Fue acribillado a balazos. Jugaron a la ruleta rusa con su cabeza. Lo torturaron y vejaron. Todo para apagar una voz única. Una voz de pueblo, de ingenuidad y esperanza. Pero sigue cantando. Desde ese estadio de la verguenza, contra la cara de los asesinos sin nombre, sobre los hombros de una juventud hermosa que abarrotaba las celdas de la dictadura chilena. Entre la anónima multitud que hoy te acompaña. Te recuerdo, Victor Jara
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