miércoles, 12 de noviembre de 2008

EL EXILIO DE LUIS GARCIA MONTERO


La ideología de la sospecha es sumamente querida por aquellos que practican el resentimiento. Si alguien, con una postura de izquierdas, triunfa en la sociedad actual será inmediatamente tachado de traidor y de vendido. Stalin fue un mago en la utilización de este principio. Cuando se acabó la II Guerra Mundial y volvieron a sus países algunos de los militantes comunistas que habían vivido las atrocidades de los campos de concentración, Stalin no dudó un momento: si habían sobrevivido al horror del nazismo era porque, de alguna forma,habían colaborado. Por tanto, envió a los campos de concentración soviéticos, o directamente a la muerte, a los que tuvieron la suerte de sobrevivir al horror nazi.
El profesor Fortes aplica esta dialéctica a todo su discurso crítico: si algún escritor obtiene un importante éxito editorial es porque se ha vendido o porque -aunque pueda parecer lo contrario- esconde una ideología burguesa e incluso fascista. Así, la figura de Lorca representa “el nacionalsocialismo” y su muerte, por tanto, es una anomalía histórica.
Lejos de crear nada, el profesor Fortes destruye obras, reputaciones, historias vitales con la certeza de ser un gran inquisidor de las letras.
Tardó demasiado Luis García Montero en reaccionar frente a este acoso continuado; encogió los hombros ante las acusaciones de ser un “vendido al capitalismo”; se enfadó ante los insultos a su familia y estalló cuando hizo circular que el suicidio de Javier Egea se había producido por culpa de su traición a los ideales revolucionarios (como si no supiéramos todos la larga búsqueda de la muerte que había iniciado desde su juventud). Ahora un juez castiga a Luis García Montero por haber llamado públicamente perturbado a este profesor. En respuesta, Luis ha anunciado que abandona la docencia en la Universidad de Granada, en una especie de exilio intelectual voluntario que tiene la virtud de poner de relieve la injusticia de la sentencia pero también la indefensión de la razón.
No sé por qué intuyo que en esta decisión pesa tanto la victoria judicial del verdadero agresor como la indiferencia de una comunidad universitaria que tampoco tolera en exceso el éxito literario o el reconocimiento externo de su profesorado. Es la misma Universidad que regateó, durante años, la cátedra al mejor y más genial crítico de la literatura: Juan Carlos Rodríguez. Pero, perdón, de esto no se habla, es el tabú universitario, lo callado, oculto en la escalera del escalafón. El resultado es que la Universidad de Granada, en la que tanto he aprendido, no contará con el lujo de este gran poeta en sus aulas.