Publicado en El País de Andalucía
Después de tanto engaño es muy difícil creer en nada. Después de
haber escuchado centenares de veces las mismas declaraciones de
inocencia, los mismos compromisos de transparencia, las palabras se
vuelven irritantes. Cuando la vida se ha hecho tan dura que nos ha
convertido a todos en testigos de dramas sociales, es muy difícil creer
en nada, ni siquiera en la justicia.
Durante años he discutido con amigos y compañeros sobre el papel de
los políticos y su honradez. La tesis del garbanzo negro se ha ido
volviendo cada vez más difícil de mantener en la medida que se daban a
conocer nuevos casos e imputaciones. A estas alturas hay demasiados
fallos en los sistemas de control y de detección del robo del dinero
público y casi completa impunidad de los delitos económicos. Demasiados
garbanzos negros en la olla, tantos como para preguntarse si no será
mejor empezar de nuevo el guiso.
Al parecer, en nuestro país existen dos clases de delitos: los que
comete la gente corriente y los que cometen sus élites financieras,
empresariales o políticas. Los primeros van a la cárcel; los segundos
van a un limbo jurídico que se llama prescripción, que no supone
declaración de inocencia pero que sabe a gloria a quienes la disfrutan.
La indignación popular puede multiplicarse por 100 si, tal como dicen
juristas muy reconocidos, la mayoría de los casos acabarán prescritos y
archivados. Una gran parte de la trama Gürtel, la supuesta financiación
ilegal del PP, los conocidos sobresueldos, los regalos recibidos, los
millones de Bárcenas y la mayor parte de las imputaciones a Urdangarin
navegarán por los mares del olvido en un tiempo no muy lejano,
archivados en el estante de cualquier juzgado.
La justicia o injusticia de las leyes se comprueban en su aplicación.
En el caso de los delitos económicos ha quedado absolutamente
demostrado que suelen descubrirse cuando están próximos a prescribir. A
ello se suma que su investigación es larga y complicada y que jueces,
fiscales e inspectores se enfrentan, casi inermes, a un escuadrón de
abogados especializados en ingeniería financieras. ¿Por qué prescriben,
entonces con tanta rapidez? ¿Por qué, en el caso de la financiación
ilegal de los partidos políticos, el delito prescribe casi con la
rapidez del rayo?
No es posible que nuestro sistema político no esté al corriente de
esto, ni que actúe ingenuamente. ¿Cómo es posible que los mecanismos
diseñados para controlar a las fuerzas políticas, procedan de ellas
misma y actúen, solo y exclusivamente, comprobando los estados
financieros que los propios partidos les facilitan? ¿Cómo no se ha
reformado el Tribunal de Cuentas, tras sus fracasos estrepitosos en el
control financiero de las fuerzas políticas?¿por qué se mantiene el
escándalo de la prescripción de estos delitos?
Por si faltara algún ingrediente a este infame cocido, se acaba de
conceder una amnistía fiscal capaz de anular todo tipo de delitos contra
la hacienda pública, por mucho que el ministro Montoro se esfuerce en
disimularlo.
Puede resultar que la mayor condena de corruptos, defraudadores,
blanqueadores de dinero, aprovechados y ladrones, sea ver su nombre
publicado en la plaza pública o realizar con garbo el humillante
paseíllo ante los tribunales. Aunque los que han decidido pasar al lado
oscuro no tienen la piel tan fina como la ciudadanía indignada y son
incapaces de sentir vergüenza porque creen que todo se olvida, todo se
cura, menos el dinero que permanece a su lado.
Por eso, mientras todo esto continúe, mientras se ampare
jurídicamente a los corruptos, mientras trabajen en las sedes los
imputados y se tema pronunciar el nombre de los delincuentes, no
deberían volver a pronunciar frases como “caiga quien caiga”,
“llegaremos hasta las últimas consecuencias” o “recaerá todo el peso de
la ley”, porque nadie cae, no hay consecuencias y el peso de la ley es
muy ligero. El sistema ha dado un mensaje definitivo de error, y es el
momento de reiniciarlo si no queremos que sea el populismo antipolítico y
antidemocrático el que recoja la indignación popular y la convierta en
una flor negra.
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