lunes, 28 de septiembre de 2009

Mil millones de historias

Hoy publico en El País este artículo de opinión:

Dicen que personalizar es la clave de toda narración, que a nadie conmovería el hundimiento del Titanic y sus mil quinientos muertos, sin la historia de amor entre Rose y Jack, sin contemplar sus rostros ateridos entre las brumas. Se estudia, en los manuales de comunicación, que el mundo entero se conmovió con la muerte ante las cámaras de la niña Omaira Sánchez y que sin ella no hubiera trascendido la tragedia que sufrió el pueblo de Colombia. En definitiva, que no nos interesa la historia sino las historias.
Hasta la muerte y la tragedia necesitan un guión, unos protagonistas, unas cámaras que lo retransmitan. Nuestra conciencia se ha vuelto tan reseca, tan árida y ajena que necesitamos imágenes de impacto para que algo se mueva en nuestro interior.
Debe ser por eso que el mundo no se ha estremecido ante el anuncio de la ONU de que este año habrá mil millones de hambrientos en el planeta, una cifra record en la historia de la humanidad que muestra con dureza cómo la globalización ha conseguido socializar la miseria por todo el globo terráqueo.
De nada sirven los argumentos racionales con que la ONU acompaña su informe: las estadísticas terribles; el recuento de mentiras y de incumplimientos de las grandes cumbres internacionales; la constatación de que tan solo con el 0,01 por ciento de lo que los países desarrollados han aportado para rescatar la banca se hubiera solventado esta crisis alimentaria. Nada de lo que ocurra por debajo del paralelo 36 llega al corazón de piedra de los países desarrollados.
Aunque emocionalmente nos encontremos más cerca del hambriento que de Lehman Brothers, se ha forjado un hilo invisible de complicidad según el cual nuestro destino está más ligado a la suerte de los fraudulentos banqueros que a los hambrientos del planeta.
La cumbre del G-20 ha tomado nota de nuestra indiferencia y, simplemente, ha pasado página de una agenda que creían podría convertirse en un clamor mundial: un mundo más justo, más control sobre los movimientos de capital, más poder público. Ahora saben, con precisión, que nuestra avaricia microeconómica está hecha de la misma materia que su rapiña estratosférica. Las voces críticas han sido convenientemente silenciadas. Por eso no habrá ningún ajuste esencial en el modelo económico mundial, sino puros cambios burocráticos para llevar una contabilidad algo menos “creativa” de los riesgos.
Mil millones de hambrientos y nadie quiere escuchar las razones de esta terrible noticia porque apuntan directamente a nuestro estilo de vida: a la rapiña del mercado alimentario, a los ajustes del mercado de materias primas, al cambio climático que está golpeando en primer lugar a aquellos que apenas conocen lo que es el consumo energético, como si un Dios ciego, masculino y blanco que vive en el hemisferio norte, hiciera llover tormentas y desastres sobre el sur del planeta. Ironías del siglo veintiuno.
A la ONU le han faltado, no datos ni razones, sino guionistas, cámaras, directores de cine, novelistas, medios de comunicación que abran una pequeña ventana a la realidad. Le ha faltado, sobre todo, una ciudadanía capaz de acusar con el dedo a sus gobiernos por cada muerte que se evitaría con un tazón de leche y de arroz . Vendrán imágenes de hambrunas y serán terribles. Apagaremos entonces el televisor (¡Oh, sí! ¡somos tan sensibles ante las imágenes de niños escuálidos!). Incluso en esos momentos nos resultará difícil desprendernos de un puñado de euros para socorrer la tragedia. Nos diremos que ya es inevitable. ¿Acaso encogerse de hombros es un crimen? –nos preguntaremos. Y ya sabemos la respuesta, pero desafortunadamente no hay cárcel, no hay castigo, no hay infierno para los corazones solitarios

