lunes, 27 de febrero de 2012

ENHORABUENA, CENTRALISTAS

Este es el artículo publicado en El País Andalucía en vísperas del 28F

Me gustaría saber cómo se implantan en el cerebro los prejuicios; cuál es el proceso por el que se difunden datos falsos; cómo se orienta el malestar social hacia un objetivo concreto; de qué forma se consigue criminalizar personas, razas o instituciones.


Una vez que la planta del prejuicio ha enraizado en nuestro cerebro, resulta inmune a la lógica y a la verdad. En la primera escena de la película Malditos bastardos, el coronel nazi Hans Landa explica al campesino francés el ideario antisemita a través de la repugnancia que nos causan las ratas. Sin embargo, afirma: “Todo lo que se dice sobre ellas, se puede aplicar también a las ardillas y no nos causan aversión sino simpatía”. Ningún hecho, concluye, va a modificar estos sentimientos.

La comparación con el ideario nazi finaliza aquí. No deseo banalizar esa terrorífica ideología ni mucho menos comparar situaciones políticas. Solo intento explicar que, durante los últimos años, se ha intentado demonizar a las autonomías, asociarlas al fracaso y al despilfarro, desprestigiar sus logros y magnificar sus errores. Tengo que felicitar a los que se han empeñado en tan dura tarea porque ahora estas ideas entran en la ciudadanía como un cuchillo caliente en la mantequilla.

Discutir sobre las ideas es fácil: basta con argumentar de forma fundada, esgrimir datos y consideraciones. Sin embargo, es una tarea imposible combatir los prejuicios porque no adoptan formas concretas sino fantasmales y acaban por enraizar en nuestro inconsciente. Cuando lo hacemos, emerge el fastidio, la irritación, los datos dispersos y las anécdotas. Resulta imposible llegar a algún punto concreto porque más que una idea, los prejuicios provocan sentimientos negativos incontrolables.

¿Son las autonomías esas instituciones inútiles y derrochadoras que nos pintan? ¿Ha sido la autonomía andaluza un obstáculo para nuestro desarrollo? ¿Es mejor la vuelta a un Estado centralizado? Los datos son absolutamente abrumadores a favor de la autonomía. Nuestros servicios públicos básicos —salud y educación— en el anterior Estado centralizado presentaban una situación casi dramática. Nuestros hospitales y centros asistenciales eran escasos y estaban en todos los parámetros a años luz de la situación actual. Tampoco se mantiene la melancolía educativa respecto los tiempos pasados: el 80% de los jóvenes andaluces salían del sistema educativo antes de los 16 años y los centros existentes eran cuatro veces menos que en la actualidad. Para hacernos una idea cierta, en 1983 había 50.000 profesores no universitarios y en la actualidad, más de 120.000 De los servicios sociales, no merece la pena hablar porque ni siquiera existía tal concepto presupuestario ni político.

Las autonomías administran los bienes públicos más preciados: salud, educación y servicios sociales. El único servicio estatal equiparable en importancia son las pensiones. Sin embargo, no son responsables más que de un 20% del déficit del Estado. ¿Por qué entonces se les acusa con el dedo y se clama por la vuelta a la centralización? Les invito a que lo piensen un momento y a que averigüen si esta ofensiva neocentralista no está relacionada con el recorte de los servicios públicos, con su privatización o con el fin del Estado de bienestar.

La autonomía andaluza ha fracasado en el empleo, en el cambio del modelo productivo que demandan el viejo y el nuevo Estatuto. Eso si es realmente grave y necesita una corrección en profundidad, pero las críticas de sus detractores no se sitúan ahí. Todo lo contrario, se comprometen a volver al ladrillo y a la economía de servicios. Mientras triunfan las ideas del centralismo, se destierran las banderas blanquiverdes y se anuncian nuevas sucursales antiandaluzas, asistimos atónitos al espectáculo de cómo una comunidad que conquistó en las calles su autonomía, tiene que discutir con burócratas estatales si puede o no convocar sus propias plazas de profesorado o si tiene que cerrar las plantas solares que nos iban a dar la energía del futuro. Feliz 28-F, Andalucía.

sábado, 18 de febrero de 2012

¿DE QUÉ SE RÍEN?


