sábado, 18 de julio de 2009

Un baño de realidad



Una de mis mejores amigas pasó la tarde conmigo y fue implacable. En realidad ese es uno de los rasgos que me gustan de ella. No había leído mi libro –bueno...si, algunas páginas el día de antes de nuestra cita para poder comentarlas, me confesó-. "Muy bueno, muy bueno" pero, en realidad, prefería la lectura de Milenium, en la que se estaba demorando para que las páginas le durasen unos días más. No le gusta en absoluto la evolución de mi blog, dice que aparece ahora cargado de opiniones políticas y de promoción de mi libro:
- Venga entrevista por aquí, reseña por allá…a mi me gusta leer en tu blog cosas personales, anécdotas, reflexiones sobre la vida cotidiana -me dijo-. Lo que escribías antes de ponerte tan interesante...
Tampoco ha escuchado ningún debate o tertulia en los que vengo participando, a pesar de que le pedí una opinión crítica – aunque esto último es redundante en su caso. No se olvidó, tampoco, de lanzar unas cuantas puyas sobre la revista de pensamiento teórico en la que participo: "escribís para vosotros mismos, parece que estéis encantados de haberos conocido", sentenció. Ante esa avalancha de ninguneos me defendí peor que el del chiste de las gafas:

- Y tú…que ya te has agachado cien veces a recoger el chupete de tu niño…-le dije.
- No me he dado cuenta –respondió, pero siguió haciéndolo durante toda la tarde.

En realidad me tenía atónita su capacidad para simultanear cuatro o cinco tareas sin perder el hilo de la conversación. Nos despedimos cerca de la una de la madrugada –aunque en verano esa hora es noche y no madrugada. Nos acercábamos a su coche cargadas de bártulos infantiles. Con una habilidad pasmosa colocó a los niños en el coche, cerró como por arte de magia el aparatoso carrito infantil, localizó llaves, agua, gafas -su certera rebusca en los enormes bolsos me recordó a Mary Poppins- y nos dimos un abrazo cerrado.

Hoy no paro de reirme, no de ella sino de mi; de mi necesidad de ponerle palabras a la vida; de las ganas de opinar de todo y de todos; de mi ingenua creencia de que unas líneas escritas o unas frases pueden alterar de alguna forma la vida, cuando ella sin palabras hace juegos malabares con el tiempo y la verdad. La admiro. Es más, la quiero.