Hoy publico este artículo en el Correo de Andalucía:
Marcos Ana estuvo tanto tiempo encerrado en las cárceles franquistas que perdió el sentido de la geometría de los árboles. “Decidme cómo es un árbol, una estrella, un río…habladme del mar” – escribiría en pequeños trozos de papel escondidos en el jergón de la cárcel que luego serían distribuidos por el mundo entero. Veintitrés años de cárcel y la esperanza entera, intacta en el futuro.
Por eso parece que no está hecho de la substancia de tiempo que el resto de los humanos, sino por un tiempo interno, como un caracol envuelto en los mejores sueños del ser humano.
Tiene Marcos Ana una apariencia de cristal sin mancha, de transparencia, de comprensión humana que no sabemos de dónde ha surgido: quizá viendo morir a sus hermanos en el penal de Burgos, o a su familia desaparecida en la espiral de violencia y de dolor de la dictadura.
Mudó de nombre para rendir homenaje a su padre y a su madre, que fue encontrada muerta en una zanja junto al penal, desesperada ante la segunda condena a muerte de su hijo. Justo en el pozo dónde los demás extrajeron una comprensible amargura eterna, Marcos Ana sacó agua limpia. Su pecado –nos dice- fue terrible, frente a tanta violencia y represión pretendió “llenar de estrellas el corazón del hombre”.
Por eso, durante los veintitrés años que permaneció en la cárcel él atravesó el tiempo sin que el tiempo lo rompiera, aunque su corazón fuera “un patio cuadrado en el que los hombres giran bajo un cielo de estaño”
.Marcos Ana se convirtió en el símbolo de la represión franquista, el Mandela de la democracia española. Su poder era la poesía y ese corazón que se negó a llenarse de rencor, como un equipaje inútil para su destino, que era “hablar de los otros, de los que no tienen voz, de los que no pueden ser escuchados”. Los jóvenes que lo conocimos en plena transición democrática quedamos impresionados por su sonrisa y por esa especie de inocencia primera de la que no se ha desprendido nunca.
Por todas estas razones, la Universidad de Granada, junto con el centro de la Unesco ha encabezado un manifiesto pidiendo que se le distinga con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia. La mayoría de los firmantes opina que no es Marcos Ana el que necesita el premio, sino la democracia española la que necesita premiar su trayectoria. Yo estoy con ellos.
Cuenta Marcos Ana que lo más difícil fue salir a la calle después de veintitrés años encarcelado: todo tenía un aspecto irreal, como si lo hubiesen abandonado en un planeta extraño. Así, la democracia española -pretendiendo huir de las sombras tras tantos años de dictadura- camina por las calles con una cierta sensación de irrealidad, sin los contornos definidos, exactos.Necesita sacar de las sombras su mejor legado, reconocer los líderes civiles que la hicieron posible, abolir anonimatos y silencios, poner nombres al paisaje humano que soportó tanto dolor. Y aún así, como diría Primo Levi, se trata de memorias de los supervivientes porque las verdaderas víctimas no pueden hablar, no pueden contarnos el dolor que sintieron, ni siquiera pudieron salir del patio cuadrado, de la tapia cuadrada, de la celda cuadrada en que se convirtió el mundo bajo un cielo de estaño.
1 comentario:
Me he quedado sin palabras.
Gracias por refrescar nuestra triste memoria histórica. "Las grandes víctimas nunca saldrán a la luz", escalofriante frase. ¿Cuánto dolor entre techo, suelo y cuatro paredes?
Publicar un comentario