Empecé hablando del lenguaje universal del arte y acabé hablando de la inmigración. Retomo el hilo del discurso. Solo nos salva de ser extranjeros el lenguaje universal de ciertas artes y, por desgracia, no la literatura, ni el teatro, ni el cine –aunque sus imágenes nos compensen. Nueva York sigue siendo la capital de los movimientos artísticos. No hablo de sus cuidados museos, ni de sus maravillosas galerías, sino de todo un vivero de actividades, de movimientos que resultan contagiosos. Si te paseas por la calle Sullivan en sábado y domingo podrás ver exposiciones callejeras que harían palidecer de envidia a muchos de nuestros pintores. Pero es el mundo de la música el que me ha fascinado.
Nuestro apartamento estaba situado en Bleecker Street (esquina Sullivan y MacDougal). Sin saberlo nos habíamos instalado en el centro de los clubs de música en vivo de la ciudad. Por el módico precio de 5, 10 o 15 dólares, se te abrían las puertas de alguno de los mejores garitos de Nueva York. En el mítico “The Bitter End”, -donde comenzaron su carrera Bob Dylan y Patty Smith, entre otros-, cada noche actuan cuatro o cinco grupos de todo tipo de estilos, especialmente rock americano. A su lado el “Terra Blues” te ofrece grupos de esta modalidad. “Back Fence” es el rey de los songwritters; el mítico “Blue Note” se dedica al jazz con sello propio. Hay muchos otros locales, abundan los grupos dedicados a versiones, no de grandes éxitos, sino de buenas canciones como el “Café Wha”, “Red Lyon” o el algo más discotequero “Poisson Rouge”, donde, sin embargo, pude ver una extraordinaria actuación de bluegrass. Si quieres actuaciones más conocidas, algo más lejos, en el Bowery Ballroom, tienes una oferta espectacular.
La cercanía de estos garitos nos hizo entablar una familiaridad inesperada. Bajábamos a escuchar música a todas horas con cualquier pretexto. Había músicos jóvenes y viejos. Vi transfigurarse en escena a muchos de ellos: un tímido gordito se revelaba como un batería excepcional, un hombre mayor de cara ajada y antipática, se convertía en un showman en escena, una veinteañera exuberante tocaba el violín como los ángeles, un jovencísimo cantante dominaba cinco instrumentos. Es un arte sin edades y sin límites. La mezcla de toda la música europea, de irlandeses, italianos, polacos, con los ritmos africanos, latinos, hindúes, han operado una base musical que parecen haber aprendido sin esfuerzo. La música se contagia, se entiende, dialoga entre si, de alguna forma que no conocemos. La creación surge del cambio y del contagio, nada que permanece inmutable puede generar nuevos frutos, -me digo a mi misma.
Nuestro apartamento estaba situado en Bleecker Street (esquina Sullivan y MacDougal). Sin saberlo nos habíamos instalado en el centro de los clubs de música en vivo de la ciudad. Por el módico precio de 5, 10 o 15 dólares, se te abrían las puertas de alguno de los mejores garitos de Nueva York. En el mítico “The Bitter End”, -donde comenzaron su carrera Bob Dylan y Patty Smith, entre otros-, cada noche actuan cuatro o cinco grupos de todo tipo de estilos, especialmente rock americano. A su lado el “Terra Blues” te ofrece grupos de esta modalidad. “Back Fence” es el rey de los songwritters; el mítico “Blue Note” se dedica al jazz con sello propio. Hay muchos otros locales, abundan los grupos dedicados a versiones, no de grandes éxitos, sino de buenas canciones como el “Café Wha”, “Red Lyon” o el algo más discotequero “Poisson Rouge”, donde, sin embargo, pude ver una extraordinaria actuación de bluegrass. Si quieres actuaciones más conocidas, algo más lejos, en el Bowery Ballroom, tienes una oferta espectacular.
La cercanía de estos garitos nos hizo entablar una familiaridad inesperada. Bajábamos a escuchar música a todas horas con cualquier pretexto. Había músicos jóvenes y viejos. Vi transfigurarse en escena a muchos de ellos: un tímido gordito se revelaba como un batería excepcional, un hombre mayor de cara ajada y antipática, se convertía en un showman en escena, una veinteañera exuberante tocaba el violín como los ángeles, un jovencísimo cantante dominaba cinco instrumentos. Es un arte sin edades y sin límites. La mezcla de toda la música europea, de irlandeses, italianos, polacos, con los ritmos africanos, latinos, hindúes, han operado una base musical que parecen haber aprendido sin esfuerzo. La música se contagia, se entiende, dialoga entre si, de alguna forma que no conocemos. La creación surge del cambio y del contagio, nada que permanece inmutable puede generar nuevos frutos, -me digo a mi misma.
3 comentarios:
La serie completa es un puntazo. Invita a la envidia, incluso a mí, que no suelo ser envidioso.
Un abrazo y que la vida te trate bien.
Rigoletto
Tambien seria una buena idea,que nos informara de como disfrutar de la libertad y de la cultura en La Habana ......... o de un grato ambiente de discrepancia de pensamiento en Pasajes o en Marinaleda.
Querido anónimo, he estado en Marinaleda un centenar de veces, en reuniones, en manifestaciones, en actos públicos. En la Habana no he estado a pesar de múltiples ofrecimientos de viajar gratis a ese país, como han hecho tantos que conozco, a los que puedes pedir que te relaten sus experiencias.En cualquier caso te agradezco el consejo.
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