lunes, 5 de enero de 2009

LA ESQUINA DEL TIEMPO



El tiempo se cuenta de muy distintas maneras según las circunstancias y las modas. Hemos visto trazar palotes en las celdas de las cárceles; pasar hojas al viento en las películas de los años cuarenta; saltar los primeros números digitales con un parpadeo de indecisión; volar sobre la cúspide de una montaña en un revival romántico…Pero el tiempo no es lineal, ni dinámico, ni siquiera aéreo. Es curvo, elíptico, laberíntico, como un animal enroscado.
Nos engaña la similitud del lenguaje, el rito de reconocimiento y creemos estar otra vez en enero, los mismos, repitiendo una vida aprendida de estaciones y tiempos. Nos engañan los lunes, con su simbología de comienzo y los viernes con su promesa de fiesta. Nos toman el pelo los domingos y los días que marcan frontera con la vuelta al trabajo, con sus largas horas, su pequeña soledad, el desamparo de las últimas horas de la semana que ocupamos en preparar el nuevo día, para que el lunes no nos coja de improviso.
Nos engañan los años, tan similares y el cambio de siglo. Nos engañan las caras conocidas a las que nos aferramos sin querer ver los sutiles cambios que marcan los días. Nos engañamos ante el espejo, sin vernos, en realidad. Nos engaña lo inmediato, lo diario, la única realidad conocida.
En otros lugares del mundo el año ha amanecido cargado de bombas. En un solo día desaparece el hogar, la casa, el hijo…el sábado no es un día cualquiera, ni el año otro racimo más de días sino un grito agudo de desesperación. Dicen, los agresores, que durará tiempo esta ocupación-destrucción de Palestina. Tienen una planificación del terror, anotada en días y en objetivos. La han comenzado en el shabat, día prohibido para hacer cualquier tarea humana, pero por lo visto hábil para la venganza y la muerte. Para los otros, no existe desde el sábado más que un día eterno, de explosiones, heridos, incendios y huidas. Mal ha empezado el año para el mundo, -te dices-, sin saber qué hacer con ese caudal de rabia y de impotencia ante el terror y la injusticia.

TORTILLA FLAT


Hay libros que no deseas terminar. Revisas las páginas que quedan para el final y pugnan en ti dos sentimientos encontrados: no puedes dejar de leer la historia pero, por otro lado, quieres demorarla como un caramelo en la boca que no deseas que se acabe.
Tortilla Flat es la historia de unos pobres soldados licenciados que vuelven a las colinas de la ciudad de Monterrey, convertidos por la pluma de Steinbeck en estrafalarios caballeros andantes decididos a hacer el bien y a disfrutar con la aventura.
Cuando Danny regresa a su ciudad se entera de que ha heredado dos casas en la ciudad. Se sintió “un poco abrumado ante la posibilidad de ser propietario”, e incluso lamenta que “los buenos tiempos se hayan ido para siempre”.
Su amigo Pilón, el verdadero factotum de la novela, notó “que la responsabilidad de ser propietario se instalaba en la cara de Danny. Nunca más en la vida volvería aquella cara a estar libre de cualquier preocupación. Nunca más volvería Danny a romper ventanas, ahora que tenía ventanas propias para romper”.
Danny, sin embargo, encuentra el modo de esquivar el peso de la propiedad compartiendo con sus amigos su reciente herencia:
“- No es bueno tener tantas cosas que puedan romperse –dijo ante los regalos de los amigos-. Luego se rompen y se queda uno triste. Es mucho mejor no haberlas tenido nunca”.
Pilón y los demás amigos de camino de Danny, se juramentan para esquivar su lado malo y “hacer el bien” por los tortuosos caminos de la borrachera, el alcohol y la vagancia. Cada noche la garrafa de vino –que han conseguido por robo, engaños, trueques o aventuras sin cuento- se convierte en el centro de ese hogar feliz.
Cada garrafa contiene una geografia del viaje sentimental: “justo bajo el gallote de la primera botella, conversación seria y reposada. Cuatro centímetros más abajo, tristes y dulces nostalgias. Cinco centímetros, recuerdos de viejos amores felices. Dos centímetros, recuerdos de viejos amores desdichados. Fondo de la primera botella, una vaga tristeza general. Gollete de la segunda botella, negro e impío abatimiento. Dos dedos más abajo, una canción sobre la muerte o la añoranza... A partir de este punto cualquier cosa puede ocurrir”.
Y este club de zarrapastrosos caballeros andantes se convierte en leyenda de la ciudad, como una fugaz conjunción de estrellas, que desaparecen en el horizonte sin dolor. Literatura de crisis, de pobres, de libertad y esperanza. Gracias John Steinbeck.