martes, 22 de septiembre de 2009

Y fueron felices



Artículo publicado en El País Andalucía





La vida real empieza donde acaban las películas. Siempre nos hemos preguntado qué pasará cuando los felices enamorados cierren la puerta y se enfrenten a la vida cotidiana. Incluso en los finales heroicos, como en la película Casablanca, nos preguntamos si Ilsa será realmente feliz al lado del insípido Víctor o si Rick morirá en la resistencia con el recuerdo de Paris en sus ojos.
Hay debates en nuestro país que se han cerrado tan bien, con un final tan feliz que nos gustaría saber qué ocurrió tras cerrar la puerta y volver a la vida cotidiana. Es el caso de los derechos de las personas homosexuales así como el reconocimiento de la diversidad familiar existente en nuestro país. Tras los abrazos y besos de la aprobación de la ley, tras la alegría de las primeras bodas, la realidad todavía presenta zonas grises.
Después de acudir al Tribunal Constitucional parecía que el PP se había conformado con la existencia de esta ley. Pero al parecer su silencio estaba condicionado a que no se explicitara socialmente el cambio aprobado en la legislación. Ha bastado una cancioncilla infantil para que surgiera del fondo de su alma una petición rotunda de que la homosexualidad vuelva al armario de donde nunca debió salir. Se trata, en este caso, de una página web de la Consejería de Igualdad de la Junta de Andalucía que intenta promover valores de solidaridad, igualdad y tolerancia entre la infancia. En uno de sus contenidos una niña explica a su amiga que todas las familias te querrán igual, tengas un papá y una mamá, solo uno de ellos, o dos papás o dos mamás.
Esta diversidad ha puesto el vello de punta en los sectores conservadores porque, en su opinión, sigue resultando ofensivo y pecaminoso el que algunos niños tengan dos progenitores del mismo sexo que, para más inri, les quieran igual que las familias de toda la vida. Pueden conformarse con la existencia de parejas homosexuales, pero jamás transigirán con que se muestre esa realidad, lo cual confirma que, en cuestiones relacionadas con el sexo y las relaciones afectivas, la derecha sigue instalada en el pensamiento político de la hipocresía.
En Lituania se acaba de aprobar una ley, condenada por el Parlamento Europeo, que considera un delito la expresión de la homosexualidad, pero especialmente explicar en las escuelas esta realidad. Aquí y en Lituania, los celosos defensores de la familia tradicional, consideran un peligro el que las escuelas acepten formas familiares diversas y que se extienda la cultura del respeto a todas las formas de convivencia basadas en el amor, por encima del sexo o de los estereotipos tradicionales. La oposición a la educación para la ciudadanía ha sido, no nos engañemos, la expresión más certera de la obsesión de los sectores de la derecha con los temas relacionados con la libertad sexual.
No estamos hablando de temas secundarios ni de anécdotas que salpican la vida cotidiana. La modificación legal por la que se aprobó el matrimonio homosexual fue una medida civilizatoria que transformó nuestra democracia en un espejo internacional en el que mirarse. No solo las leyes, sino la sociedad, avanzaron en escasos años a un nivel de conciencia, de igualdad, y de convivencia que nos hizo sentirnos orgullosos como pueblo y como ciudadanos. Por fin una discriminación y opresión milenarias desaparecía de nuestras vidas sin dolor y sin que los sectores de la enlutada falda larga y la camisa azul consiguieran asustar a la sociedad sobre sus consecuencias. Sin embargo ha bastado la mención a “dos papás” o a “dos mamás” para que vuelvan a querer encerrar en el armario la igualdad de derechos.
Dicen que las personas y los pueblos felices no tienen historia. Ojalá sea cierto y los niños jamás tengan que justificar sus familias ni sus vidas.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Apocalipsis, la segunda guerra mundial

Hay documentales y series que te reconcilian con la televisión. Para mi algunas de estas son Los Soprano, Mad Men, Daños y Perjuicios y ahora esta maravillosa serie sobre la Segunda Guerra Mundial titulada "El apocalipsis" Si tenéis oportunidad no os la perdáis. Se trata de seis capítulos de una hora de duración cada uno de ellos. Las imágenes se han coloreado para darle mayor realismo y cercanía, pero con una precisión y delicadeza que hasta se respeta el color de la hierba en cada estación. Los textos y las imágenes se acompasan con uná precisión increíble. Lo dicho, ¡viva la televisión bien hecha!

