Publicado en El País de Andalucía
Había escrito un artículo titulado El chollo de la religión en el Bachillerato en el que desmenuzaba las negociaciones del PP con la Conferencia Episcopal en el último tramo de la Lomce. Según todas las informaciones, habían decidido incluir una enmienda por la que todos los centros tendrían que ofertar la Religión entre sus dos o tres asignaturas optativas del Bachillerato. Sin embargo, oh milagro, a última hora han dado marcha atrás y aunque no queda claro el tratamiento final, tuve que retirar precipitadamente el artículo hasta disponer de más información. Una buena noticia que a mí me dejaba con la columna vacía justo en el momento en que iba a emprender un pequeño viaje.
Tenía que encontrar rápidamente otro tema sobre el que escribir y para colmo no paraba de sonar el teléfono. Les expliqué a mis hermanos y amigos con los que había quedado que llegaría algo más tarde porque no había decidido todavía el motivo del artículo.
—Escribe de algo que no sea de política, que estamos muy cansados —dice mi hermano.
—No escribas otra vez de tu instituto hasta que pasen unos meses, que últimamente estás muy pesada con tus alumnos.
Uno de mis cuñados me pide que sea positiva: —La gente quiere algo a lo que agarrarse y no encuentra más que desesperación. Tú deberías escribir textos que den esperanza.
—Pues a mí, con sinceridad, lo que me gusta es la literatura. Deja la política y la actualidad. Pasa a hablar de literatura que es tu territorio —me aconseja un amigo.
Alguno me propone escribir de Halloween, de cómo hemos importado la fiesta americana con todos sus avíos, truco o trato incluido. Le digo que no estoy de acuerdo, que me gustan las fiestas que hacen suya la calle y que hace muchísimos años en los pueblos se celebraba esta noche con calabazas o melones perforados, con velas y túnicas blancas, con bromas macabras y cuentos de miedo. Me contesta que me lo estoy inventando, que esa fiesta es made in USA hasta los tuétanos, que nos colonizan culturalmente y nos explotan económicamente. Le aclaro que en todo caso se enriquecen los chinos que son los que han vendido todos los disfraces que se pasean por las calles.
El amante de la literatura propone que le dé un giro poético al tema, que hable del paso del tiempo, de la muerte, de la casa vacía y del olvido. Le contesto que el Halloween de verdad está en las portadas de los periódicos del día: los bancos han ganado un 80% más sin prestar dinero a la economía sino al Gobierno, las cuchillas de Melilla cortarán las manos a los inmigrantes, el velo islámico regresa al Parlamento turco…
—¡Uff! Nos vas a dar el fin de semana… Habla de las bodas notariales. ¿No te has dado cuenta de lo que le gusta al PP una notaría? ¡Ya quisiéramos profesores, personal sanitario, autónomos, tenderos o metalúrgicos gozar de una cuarta parte del amor que el Gobierno le profesa a nuestros notarios! ¡Con qué mimo los cuidan! ¡Cómo valoran su trabajo! ¡Cómo están dispuestos a quitarse de sus propias carnes expedientes y competencias para cederlas graciosamente a las notarías! —me propone una amiga.
El tema es tentador, lo confieso, pero la siguiente llamada me destroza el tratamiento.
—¿Qué quieres que te diga? A mí me parece bien casarse por lo notarial —mi amigo siempre ha sido muy antimatrimonio y solo el matrimonio homosexual lo ha reconciliado levemente con la institución—. Por fin el Gobierno reconoce que el matrimonio es un contrato o un negocio como otro cualquiera.
—Pero costará 95 euros y es una privatización descarada —le replico.
—Los Ayuntamientos también cobran —me responde.
—Solo algunos. Y les prestan suntuosos salones, una ceremonia bonita y con glamour.
—Al final, el sentimentalismo nos puede —concluye.
Y así es imposible. Imposible escribir sin sentimientos, alejada de la política, con esperanza, divertida, sin mención alguna a mi instituto y con todas las contradicciones a cuestas. Ustedes me perdonarán.
