domingo, 14 de abril de 2013

MISERABLES A SUELDO


Publicado en  EL PAÍS ANDALUCÍA

   De todos los actores de la presente crisis, a los que más detesto son a los lacayos de los poderosos, los que dan la cara por ellos, los que justifican sus razones, los que inventan sus argumentos.
No se conoce el censo exacto de personas que trabajan en estos menesteres, pero deben ser unas decenas de miles porque inundan televisiones, radios y periódicos. Allá donde aparezca la más leve esperanza de una política distinta, hacen acto de presencia ellos, armados con su espada flamígera, la amenaza directa, la invocación del apocalipsis.

   Y digo “ellos” porque el brutal machismo en la asignación de roles, la negativa a otorgar el título de expertas a las mujeres, nos ha puesto a salvo de esta dedicación deshonrosa, nos ha librado de salir en los informativos con cara de póker, la baraja de cartas trucadas en las manos, combatiendo cualquier política que no de beneficios a los acaudalados.

   Son la inversión del mito de Prometeo. Mientras este robaba el fuego a los dioses para entregarlo a la humanidad, estos roban el último euro de nuestros bolsillos para depositarlo sumisamente a los pies de quienes les pagan. En su tiempo estuvieron al servicio de los gobiernos, pero eso ya no se lleva: el poder ya no se encuentra en esa esfera. Ahora pululan por fundaciones, entidades, universidades y convenios de colaboración en los que venden su alma al diablo a las empresas más punteras sin el menor remordimiento.
No hay tema que se les resista. Si se habla de dación en pago, ellos argumentan que conllevaría un caos financiero que nos haría naufragar como país; si se trata de racionalizar la industria farmacéutica, ellos amenazan con cortar la investigación y encarecer el coste de los medicamentos; si de salarios, argumentarán a favor de su descenso; si se habla de despidos, defenderán facilitarlos y si de pensiones, nos amenazarán con un futuro insostenible. La alergia que sufren por los derechos sociales es solo comparable a la que les provoca los temas medioambientales: la ecología podrá salvar el planeta, pero pone en cuestión el hábitat natural en el que estos personajes se reproducen.

   Son los reyes del trilerismo semántico y jamás llamarán a las cosas por su nombre. Son expertos del tabú y del eufemismo para favorecer a los acaudalados, en cambio encanallarán las más dignas demandas sociales. Hablan de reformas, en vez de recortes; de flexibilidad en vez de despidos; de productividad en vez de descenso de salarios. Sin embargo, cualquier medida que ponga coto al reinado absoluto de los poderosos, será tildada de irresponsable, amenazadora y potencialmente peligrosa.

   Algunos de ellos tienen verdaderos conocimientos, pero no los usan al servicio del interés común. Aunque muchos de ellos sean economistas, les traen al pairo los datos y los resultados de las políticas. A pesar de que presumen de expertos científicos, a los que solo les mueve un afán académico, no dan ni una en el clavo. Sus predicciones se desmoronan mes tras mes sin que nadie les pida ninguna responsabilidad, a fin de cuentas no ejercen puesto oficial alguno, solo son los think tank de la demolición neoliberal, tropas de asalto moral de nuestras conciencias.

   Con lo poco que a esta fauna le gustan las autonomías, sobre todo las del sur, el Gobierno de la Junta de Andalucía les va a dar trabajo unas cuantas semanas para atacar el decreto de vivienda y defender —eso sí “asépticamente”—, que no se pueden poner tasas ni sanciones a las viviendas vacías, ni se puede desmontar la bomba de relojería de los desahucios.

  
No sé si esta horda de mutiladores de sueños confiesan a su madre en lo que trabajan. Tampoco sé qué explicación darán de su oficio a sus hijos: hoy he contribuido “a bajar los salarios”, “a paralizar proyectos medioambientales”, “a hacer más inaccesibles los medicamentos” o “a que sigan los desahucios”. Parafraseando a José Luis Sampedro, hay dos clases de expertos: los que quieren hacer más ricos a los ricos y los que quieren hacer menos pobres a los pobres. Ustedes eligen.
@conchacaballer

¿DÓNDE ESTÁ LA IZQUIERDA?¡


Publicado en El País Andalucía

   No sé cuándo me he mudado, pero últimamente vivo en un país que no conozco. Me levanto con la situación de extrañeza que provoca estar en un lugar desconocido. Enciendo la radio y todos los días me ofrecen nuevos motivos para el desaliento.

