sábado, 26 de junio de 2010

Desesperanza forever



Los guionistas de esta serie interminable llamada "crisis" están cometiendo el error de sobreactuar. Hasta la historia más dramática debe contener, forzosamente, un rayo de esperanza. El guión de "sangre, sudor y lágrimas" solo es asumible socialmente si los sacrificios del presente conducen a obtener una recompensa futura. Incluso la Iglesia católica considera el sufrimiento una escala obligatoria para acceder al paraíso. Sin embargo, el bloque de teóricos oficiales de la crisis económica nos anuncia que tras las dolorosas medidas solo habrá más sangre, más dolor y más lágrimas. Su estrategia les obliga a pintar del color más negro la realidad, pero ese pesimismo histórico será su talón de Aquiles. Ninguna sociedad puede vivir continuamente en la desesperanza. Ningún ser humano puede aceptar la inseguridad perpetua ni la pérdida continuada de sus expectativas.
El lenguaje cientifista de estos economistas de mercado, parapetados tras organismos o fundaciones aparentemente neutrales, pueden haber impresionado al público durante algunos meses pero empiezan a ser sumamente sospechosos y parciales. Lejos de considerar la economía como un instrumento al servicio de objetivos democráticos han querido elevarla a una autoridad escolástica que dicta a los gobiernos las decisiones sin posibilidad alguna de apelación. Cambian las previsiones al alza o a la baja sin dar ninguna explicación y siempre exigen más dureza, más contundencia contra los mismos sectores. La decisión del gobierno de eliminar las “líneas rojas” no solo no les contenta sino que los envalentona para exigir nuevos sacrificios y recortes: si el despido se abarata, exigen el fin de los convenios colectivos; si se rebajan las pensiones, demandan que la jubilación se amplíe hasta los 68 años; si se revisa el modelo energético, reclaman reducir las primas a las renovables y apostar por las nucleares. Y tras todas estas exigencias hay una enorme lista de ajuste de cuentas con el estado del bienestar europeo que nunca aprobaron.
¿Cómo se obtiene el título de analista económico indiscutible? Muy fácil: yendo dos pasos por delante de los deseos de los poderosos y participando en algunos ritos satánicos muy simples. Por ejemplo, la pura advocación del déficit público debe provocar convulsiones, a no ser que se destine a paliar la indigencia bancaria. Sienten horror por el gasto público, malestar por la protección social y todavía guardan en el magín de su actuación el conejo de las privatizaciones de servicios públicos. Por muy torpe, zote o indocumentado que se sea, si se abrazan estos principios irreductibles, se verá alzado al cielo de la ciencia infusa.
Por el contrario, los economistas que discrepan de estos análisis, se verán privados de credibilidad, condenados a la firma de manifiestos de protesta y despojados de cualquier autoridad reverencial. Los acusarán de estar utilizando la economía como un instrumento político, precisamente aquellos que han convertido esta profesión en el territorio de la batalla ideológica más feroz de los últimos decenios. Sin embargo, hay mucha más esperanza en esta economía crítica y alternativa que en todos los teóricos de la economía de mercado porque éstos nos hablan de la necesidad de cambiar el modelo productivo hacia el empleo, el compromiso medioambiental y el ser humano, mientras que los otros sólo nos conducen a rearmar el arsenal de los mercados financieros con el que nos dispararán en la próxima crisis.Su pesimismo sin límites tendrá, más tarde o más pronto, respuesta porque, aunque la desmovilización social haya sido hasta ahora un signo de identidad de esta crisis, no está escrito que en los próximos meses no surja una ola de positivo inconformismo contra este descenso a los infiernos en el que, como escribía Dante, se nos obliga a abandonar toda esperanza.

