martes, 7 de abril de 2009

Casa deshabitada



No hay nada como hacer planes para que no se cumplan. Había previsto emplear la semana en visitar mi casa familiar armada de latas de pintura, rodillos, enseres de limpieza y tijeras de podar. Me había propuesto dejar el patio andaluz inmaculadamente blanco. Las macetas renovadas, los cristales transparentes sin dibujos del tiempo y de la lluvia. Quería emplear el día en estos arreglos y las tardes en paseos por el pueblo, disfrutando de los tambores hasta que el corazón me retumbase al ritmo de su son.
Quería oficiar de hija buena, abrir la vieja puerta familiar y exclamar un imaginario “Ya estoy aquí”, sentarme en el viejo sofá verde, encender luces, hacer brotar sonidos en la casa silenciosa, -como si se tratara de un instrumento de música abandonado-, sacudirme el dolor que producen las casas cerradas, el polvo acumulado, los armarios repletos de prendas que ya nadie se pondrá…Quería adormilarme en el amplio sillón, romper la soledad de los objetos, acariciarlos con manos familiares, desterrar el olvido.
Quería dejar entreabierto el portal para que desde fuera se adivinase el color de las flores y de la vida, recibir a los amigos de la familia, hacer compañía a los recuerdos que se agazapan en los rincones, creer que hay un hilo conductor que une el pasado y el presente, conjurar la muerte con música, risas y encuentros. Quería hablar con los fantasmas sin palabras, limpiar uno a uno los objetos y disfrutar en un rincón del viejo salón de la fresca oscuridad de la estancia. Había arrastrado a mis hermanos a esta tarea porque quería llenar la casa de presencias, no volver al pasado sino sacudir la opaca pátina que el tiempo deposita.
Una crisis de mi traidora espalda me impide acudir a ese lugar deshabitado donde cada una de las habitaciones me espera. La casa tiene más de un siglo de vida, si es que pueden vivir los objetos. Conoció los alegres años veinte, los inventos, la vida despreocupada de aquel tiempo. Vivió los tristes avatares de la guerra civil, la especial crudeza con que se desarrolló en este lugar de Andalucía. El patio, que recuerdo tan alegre, vio salir a altas horas de la noche, a personas que nunca volvieron. Con los años, volvió a poblarse de risas, de juegos infantiles, de mañanas alegres bajo el toldo y, finalmente, de nuevas despedidas. No son los recuerdos tristes los que me apenan, sino no saber qué hacer con los recuerdos felices. Ahora –será el estúpido romanticismo mezclado con el dolor de la espalda- las paredes, los objetos, las macetas, me llaman para romper el silencio. Ya voy, ya voy, les digo. No hay nada tan triste como una casa deshabitada en la que fuiste feliz.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Precioso e intimista homenaje al pasado tan presente en cada uno!
Tú mantieens la casa en pie. La mía se vendió y la picota...
Aún creo estar jugando en la casa y en el huerto...
Rigoletto

Inma dijo...

Qué bonito, Concha. Comparto esa sensación a veces al volver a mi casa de la infancia. Allí están congelados esos años. Duermo en la habitación en la que me quedaba cuando era una niña con los juguetes en el mismo sitio y entran a visitarme las mismas personas que lo hacían hace 20 años... Mis amigos se ríen de mí cuando les digo que siento "la llamada de la tierra" y que me tengo que ir unos días a mi pueblo. Y a veces estoy allí y sólo hago eso: habitar mi casa.

Mruspal dijo...

Es precioso. La casa de mi infancia se mal-vendio en la crisis del 82.Me despedí de cada objeto, del water, de la cortina del baño, de la puerta, del pomo.. así hasta que una mano me agarró y me metió en el coche. Ahora vivo muy cerca, y eso me da una estúpida sensación de victoria sobre el tiempo. Espero que esta crisis no me haga malvender la mía. Poco habríamos aprendido ;)

Anónimo dijo...

simplemente precioso, soy un asiduo visitante de tu página y he leído la mayoría de tus artículos, pero para mí ninguno tan sentimental como éste`. quizás la rzón sea de que todos tenemos multitud de recuerdos d ela infancia y una casa donde vivímos y crecimos, compartiendo nuestroas años con personas que ya no están.
Un beso enorme amiga Concha

Concha Caballero dijo...

No os podía contestar porque el webmaster no me dejaba acceder al blog. Por lo que veo es un sentimiento común, la triste despedida de los objetos...Algunos amigos y amigas, poco aficionados a hacer comentarios en los blog, me han llamado para comentarlo. Al final va a ser verdad que la literatura, o lo que esto sea, tiene una capacidad de convocatoria enorme.
Al final fui a mi casa. La lluvia impidió que terminásemos de pintar el patio, pero el polvo -esa especie de residuo del olvido- ha desaparecido. Un abrazo a todos, Rigo, Inma, Marta y mi anónimo amigo.

Anónimo dijo...

Las casas de nuestra infancia, son como huchas donde se van depositando todos los recuerdos.Tu tienes la suerte de poder abrir de vez en cuando ese cofre, donde aunque sea por un momento tus recuerdos afloran y te transportan a un tiempo que aunque pasado nos hace vivir por segundos como si estuvieramos en el utéro materno a salvo de todo y de todos.Me encanta como escribes, en esta ultima entrada pareces un poco baja de ánimo.Un saludo