jueves, 21 de agosto de 2008

Oda al navegador



Dicen que el entonces alcalde de Sevilla, Rodríguez de la Borbolla, viajó a Paris con motivo de la Exposición Universal de 1900. Rodeado de todas las maravillas modernas, alojado en el hotel más lujoso de la ciudad, telefoneó a Sevilla y preguntó:
- ¿Qué temperatura hace en la ciudad?
- Mucho calor –le respondieron-, más de cuarenta grados.
- Y yo aquí… ¡qué coraje!..me lo estoy perdiendo –respondió con fastidio.
Sin embargo yo no he echado en falta el calor de Sevilla sino que me he tomado unas vacaciones de las sábanas húmedas y del suelo radiante. Me he ido a lugares donde las gentes sonríen ante la caricia del sol porque no conocen su espada justiciera.
Por primera vez nos hemos atrevido a recorrer una parte del centro de Europa con un coche alquilado en Frankfurt. Teníamos el modesto sueño de diseñar nuestra propia ruta, parar en las poblaciones que nos gustaran, visitar referencias literarias, sin más ayuda que algunas páginas descargadas de la red.
Nada de esto hubiera sido posible sin Hanna, nuestra navegadora intrépida. Tras un forcejeo de teclas con un modelo de navegador desconocido, que nos hizo temer por todo nuestro proyecto, se encendió una voz cálida que atendía a nuestra ruta con solo alguna pequeña referencia geográfica. Le pusimos el nombre de Hanna y nos condujo a la casa de Goethe en Weimar, organizó nuestro encuentro con la Bauhaus, nos mostró al campo de concentración de Buchenwald, la Galería de los antiguos maestros en Dresde, la casa de Durero en Nuremberg, los paseos fluviales más escondidos y las tabernas antiguas… Sin embargo, al entrar en territorio checo, Hanna súbitamente enmudeció. De nada sirvieron nuestros esfuerzos por reanimarla. No reconocía Terezín ni Pilsen ni siquiera la popular Praga. Nos dejó perdidos, sin guía espiritual, en medio de carteles que no entendíamos. Una grúa praguense se llevó el coche porque en esa ciudad los sábados hay limpieza general, como en las casas antiguas. Con Hanna no nos hubiera pasado esto, comentamos, ella nos habría llevado a lugar seguro. Sólo al salir de territorio checo recuperó la voz:
- Siga la ruta indicada –nos dijo.
Casi abrazamos su pantalla. No sé cómo se las podían arreglar los viajeros antes de que el navegador los condujera por este proceloso mundo.