viernes, 28 de agosto de 2009

Lo fundamental y lo superfluo



Realmente la crisis vino en el momento más inoportuno para las políticas sociales. Después de veinticinco años postergando este debate se había iniciado tímidamente la necesidad de contar con sistemas de protección social completos, acordes con un estado que se proclama democrático y social. Las reformas de los estatutos (tan injustamente denostadas) plantearon nuevos derechos sociales que avanzaban en esta senda. El más decidido fue el Estatuto Andaluz al proclamar el derecho a una renta básica para asegurar los ingresos imprescindibles de toda aquella persona que careciera de otras fuentes de subsistencia. Y en estas…llegó la crisis.
La cobertura social española, tras treinta años de democracia, se encuentra muy por debajo de la europea. Mientras que en la Unión Europea el gasto medio social alcanza el veintisiete por ciento del PIB, en España apenas alcanza el veintiuno por ciento. Los intentos de construir en serio un estado social, por ejemplo, a través de la ley de dependencia, han quedado desdibujados después por el electoralismo más ramplón de los cheques bebé o de la devolución de 400 euros a los contribuyentes, sin límites de renta y sin objetivos de ninguna naturaleza. Mientras que a las nuevas políticas sociales como la ley de dependencia, se les asignó un corto presupuesto de poco más de mil millones de euros, los cheques mencionados, suponen un gasto de ocho mil millones anuales. Un verdadero desatino en términos de política social.
La realidad, sin embargo, llama a nuestra puerta con esta crisis de una forma más cruda de lo habitual. Un millón seiscientas mil personas se encuentran en la actualidad paradas y sin ningún tipo de ingresos. Ante esto el gobierno ha aprobado un decreto de ayudas absolutamente insuficiente que apenas si va a atender –cuando su aplicación sea completa- a un quince por ciento de las personas que se encuentran en esta desesperada situación. Argumenta, el gobierno, que su disponibilidad presupuestaria es cada día más pequeña y que solo habían previsto cuatrocientos millones para esta medida.
En cualquier casa, cuando llega una situación de emergencia, se prescinde de lo superfluo para atender lo fundamental. Es, por tanto, el momento de modificar el gasto social y las políticas fiscales. Reconocer que ha sido todo un despropósito, en medio de esta crisis económica, la supresión del impuesto sobre el patrimonio cuya recaudación hubiera bastado para cubrir las ayudas al desempleo sin limitación alguna. Es el momento de suprimir la desgravación de cuatrocientos euros, insignificante para las rentas medias y altas, y de la que están excluidas precisamente las personas con menos ingresos. Es necesario que entre el gobierno central y las autonomías se llegue a un gran acuerdo político para que ni una sola persona en nuestro país, se encuentre en situación de completa desesperación. Y es necesario que paguen más los que más tienen –que además coinciden con los que más han ganado-; que este principio no es una frase obsoleta y desprovista de sentido; no es ni siquiera la bandera de la izquierda política, sino un mandato democrático y constitucional.

viernes, 7 de agosto de 2009

Autocheck


Hoy publico en El Correo de Andalucía este artículo:


Las autoridades laborales que afirman que no se puede competir a base de reducir los costes laborales deberían darse una vueltecita por las grandes superficies comerciales o por los aeropuertos sin pasaje business. El “hágaselo usted mismo” está llegando a tales límites en los vuelos baratos que no falta más que sacar tus propias alas y ponerte a volar. Suprimieron la bandeja de comida y el zumo insólito que tanto ha dado que hablar a los columnistas graciosos, lo que te obliga a afrontar un viaje en avión como una excursión al campo, con tus filetes empanados y todo el avituallamiento, salvo la botellita de agua que al parecer es un arma ofensiva de primera magnitud. Ahora te obligan a sacarte, con tus propias manos, la tarjeta de embarque, realizar el “cheking” y buscarte el acomodo como en una guerra sin cuartel. Además, algunos piensan implantar novedades en el uso de los servicios –no, no me refiero a servicios especiales sino al water- con lo que todo, todo, tendrás que tenerlo previsto desde casa.
En las grandes superficies comerciales el autoservicio está haciendo estragos. No será por lo que les pagan a los empleados de la casa, a los que obligan a darte la bienvenida en una foto gigantesca a tu llegada (¿dónde los esconderán después?).Si vas a determinado lugar tendrás que llevar papel, lápiz, metro. Es posible que te sientas como un agente secreto en misión especial. Tendrás que apuntar un código alfanumérico tan complicado como la clave de los servicios de espionaje americanos, buscarás tus productos en un almacén que recuerda los intrincados archivos de la CIA; transportarás toneladas de compra y –todo ello-, sin preguntas porque al igual que en las novelas de espionaje estas están prohibidas o son malditas.
Haciendo un alto en la compra te detienes a tomarte un café y un bocadillo. Aunque es autoservicio, te sorprende que no te hayan obligado a recolectar el café, molerlo y poner la cafetera al fuego. Ha sido todo un detalle. Aunque has llevado la bandeja, recolectado el azúcar y la cucharilla, has podido ver por primera vez a varios empleados, insólita figura en este mundo autoeficiente.
Sin embargo, la aparente normalidad de la cafetería, se ha visto bruscamente interrumpida en la caja de salida. Algún genio de la reducción de costes ha implantado el sistema del “autocobro”. Como lo escuchan: ustedes pasan los productos por el detector de códigos, la máquina hace la cuenta y pagan a una cajera que puede atender a cien clientes casi simultáneamente. Me imagino que estarán dotados de un mecanismo antifraude por el que el cliente que no haga bien su cuenta será autodetenido.
Por fin se ha hecho realidad el mundo soñado de la gran empresa: un mundo de consumidores y sin trabajadores. Algo incómodo, es verdad, pero imaginen las inmensas posibilidades de ahorro que implicarían para el sistema público: la autoenseñanza, la automedicina, la autodestrucción…
- ¿Sabes lo que te digo? –le digo a mi marido mientras nos peleamos con las tuercas del automontaje- que si tuviera dinero pondría un negocio justo al revés, en el que la gente pidiera lo que necesitara y se le ofreciera sin tener que moverse.
- Eso ya existía –me contestó-. Era la tienda de la esquina y ha cerrado.