viernes, 18 de septiembre de 2009

Capital de dolor


Los bufetes de abogados de EEUU seleccionan a sus clientes por la “calidad de las victimas”. En un sistema que se basa en la competitividad, en el número de pleitos ganados y en los resultados, los bufetes, antes de aceptar un pleito evalúan no solo los beneficios que pueden obtener, sino el efecto que la víctima ofrecerá ante el jurado popular o el tribunal.
Su modelo de víctima ideal es aquella de origen modesto, que se expresa con sencillez, que transmite autenticidad y que no presenta flancos fáciles de atacar. En otras palabras, se trata de elegir un personaje que concite la simpatía popular de forma casi automática y que desempeñe a la perfección su papel.
La sociedad, en general, tiene un comportamiento parecido. Ante los miles de tragedias que se desarrollan ante nuestros ojos solemos fijar nuestra atención en aquella en el que la víctima resulte más atractiva y cinematográfica. Esto nos explica por qué conocemos la historia y los protagonistas de algunos crímenes y desapariciones mientras que mantenemos en el olvido otros casos parecidos e incluso con mayor carga dramática.El padre de Mari Luz captó nuestra atención de forma inmediata. La muerte de su hija fue realmente terrible; las peripecias del asesino muy reseñables; los errores policiales y judiciales del caso realmente estremecedores, pero lo que más nos conmovió fue su dolor hondo y su forma de expresarlo con entereza y decisión.
Los medios de comunicación, expertos en exprimir las cualidades informativas hasta la última gota, fijaron su atención en él –como ahora en el padre de Marta del Castillo- y lo convirtieron no en una víctima, sino en un héroe. La víctima pasó a ser legislador, a abanderar una batalla por el establecimiento de la cadena perpetua, y a realizar una peregrinación por instituciones con tanto éxito que consiguió ser recibido por el Presidente del Gobierno.
Durante todo este tiempo el padre de Mari Luz ha contado con la solidaridad, el calor y con la comprensión de casi toda la ciudadanía. En muchas ocasiones, ni los medios de comunicación, ni él mismo, han sabido deslindar la simpatía y la solidaridad del respaldo a sus posiciones. Así ha contado como apoyo a la cadena perpetua, el cariño y el respeto que se le ofrecía como víctima de un crimen horrendo, un camino similar al que transita ahora el padre de Marta del Castillo.
La condición de víctima no es un título habilitante para el ejercicio de la justicia. Es más bien todo lo contrario. Las víctimas, de cualquier delito, ya sea un robo, un asesinato, un golpe, una violación, son los menos adecuados para hacer las leyes y para aplicarlas. Esta evidencia tan simple, y tan fundadora del estado de derecho, resulta hoy una verdad incómoda e impopular.
Precisamente por esta confusión, el padre de Mari Luz ha decidido dar el salto a la política. Personalmente tiene todo su derecho a hacerlo y merece todo nuestro respeto. No es así en el caso de los que se proponen utilizar su figura y su nombre para su éxito electoral y que, lejos de renovar la política, usan las armas más viejas de la utilización de la fama y de los medios de comunicación. Piensan que la popularidad como víctima se transmutará en votos para su partido, sin darse cuenta de que ese capital está hecho de dolor compartido y de solidaridad, tan quebradizo como un hilo de oro.


