Federico nace en el barranco de Víznar cada verano. Un ruido de chicharras y de grillos lo acompañan. Lo esperamos cada año en ese atardecer de agosto que, de pronto, se vuelve triste. Siempre aparece fiel a su cita. Nos estremece, nos canta, nos acuna.
Nuestra imaginación camina más deprisa que los pasos y lo encontramos bajo cada árbol, cada cambio de luz, cada soplo de viento. Federico yace en algún lugar de ese barranco en buena compañía, poéticamente flanqueado de un maestro republicano y dos banderilleros. Gentes del pueblo, nombres de tragedia griega, viva estampa de los perseguidos a los que tanto amó.
Es lorquiano el lugar, la compañía, el infantil empeño de volver a su Granada. Es lorquiana esa muerte difusa que impregna los árboles, la tierra, el viento. ¡No desenterréis a Lorca! ¡No contéis sus huesos, no fotografiéis la bala asesina, no lo llevéis a la ciudad porque allí, entre el cemento y la técnica, es donde habita la otra muerte, la que acaba con el ser humano!
La muerte ocupa un lugar central en sus obras. Pero hay dos tipos de muerte en sus escritos: la muerte esencial, telúrica, unida a la tierra, al grito, a la sangre derramada, a la soledad más perfecta. Una muerte que se entremezcla con la vida en el trigo, el sexo, la cal de las paredes. Pero también en Lorca hay una muerte urbana, hecha de olvido, de insomnio, de deshumanización del dolor.
No llevéis a Lorca fuera del campo, no lo hagáis reposar sobre metal frío. No convirtáis su muerte en espectáculo, ciencia o ganancia. ¿Quién detendrá el mercado infernal que comenzará en el momento justo en que la pala tropiece con la dureza de sus huesos?
Y, cuando sus huesos salgan, ¿quién, en nombre del periodismo o de la ciencia, se resistirá a escribir la crónica de su fusilamiento, la reconstrucción de los hechos, el recorrido de la bala, las fotos de sus despojos?¿qué institución no programará terribles actos oficiales?¿dónde irán sus restos tras estos ritos vacuos preñados, posiblemente, de noble respeto?
Muchos familiares de víctimas de la guerra y la represión piden la exhumación de sus familiares para rescatarlos del olvido, rehabilitar su figura, honrar su memoria . Pero en el caso de Lorca no hay olvido. Su memoria y recuerdo han sido honrados año tras año, su nombre no ha parado de brillar incluso en los rincones más lejanos de nuestro planeta. Solo el cientifismo vano justifica interrumpir su sueño porque… ¿en qué lugar estará más vivo, más presente que en esos atardeceres de Víznar, en el olivar de Aynadamar cerca de la Fuente de las Lágrimas, junto al maestro Dióscoro y los banderilleros Galadí y Arcollas?
Lorca pone en boca de la madre de Bodas de Sangre lo siguiente:
“Yo haré con mi sueño una fría paloma de marfil que lleve camelias de escarcha sobre el camposanto. Pero no camposanto, no. Camposanto, no. Lechos de tierra. No quiero ver a nadie. La tierra y yo”
Nuestra imaginación camina más deprisa que los pasos y lo encontramos bajo cada árbol, cada cambio de luz, cada soplo de viento. Federico yace en algún lugar de ese barranco en buena compañía, poéticamente flanqueado de un maestro republicano y dos banderilleros. Gentes del pueblo, nombres de tragedia griega, viva estampa de los perseguidos a los que tanto amó.
Es lorquiano el lugar, la compañía, el infantil empeño de volver a su Granada. Es lorquiana esa muerte difusa que impregna los árboles, la tierra, el viento. ¡No desenterréis a Lorca! ¡No contéis sus huesos, no fotografiéis la bala asesina, no lo llevéis a la ciudad porque allí, entre el cemento y la técnica, es donde habita la otra muerte, la que acaba con el ser humano!
La muerte ocupa un lugar central en sus obras. Pero hay dos tipos de muerte en sus escritos: la muerte esencial, telúrica, unida a la tierra, al grito, a la sangre derramada, a la soledad más perfecta. Una muerte que se entremezcla con la vida en el trigo, el sexo, la cal de las paredes. Pero también en Lorca hay una muerte urbana, hecha de olvido, de insomnio, de deshumanización del dolor.
No llevéis a Lorca fuera del campo, no lo hagáis reposar sobre metal frío. No convirtáis su muerte en espectáculo, ciencia o ganancia. ¿Quién detendrá el mercado infernal que comenzará en el momento justo en que la pala tropiece con la dureza de sus huesos?
Y, cuando sus huesos salgan, ¿quién, en nombre del periodismo o de la ciencia, se resistirá a escribir la crónica de su fusilamiento, la reconstrucción de los hechos, el recorrido de la bala, las fotos de sus despojos?¿qué institución no programará terribles actos oficiales?¿dónde irán sus restos tras estos ritos vacuos preñados, posiblemente, de noble respeto?
Muchos familiares de víctimas de la guerra y la represión piden la exhumación de sus familiares para rescatarlos del olvido, rehabilitar su figura, honrar su memoria . Pero en el caso de Lorca no hay olvido. Su memoria y recuerdo han sido honrados año tras año, su nombre no ha parado de brillar incluso en los rincones más lejanos de nuestro planeta. Solo el cientifismo vano justifica interrumpir su sueño porque… ¿en qué lugar estará más vivo, más presente que en esos atardeceres de Víznar, en el olivar de Aynadamar cerca de la Fuente de las Lágrimas, junto al maestro Dióscoro y los banderilleros Galadí y Arcollas?
Lorca pone en boca de la madre de Bodas de Sangre lo siguiente:
“Yo haré con mi sueño una fría paloma de marfil que lleve camelias de escarcha sobre el camposanto. Pero no camposanto, no. Camposanto, no. Lechos de tierra. No quiero ver a nadie. La tierra y yo”
2 comentarios:
Concha, ha sido una sorpresa y una delicia leer tu blog.Como veo que compartes conmigo la inquietud por Lord Byron te lo dedico:
Ninguna de las hijas de la belleza...
"Ninguna de las hijas de la belleza
tiene la magia que tú tienes;
y es para mí tu dulce voz
como música en el agua:
como si su sonido hiciera
detenerse al encantado océano,
resplandecen las olas en su quietud
y parecen soñar los sosegados vientos.
Y la luna de la medianoche teje
sobre el mar su brillante cadena;
su pecho palpita suavemente
como un niño dormido:
así el espíritu se inclina ante ti,
para escucharte, para adorarte;
con la emoción suave y profunda
de las olas de un mar de Verano".
Precioso, Concha.Preciso.
Ahí, en la sombra intacta, donde lo imaginaba Neruda ("¿Te acuerdas, Raúl, te acuerdas, Federico, en el fondo de la tierra?"). En el rincón más triste de nuestro recuerdo, en ese lugar común de belleza y de pérdidas que nos hace los parientes ricos de la vida decente, solidaria y hermosa.
De ningún modo queremos homenajes de turbia elocuencia, el espanto de los restos "mortales", los huesos desfigurados, la piel depuesta, la sangre calcinándose en la pólvora, el pequeño metal homicida, el paisaje arrugado por el pavoroso esfuerzo de la exhumación. Es una expropiación del tiempo, no una recuperación. Es un espectáculo destinado a desahuciar nuestra intimidad, tan cercana a la suya. Tan próxima a esa galería donde yace, abrazado a las víctimas sólo célebres por morir en aquella maldita noche, en los cementerios bajo la luna.
Gracias y besos, Ferran
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