sábado, 19 de junio de 2010

Millonarios en África


Este es mi artículo de El País Andalucía de esta semana:
Si la religión era en el siglo XIX el opio del pueblo, el fútbol es hoy una droga de diseño que se consume en este mundo globalizado casi a la fuerza. Acuñado con las diversas banderas nacionales, este alucinógeno nos concede permiso para no pensar, autorización para gritar y pasaporte al cielo de la victoria o al infierno de la derrota.
No hay forma de escapar de sus efectos. Ya no hay más épica que la del fútbol, ni más héroe que el deportista en el campo de juego. En este nuevo rito universal se funde el héroe de las cruzadas, el gladiador del circo romano, se dirimen las contiendas y las guerras del pasado. Los paraísos artificiales del siglo XXI son rectangulares y miden algo menos de una hectárea. Los objetos mágicos se han transmutado y el santo Grial resplandeciente se ha convertido en un objeto redondo y aéreo.
El periodismo deportivo, despojado de cualquier valor informativo, asume el papel de los antiguos juglares que pregonan las gestas de sus señores. En cada país repiten el mismo rito y en todos parece único. Alientan esperanzas, exageran expectativas, llevan al paroxismo el nacionalismo deportivo, tan fugaz que decae ante el menor tropiezo. La prepotencia, el orgullo desmedido es tan exacerbado que si los creyésemos, los equipos del mundo entero en vez de jugar contra la selección española, se rendirían ante Casillas, depondrían las armas y entregarían sus banderas.
Esta vez el escenario escogido es África, que aporta sus claves más tópicas a este universo paralelo: los dibujos geométricos en colores terrosos, los animales salvajes, el estallido de color de sus vestidos, el ritmo de tambores y el sueño eterno del niño descalzo en el descampado que sueña con ser Messi o Cristiano Ronaldo.
Ni por un momento África deja de ser un puro escenario imaginario aunque algunos me objeten que el país anfitrión obtendrá algunos beneficios. Parece de mal gusto contraponer la situación actual de este continente con el despilfarro feroz del Mundial. No obstante, me atrevo, consciente de la impopularidad ácida de esta reflexión. En Sudáfrica, durante estas semanas, se produce la concentración de millonarios más masiva del mundo entero y el mayor negocio internacional. Para hacernos una idea, tan solo el equipo español ha recaudado en patrocinios comerciales -sin contar derechos audiovisuales- más de 26 millones de euros. En cuanto a equipos, según la empresa de tasaciones Transfermarkt, el valor de la selección española es de 565 millones de euros y eso que ninguno de sus futbolistas está en el top ten de los mejor pagados del mundo. Los salarios, las primas, los contratos del mundo del fútbol se escriben con cifras astronómicas, aunque apenas escandalizan nuestra conciencia, ni siquiera cuando se ponen al trasluz de un continente tan empobrecido como África en el que 300 millones de personas viven con menos de un dólar al día.
Quizá para celebrar el mundial y entonar el Waka Waka con Shakira, los gobiernos europeos han decidido reducir su aportación a la cooperación internacional. El Ayuntamiento de Madrid ha suprimido completamente su contribución y el Gobierno central ha recortado 900 millones de euros en los próximos dos años, sin que se levanten más voces que las de las ONG, ni se alteren nuestras conciencias. No importa que la erradicación de la pobreza, del hambre y los objetivos del milenio se incumplan nuevamente. Nuestro deseo de ser bondadosos se extingue cuando no podemos adquirir el último e inútil artilugio.
Mientras tanto se estima que si el fútbol fuera un país ocuparía la plaza 17 de la economía del planeta. Inexplicablemente, es el negocio con mayor promoción y ayuda pública por parte de todos los gobiernos, que lo declaran sin rubor "de interés nacional", rango que nunca tendrá la erradicación del hambre en el mundo. Sin duda, el sueño esférico es más importante que la vida humana.

sábado, 5 de junio de 2010

¡Que recorten ellos!