Puedes consultarlo íntegro en la edición de El País Andalucía:

Si usted hubiera caído en un pozo y le preguntasen qué estaría dispuesto a hacer para salir, es posible que ofreciera su vivienda y sus más queridas posesiones con tal de salir del agujero. ¿Pero es justo legalizar esta extorsión? Por eso, cuando alguien les pregunte qué estarían dispuestos a hacer para conservar su empleo o para conseguir un puesto de trabajo, debe tener mucho cuidado porque la respuesta puede ser utilizada en su contra.


Con el arma de destrucción masiva de la crisis apuntando a nuestro cerebro nos preguntan qué estaríamos dispuestos a hacer para seguir sobreviviendo. Y las respuestas forzadas, extorsionadas hasta el límite, se convierten en argumentos de autoridad contra los derechos laborales conquistados con mucho esfuerzo y tesón.

Es mejor esto que nada, nos dicen, y apelan al que está más bajo en la escala laboral. ¿Quién ha dicho que la derecha defiende los privilegios? Muy al contrario, han elaborado una curiosa tesis según la cual los sectores privilegiados no son los que poseen grandes fortunas sino una casta de trabajadores con empleo estable y salario digno con los que es preciso terminar. Ya les hemos oído desprestigiar a profesores, sanitarios y funcionarios públicos, con el silencio cómplice de una parte de la sociedad que no sabe lo peligroso que es el juego de confrontar unos trabajadores con otros. ¿Quién ha dicho que la derecha no es igualitaria? Estoy segura de que no pararán hasta no equiparar laboralmente a todos los trabajadores con el último eslabón de la cadena.

Rajoy nos cuenta un chiste malo en el Congreso. Dice que su reforma laboral hace perder poder a los empresarios y a los trabajadores por igual, y a sus respectivas organizaciones. Sin embargo no hay una sola línea que avale esta equidistancia, este sacrificio común del que se habla. Los trabajadores no solo van a perder dos terceras partes de su indemnización por despido, sino que a partir de este momento el empresario podrá bajarles el salario, cambiar el horario laboral sin negociación o desplazarlos a Pernambuco. Si a los trabajadores les quedaban pocos instrumentos para la defensa de sus derechos, con esta reforma se produce un verdadero traspaso de poder hacia el empresariado. ¿Contrapartidas? Absolutamente ninguna. Esta reforma se escribe con la tinta de los viejos dictados, de las aspiraciones del empresariado más antiguo de nuestro país, que sigue empeñado en que su única forma de obtener ganancias no es incorporar tecnología e innovar el proceso productivo, sino abaratar la mano de obra , incluso la más cualificada.

Para demostrar que no se trata de un proyecto solo económico sino todo un cambio ideológico, el Ministro de Educación y asignaturas afines -verdadero pisacharcos del gobierno y la voz de la FAES-, Jose Ignacio Wert, se ha reunido con “un selecto grupo de representantes del tejido productivo español” (sic), para consensuar la definición de los empresarios en los futuros manuales de la asignatura que sustituirá Educación para la Ciudadanía. Según confirman en el Ministerio, los empresarios estaban muy descontentos con los manuales actuales porque en su opinión “demonizan la actividad empresarial y denigran al capitalismo”. No sé qué libros han consultado, pero ellos se sienten atacados por las referencias a las multinacionales y, especialmente, a las organizaciones obreras. Les prometo que la noticia es absolutamente cierta y que el Ministerio ya ha consensuado un nuevo tratamiento que no ha trascendido pero que vendrá a alabar las virtudes del libre mercado y la aportación de las grandes empresas al bienestar social. Como ven, no se trata solo de cambiar la Educación para la Ciudadanía, sino de alterar la enseñanza de Economía y de Historia. Por todo esto los representantes de la CEOE no pueden controlar la risa floja que les provoca esta reforma laboral. Una risa benéfica y angelical que los de arriba prodigan a los de abajo cuando los han vencido.