Publicado hoy en El Correo de Andalucía

lunes, 14 de septiembre de 2009

Impuestos y ciudadanía

Las dictaduras rara vez tienen impuestos. No hay declaración de la renta, no hay módulos variables. La mayor parte de América Latina no tiene sistema impositivo. Tras décadas de dictaduras militares el estado ha sido expoliado, sus beneficios puestos a disposición de los más poderosos, sus acciones encaminadas a favorecer a unas élites millonarias y corruptas que se negaban a pagar el más mínimo dólar, peso, bolivar o sol para mantener los servicios públicos.
Durante el franquismo no había que presentar la declaración de la renta, no había IRPF ni un sistema fiscal transparente y equilibrado. Los impuestos pertenecen a la cultura de la democracia, de la ciudadanía, de la libertad…pero no tienen quien los defienda.
“Tengo derechos porque pago mis impuestos”, era una frase que se utilizaba en el cine, en la literatura, para señalar una raya entre los estados con ciudadanía y aquellos que solo tenían súbditos.
Sin embargo durante la última década se ha extendido la idea de la rebaja de impuestos. En vez de continuar con la tradición democrática de que cada beneficio particular debería revertir -en algún grado- en el beneficio social, se ha llegado a teorizar que el beneficio privado es, eso, individual y particular. La ola anti-impositiva llegó del corazón del imperio, de la mano de las llamadas políticas neocom, pero tuvo también en Europa sus seguidores entre las filas socialdemócratas. En los estertores del pensamiento neoliberal estas ideas contagiaron al Presidente Zapatero quien llegó a afirmar que “bajar los impuestos, es de izquierdas”, reclamando para si el patrimonio ideológico de la derecha internacional más rancia.
Ahora esa frase pesa como una losa en su discurso político. Con los impuestos pasa como con las cuestas: bajarlas es fácil, lo complicado es subirlas. El edificio del sistema impositivo es primo hermano de la democracia avanzada y se basa en la entrega de una parte de los beneficios para el interés común, en desprenderse del interés particular, en que los que no tenemos hijos paguemos escuelas y los que no viajan paguen el ferrocarril. No es un altruismo idealista sino un acuerdo por el que todos entendemos que sin el resto de la sociedad nuestras ganancias, simplemente, no existirían.
Aquellos que han hecho de la Constitución un arma arrojadiza en el terreno político, deberían leer su artículo 128 que literalmente dice: “toda la riqueza del país en sus distintas formas, sea cual fuese su titularidad, está subordinada al interés general.”
Pagar impuestos no es solo la condición necesaria para tener servicios públicos, para el mantenimiento de las escuelas, los hospitales, los metros o las carreteras, es también, una condición esencial del propio sistema democrático y de nuestros derechos como ciudadanos. Que paguemos los impuestos con justicia, con progresividad, sin excepciones es, también, el mandato legal que los gobiernos han incumplido con construcciones financieras que deberían ser desarticuladas, para que el sistema tenga credibilidad y los ciudadanos no tengamos la penosa impresión de que solo pagamos las rentas del trabajo.

