Escalofríos me dan de pensar que las aguas grises de la crisis se lleven con ellas las conquistas de las mujeres en los últimos años. Lo digo porque, seguramente sin ningún tipo de acuerdo o de intención expresa, la información económica se viene escribiendo en masculino en estos últimos meses. La crisis ha barrido el recién aprendido lenguaje correcto de género y casi todos los informativos hablan de “los parados” en masculino. Las imágenes que acompañan estas informaciones suelen nutrirse de empresas o sectores fuertemente masculinizados en el que las mujeres no pueden ser despedidas, simplemente porque nunca se les dejó entrar.
En muchos foros se habla del problema de las familias, con el estándar clásico que ha sido superado por la vida y se recupera el concepto de “cabeza de familia” con un cierto sentido de jerarquía o, al menos, de prioridad. No digamos ya cuando se refieren a “los padres de familia” o a los “parados con corbata” (no con traje o con maletín sino con el aditamento típicamente masculino) como el reflejo de la nueva realidad.
A este lenguaje se suma la aparición de un interminable desfile de expertos economistas,- hombres en su casi totalidad-, en las pantallas y tribunas de los medios de comunicación y que, en su aparente asepsia analítica, no manejan las variables de género.
De esta forma se está construyendo un imaginario de la crisis económica absolutamente masculinizado que es, además, completamente falso. Es necesario recurrir a los datos estadísticos para desmontar esta imagen: en Andalucía el desempleo masculino se sitúa cerca del 22 por ciento, mientras que el femenino alcanza casi el 27 por ciento. O sea, que en caso de otorgar género al paro, por desgracia, se escribiría en femenino.
Este “error” extendido de la masculinización del paro, viene acompañado de otro igualmente falso: el mayor número de personas desempleadas no pertenecen a la construcción, ni a las actividades industriales, sino al sector servicios que es, además, el que representa el mayor peso en nuestra comunidad. Un último dato para completar el cuadro: hay muchas más mujeres demandantes de empleo que hombres. La diferencia estriba en que no son despedidas porque nunca con anterioridad han tenido un puesto de trabajo. La crisis está provocando efectos terribles en las mujeres: aquellas que tienen una elevada preparación, tras haber superado siglos de postergación, ven como el mercado laboral les corta las alas aún antes de haber podido volar; para otras, se ha multiplicado el trabajo no declarado, la ausencia de derechos y la imposibilidad de negociar sus condiciones laborales. Finalmente, las mujeres paradas cobran menos dinero y su seguro de desempleo abarca menos meses que sus congéneres masculinos, pero nada de esto se cuenta.
El desempleo es un drama sea cual sea el género de la persona que se encuentra en esta situación y al sector al que pertenezca, pero deberían encenderse las luces rojas de alerta cuando, subrepticiamente, se minimiza el desempleo femenino y se escriben en masculino los efectos de la crisis, en un mercado laboral que todavía no ha aprendido a hablar el lenguaje de la igualdad, como demuestran las diferencias salariales de las mujeres, la alta precarización del empleo femenino y las dificultades para su ascenso profesional. Alguien debería explicárselo a los selectos foros económicos y a los clubs de banqueros y presidentes de Cajas, -todos ellos casualmente hombres- que miran desde la distancia, con su mente encorbatada y embutidos en el uniforme oscuro de las viejas ideas.
En muchos foros se habla del problema de las familias, con el estándar clásico que ha sido superado por la vida y se recupera el concepto de “cabeza de familia” con un cierto sentido de jerarquía o, al menos, de prioridad. No digamos ya cuando se refieren a “los padres de familia” o a los “parados con corbata” (no con traje o con maletín sino con el aditamento típicamente masculino) como el reflejo de la nueva realidad.
A este lenguaje se suma la aparición de un interminable desfile de expertos economistas,- hombres en su casi totalidad-, en las pantallas y tribunas de los medios de comunicación y que, en su aparente asepsia analítica, no manejan las variables de género.
De esta forma se está construyendo un imaginario de la crisis económica absolutamente masculinizado que es, además, completamente falso. Es necesario recurrir a los datos estadísticos para desmontar esta imagen: en Andalucía el desempleo masculino se sitúa cerca del 22 por ciento, mientras que el femenino alcanza casi el 27 por ciento. O sea, que en caso de otorgar género al paro, por desgracia, se escribiría en femenino.
Este “error” extendido de la masculinización del paro, viene acompañado de otro igualmente falso: el mayor número de personas desempleadas no pertenecen a la construcción, ni a las actividades industriales, sino al sector servicios que es, además, el que representa el mayor peso en nuestra comunidad. Un último dato para completar el cuadro: hay muchas más mujeres demandantes de empleo que hombres. La diferencia estriba en que no son despedidas porque nunca con anterioridad han tenido un puesto de trabajo. La crisis está provocando efectos terribles en las mujeres: aquellas que tienen una elevada preparación, tras haber superado siglos de postergación, ven como el mercado laboral les corta las alas aún antes de haber podido volar; para otras, se ha multiplicado el trabajo no declarado, la ausencia de derechos y la imposibilidad de negociar sus condiciones laborales. Finalmente, las mujeres paradas cobran menos dinero y su seguro de desempleo abarca menos meses que sus congéneres masculinos, pero nada de esto se cuenta.
El desempleo es un drama sea cual sea el género de la persona que se encuentra en esta situación y al sector al que pertenezca, pero deberían encenderse las luces rojas de alerta cuando, subrepticiamente, se minimiza el desempleo femenino y se escriben en masculino los efectos de la crisis, en un mercado laboral que todavía no ha aprendido a hablar el lenguaje de la igualdad, como demuestran las diferencias salariales de las mujeres, la alta precarización del empleo femenino y las dificultades para su ascenso profesional. Alguien debería explicárselo a los selectos foros económicos y a los clubs de banqueros y presidentes de Cajas, -todos ellos casualmente hombres- que miran desde la distancia, con su mente encorbatada y embutidos en el uniforme oscuro de las viejas ideas.