miércoles, 7 de octubre de 2009

¿Por dónde andas?



Aparte del viaje físico - ¡cuánto echo de menos ese breve espacio en el que he dispuesto de todo el tiempo libremente!- la vida para mi carece de sentido sin aprender algo nuevo, sin intentar comprender lo que ocurre alrededor. Me preguntan mis amigos qué hago, a qué me dedico ahora que no consume mis horas la fiebre de la política directa.

Me enfrento a la realidad como quien se ha perdido algún capítulo en el que de dieron pistas importantes sobre lo que iba a suceder en el futuro. Me faltan claves de cómo ha cambiado la sociedad en estos últimos diez años. No quiero que se me interprete mal. No es la crítica habitual sobre lo lejos que está la vida política de los ciudadanos, que también. Pero a mi no me ha faltado en estos años el contacto continuo con la sociedad. Bien al contrario mi agenda estaba repleta de reuniones con colectivos sociales, con personas que necesitaban ser atendidas, con entidades que manifestaban distintas preocupaciones. A pesar de ello, ahora veo que la evolución general de la sociedad se me ha escapado en cierta manera.

Cuando he vuelto a la enseñanza todos me preguntaban si había notado un gran cambio en los jóvenes. Y es verdad que tienen un punto mayor de desidia o desgana, pero el cambio fundamental que he apreciado no ha sido en los jóvenes sino en los mayores. He vuelto a una sociedad más insolidaria, más descarada en la demostración de sus intereses materiales, más perdida e insegura. Por tanto -reflexiono- , de poco han servido tantos años de acción política, siempre entendiendo -claro está- que la finalidad de esta lucha no es, o no debe ser, la disputa por el poder sino el cambio social.

Por eso estoy más preocupada ahora por el cambio social que por las disputas partidarias. Necesito saber la substancia de los cambios sociales, cómo se han producido, hacia donde apuntan.

Hace algunas semanas Claudio Magris apuntaba algunas claves de esta sociedad postmoderna. Explicaba, por ejemplo, el ascenso de Berlusconi en términos de cambio social, en una especie de construcción nueva de LA VERDAD, elevando a rango político el reconocimiento del egoísmo, el machismo y la discriminación a cultura popular transgresora contra lo políticamente corrrecto. Parece decirnos "Si, es verdad, me hago rico a toda costa; compro mujeres como simples objetos; me salto las leyes como a todo el mundo le gustaría hacer". O sea, la transgresión reaccionaria convertida en heroicidad popular. Un género que triunfa, por ahora, en los programas de mayor audiencia de las televisiones pero que saltará a la escena política si no sabemos combatirlo y analizarlo.

En esta misma línea Manuel Cruz ha publicado un interesante artículo titulado "Lo que trajo el ocaso de las ideologías" que os enlazo y mi amigo Francisco Garrido ha publicado en Paralelo36 un genial artículo titulado "El sujeto y lo siniestro" que también enlazo y en los que se abordan los cambios sociales que se están operando bajo la apariencia de la normalidad cotidiana.

Pues en esas estoy. Buscando algunas pistas para entender lo que ocurre porque sin entender a fondo esta sociedad, sus motivaciones, su potencial oculto, cualquier intento de levantar algo nuevo nos conducirá, irremisiblemente, a la melancolía, un territorio que no quiero visitar.

Malditos bastardos y la no violencia




Sé que Tarantino con sus últimas producciones, especialmente con Death Proof ha cosechado más detractores que defensores. Sé que es infantil, maniático, adorador hasta la extenuación de la violencia gratuita, que gran parte de su corte de admiradores está compuesta por un público que acude al cine a ver un desparrame de violencia sin límites. Sé que estos le reprochan a su última película que no se centre en los bastardos, en sus bates de béisbol, en sus hazañas sangrientas.
Soy, sin embargo, de las que quedaron fascinadas por Pulp Fiction (por primera vez en mucho tiempo unas historias en las que los personajes no aparecían enmarcados en la narración, sino que sugerían tener una vida pasada, una consistencia real). Me pareció reveladora Jackie Brown, retrato en gris de una mujer cuando se han desvanecido todos los sueños. Revisité entonces Reservoir dogs y el anonimato del crimen, la delgada frontera entre la traición y la amistad. A partir de ahí, casi ninguna de sus producciones me ha interesado, aunque estéticamente Kill Bill tenga sus minutos de gloria.
Fui a ver Malditos Bastardos sin ninguna esperanza. Solo por completar el rito de ver sus producciones. Por eso quedé gratamente sorprendida desde la escena inicial, ese duelo interpretativo entre el oficial alemán y el campesino francés en la que la maldad se disfraza de buena educación y la desesperación de silencio.
Tarantino ha creado un nuevo tipo de malvado, minucioso que desgrana sus villanías como quien toca lentamente un instrumento musical a cargo de un desconocido actor austriaco llamado Chistoph Waltz que cada vez que aparece en escena nos alerta de que algo va a suceder, con la complacencia burlona de Brad Pitt y sus guiños a varios personajes del cine negro. Además nos ha transmitido la venganza tranquila y decidida de la joven judía Shosanna –de increíble consistencia- que arde en la pira del cine y el amor. Nos ha dejado por medio imágenes gloriosas que saben al mejor cine y una fina ironía contra los héroes y las guerras.