sábado, 11 de febrero de 2012

SHOCKEADOS

Puedes leerlo completo en el País Andalucía

Hemos asumido la culpa de un imaginario delito y parecemos reos a la espera de que el tribunal se apiade de nosotros. Nos comportamos como culpables siendo inocentes, nos sentimos solos siendo multitud. Mi artículo semanal en El Pais Andalucía De desilusión también se vive. El mundo ha cambiado y cualquier atisbo de confianza debe ser erradicado de nuestra mente. Bienvenidos al infierno de Dante, a sus nueve círculos maléficos y, por favor, deposite a la entrada cualquier esperanza. Hace pocos años, cuando se reunían, los gobernantes europeos intentaban poner fecha de finalización a la crisis actual. Algunos incautos, como Zapatero, querían ver brotes verdes en el olmo viejo de España; el resto de los gobernantes ponían fronteras a la crisis y afirmaban con contundencia que a sus países no iba a llegar el contagioso virus de los países mediterráneos. Ahora no. En estos momentos, cuando se reúnen, los gobernantes europeos rivalizan entre sí por ver cuál de ellos ha adoptado las medidas más duras y dibuja una visión más pesimista sobre el futuro de Europa. En esta perversa competición, gana quien es capaz de imponer las medidas más impopulares, cosechar un ramillete de huelgas generales y demostrar que les importa un pito la fractura social que se pueda provocar. Por eso Rajoy le confesó al primer ministro finlandés que la reforma laboral le iba a costar una huelga general, porque lo que está de moda en Europa es ser profundamente impopular con las políticas sociales. Las cumbres europeas se asemejan a una reunión de antiguos capataces en la que alardeaban del látigo y mano dura que empleaban en sus cortijos. Cada medida de recorte para los de abajo se recibe con signos de aprobación por los de arriba. Lo que está realmente de moda es dibujarnos a los ciudadanos un panorama tan extremadamente sombrío que estemos dispuestos a los mayores sacrificios y abandonemos cualquier gesto de rebeldía. El procedimiento es siempre el mismo: en primer lugar, difunden una noticia catastrófica sobre el futuro inmediato; en segundo lugar, divulgan que será necesario tomar medidas extraordinarias —bajadas salariales, subidas de impuestos o cambios en la legislación— y, para finalizar, ponen en marcha recortes algo más suaves de los esperados. Inmediatamente, la población respira aliviada y acepta incondicionalmente medidas que no hubiese tolerado sin esta farsa tan cuidadosamente preparada. Se llama teoría del shock y, tal como nos explica Naomí Klein, antes de aplicarse en nuestro país, ha sido ensayada en Latinoamérica para hacer triunfar las tesis ultraneoliberales que condujeron a sus países al infierno de la recesión y del corralito. Fracasaron esas políticas, pero produjeron inmensos dividendos a los sectores financieros y a las grandes compañías del comercio y los servicios. Ahora, la teoría del shock ha viajado a Europa disfrazada de la asepsia tecnocrática, de una acumulación caótica de supuesta información económica, de previsiones dantescas sobre nuestro futuro. Y nos están haciendo tragar el anzuelo como a pececillos incautos aterrorizados por el futuro. Nos levantamos cada mañana con un puñado de fantasmas que han inundado nuestros sueños: miedo a ser despedidos, a perder lo que tenemos, al porvenir de nuestros hijos…Antes de mirarnos al espejo ya hemos consumido nuestra ración de malas noticias: previsiones catastróficas sobre el empleo, calificaciones de deuda, crujir bancario… Resolvemos los primeros instantes de la mañana negociando con el miedo y elevamos plegarias imaginarias al dios de la crisis: por lo menos que conserve el empleo, que no me quiten el paro, que no me bajen mucho más el salario… Damos por descontado la pérdida de derechos trabajosamente conquistados. Hemos asumido la culpa de un imaginario delito y parecemos reos a la espera de que el tribunal se apiade de nosotros. Nos comportamos como culpables siendo inocentes, nos sentimos solos siendo multitud. Nuestro pesimismo cotiza en Bolsa contra nuestras acciones, engorda capitales ajenos y desvaloriza nuestro trabajo. Los dioses del mercado nos escuchan y toman nota de hasta donde ha descendido el nivel de nuestras demandas. El termómetro de la crisis moral marca bajo cero

lunes, 6 de febrero de 2012

INVOLUCIÓN


Las últimas medidas del gobierno suponen un serio retroceso social en muchos campos. Esta es mi respuesta en El País Andalucía


