Escribo esto porque la primera pregunta que me hacen cuando salgo a la calle es "¿estás en Madrid...no?, acompañada sin pausa de esta otra: " ¿estás bien...pero... de verdad?". Las dos preguntas son enfáticas, amistosas, pero ponen en duda mi respuesta. De nada vale decir que estoy bien porque, sin excepción, retiran levemente la cabeza y entornan los ojos con una muestra de incredulidad. En cuanto a lo de Madrid, no estoy allí, aunque voy de vez en cuando con la penosa impresión de subir una piedra a la montaña para verla, sin excepción, caer de nuevo.
Escribo literatura y manifiestos políticos. Separados los dos quehaceres, como si fueran obra de dos personas distintas. Como los renacentistas, separo el verso de la espada. Veo a los amigos antiguos que milagrosamente siguen ahí a pesar de mis olvidos y trabo nuevas amistades que son promesas de tiempo compartido.
Dicen que lo peor de retirarte de la primer línea de la política es que el teléfono deja de sonar. No lo creais. Suena menos el móvil y más el teléfono de casa. Dejan de llamar los compromisos y te llaman los que te quieren. Se interesan por ti muchos que pensabas que no iban a hacerlo y te llaman de las organizaciones sociales para actos hermosos y modestos.
Me apasiona la política porque, en su mejor sentido, debería ser el vehículo para la acción de las ideas. En todo caso, me apasiona la vida, cada cosa que crece, que cambia. Espero un tiempo nuevo y quiero trabajar por ese momento en que el compromiso político no sea doloroso sino liberador, un aprendizaje vital para cambiar juntos la vida. O sea, que sigo ahí, estudiando, aprendiendo, abierta a nuevos encuentros.