Había escrito un artículo titulado El chollo de la religión en el Bachillerato en el que desmenuzaba las negociaciones del PP con la Conferencia Episcopal en el último tramo de la Lomce. Según todas las informaciones, habían decidido incluir una enmienda por la que todos los centros tendrían que ofertar la Religión entre sus dos o tres asignaturas optativas del Bachillerato. Sin embargo, oh milagro, a última hora han dado marcha atrás y aunque no queda claro el tratamiento final, tuve que retirar precipitadamente el artículo hasta disponer de más información. Una buena noticia que a mí me dejaba con la columna vacía justo en el momento en que iba a emprender un pequeño viaje.
Tenía que encontrar rápidamente otro tema sobre el que escribir y para colmo no paraba de sonar el teléfono. Les expliqué a mis hermanos y amigos con los que había quedado que llegaría algo más tarde porque no había decidido todavía el motivo del artículo.
—Escribe de algo que no sea de política, que estamos muy cansados —dice mi hermano.
—No escribas otra vez de tu instituto hasta que pasen unos meses, que últimamente estás muy pesada con tus alumnos.
Uno de mis cuñados me pide que sea positiva: —La gente quiere algo a lo que agarrarse y no encuentra más que desesperación. Tú deberías escribir textos que den esperanza.
—Pues a mí, con sinceridad, lo que me gusta es la literatura. Deja la política y la actualidad. Pasa a hablar de literatura que es tu territorio —me aconseja un amigo.
Alguno me propone escribir de Halloween, de cómo hemos importado la fiesta americana con todos sus avíos, truco o trato incluido. Le digo que no estoy de acuerdo, que me gustan las fiestas que hacen suya la calle y que hace muchísimos años en los pueblos se celebraba esta noche con calabazas o melones perforados, con velas y túnicas blancas, con bromas macabras y cuentos de miedo. Me contesta que me lo estoy inventando, que esa fiesta es made in USA hasta los tuétanos, que nos colonizan culturalmente y nos explotan económicamente. Le aclaro que en todo caso se enriquecen los chinos que son los que han vendido todos los disfraces que se pasean por las calles.
El amante de la literatura propone que le dé un giro poético al tema, que hable del paso del tiempo, de la muerte, de la casa vacía y del olvido. Le contesto que el Halloween de verdad está en las portadas de los periódicos del día: los bancos han ganado un 80% más sin prestar dinero a la economía sino al Gobierno, las cuchillas de Melilla cortarán las manos a los inmigrantes, el velo islámico regresa al Parlamento turco…
—¡Uff! Nos vas a dar el fin de semana… Habla de las bodas notariales. ¿No te has dado cuenta de lo que le gusta al PP una notaría? ¡Ya quisiéramos profesores, personal sanitario, autónomos, tenderos o metalúrgicos gozar de una cuarta parte del amor que el Gobierno le profesa a nuestros notarios! ¡Con qué mimo los cuidan! ¡Cómo valoran su trabajo! ¡Cómo están dispuestos a quitarse de sus propias carnes expedientes y competencias para cederlas graciosamente a las notarías! —me propone una amiga.
El tema es tentador, lo confieso, pero la siguiente llamada me destroza el tratamiento.
—¿Qué quieres que te diga? A mí me parece bien casarse por lo notarial —mi amigo siempre ha sido muy antimatrimonio y solo el matrimonio homosexual lo ha reconciliado levemente con la institución—. Por fin el Gobierno reconoce que el matrimonio es un contrato o un negocio como otro cualquiera.
—Pero costará 95 euros y es una privatización descarada —le replico.
—Los Ayuntamientos también cobran —me responde.
—Solo algunos. Y les prestan suntuosos salones, una ceremonia bonita y con glamour.
—Al final, el sentimentalismo nos puede —concluye.
Y así es imposible. Imposible escribir sin sentimientos, alejada de la política, con esperanza, divertida, sin mención alguna a mi instituto y con todas las contradicciones a cuestas. Ustedes me perdonarán.
@conchacaballer
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