Hoy publico en El País este artículo sobre lo "limpio" que le van a dejar el patio a la derecha:

Estas últimas semanas, las dos fuerzas políticas más importantes de este país han sufrido una particular caída del caballo y un frenético baile de san Vito. La tecla suprimir del ordenador central de estos dos partidos políticos ha sido la más empleada en los últimos días. A fin de cuentas, borrar la memoria cercana es de lo más fácil cuando la sociedad está desorientada, enfadada y a la fuga también de sus propias responsabilidades.
El PP ha reorganizado su página web para hacer desaparecer todas las propuestas y declaraciones de Rajoy en materia económica en las que abogaba por el recorte de los salarios de los funcionarios públicos. Además, ha desaparecido la propuesta, anunciada a bombo y platillo, de un nuevo contrato laboral "mucho más flexible", con indemnizaciones por despido entre diez y 30 días. Con este cínico borrón y cuenta nueva, se aprestan a denunciar los recortes sociales que ellos mismos predicaban hasta hace escasos días. Están encantados con la nueva etapa del Gobierno socialista porque les permite ejercer una oposición populista, al tiempo que los libra en el futuro de tener que soportar el coste político de medidas traumáticas. ¡Que recorten ellos! parece ser su grito de guerra.
El PSOE, por su parte, ha pulsado la tecla de suprimir en todas aquellas declaraciones en las que Zapatero, y cada uno de los miembros de su Gobierno -con excepción del ángel exterminador de Almunia, transmutado en experto economista gracias al aplauso continuado de la hinchada contraria- se comprometían a no recortar gasto social y a salvar esta crisis con el diálogo de los sindicatos. El espacio que antes ocupaban las declaraciones de carácter social lo habitan hoy largas explicaciones sobre los recortes aprobados por Sarkozy, Berlusconi, Cameron o Merkel, sin que a Leire Pajín se le mueva el flequillo por la similitud con los políticos europeos más conservadores.
Nunca la doblez política ha podido rendir tan buenos resultados, como indican las encuestas que disparan la intención de voto hacia el PP y clavan el dardo de la derrota en el PSOE. Algunos proclaman sin rubor: "Ahora, que hagan la reforma laboral y que se marchen". Eso. Y si es posible que promuevan la energía nuclear, rebajen las cotizaciones empresariales y terminen de sanear la banca con el dinero público.
Mientras el Gobierno escribe con letra torpe y una lágrima furtiva al dictado del FMI, la OCDE y del Banco Central Europeo, el sepulturero toma las medidas del ataúd con que se enterrarán todos los sueños. Con los ojos cansados, los dirigentes socialistas han optado por entrar en fase mística, dispuestos a hacerse el haraquiri por el bien de España, mientras que sus afiliados no comprenden este sacrificio ni este legado que instalará a la derecha en el Gobierno durante un largo periodo en el que, ni siquiera, podrán ejercer una oposición de carácter social ya que se encontrarán con el reproche acertado de que los recortes se hicieron bajo su mandato. "Tendremos la satisfacción de haber salvado a España", nos dicen, como mártires en el foso de los leones. ¿Y no sería mejor, en vez de alimentar a las fieras del mercado, ponerles coto, desvelarlos ante el público, reducirlos para que en el futuro no vuelvan a adueñarse de las vidas de la humanidad?
Es tal la debilidad política del Gobierno que ni siquiera ha sido capaz de compensar la acometida del recorte a los débiles con algunas medidas que indicaran su carácter diferencial. El impuesto a las rentas altas, propuesto por una parte importante de la ejecutiva de su partido, ha sido aplazado sine die; las medidas de control de los mercados financieros sólo son declaraciones de adorno sin contenido y lo que es peor, se confunde la austeridad (un concepto que debería regir la actuación pública de la izquierda, con crisis o sin ella), con el recorte de gasto que adelgaza los servicios públicos y los derechos sociales. "Camino despejado", piensa la derecha, mientras se frota las manos con alegría y prepara los próximos capítulos de esta película de desesperanza que se estrena en todas las carteleras de nuestro país.