El tiempo se cuenta de muy distintas maneras según las circunstancias y las modas. Hemos visto trazar palotes en las celdas de las cárceles; pasar hojas al viento en las películas de los años cuarenta; saltar los primeros números digitales con un parpadeo de indecisión; volar sobre la cúspide de una montaña en un revival romántico…Pero el tiempo no es lineal, ni dinámico, ni siquiera aéreo. Es curvo, elíptico, laberíntico, como un animal enroscado.
Nos engaña la similitud del lenguaje, el rito de reconocimiento y creemos estar otra vez en enero, los mismos, repitiendo una vida aprendida de estaciones y tiempos. Nos engañan los lunes, con su simbología de comienzo y los viernes con su promesa de fiesta. Nos toman el pelo los domingos y los días que marcan frontera con la vuelta al trabajo, con sus largas horas, su pequeña soledad, el desamparo de las últimas horas de la semana que ocupamos en preparar el nuevo día, para que el lunes no nos coja de improviso.
Nos engañan los años, tan similares y el cambio de siglo. Nos engañan las caras conocidas a las que nos aferramos sin querer ver los sutiles cambios que marcan los días. Nos engañamos ante el espejo, sin vernos, en realidad. Nos engaña lo inmediato, lo diario, la única realidad conocida.
En otros lugares del mundo el año ha amanecido cargado de bombas. En un solo día desaparece el hogar, la casa, el hijo…el sábado no es un día cualquiera, ni el año otro racimo más de días sino un grito agudo de desesperación. Dicen, los agresores, que durará tiempo esta ocupación-destrucción de Palestina. Tienen una planificación del terror, anotada en días y en objetivos. La han comenzado en el shabat, día prohibido para hacer cualquier tarea humana, pero por lo visto hábil para la venganza y la muerte. Para los otros, no existe desde el sábado más que un día eterno, de explosiones, heridos, incendios y huidas. Mal ha empezado el año para el mundo, -te dices-, sin saber qué hacer con ese caudal de rabia y de impotencia ante el terror y la injusticia.
Nos engaña la similitud del lenguaje, el rito de reconocimiento y creemos estar otra vez en enero, los mismos, repitiendo una vida aprendida de estaciones y tiempos. Nos engañan los lunes, con su simbología de comienzo y los viernes con su promesa de fiesta. Nos toman el pelo los domingos y los días que marcan frontera con la vuelta al trabajo, con sus largas horas, su pequeña soledad, el desamparo de las últimas horas de la semana que ocupamos en preparar el nuevo día, para que el lunes no nos coja de improviso.
Nos engañan los años, tan similares y el cambio de siglo. Nos engañan las caras conocidas a las que nos aferramos sin querer ver los sutiles cambios que marcan los días. Nos engañamos ante el espejo, sin vernos, en realidad. Nos engaña lo inmediato, lo diario, la única realidad conocida.
En otros lugares del mundo el año ha amanecido cargado de bombas. En un solo día desaparece el hogar, la casa, el hijo…el sábado no es un día cualquiera, ni el año otro racimo más de días sino un grito agudo de desesperación. Dicen, los agresores, que durará tiempo esta ocupación-destrucción de Palestina. Tienen una planificación del terror, anotada en días y en objetivos. La han comenzado en el shabat, día prohibido para hacer cualquier tarea humana, pero por lo visto hábil para la venganza y la muerte. Para los otros, no existe desde el sábado más que un día eterno, de explosiones, heridos, incendios y huidas. Mal ha empezado el año para el mundo, -te dices-, sin saber qué hacer con ese caudal de rabia y de impotencia ante el terror y la injusticia.