Por el contrario, la ciudadanía ha prestado su colaboración con una medida que ponía coto a ese despilfarro de recursos y a la contaminación medioambiental.
Este gesto, que supone una modesta organización en el traer y llevar de los productos, me hace pensar que la sociedad está madura para afrontar nuevos comportamientos éticos, nuevos modelos de consumo y nuevas fiscalidades, siempre que sean beneficiosas y razonables. El tema de los residuos es uno de los grandes problemas ambientales de nuestro tiempo. Somos una generación que, en el caso de no actuar rápidamente, dejaremos una costosa herencia a nuestros hijos en forma de suciedad, contaminación y agotamiento de recursos. Me estremece pensar que la lata de refresco que bebo sin darme cuenta mientras escribo, me sobrevivirá trescientos años. Nuestro legado no será, en su mayor parte, cultural ni técnico. Serán los residuos de nuestro consumo los que hablarán de nosotros cuando hayamos muerto.
Por eso en millones de casas se recicla, se esfuerzan por adoptar un comportamiento mínimamente responsable en materia medioambiental; aunque las instituciones hayan contribuido muy poco a ello; aunque sepamos que la fiscalidad pequeña no se acompaña de los impuestos a industrias depredadoras, a actividades contaminantes y a la destrucción medioambiental.
La balanza fiscal en España, en términos sociales, está más trucada que la chistera de un mago. Urge regenerar el modelo fiscal de nuestro país de forma que paguen todos, apoquinen más quienes obtengan más ganancias pero también para que paguen los que contaminan y usan nuestros recursos. Así, nuestra colaboración con la desaparición de las bolsas de plástico no será un gesto aislado dentro de un sistema depredador.