La investigación en ciencias sociales nos indica que los colectivos con identidad difusa, no sólo no son menos reales, sino más estables y acogedores y menos quebradizos. La identidad difusa de Andalucía permite ser andaluz por nacimiento, por gusto o por vocación. No distingue entre nacimiento y adopción. Realmente un andaluz puede nacer en cualquier rincón de España e incluso del mundo. Para empezar el ser andaluz no tiene rival. No se opone a ser europeo, español o gaditano. Acepta las sumas, las multiplicaciones, los matices de situación y permite asumir libremente el grado de identificación.
La particular historia de Andalucía ha determinado que seamos una fuente inagotable de creación de capital simbólico. Un capital apropiado, convertido a la fuerza en la cara amable del ser español, desligado a veces de la producción real, pero que permanece vivo a fuerza de ser variable y de mostrar una capacidad de reinvención permanente.
No hace falta referirse a la tradición literaria y artística de Andalucía, de donde surge con idéntica fuerza la tradición y la vanguardia más rompedora, sino también a nuestra reciente historia y a la mejor parte de nuestro presente.
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De la comunidad más castigada por el centralismo brutal del franquismo, nació el Estado de las Autonomías, no previsto en la Constitución sino con letras de excepción para las comunidades del norte. Surgió de Andalucía una relectura social, transformadora del papel del Estado. La conquista de la autonomía andaluza se escribe no con el nombre de hábiles políticos, ni de reclamaciones históricas, sino con olor de pueblo y con la rabiosa actualidad de sus demandas urgentes. Culturalmente la autonomía es de carácter popular y se escribe bajo los lemas de la izquierda política y social, en ausencia, prácticamente de la derecha política, porque en Andalucía la fuerza de lo popular es tan inmensa, que hasta las marquesas se disfrazan de pueblo.
La autonomía política ha sido, para bien y para mal, un factor central de articulación de Andalucía: para bien porque ha extendido servicios públicos hasta el último rincón, porque ha universalizado la salud, la educación y unas infraestructuras básicas por todo el territorio; para mal porque no ha conseguido saldar los problemas estructurales. La vieja dependencia agraria de nuestra economía ha sido sustituida por el papel excesivamente preponderante de la construcción y los servicios. Una especie de monocultivo sectorial que ha mostrado con crudeza su debilidad en la actual crisis pero que venía ya siendo un factor de especialización negativa por el consumo de recursos naturales y por la baja especialización de su mano de obra.
Mucho antes de que estallara la crisis financiera el nuevo Estatuto de Autonomía dibujaba un nuevo escenario de demandas y de orientación de la autonomía andaluza. Frente al monocultivo económico, el Estatuto proponía una nueva economía mucho más diversificada, que abandonaba el sueño de las grandes concentraciones industriales hoy desfasadas, y apostaba por las nuevas fuentes energéticas, la agricultura ecológica, las producciones de calidad frente a la cantidad, la formación de la mano de obra, la apuesta por la innovación y una nueva era de servicios sociales públicos, concebidos desde una papel activo de la ciudadanía. Algunas innovaciones, que hoy brillan como estrellas solitarias, en el campo de la biotecnología y de la innovación eran alentadas en este Estatuto para componer una nueva constelación de luces creadoras de empleo y de riqueza mucho más vital y descentralizado que el viejo modelo desarrollista.
Y es el que Estatuto adoptaba una visión crítica con el modelo de desarrollo insostenible de los últimos quince años, que ha estado a punto de dar al traste con un sistema de ciudades único, y que ha concentrado la población en la costa y en las áreas metropolitanas bajo el principio de proliferación de urbanizaciones, es decir, la no-ciudad, la extinción del espacio público, del paseo, el comercio y la convivencia plural de clases sociales. Este cambio de paisaje urbano explica, en buena medida, el cambio político que se ha producido en el ámbito local y el éxito de la derecha en las elecciones municipales. La vieja oposición de la Andalucía Oriental frente a la Occidental ha desplazado su eje a nuevas confrontaciones entre costa e interior, medio urbano y rural –con una gran pérdida de hegemonía de este- y, en lo político, la confrontación entre el poder municipal y el autonómico.
Treinta años es el ciclo de una generación que ha vivido las bondades de la autonomía política frente al anterior sistema centralista, pero a la que sigue una joven generación -ajena a la gesta autonomista y azotada por el paro-, que percibe a la Junta de Andalucía como un mastodonte administrativo insensible a sus problemas. El poder político andaluz sigue hablando el mismo lenguaje; sus instrumentos comunicativos y culturales –entre ellos la televisión- se dirigen a un público que ha perdido gran parte de su hegemonía social. Ante esto ¿sigue siendo la autonomía, y sus instituciones, un factor esencial de unidad ?¿tiene algo que decir la cultura andaluza, sus formas de relación y de vida, o por el contrario el consumismo, el individualismo feroz han sustituido los viejos valores de convivencia, de disfrute colectivo y de valoración del espacio público?
Los estudios de opinión nos indican que, a pesar de todo, la ciudadanía tiene valores, identidades y deseos que tienen más que ver con la izquierda social que con la derecha; con la autonomía que con el centralismo; con la unidad que con la disgregación. Pero al mismo tiempo demanda una reinvención de Andalucía, un nuevo sueño colectivo por el que recuperar la esperanza.
1 comentario:
Hace unos días y con motivo del Día de Andalucía escribía también en mi blog algunas reflexiones sobre nuestra tierra. Has expresado muy bien una idea que sigue resonando aún con una fuerza increible; ni más ni menos el "Andaluces levantaos" de Blas Infante que sigue con más vigencia que nunca. Saludos
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