Publicado en el Correo de Andalucía

viernes, 4 de septiembre de 2009

Camino a la desolación



Si hace veinte años nos hubieran preguntado a las mujeres de mi generación (no pienso ser más específica al respecto) sobre el futuro de la prostitución hubiésemos contestado, sin dudarlo, que estaba destinada a la desaparición o, como mucho, a sobrevivir de forma tangencial para cierto público que no podía gozar de una vida sexual normal. Creíamos, seguramente de forma equivocada, que los motivos de la existencia de esta actividad respondían, básicamente, a la falta de libertad sexual. Así, se acercaban a ella algunos jóvenes para su iniciación sexual; personas mayores privadas circunstancialmente de sexo o cuya vida en este sentido estaba reprimida o truncada. Igualmente –pensábamos-, existía la prostitución masculina como consecuencia de la persecución de la homosexualidad. Conocíamos también la existencia de una prostitución más lujosa, ligada al despilfarro y al poder, pero en suma pensábamos que “el oficio más antiguo del mundo” era eso: antiguo, desfasado, inútil y degradante para el que lo utilizaba.
Sin embargo, fuimos viendo con aprensión, como los viejos clubs de carretera no solo no desaparecían, sino que ampliaban sus instalaciones y colocaban como reclamo espectaculares focos que deslumbran el cielo. Comprobamos, con estupor, el surgimiento de coquetos hotelitos que anunciaban delicias carnales, como si de una nueva gastronomía se tratara. Los suculentos manjares viajaban, mientras tanto, desde lejanos países, con un billete sin retorno a la desolación.
Un día, hará unos seis años, escuché una conversación entre dos hombres jóvenes –presuntamente de izquierdas- que me heló el corazón. Se intercambiaban información sobre los mejores lugares, las novedades del mercado, las instalaciones en las que “renovaban con mayor frecuencia el material”. Entonces me di cuenta de que estábamos equivocadas, que las viejas razones de la prostitución se habían renovado sin nosotras saberlo. El afán de dominación, la experimentación sin límites, el consumismo de la carne había desplazado a la necesidad mendicante de sexo. Los que acuden hoy a este mercado lo hacen no para comprar sexo, sino poder, experiencia e incluso una vana sensación de viaje y de aventura. Se prueban las mujeres como si se tratara de continentes. Primero se agotaron las miserias y penas del tercer mundo, de América Latina, del continente asiático. Ahora se degustan las frías delicias del Norte empobrecido, las valkirias rubias del fracaso de los países del Este.
El aséptico pago con tarjeta o efectivo hace pensar a los clientes que compran un producto como otro cualquiera. Argumentan que no hay diferencia entre comprar el cuerpo y cualquier otro producto de la actividad humana. Pero compran vidas, traslados, esclavitudes, esperanzas frustradas y mentiras. Los clientes de este servicio venden, sin embargo, lo que son: insatisfacción acumulada, falta de deseo, aguda añoranza de dominación masculina que clavan en la piel de una belleza extranjera.
Publicado hoy en El Correo de Andalucía

martes, 1 de septiembre de 2009

Lisboa revisitada



Entre la vida y yo hay un cristal tenue –escribía Fernando Pessoa-. Por más claramente que vea y comprenda la vida, no puedo tocarla”.
Algo así me ocurre con Lisboa: la veo, la recorro, la aspiro pero hay un cristal tenue que me impide tocarla.
He vuelto para ver si existe ese sueño extendido, esa belleza decadente, ese caleidoscopio de tejados, de fachadas, de colores desvaídos acentuados por rojos desteñidos. He coleccionado todos los atardeceres de la ciudad, sin prisas, contemplando el cambio de colorido desde el amarillo pálido al rosa encendido. He subido las cuestas y bajado escaleras, con la tranquilidad del turista que ha dejado de serlo. He visto el fuego cruzado de flashes que al atardecer se intercambian el barrio alto y Alfama. He visto ese río marítimo teñirse de todos los colores a lo largo del día. He cruzado a las marismas de la margen opuesta para calibrar mejor la ciudad en en la distancia y volver a gozar al acercarme lentamente a ella. A pesar de todo, no he conseguido desprenderme de esa sensación de irrealidad que Lisboa me transmite, como si una neblina de sustancia intangible se interpusiera entre la ciudad y yo.
Los días eran claros. El sol de agosto era incluso demasiado crudo y dibujaba fuertes contrastes de luz y sombra. Sin embargo, mis recuerdos son inasibles y solo adquieren precisión los monumentos más feos de la ciudad, el de los Descubrimientos y el terrible Cristo vertical que te saluda la entrada. Todos los demás parecen estar hechos de un tejido que se me deshace entre los dedos si intento desentrañar sus hilaturas.
Volví precisamente para dar nitidez a la ciudad, intentando concretar ese halo difuso que me habían dejado las anteriores visitas y que entonces achacaba al amontonamiento de imágenes que te producen las ciudades bellas cuando las visitas por primera vez. Pero no es así: hay una neblina triste que envuelve Lisboa incluso en los días más luminosos. Puede ser que la forma en que miramos las ciudades esté decidida antes de llegar a ellas…o pueden ser los sonidos de su hablar cadencioso o, quizá, la niebla de la literatura que el sol no logra deshacer.
Solo la taza de café, concisa y directa, tiene la corporeidad de las cosas reales. Tomo este café en el Chiado, antes de despedirme de la ciudad. Alzo la diminuta taza a la manera de un brindis y acepto el sorbo de veneno fuerte y caliente que me devuelve a la realidad.