Dicen que los que no tenemos creencias tenemos supersticiones. Puede ser. O también puede ser que los creyentes se adueñaran de las supersticiones más antiguas con la finalidad de cristianizarlas porque ¡qué oportuno resultó colocar la festividad del santo justo en el centro del año!¡qué inteligencia encender hogueras y fiestas en torno a ese día, que se celebraba cientos de años antes con los mismos ritos: el fuego, el agua y la tierra!
Después se burlan de los bautizos laicos y de las ceremonias que sustituyen a los ritos católicos, precisamente los que se adueñaron de las fiestas de la vida, del amor y de la muerte.
No debían de tener, sin embargo, en tiempos medievales mucha confianza en que las autoridades eclesiásticas comprendieran los ritos nocturnos, cuando casi toda la literatura de ese tiempo desplaza el poder mágico de la noche, a la mañana siguiente:
«Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como tuvo el Conde Arnaldos
mañanita de San Juan”
O esta otra:
Madrugaba el Conde Olinos,
mañanitas de San Juan,
a dar agua a su caballo
a las orillas del mar,
Mientras el caballo bebe,
se oye un hermoso cantar;
las aves que iban volando
se paraban a escuchar.
O esta otra, dónde hasta los monaguillos se confunden:
Mañanita de San Juan,
mañanita de primor,
cuando damas y galanes
van a oír misa mayor.
Allá va la mi señora,
entre todas la mejor;…
Las damas mueren de envidia
y los galanes de amor.
El que cantaba en el coro
en el credo se perdió;
el abad que dice misa
ha trocado la lición;
monaguillos que le ayudan,
no aciertan responder, non,
por decir amén, amén,
van diciendo amor, amor.