   No soy de las que encuentran en esta aventura equinoccial, en este lento naufragio de sueños, en esta aventura de desdichas ninguna confirmación a su pensamiento. Para ser de izquierdas no necesito un capitalismo superexplotador y despendolado, me basta con la injusticia, con la apropiación de las ganancias, con el trato desigual al ser humano. No necesito el espectáculo de los desahucios, la odisea desesperanzada de seis millones de personas, ni los jóvenes atrapados entre la tecnología del siglo XXI y un modelo laboral del XIX.

   Para ser republicana, no necesito más que una conciencia democrática avanzada, un ideal educativo, y la más elemental simetría de que todos los poderes públicos deben ser elegidos. No necesito para ser republicana, las fotos obscenas del elefante abatido en sus dominios, de una princesa imputada por una causa de corrupción, de una realeza sentada en el banquillo de los acusados.

   Para ser ecologista me basta ser consciente de los límites del planeta, de la insostenibilidad de nuestro sistema. No necesito que estallen las centrales nucleares, ni que para la extracción de las riquezas ocultas del planeta se empleen técnicas cada vez más agresivas, nos hagan “fracking” y fracturen nuestros subsuelo, envenenen nuestras aguas o nos regalen terremotos.

   Para ser feminista no necesito que ninguna mujer sea asesinada, degollada, apuñalada, tiroteada, me basta con mirar a mi alrededor y ver los techos, algunos de cristal y otros de cemento armado con que taponan los sueños de las mujeres. Nunca pensé que volvería a discutir sobre la violencia de género, ni que los titulares de sus asesinatos se volvieran melifluos, impersonales, desprovistos de sentido, como si la muerte fuese un accidente atmosférico. No es necesario que me indignen bajo el título engañoso de “Muere una mujer en Castellón”, “Encontrada muerta una mujer en Valencia” o que en el caso del asesinato de una niña de 13 años de El Salobral, cierta prensa nos hable del “extraño amor que la condujo a la muerte”. Realmente no lo necesito.

   No necesito para estar contra la corrupción que me roben millones. Me basta con que se apropien de un euro, con que enchufen a un familiar, con que no usen con austeridad el dinero público. No me hace falta llenar el vaso de la indignación con esta sinfonía de mangantes, de cavernícolas y de traficantes.
En algunos momentos me parece estar asistiendo a una función teatral antigua, donde los actores son excesivamente histriónicos. Realmente no era necesaria esta sobreactuación para convencerme de su maldad. Frente a esto, no encuentro la izquierda necesaria, la explicación justa, la propuesta adecuada. La izquierda socialdemócrata duerme empozoñada en el sueño de la culpa, como Raskolnikov todavía está dilucidando el origen de su crimen. El resto de la izquierda flota en el océano de la autocomplacencia. “Ya lo dije”, viene a ser su discurso. Creen que cada noticia está hecha a la medida y que el cambio está cantado.

   Según ellos, del descrédito de la monarquía saldrá una generación de republicanos conscientes; del abuso bancario, una ola de igualitarismo y de justicia; de la corrupción política, el definitivo entierro del bipartidismo. Se miran en el espejo de las redes sociales y estas les devuelven su propia imagen. Creen que un trending topic es una mayoría social garantizada. Pero cuando las crisis son tan profundas como la actual la mayoría social se agarra a sus prejuicios, a sus miedos y a las explicaciones simplistas. De los países descorazonados no surgen cambios alentadores, sino quimeras de consolación, estallidos sin sentido, profetas y visionarios que cabalgan sobre la indignación ciudadana, a no ser que la izquierda sea capaz de levantar un relato creíble y un deseo compartido de cambio social.
@conchacaballer