sábado, 31 de mayo de 2008

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ Y EL OLVIDO


El cincuentenario de la muerte de Juan Ramón Jiménez apenas ha tenido eco oficial, aunque existían comisiones, patronatos y otros inventos institucionales para su propia gloria. Juan Ramón es un poeta que, de fácil, resulta difícil asirlo, domesticarlo, reducirlo. No es tan popular como Lorca, ni tan proscrito como Cernuda. No es tan rojo como Alberti ni tan atronador como Rubén Darío, pero… es todo eso y mucho más.
A fuerza de no conocerlo, han dibujado un Juan Ramón infantil, reducido a una versión colorista de Platero y yo. Los que no se han atrevido a levantar su pluma contra los numerosos escritores que colaboraron con el franquismo, acusan a Juan Ramón de vivir encerrado en su torre de marfil, ajeno al dolor de la guerra civil y de la represión. Olvidan, porque así lo quieren, su permanente colaboración con la República, con los niños huérfanos de la contienda hasta el punto de vender sus pertenencias para poder atenderlos. Pasan por alto que, en su casa y en su correo, Juan Ramón recibía al mundo, generoso y abierto.
En estos últimos años, en una nueva historiografía terrible, mezcla del periodismo del corazón y de una revisión cínica en clave pseudofeminista, hemos visto artículos donde lo hacían responsable del suicidio de una escultora enamorada y de haber silenciado la voz y el talento de Zenobia Camprubí.
La poesía de Juan Ramón, sin embargo, atraviesa todas estas brumas, navega sola sin necesidad de los vientos favorables de una crítica snobista y de unas instituciones que no saben dónde colocarlo. Esencial y directa la poesía de Juan Ramón sigue llegando puntual a sus destinatarios y alimentando a nuevos poetas. El inventor del Sur poético, el amante de Moguer y Sevilla, el andaluz universal se lleva mal con las hornacinas catetas y las misas institucionales. O sea, que está vivo.
YO NO SOY YO

Soy este

que va a mi lado sin yo verlo;

que, a veces, voy a ver,

y que, a veces, olvido.

El que calla, sereno, cuando hablo,

el que perdona, dulce, cuando odio,

el que pasea por donde no estoy,

el que quedará en pié cuando yo muera.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bonito su artículo. El olvido de Juan Ramón es imperdonable así como la falta de apoyo a su legado. Sería bueno alzar la voz para que esto no siga ocurriendo.

Anónimo dijo...

En efecto, Concha. El gran JRJ ha quedado sometido a la condición de un libro discutible, aunque menos ñoño de lo que algunos dicen. Fuera, ha quedado una trayectoria en buena parte agredida por la peor versión de la poesía "de la experiencia", de sus opciones más sectarias, porque esa forma narrada del decir poético debería comprender lo que es "la otra" poesía, la que no sólo quería JRJ, sino buena parte de la lírica europea de su tiempo. JRJ sabía que era dueño de algo más que una vocación: tenía un oficio, en el sentido más literal del término. El poema es una forma de comprender el mundo de la única forma posible: nombrándolo. Y no puede nombrarse de forma argumentada, sino recurriendo a imágenes que nos aproximan a lo que JRJ llamaría "májico". Ese fondo de las cosas, que se representran a sí mismas en un espacio que nos aturde, que nos abruma, que nos obliga a decirlo, es el material con el que JRJ estuvo trabajando toda su vida. Aunque, de forma muy clara, podemos recordar lo que publicó en la antología de Gerardo Diego, "La mujer desnuda": "Un día/ dejaré yo de verte./ Te tendrás que quedar/ sin estos asombrados ojos míos/ que contemplaban tu hermosura plena/con la insaciable plenitud de su mirada./Un día/ me expandiré en la naturaleza abstracta./No seré nada para ti,/árbol universal de hoja perenne,/eternidad concreta./