No estaría mal llamar las cosas por su nombre. Tan sorprendida estoy de las medidas que ha anunciado el nuevo gobierno como de la falta de respuesta de la sociedad civil. Claro que vienen tiempos de mayorías compactas, de intercambio de nuevos favores, de poder absoluto y existe la tentación de congraciarse, o al menos no significarse en exceso ante los nuevos mandarines. Pero lo que ha ocurrido esta semana solo tiene un nombre propio: involución.


El PP ha lanzado tantas pelotas sobre el terreno de juego que es casi imposible responder a cada una de ellas. Imagino que lo dicta así su estrategia política y que han decidido en esta fase contentar a los sectores más ultraconservadores, por eso, las comparecencias de los ministros parecían hechas a la medida de Intereconomía y de las TDTs party, a las que tanto deben.

Para empezar, se volverá a penalizar el aborto , excepto para algunos estrechos supuestos que determinará la autoridad competente. Se acabará con la libertad de las mujeres para decidir sobre la continuidad de su embarazo y, a partir de ahora, serán los jueces, los médicos y otras instancias administrativas las que decidan en su nombre. Lejos de tener una legislación equiparable a Alemania, Francia o Reino Unido, nos pareceremos a Rumanía, a Hungría y a la propia España en los tiempos del aborto clandestino. Se limitará, también, la administración de la píldora del día después que evita miles de abortos y de embarazos no deseados entre las jóvenes, a las que se explicará que pueden dar su hijo en adopción o ser responsables y continuar con su embarazo.

En la enseñanza se suprimirá un peligroso capítulo de Educación para la Ciudadanía dedicado a las relaciones interpersonales y que –pueden comprobarlo ustedes mismos con cualquier manual de sus hijos- considera un valor democrático el respeto a las diferentes opciones sexuales, los distintos tipos de familia, la igualdad de las mujeres y el valor del ser humano independientemente de su procedencia o del color de su piel. Un capítulo que no es pura teoría, ni mucho menos adoctrinamiento, sino afrontar la realidad social, evitar la burla y la discriminación de los propios alumnos y proclamar el respeto como valor universal. Mientras se suprimen estos contenidos que califican de adoctrinadores, justo en el aula de al lado un religioso explicará dos horas a la semana, la maldad de la homosexualidad, las carencias de la familia que no disponga de un padre y una madre y el papel subordinado de las mujeres en la sociedad.

Nos anuncian que se prepara una reforma educativa de la que ni siquiera saben dónde empiezan o terminan los ciclos ni las titulaciones, ni el presupuesto con el que contará pero que, eso sí, segregará tempranamente a los adolescentes y abrirá la puerta a aumentar los conciertos educativos con la enseñanza privada hasta mitad del bachillerato.

No se detiene aquí la involución política que se avecina. El flamante ministro de medio ambiente anuncia un cambio total de las leyes medioambientales para permitir más negocios a pie de playa y una medición de la calidad del aire “más realista”, lo que convertirá la nube contaminante de Madrid en un fenómeno meteorológico. De las energías renovables, ni hablamos.

La reforma tiene ribetes esperpénticos como el nuevo papel de los notarios y la compasión que siente el gobierno por este negocio, inexistente en la mayoría de los países. Para compensarlos por la crisis inmobiliaria, las bodas y los divorcios pasarán por la notaría. Escrituraremos nuestras vidas como si de una propiedad se tratará y disolveremos los matrimonios como un negocio de compraventa, previo pago, por supuesto.

De una tacada se sepultan años de conquistas sociales y de respeto entre los ciudadanos trabajosamente construido. El 90 por ciento de la población no tiene problemas respecto a la homosexualidad, la capacidad de decisión de las mujeres sobre la maternidad, ni la educación en valores. Pero el gobierno piensa, equivocadamente, que la mayoría en las urnas les otorga una supremacía ideológica de raíz católica y ultraconservadora. Ya veremos.